Republicanos con la monarquía, socialistas con la República
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Republicanos con la monarquía, socialistas con la República

La Federación Socialista Valenciana (1931-1939)

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Republicanos con la monarquía, socialistas con la República

La Federación Socialista Valenciana (1931-1939)

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La década de los años treinta del siglo XX, en España, fue por muchos motivos una década socialista. Ninguno de los procesos que vivió el país durante la Segunda República y la Guerra Civil escapó a la participación e influencia del PSOE. En esta obra, el autor analiza esa década socialista desde el ámbito valenciano, a través del papel, la deriva y las actuaciones del socialismo político de la provincia de Valencia, la Federación Socialista Valenciana, una organización tradicionalmente considerada débil, pero que demostró tener fuerza para llegar a protagonizar muchos de los procesos internos más importantes del socialismo en esta década. Reformismo, radicalización y conflicto interno fueron los hitos de esta trayectoria que comenzó en un ambiente festivo de movilización popular, pero tuvo un final calamitoso, sobre todo, para los militantes socialistas.

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Información

Edición
1
Categoría
Historia
V. EL CABALLERISMO VALENCIANO ANTE I SUS ADVERSARIOS (1936-1937)
Tras un verano conflictivo, que acabó con el acceso al poder de Francisco Largo Caballero, convertido en Presidente del Consejo de Ministros, a partir del otoño de 1936, un caballerismo fortalecido vio cómo sus adversarios, tanto dentro como fuera del movimiento socialista, comenzaron a realizar una serie de movimientos tácticos con el objetivo de disminuir e incluso acabar con su influencia. De este modo, comenzó una lucha entre caballeristas y comunistas que acabaría derivando en un mayor acercamiento de estos últimos a los adversarios internos del caballerismo hasta culminar en un nuevo enfrentamiento de prietistas y caballeristas en el seno del PSOE y en un pacto de prietistas y comunistas en el seno de la UGT.
PSOE Y PCE EN LOS ALBORES DE LA GUERRA CIVIL
Hasta el estallido de la Guerra Civil, la preocupación del socialismo valenciano por el comunismo fue mínima, debido fundamentalmente a su debilidad. Pero, tras octubre de 1934, esto cambió. Movidos por la frustración causada por el truncamiento de su proyecto reformista, concebido de una forma lineal ascendente, los caballeristas planteaban que había llegado el momento de que el socialismo fuera más allá y desechara un sistema que no había dado los frutos esperados, para lo cual él mismo debía convertirse en la cabeza del obrerismo unificado. Y el primer paso para ello era conseguir el control de los órganos de dirección del Partido, gracias a lo cual podría ser culminada su «bolchevización» y su transformación en «una organización monolítica, centralizada y disciplinada, que conduzca al proletariado español al triunfo».1
Por tanto, control interno y unificación, siempre bajo el bastón de mando socialista, eran los objetivos estratégicos del caballerismo para conseguir el objetivo político último: llegar al poder con la fuerza de los votos, como Largo había establecido en el verano de 1933, para, desde el poder, dar el salto final.
En este proceso, finalmente, se llegó a una solución de conveniencia, pues prácticamente a la vez que se formalizaba el Frente Popular, con socialistas y republicanos de izquierda como principales protagonistas, comenzaron a cuajar estas iniciativas de unificación. En diciembre de 1935, se produjo la disolución de la CGTU, el sindicato comunista, con el objetivo de que sus componentes pasaran a formar parte de la UGT. Y en abril de 1936 nacieron las JSU, como resultado de la fusión de la FJS y la UJC. Estas iniciativas se verían continuadas por proyectos de fusión de los dos partidos, concretados en la creación de Comités de Enlace PSOE-PCE en diciembre de 1936, como punto de partida hacia una mayor colaboración entre ambos partidos de cara a la futura unificación, que, finalmente, nunca se produjo.2
El objetivo de todas estas iniciativas, desde el punto de vista caballerista, era claro: conseguir la unión en una misma organización de todos los «hijos del marxismo», pero asegurando que serían ellos los que continuarían a la cabeza de estas nuevas organizaciones unitarias,3 pues los comunistas no eran lo suficientemente fuertes como para tener un papel destacado. Sin embargo, este esquema se rompió con el estallido de la Guerra Civil.
A partir de julio de 1936 y, sobre todo, del otoño de ese año, las circunstancias cambiaron. Aunque ya lo venía haciendo desde las elecciones de febrero de 1936, a partir del golpe de estado la fuerza del comunismo aumentó de forma imparable, debido a tres factores fundamentales: la ayuda que desde las organizaciones internacionales comunistas y la Unión Soviética se proporcionó al bando leal; la capacidad de adaptación de las organizaciones comunistas a la nueva situación existente desde el golpe de Estado; y la concreción de unos planes de guerra y retaguardia congruentes y estables. Estos factores, que hicieron del comunismo el movimiento político más coherente, lo colocaron en plano de igualdad al socialismo, por lo que los términos de sus relaciones cambiaron. Esta nueva situación supuso para el socialismo un momento de dificultad crucial, lo que, unido a sus propias deficiencias, desembocó en una situación de debacle.4
El plano internacional es en el que más evidentemente pueden verse los déficits del socialismo. Mientras la Unión Soviética, la Internacional Comunista y sus organismos anejos colaboraron de una manera activa, desde septiembre de 1936, en el esfuerzo de guerra del gobierno republicano, otras potencias se caracterizaron por todo lo contrario, por no hablar del papel de la Internacional Obrera Socialista o el de otros partidos socialistas europeos, cuya actuación en la Guerra Civil se puede definir, cuanto menos, de parálisis. Tal y como afirmaba, en octubre de 1936, Isidro Escandell en declaraciones al diario Verdad: «Con la mayor crudeza yo digo que, excepto Rusia, ningún país europeo nos ha ayudado en nada».5
Gracias a esta ayuda internacional, el PCE pudo obtener un plus de legitimidad entre la población española, que hizo que aumentara el respaldo a sus proyectos. Por el contrario, el socialismo no pudo beneficiarse de algo parecido. Se encontró en el más absoluto de los abandonos, dejando patente la soledad internacional de un movimiento que siempre se había vanagloriado de su internacionalismo y de contar con grandes apoyos en este ámbito.6
Por otro lado, en cuanto a la capacidad de adaptación que tuvieron las organizaciones comunistas a la nueva situación surgida a partir de julio de 1936, hemos de constatar el éxito obtenido por estas en contraposición a las socialistas, donde la única iniciativa organizativa que se produjo fue el cierre de las organizaciones a nuevos militantes.
La situación que se produjo en la retaguardia republicana a partir del golpe de Estado aumentó el valor de los carnets de organizaciones obreras. Conscientes de esta situación y de la posible avalancha de nuevos militantes que ello podría suponer, la dirección nacional del PSOE ordenó cerrar «el cupo de ingreso de ningún afiliado», además de rechazar «altas colectivas» y «la creación de nuevas Agrupaciones». Sólo había una excepción para aceptar nuevas agrupaciones: hacerlo en aquellas localidades en las que existía desde hacía mucho tiempo alguna sección de la UGT. Más tarde, esta medida sería corregida, aunque asegurándose de que aquellos que se hubieran afiliado con posterioridad al 18 de julio de 1936 no pudieran llegar a los puestos directivos. Con todo ello, siguiendo el más profundo purismo organizativo socialista, se quería salvaguardar las organizaciones de arribistas y seguidores escasamente concienciados.7
Sin embargo, este cierre desvió a parte de los potenciales militantes socialistas hacia otras organizaciones, lo cual aumentó su peso en la política provincial y nacional. Ello despertó la preocupación de los socialistas, inquietos por el crecimiento de sus aliados, aunque en el fondo rivales políticos, por lo que ello pudiera suponer de mengua de influencia propia. Por el contrario, en el seno del comunismo, obviamente, se celebraba el rápido crecimiento de sus organizaciones.
Esta doble respuesta se pudo comprobar muy tempranamente en la asamblea del Radio Comunista de Vega Alta, de la ciudad de Valencia, en la que mientras un afiliado socialista, invitado al acto, advirtió «de la necesidad de controlar a los que en estos momentos piden el ingreso en los partidos obreros», Julio Mateu, miembro del Secretariado Provincial del PCE, simplemente describió el «rápido crecimiento del Partido Comunista», sin hacer demasiado caso a las indicaciones de su invitado.8
Pero, además de los factores hasta ahora analizados, el crecimiento y auge del PCE respondió en buena medida a las actuaciones y posicionamientos estables y coherentes que asumió, a diferencia de lo que ocurrió con el PSOE, donde la división era el rasgo esencial.
El PCE se posicionó como el adalid de «la República democrática» y de un «Gobierno del Frente Popular», apostando, además, por el «orden republicano y [la] serenidad revolucionaria», lo cual se plasmaba en continuar «las incautaciones, expropiaciones y detenciones necesarias», pero respetando al máximo «la propiedad de los elementos adictos al régimen». De este modo, frente a los vaivenes políticos, a los ensayos maximalistas y a la violencia descontrolada de otros, el comunismo boicoteó la revolución, encabezada por «ugetistas y libertarios», y colocó como prioridades fundamentales el orden en la retaguardia, la victoria en la guerra y la resistencia a ultranza. Con ello, se construiría una retaguardia «fuerte y organizada», que era el mayor seguro para «la victoria».9
Ahora bien, estos objetivos le llevaron a tomar iniciativas políticas que llegaron a torpedear la línea de flotación del movimiento socialista en su conjunto, lo cual, sumado a su cada vez mayor presencia en las decisiones públicas, gracias a la fuerza conseguida, tuvieron como consecuencia la aparición de una intensa lucha entre caballeristas y comunistas, tanto en el ámbito externo –el campo y los partidos en el ámbito provincial– como en el interno de las organizaciones ya unificadas –sindicato y organización juvenil-, lo cual derivó en una nueva batalla interna en el seno del PSOE.
EL PRIMER ESCENARIO DE CONFLICTO: EL CAMPO
La agricultura era un sector esencial de la economía española, y, en el caso de Valencia, era uno de sus principales puntales económicos, con algunas características particulares: era una agricultura dedicada principalmente a la exportación, con la tríada naranja-vino-arroz como puntal; se caracterizaba por el trabajo intensivo de una gran cantidad de mano de obra asalariada; y tenía una estructura de la propiedad basada, fundamentalmente, en la pequeña y mediana propiedad.10
La presencia de una gran masa de obreros del campo hizo que en los años treinta el campo se convirtiera en la principal fuente de militantes de la UGT valenciana, con la FETT como su principal sección.11 Y, por ello, los proyectos en torno a este ámbito ocuparon un lugar central de las preocupaciones socialistas, condicionados por el tipo de obreros del campo que existía en Valencia: jornaleros asalariados, cuya fuerza de trabajo era utilizada de manera intensiva y que, en ocasiones, podían ser propietarios de pequeñas parcelas de tierra, con las que conseguían una pequeña parte de su renta. Pensando en ellos, en jornaleros y pequeños propietarios, el cooperativismo, junto a la nacionalización de la tierra y el trabajo colectivo de la misma, fue el objetivo esencial del socialismo en estos años.12
El gran salto hacia adelante se produjo en el verano de 1936. A raíz del golpe de estado, en aquellos lugares donde las organizaciones sindicales –UGT y CNT– tenían una presencia arraigada, pusieron en marcha un proceso revolucionario, una de cuyas plasmaciones concretas fue la incautación de las tierras, ya fuera por el abandono de los propietarios o mediante la utilización de la violencia, y el comienzo de ensayos de trabajo colectivo de estas. Ahora bien, tal y como señala Aurora Bosch, «el ambiente general en el campo valenciano no indicaba precisamente que una revolución imparable estaba comenzando», pues ambas sindicales, CNT y UGT, respetaron las pequeñas propiedades. En todo caso, a pesar de que cuantitativamente las colectivizaciones afectaron a un por...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. PRÓLOGO
  4. AGRADECIMIENTOS
  5. SIGLAS Y ACRÓNIMOS
  6. INTRODUCCIÓN
  7. I. EL SOCIALISMO VALENCIANO EN EL PRIMER BIENIO (1931-1933): DEMOCRACIA, REFORMISMO Y REORGANIZACIÓN
  8. II. EL CAMINO HACIA LA RADICALIZACIÓN DEL SOCIALISMO VALENCIANO (1933-1934)
  9. III. LA CONCRECIÓN DE LA RADICALIZACIÓN (ABRIL-OCTUBRE DE 1934)
  10. IV. LA HEGEMONÍA DEL CABALLERISMO EN VALENCIA (1935-1936)
  11. V. EL CABALLERISMO ANTE SUS ADVERSARIOS (1936-1937)
  12. VI. EL POSCABALLERISMO EN VALENCIA (1937-1939)
  13. CONCLUSIONES
  14. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
  15. ÍNDICE ONOMÁSTICO