Hombres sin atributos
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Masculinidades en la ficción chino-americana contemporánea

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Masculinidades en la ficción chino-americana contemporánea

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Este libro explora los motivos que ocasionaron la aparición y difusión dentro del mundo narrativo de los estereotipos de los hombres chino-americanos como afeminados y emasculados, imágenes todavía vigentes en el cine, la televisión, la publicidad y la literatura. El volumen analiza algunas de las obras de los autores más relevantes de la literatura chino-americana contemporánea: Maxine Hong Kingston, Frank Chin y Ha Jin. El objetivo es examinar las diferencias entre los modelos que resultan obsoletos y estereotípicos de aquellos que puedan ofrecer alternativas viables para las masculinidades chino-americanas. El dialogo entre los planteamientos de las teorías críticas y las obras proponen resultados innovadores, que servirán para evitar la repetición de las tradicionales imágenes negativas y contribuirán a la difusión de nuevos modelos de masculinidad chino-americana.

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Información

Edición
1
Categoría
Literatura
CAPÍTULO III
Hacia otros modelos de masculinidad:
deconstruyendo estereotipos en la literatura chino-americana
My mother . . . said I would grow up a wife and a slave, but she taught me the song of the warrior woman, Fa Mu Lan. I would have to grow up a warrior woman.
Maxine Hong Kingston, The Woman Warrior
Además de los modelos más tradicionales presentes en las novelas tratadas en el capítulo anterior, algunos autores han ido proponiendo masculinidades alternativas que han ayudado a desmontar estereotipos. Los personajes que se estudiarán ahora pertenecen a obras publicadas entre 1975 y 2007, que por sus características, subvierten de alguna manera las imágenes más recurrentes y negativas de la literatura chino-americana. Una vez más, las masculinidades presentes en esta parte son heterosexuales; sin embargo, la teoría queer será útil para algunos de sus análisis. Aunque ciertos autores defienden que la teoría queer debe referirse únicamente a individuos cuyos intereses sexuales se centren en otros individuos del mismo sexo, como Eve Kosofsky Sedgwick (Tendencies 8), lo queer puede ir más allá.1 De hecho, como asegura Sedgwick, otros autores como Richard Fung o Gloria Anzaldúa han comenzado a conectar lo queer con los conceptos de raza o etnia (9), por lo que dicha argumentación puede resultar especialmente efectiva en el caso de la masculinidad chino-americana. Por otro lado, también emplearé la teoría post-estructuralista para deconstruir la idea de masculinidad con el fin de desmantelar su funcionamiento y tratar de abrir sus horizontes y limitaciones. Finalmente, las teorías de Judith Halberstam y Jean Bobby Noble en torno a la masculinidad femenina también jugarán un papel primordial en este capítulo.
Las masculinidades chino-americanas han sido un reflejo y respuesta constante a la influencia que la masculinidad estadounidense y, por lo tanto, occidental ha tenido en ellas. ¿Qué es lo que hace que nuestras sociedades occidentales sigan rigiéndose por un sistema patriarcal en el que el hombre blanco y heterosexual de clase media sigue ocupando el lugar central y privilegiado? Drucilla Cornell utiliza la teoría de Hannah Arendt acerca de la polis para explicar la perpetuación de la jerarquía de género. También se apoya en la teoría deconstructiva de Derrida, a partir de los planteamientos de Jacques Lacan, para redefinir el género. La polis, de acuerdo con Arendt, está basada en el patriarcado que, a su vez, se nutre de la igualdad basada en la separación de, por un lado, la libertad, encarnada por los que gobiernan la polis, y, por otro, la necesidad, que entraña lo doméstico e incluye a las mujeres (Cornell, Transformations 161). Para poder alcanzar el ámbito de la libertad, fue necesario que en primer lugar el hombre adquiriese el control de la necesidad, a través de la subordinación y la obediencia, para lo cual hacían falta esclavos, lo que dio lugar a la esclavitud de las mujeres (160). De esta manera, los hombres consiguieron acceder a la libertad y al dominio de la polis tan solo una vez alcanzado el dominio de la necesidad y, por lo tanto, de las mujeres. Este equilibrio entre estos dos dominios, libertad y necesidad, explicaría el éxito del patriarcado.
Sin embargo, esta teoría no sirve para comprender por qué, tras tantos años de lucha, todavía no se ha logrado la igualdad para las mujeres. El psicoanálisis y las teorías propuestas por Lacan resultan de gran utilidad para comprender este problema. Según el psicoanálisis, el complejo de Edipo trae consigo la herida narcisista, la cual ocasiona que el niño/a se de cuenta de que la madre quiere al padre, no a él/ella, lo que le lleva a pensar: ¿qué tiene papá que mamá desea? La respuesta es el falo, que encuentra significante en el pene (Cornell, Transformations 163). En el caso de los niños, la identificación con el padre es sencilla; pero para las niñas, el hecho de que su sexo biológico las haya desvalorizado genera resentimiento hacia la madre y acaba ocasionando que sean repudiadas y, por lo tanto, consideradas inferiores (164). Por otro lado, “what Lacan helps us understand is why, once this story becomes cultural ʻtruth,ʼ it becomes so unshakable” (163). De esta manera, la continua repetición de este proceso en la sociedad hace que, poco a poco, su desmantelamiento se torne cada vez más complicado.
Lacan, además, defiende que esta identificación con el padre no está basada en nada real, sino que es una fantasía, con lo que “masculine privilege is a masquerade, a sham, and in no case grounded on any natural fact” (Cornell, Transformations 164). De esta manera, ¿cómo se podrían eliminar las desigualdades entre hombres y mujeres? Derrida ofrece una posibilidad a través de su teoría: el carácter performativo del lenguaje2 define los roles de género a través de la representación de dichos roles, con lo que el significante no tiene poder y, consecuentemente, el lenguaje nos permite jugar y no rendirnos a las determinaciones (165). Por este motivo, su razonamiento es de gran utilidad para la destrucción de las jerarquías de género y merece mayor atención.
Para comprender a Derrida, antes es necesario conocer el post-estructuralismo y a su predecesor, Saussure. Saussure, padre del estructuralismo, pretendía acabar con la idea de que el lenguaje está constituido por una lista de palabras cada una de las cuales se corresponde con la idea u objeto al que designa (Tompkins 734). En su lugar, defendía la arbitrariedad del signo, que está formado por un significante, o imagen mental que el sonido de la palabra evoca al pronunciarla, y un significado, o concepto; esto implica que no hay ninguna relación natural entre significante y significado más allá de la convención (734-735). Además, la identidad lingüística, es decir, la manera en que una unidad del lenguaje se distingue de otras, es siempre relacional y existe gracias a su relación con el resto de unidades (736). De acuerdo con esto, algo obtiene valor “when it is a part of the system within which it becomes articulated in relation to other elements in the system” (737). Por ello, una unidad aislada nunca podría tener ningún valor.
Esta teoría resulta de gran interés a la hora de destruir las jerarquías, especialmente el binarismo de género. En primer lugar, el hecho de que la relación entre un significante y un significado sea arbitraria y, por lo tanto, convencional implica que no hay ningún motivo natural para que lo masculino designe a un hombre y lo femenino a una mujer. Si lo único que ha regido esta asociación ha sido una mera convención social, de la misma manera lo masculino podría haberse referido a cualquier otra cosa, incluido, por supuesto, una mujer. En segundo lugar, el hecho de que una unidad de lenguaje adquiera su valor a través de su relación con otros elementos también ayuda a comprender por qué existen diferencias entre lo masculino y lo femenino, así como por qué uno de estos dos elementos ha logrado mayor valor, o una situación de privilegio, respecto al otro. Si relacionamos esta idea con la explicación ofrecida más arriba acerca de cómo la mujer y, por lo tanto, lo femenino pasa a ser repudiado, podemos deducir el motivo por el cual, finalmente, es lo masculino lo que pasa a obtener mayor valor y privilegios. Esta idea de que algo obtiene su valor a través de su relación con otros elementos dentro del sistema también se encuentra íntimamente ligada al problema de las dicotomías jerárquicas planteado por Derrida.
Derrida, por su parte, complica la idea de signo algo más en comparación con Saussure. Derrida introduce la idea de “différance”3 para explicar que todos los signos están sujetos a la diferencia y a un aplazamiento constantes (Walton 96). El signo ya no está compuesto por un significante y un significado, como si de las caras de una moneda se tratase, sino que el anti-concepto de “différance” encarna ambos significados al mismo tiempo (97). Lo interesante del signo es que siempre asume la ausencia del concepto al que se refiere, con lo cual opera de manera independiente sin vinculación alguna con una presencia (97). Esto está relacionado con la idea del rastro, es decir, con que el signo siempre lleva la marca de la ausencia de una presencia.
Para concretar estas ideas, es necesario analizar también el contexto concreto en que se desarrollan estas teorías, es decir, el pensamiento occidental. Para Derrida, el pensamiento occidental se organiza alrededor de la idea de estructura, la cual ofrece un centro y, al mismo tiempo, orienta y marca los límites de su alcance (Walton 98). Además, este pensamiento es logocéntrico, es decir, favorece la presencia o habla por encima de la ausencia o escritura, lo que da lugar a toda una serie de dicotomías de términos dentro de las cuales uno siempre tiene el privilegio sobre el otro (99). Estas dicotomías, como toda marca de lenguaje, sobreviven gracias a su repetición y, lo que es más, a la posibilidad de ser repetidas en la ausencia de su referente (Derrida, Limited 10). Esto confirma la naturaleza performativa de la comunicación e que implica que la comunicación tiene un significado intencional, incluso cuando ese significado no tiene un referente con forma de cosa (14). Entonces, ¿cómo podríamos destruir esta estructura que rige el pensamiento occidental para acabar con su centro y con sus límites? Derrida habla de que sería necesario un significado transcendente que fuese externo a este sistema y que, por lo tanto, pudiera paralizarlo (Walton 98). En Occidente, este significado transcendente podría decirse que está representado por la figura de Dios. Sin embargo, dado que el binarismo del pensamiento occidental continúa vigente, lo más lógico es concluir que un significado transcendente no es la respuesta para abandonar este sistema.4
Volviendo al tema del género, la teoría deconstructiva de Derrida ofrece muchas posibilidades. Teniendo en cuenta la arbitrariedad del signo, es decir, que no existe una relación natural ni justificada entre significante y significado más allá de la convención social, se deduce que lo que entendemos por masculino no se corresponde con ningún referente real. Todo es una cuestión de convencionalismo acordado por la sociedad y por el momento histórico, de manera que lo que hoy entendemos como ideal masculino en otro momento o sociedad podría verse, y de hecho se ve, de otra manera. Además, el carácter performativo del lenguaje, es decir, que la definición de roles venga marcada por su representación, demuestra que los signos adquieren su valor debido a su repetición en la sociedad. Teniendo en cuenta estos planteamientos, los géneros y, por lo tanto, lo masculino, son unos artificios instaurados que, sin embargo, también pueden, y deben ser, destruidos o modificados. De hecho, “the psychic subject is . . . constituted internally by differentially gendered Others and is, therefore, never, as a gender, self-identical” (Butler, “Imitation” 727). A pesar de que los parámetros de género estén fuertemente instaurados en el pensamiento occidental, a la vez, también son muy inestables ya que el poder para modificarlos está en las manos de los individuos que los representan. Si estos decidiesen cambiar a través de sus acciones dichos parámetros, los géneros y sus atributos se verían modificados. Sin embargo, no todos los individuos poseen la autoridad necesaria para llevar a cabo tales transformaciones.
En el caso de los chino-americanos es especialmente necesario un cambio en los ideales de género. Al tratar de alcanzar unos atributos masculinos que, en realidad, nunca podrán encarnar porque el resto de la sociedad se lo impedirá al verlos como “otros”, lo único que consiguen es darle más fuerza y legitimidad al modelo patriarcal. De hecho, ni siquiera aquellos individuos que supuestamente cumplan con las normas dictadas por este modelo —como ser heterosexual y blanco, entre otras— lograrán alcanzar este ideal precisamente porque no es más que eso, un ideal. Si bien es cierto que es necesario acabar con los estereotipos, tanto positivos como negativos, con los que se ha venido asociando al hombre chino-americano, la respuesta no está en la imitación de la masculinidad occidental mayoritaria. Es necesario encontrar otros modelos y aproximaciones que puedan constituir alternativas válidas para el momento histórico contemporáneo y que, a la vez, sean positivas y justas tanto con hombres como con mujeres.
La teoría queer puede ayudar a ampliar los horizontes de las masculinidades chino-americanas, puesto que lo que la teoría queer pretende es desmontar el listado de elementos —como nuestro género o el sexo de nuestra pareja— que se suele presuponer a partir de nuestra identidad sexual (Sedgwick, Tendencies 8). Por lo tanto, no hay motivo para excluir a los heterosexuales. De hecho, el uso de lo queer en el caso de los hombres heterosexuales chino-americanos parece estar especialmente justificado. La combinación resultante de ser blanco y heterosexual da lugar a la idealización de este modelo y, consecuentemente, a la exclusión de los homosexuales y de la gente de color (Parikh 869). De esta manera, “the heterosexual formation of Asian-American masculinity is itself queer to the extent that it involves a course of desire and identification that parodies and confuses normative white male heterosexuality” (869). Es decir, la respuesta para subvertir la masculinidad heterosexual y blanca puede encontrarse precisamente en la propia masculinidad chino-americana. Además, esta teoría abre todo un nuevo abanico de posibilidades y va más allá de la dicotomía nativismo/asimilación que resulta bastante simplista. Algunos autores como Lisa Lowe defienden que dicha dicotomía “can be itself a colonialist figure used to displace the challenges of heterogeneity, or subalternity, by casting them [Asian Americans] as assimilationist or anti-ethnic” (“Heterogeneity” 1040).
Por último, es conveniente reflexionar acerca de la posibilidad de desvincular lo masculino de los hombres, de manera que también pudiera asociarse a las mujeres. Teniendo en cuenta que el género no es más que un constructo social, dada la arbitrariedad que existe entre significantes y significados, y como Judith Halberstam afirma en Female Masculinity, “masculinity in the 1990s has finally been recognized as, at least in part, a construction by female—as well as male—born people” (13). El género convierte a los individuos en sujetos de categorías preexistentes, haciéndoles creer que sus efectos son naturales (Noble x); de esta manera, a un sujeto que nazca con un sexo biológico femenino se le hace creer que lo natural es que se comporte y que adquiera una identidad afín a los parámetros dictados por el género femenino. No obstante, “it has now become a site where anatomy, identity, and authority no longer function as synonyms . . . Thus, no man is automatically granted the status of manhood” (x). Por todo esto, la masculinidad femenina5 es algo a tener en cuenta a la hora de deconstruir las masculinidades y proponer alternativas. Además, como ocurre con lo queer, no hay que pensar que la masculinidad femenina deba ser exclusivamente lesbiana (xii). Igualmente sería positivo hablar en términos de androginia, cuyo fin es la liberación de los individuos, de manera que los sujetos puedan escoger sus experiencias sin tener en cuenta las costumbres sociales (Heilbrun x-xi).
El mono en Tripmaster Monkey (1989), de Maxine Hong Kingston
A través de Wittman Ah Sing, el personaje protagonista de Tripmaster Monkey: His Fake Book, Maxine Hong Kingston creó una alternativa masculina moderna en el contexto de los estudios asiático-americanos: el mono. El mono, “the manyfaced hero, the hero of the thousand masks who pulls down the monolithic building of racist stereotyping”, se encuentra a medio camino entre el vaquero de Chinatown y la banana, o el sujeto plenamente asimilado (Simal, “Chinese” 75). Wittman es un chino-americano de quinta generación, dramaturgo, que se propone realizar una obra de teatro para sus familiares y amigos que reviva la tradición teatral asiático-americana. A través de esto, Kingston hace una alusión a la historia cultural asiático-americana y acerca la posibilidad “of a community-building, mythmaking Chinese American art” (Wong 51). Wittman, además, “destabilizes static binary oppositions such as male/female, ethnicity/gender, and racism/sexism through a constant shifting of positions” (Chang 15). Así pues, el mono es la culminación de la búsqueda de una tradición heroica asiático-americana iniciada por Kingston en China Men.
Ah Sing, con su actitud de vaquero de Chinatown, su tendencia anti-orientalista y sus “cowboy boots” (Kingston, Tripmaster 3) es un reflejo directo de Frank Chin. De esta manera, se podría decir que “the novel’s protagonist is Kingston’s textual mediation of the Asian American literary context of which Frank Chin is unquestionably a constitutive part” (Li 67). Además, Kingston juega de manera irónica con las críticas recibidas por parte de Chin a lo largo de la novela, lo que se puede ver incluso en el título, Tripmaster Monkey: His Fake Book. De esta manera, se podría decir que la autora “falsifica” las tradiciones chinas una vez más6 dado que ella ya había escrito “classic Chinese works and [had] integrated them with other Western literary material, from Rilke and Whitman to Kerouac and Frank Chin himself” (Simal, “Chinese” 75).
Asimismo, el protagonista, por un lado, ha nacido y ha sido educado en Estados Unidos y su nombre viene del poeta estadounidense Walt Whitman, algo que actúa como una efectiva nota de humor para contrarrestar el racismo. Por otro lado, su nombre también hace alusión a Norman Asing, “a naturalized US citizen, who, as early as 1855, served as a spokesman of his people by writing to Governor Bigles or California claiming his identity as an American and protesting against racism and the exclusion of the Chinese in America” (J. Wang 102). De esta forma, Ah Sing es un reflejo en sí mismo de esta convergencia entre tradiciones orientales y occidentales; aunque no se trata de cualquier ejemplo de esas tradiciones, ya que Walt Whitman era un poeta gay y Norman Asing un chino-americano decidido a protestar y a exigir públicamente medidas para atajar las injusticias que su colectivo sufría. En cualquiera de los dos casos, el personaje de Wittman está influido por un contexto atípico e incluso queer desde el punto de vista de la sexualidad y de la raza.
Influida por el nacionalismo étnico derivado del Movimiento por los Derechos Civiles de los años 60 y 70, Kingston sustituye el modelo del pionero, que emigra para trabajar como obrero en la construcción del ferrocarril o en plantaciones, por un nuevo prototipo de artista asiático-americano (Li 68-69). El mono es la representación “of a new ʻChina Man,ʼ who redefines the national character of an American” (J. Wang 101). Este nuevo hombre supone todo un reto por ser chino y, al mismo tiempo, no serlo, por ser y no ser estadounidense. ¿Cómo es posible que un chino sea estadounidense y que un estadounidense tenga rasgos chinos? ¿Cómo puede crear una escritora chino-americana un personaje puramente estadounidense?
Al igual que sucede con el género, considerado cuestión de “nature” por algunos y de “nurture” por otros (Jehlen 264), la identidad étnica también es motivo de debates. Mientras que unos defienden su carácter esencialista, es decir, que cada individuo nace con una identidad determinada, otros defienden que dicha identidad se construye socialmente. El constructivismo, no obstante, comienza a ganarle terreno al esencialismo, ya que muchos comienzan a considerar que este último designa “an insidious neocolonial strategy of social containment that makes ʻsimplistic or universalizing assumptions about domination and uncritically assumes the possib...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Dedicación
  6. Índice
  7. INTRODUCCIÓN
  8. CAPÍTULO I: ‘The Sick Man of East Asia’: historia y evolución de las masculinidades chino-americanas
  9. CAPÍTULO II: Mariposas, vaqueros de Chinatown y bananas: modelos clásicos de masculinidad en la literatura chino-americana
  10. CAPÍTULO III: Hacia otros modelos de masculinidad: deconstruyendo estereotipos en la literatura chino-americana
  11. CONCLUSIÓN: El eterno diálogo de las masculinidades
  12. Bibliografía
  13. Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
  14. Contraportada