II.
LOS DIARIOS
1. LA APUESTA MONÁRQUICA DE LA VANGUARDIA
Marcel Mauri i de los Ríos
Anna Nogué Regàs
Quizás por la perspectiva histórica de ser uno de los periódicos decanos de la prensa catalana y española con casi cien años de historia (superado, eso sí, por el también catalán Diario de Barcelona, fundado casi un siglo antes, en 1792); o quizás por su capacidad demostrada durante decenios de saberse adaptar a las circunstancias políticas de cada momento, pero lo cierto es que La Vanguardia Española afrontó los años clave de transición con la tranquilidad de ser, juntamente con el ABC, el único periódico en España que superaba los 200.000 ejemplares de venta diaria.
Fundado en 1881 por los hermanos Carlos y Bartolomé Godó, La Vanguardia había conseguido un hito ciertamente complicado: ser el periódico de más difusión en Cataluña (y uno de los principales de España) durante la Segunda República, durante el franquismo y también durante la Transición. En el verano de 1936, el comité de trabajadores (controlado por la CNT) se había apoderado de la empresa para luego (enero de 1938) convertirse en el periódico del gobierno de la República (Guillamet, 1994: 156) cuando el presidente Juan Negrín se traslade a Barcelona. Terminada la guerra, la familia Godó recuperó el control.
La capacidad del rotativo catalán de adaptarse rápidamente a las circunstancias políticas de cada momento se puso de manifiesto ya desde el inicio del franquismo. El 27 de enero de 1939, el día después a la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, no se publicaron la mayoría de periódicos en Barcelona;1 pero sí que se puso en circulación una edición especial de La Vanguardia saludando a Franco y poniéndose a su servicio. Desde el 28 de enero de 1939, pasaba a llamarse La Vanguardia Española y recuperaba la enumeración de justo antes del inicio de la Guerra Civil, como si esos tres años no hubieran existido.
Fue el periodista Manuel Aznar el encargado de poner en marcha el nuevo proyecto, teniendo como subdirector a Josep Pla. Entre los dos intentarán mantener un cierto tono periodístico a pesar de las circunstancias políticas adversas (Fabre, 1987: 41). Aunque será el único diario que no verá interrumpida su continuidad, sólo cuatro meses más tarde el nuevo régimen ya impondrá un director cercano al falangismo y totalmente afín al régimen, Luis Martínez de Galinsoga, en disposición a la facultad del Gobierno de escoger el director tal y como establecía la ley de prensa de 1938. Con este nuevo director, el diario perderá toda independencia y se convertirá en un medio de propaganda más cercano a un boletín de partido que no a un periódico de información (Fabre, 1987: 41).
Durante todo el franquismo, La Vanguardia Española seguirá siendo el diario más vendido. Autoritario y anticatalanista, Galinsoga nunca se integrará en la sociedad catalana e incluso llegará a protagonizar un polémico episodio en el que insultó a los catalanes, un hecho que le acabará comportando su salida del diario, en 1960. El periodista Xavier de Echarri lo sustituirá e intentará una tímida apertura. Pero la apertura más significativa se producirá en 1969 con la llegada a la dirección del hasta entonces subdirector Horacio Sáenz Guerrero que dará entrada en el diario colaboradores de talante liberal como Baltasar Porcel, Ramon Trias Fargas, Joan Fuster, Terenci Moix, José Ferrater Mora y Salvador Pániker (Nogué y Barrera, 2002: 435-436).
La entrada en 1970 del hijo de Carlos Godó Valls, Javier Godó, en la empresa también conllevará aires nuevos en el diario. El actual conde de Godó verá la necesidad de presionar a su padre, de ideas conservadoras y profundamente franquista, para permitir la adecuación del medio a las nuevas realidades. A la vez que exhortará al director a no tener miedo y soltarse en sus ideas democráticas. Todo ello con la voluntad que La Vanguardia Española no quedara desfasada (Nogué y Barrera, 2002: 442-443).
Estos cambios permitirán que el diario encare los últimos años del franquismo y el inicio de la Transición con la voluntad de recuperar su identidad histórica de periódico liberal, conservador y, aunque siempre diligente con la autoridad del momento, independiente. Pero a la vez, La Vanguardia Española consolidará la apuesta por abrir sus páginas a opiniones bien distintas, a menudo alejadas de los propios postulados. Todo ello ayudará a configurar un estado de opinión que se convertirá en un referente indiscutible en la construcción del relato político del momento.
Pero ante todo, seguirá siendo un periódico monárquico. Ya en el momento de su fundación, como órgano del monárquico Partido Liberal fusionista de Sagasta, el rotativo catalán defiende la institución. Un apoyo que se verá recompensado por el rey Alfonso XIII con el título de conde otorgado en 1916 a su propietario, Ramon Godó Lallana. Y que seguirá durante el franquismo cuando el subdirector del periódico, Santiago Nadal, formará parte del Consejo Privado de don Juan de Borbón, mientras que Carlos Godó Valls, segundo conde de Godó, es procurador en Cortes por designación directa del Jefe del Estado, desde 1958.2
La Vanguardia Española también afrontará el tránsito de la dictadura a la democracia con moderación, hecho que explica por ejemplo que el periódico no secundara alguna de las huelgas que la prensa de Barcelona realizó durante esos años3 o que hasta casi tres años después de la muerte de Franco no eliminara el adjetivo «española» de la cabecera.4 Sáenz Guerrero será el encargado de dirigir el diario durante todo el proceso de transición. En 1982 le sustituirá Lluís Foix y un año más tarde Francesc Noy tomará el relevo hasta 1987. Pero no será hasta la llegada de Juan Tapia, en 1987 (año en el que Javier Godó tomará el relevo de su padre como editor) que La Vanguardia emprenderá una renovación en profundidad que comportará un cambio de imagen radical y una apertura informativa, a partir de 1989.
ANTE LA MUERTE DE FRANCO
En el momento de la muerte de Franco, La Vanguardia Española con 220.217 ejemplares vendidos era el líder no solo en Cataluña sino también en España, según los datos de OJD. El rotativo catalán expresará a través de sus artículos y editoriales el dolor y el reconocimiento a la figura del dictador. Pero sabrá sumar a estos sentimientos una cautelosa mirada de esperanza hacia un futuro de apertura política.
Esta prudencia queda ejemplificada en el hecho que el periódico barcelonés no publique ningún editorial5 ni opinión firmada en ninguna de las ediciones especiales que aparecen el 20 de noviembre de 1975. Ante la incertidumbre, calma. El día siguiente, el conde de Godó publica la primera entrada firmada que aborda la cuestión a través de la cual se muestra orgulloso de haber formado parte de la España de Franco.6 Sin ser formalmente un editorial, es especialmente indicativo sobre la opinión del periódico al ir firmado por el editor.
El mismo día 21, el editorial pone de manifiesto la emoción por la muerte de Franco, así como la esperanza de paz y unidad y el deseo de incorporarse a Europa.7 En el texto se refiere al mensaje póstumo de Franco y destaca «la invitación a rodear al Rey de afecto y lealtad, de apoyo y colaboración». Pero el periódico catalán va más allá y deja sobre la mesa una declaración de intenciones: «Los españoles estamos hoy (...) deseosos de incorporarnos cada vez más plenamente al mundo europeo, al ámbito de la civilización occidental que sabemos es el nuestro y al que quedemos contribuir». No hay otra referencia editorial a la muerte de Franco: inmediatamente se centra a opinar sobre el papel del rey y el futuro político de España.
LA FIGURA DEL REY
En los primeros compases de la transición, las páginas de opinión de La Vanguardia Española destacarán por su pluralidad y equilibrio, hecho que compensará una línea editorial más próxima a las formaciones de centro y conservadoras y muy atenta tanto a la situación económica como a la integración de España en la Comunidad Económica Europea y al reconocimiento de las singularidades de Cataluña.
Pero sobretodo, y fiel a su tradición monárquica, el periódico se alineará con Juan Carlos I desde el primer momento: dos días después de la muerte de Franco, destaca de su discurso la voluntad de renovación, la promesa de libertad y de participación dentro de un «orden justo».8 Pone de relieve el «esfuerzo por tender un puente entre el pasado y el porvenir» y su «vehemente deseo» de ser «por encima de todo partidismo, fiel mantenedor del orden, de la ley, de la coherencia nacional, en una España moderna, plural, libre y democrática».
A su modo de ver, la presencia de representantes extranjeros en su coronación demuestra que la figura de Juan Carlos «no solo ha sido acogido con esperanza en España sino también fuera de ella».9 A partir de ahí, La Vanguardia Española presiona para que se haga efectiva la «redistribución del poder». El periódico indica que «es evidente que en la persona del presidente [Arias] se reconoce una opción por la continuidad».10 En este sentido recuerda la esperanza de cambio que transmitió el primer mensaje del rey y lamenta que «Los primeros pasos de la monarquía parecen mostrar que, si se ha producido un amplio movimiento de esperanza, no se advierte, por ahora, signo alguno de redistribución del poder». Recuerda que en su mensaje póstumo, Franco no menciona otros herederos que el pueblo y el rey: «Cabe ahora desear que sean, efectivamente, el pueblo y el Rey los que recojan la herencia», concluye.
EL GOBIERNO DE ARIAS
Con el paso de las semanas, el periódico de los Godó profesará en sendos editoriales apoyo al gobierno de Arias Navarro pero le pedirá cambios y apertura. Para La Vanguardia Española el objetivo político del gobierno de Arias debe ser la participación11 y con fragmentos de artículos de Fraga, Areilza y Garrigues trazan en un editorial el deseo hacia un cambio de régimen.12 Según el periódico, el Gobierno ha ido incorporando «un tono y una actitud» que están en consonancia con el mensaje del rey, más que unos propósitos concretos o un programa.13 Afirma que «parece apuntar a una reforma cauta» y destaca como uno de los puntos más concretos e interesantes «la afirmación de que la...