Beatas
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Beatas

Mujeres espirituales valencianas en la Edad Moderna

  1. 280 páginas
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Beatas

Mujeres espirituales valencianas en la Edad Moderna

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El objetivo de este libro es analizar el mundo de unas mujeres que no aceptaron enclaustrarse y que decidieron vivir solas o en comunidad con otras mujeres, manteniendo su libertad de movimientos y autonomía, pero sujetas a los superiores de las terceras órdenes religiosas en las que profesaron. Algunas fueron criticadas por su forma de vivir, pero la mayoría consiguieron el reconocimiento social en vida. Fueron utilizadas o se dejaron utilizar por confesores o clérigos para sus fines particulares o para prestigiar la orden religiosa a la que pertenecían, aunque, en ocasiones, mostraron su voluntad de autonomía obligando a sus confesores a aceptar su modo de vida y sus experiencias espirituales. Fueron mujeres que trabajaron para sustentarse o que administraron sus rentas, solidarias con los más necesitados, empeñadas en una vida de recogimiento, de ascetismo y de contemplación espiritual. Con frecuencia, mujeres acosadas por padres, por maridos y por eclesiásticos. Mujeres cautas e inteligentes, que sabían los peligros a los que podían exponerse y que hicieron creíbles sus experiencias espirituales a la sociedad.

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Información

XII. BEATAS ESCRITORAS
No hay entre las mujeres estudiadas ejemplos de escritoras similares, no ya a Teresa de Jesús, sino tampoco a otras autoras que destacaron por sus escritos como sor María de Jesús de Ágreda,1 sor Hipólita de Jesús Rocabertí2 o sor Úrsula Micaela Morata, por citar solo algunas de las más conocidas.3 La mayor parte de los escritos de las monjas y también de los que existen de las beatas fueron escritos por mandato, es decir, que sus confesores y guías espirituales las obligaron a escribir las experiencias espirituales de sus vidas.4 La bibliografía sobre ello es abundante y una parte se ha referido.5 Pero mientras que las monjas son empujadas por sus confesores a la escritura, la beata, que en muchos casos no sabe escribir, se convierte también, por obligación del confesor, en transmisora de su vida y de sus experiencias espirituales. Por tanto, como la monja, «su palabra se convertía en testimonio, sus anotaciones se empleaban como elemento que permitía sancionar la verdad y la ortodoxia de su experiencia; al tiempo que eran utilizadas como materiales para la redacción de futuras biografías, normalmente redactadas por un sacerdote con fines ejemplarizantes».6 En el caso de las monjas, cuando estos escritos se transformaron de la mano de los biógrafos en hagiografías, de un modo u otro, esta literatura sirvió para abrir la clausura de los conventos «y el público pudo entrar en ellos».
Está claro que lo que ofrecían [las hagiografías] es el modelo «ideal» de monja, pero también, al mismo tiempo, nos proporciona la imagen de otras realidades. Cuando se lee, por ejemplo, el comportamiento extraordinario de una monja perfecta que se humilla ante las burlas o afrentas de otras compañeras y soporta todo eso con humildad admirable, vemos dos realidades: la perfecta, y la otra –la de esas otras monjas burlonas ante la perfección–. Y esta otra también se ponía a los ojos del público. Fueron textos, por lo tanto, que desenclaustraron a las mujeres que se suponen enclaustradas. No dejaron en esta medida de ser una agresión a los dictados de la clausura, porque sacaron de la clausura la vida de aquellas monjas.7
En el caso de las beatas, no hay tantos ejemplos de escritos suyos como en el de las monjas, pero cabe referir, entre otros,8 los que se conocen de santa Rosa de Lima, de la beata Quintana, estudiada por Sánchez Ortega, de María Ajofrín relatados por Ángela Muñoz, algunos de los que referiremos atribuidos a las beatas valencianas, como los de Margarita Agulló e, incluso, en la transición del siglo XVIII al siglo XIX, el ejemplo de la beata Mariana Cuñat de Benifairó de la Valldigna.9
En pocas ocasiones figuran en las biografías de las beatas datos referidos a sus escritos o lecturas, lo que nos induce a pensar que, salvo casos excepcionales, muchas de ellas no sabían escribir y leían con dificultad, pero ello no fue óbice para que transmitieran oralmente sus vivencias personales y sus experiencias espirituales a sus confesores, que fueron los encargados de escribirlas. Así pues, independientemente ahora de la mayor o menor fidelidad de los confesores a la transcripción de los testimonios que escuchaban, es precisamente la oralidad, la capacidad de narrar oralmente, lo que hay que reseñar como un mérito singular de las beatas. Porque si la mayoría no sabían escribir y les costaba leer, sin duda demostraron una gran capacidad intelectual a la hora de transmitir su imaginario espiritual a sus confesores por medio de la palabra.10 Las beatas, en este sentido, no innovaron, sino que siguieron el mismo modelo que ya había transmitido Catalina de Siena. Ella «apenas sabía escribir y leía con notables dificultades». «La transmisión de su saber procede de la oralidad, como espacio de la palabra femenina, que pasa siempre por la lengua materna, por la voz, como lenguaje primero que aprende a reconocer el niño desde el propio vientre, pero también como espacio de expresión de los que no escriben».11
Gerónima Dolz no sabía escribir y leía con mucha dificultad. Se narra también que su voto personal de virginidad fue escrito con la ayuda de la divinidad. A pesar de ello, para librarse de una de las tentaciones, según su biógrafo, la beata le arguyó al demonio con unas palabras de santa Teresa: «Diré entonces con Santa Theresa de Jesús, que si llevo camino torcido, me aparten de él, y me enseñen por donde he de caminar segura, para encontrar a mi Dios; y si voy bien, le daré mil gracias por tan singular misericordia».12
De Luisa Zaragozá se afirma que para conseguir una mayor perfección la avivaba con la «continua lección de Libros, que por su saludable doctrina sirviessen al desengaño, estimulassen a la santidad, y dirigiessen las almas a la perfección». Sin embargo, no está claro si ella los leía o se los leían a ella, pues, de inmediato, el biógrafo añadió:
Por esto solía, mientras se ocupava en la labor, rogarle a su abuelo Pedro Rico, leyesse algún rato en las utilíssimas obras, de el P. Fr. Luis de Granada, cuyas sentenciosas máximas, y eficazes consideraciones las contemplava devota, alegrándose sumamente quando ocurría algo de la Sagrada Passión, por experimentar que en tan dolorosos passos se enardecía fervorosa con la compassión, su ternura, y afecto.13
Luisa, cuando todavía no sabe leer, escucha lo que le lee su abuelo. Completa de este modo su educación femenina con un elemento más, después de sus labores y sus quehaceres domésticos; pero los libros que le leen son casi siempre libros de santos o de varones ilustres por su ejemplo que contribuyen a su formación de mujer. Al final del relato, resulta claro que Luisa sí que sabía leer pues, cuando no encontraba quien le leyera, lo hacía ella misma; incluso se afirma que aprendió a leer fácilmente «hasta el idioma Latino». A su biógrafo, no obstante, le chocaba que siendo ella de ingenio vivaz y tan hábil, «aun para los humanos negocios», jamás quisiera aprender a escribir, aunque supiera firmar con su nombre. Cosa ciertamente asombrosa, y más aún porque, pidiéndole su confesor que aprendiera a escribir, se aprestó a ello, pero «como las cosas que el Cielo no ordena, el mismo Cielo las impossibilita, al instante que tomó la pluma, y comenzava a formar las primeras letras, advirtió una sombra negra que le cubría el papel». La beata perseveró en su intento y le volvió a suceder tres veces lo mismo, con lo que extrañada le dijo al Señor en la oración: «Señor, qué es esto? Si no queréis que aprenda, manifestadme vuestra voluntad: pronta estoy a cumplirla». Y, entonces, quedándose suspensa, oyó una voz que le decía: «Hija, no quiero que aprendas a escribir; para que se escrivan por mano agena las obras que haré en ti; porque no se entienda que tú lo has sacado de los Libros». Después, cuando se lo explicó a su confesor, quedó «pasmado de tan rara fineza», y le revocó su mandato, «y no descuidó de notar con más aplicación, y desvelo los portentos admirables que iva observando en aquella venturosa alma, que al passo que parece impedía el publicar sus favores, assegurava más creíbles sus noticias, y más acrisoladas sus virtudes».14
Dios no quiso que Luisa aprendiera a escribir, lo que multiplicó el trabajo de su confesor, pues la transmisión oral con que la beata le narraba sus experiencias le obligó a escribir 14 cuadernos desde 1673 hasta 1705. Nada, por otra parte, extraño en la vida de las beatas, pues otros confesores o guías suyos escribieron con profusión sobre las experiencias espirituales que ellas les narraban oralmente. Pero, aunque Luisa no supo escribir, en su biografía figuran dos cartas espirituales que ella dictó a su confesor para que fueran remitidas a dos personajes particulares, un eclesiástico y un secular, donde, sin ambages, les reclamó que cambiaran la vida que llevaban.15 La primera, dirigida a la persona eclesiástica, cuyo nombre el biógrafo esconde, aunque figuraba en la carta, es verdaderamente osada y decía así:
Indigníssimo Sacerdote, e indigníssimo de las misericordias de Dios. Oiga V. m. un recado, que le trae una alma miserable, y pecadora, del Tribunal de la rigurosa justicia de Dios, Juez rectíssimo, y universal de vivos, y muertos; y aunque es de el Tribunal de la Justicia, no dexa de ser misericordia, pues pudiéndole castigar Dios, y condenarle de repente a V. m. le avisa para que se guarde. Estando yo en oración, quiso nuestro Señor me viniesse V. m. a la memoria para rogar a nuestro Señor por V. m. siendo assí que no sé que huviera pensado en V. m. en quatro, o cinco años ha, y encomendándole a V. m. al Señor, me vi en un desierto, donde vi al amantíssimo Redentor de las almas entre gran multitud de pecadores que juntamente le perseguían, y huían de su inmensa bondad, cometiendo grandes pecados, y haciendo el sordo a sus amorosas vozes, y santas inspiraciones. Y entre aquellos enemigos de Dios vi un grande monstruo, horroroso, y espantoso gato negro, y díxome el Señor era V. m. y que más monstruosos, feos, y horribles eran los pecados de V. m. que lo era aquel espantoso animal que mirava, y díxome el Señor que le escriviera a V. m. o le hiziera escrivir (pues yo no sé escrivir) diciéndole en nombre de su Magestad las palabras siguientes: Indigníssimo Sacerdote, y indigníssimo de mis misericordias, dexa ya la amistad del enemigo de tu alma: bastan ya mis agravios: mira por tu alma que tan afeada la tienes con tan horribles culpas, y maldades, y no es tuya, pues yo con el precio de mi Sangre la compré, y hize mía. Quando las criaturas empiezan a dar principio a sus obras, sé yo poner fin, y término en ellas: tus pecados no empiezan aora, que muy antiguos son, y de muchos años: trata de mudar de vida, y de salvarte, si no quieres experimentar el rigor de mis castigos. Esta misericordia de no averte ya condenado, te la hago por mi bondad, y por avermelo rogado la alma que te trae este recado de mi parte.
Y assí, caríssimo hermano de mi corazón, presto, presto, Confessión, Confessión, buena, verdadera, y dolorosa con más lágrimas que palabras, y con tanta diligencia, como si te vieras herido de una herida penetrante de un escopetazo que le rompiera las entrañas, y le passara de parte a parte. Mire que se va ya poniendo el Sol de la vida de V. m. y se le va acabando, y acercándose V. m. a la muerte, y a la eternidad. Mire que temo será este primero, y último aviso. Nuestro Señor le dé a V. m. luz, gracia, y conocimiento por su inmensa bondad para aprovecharse de este aviso; use con V. m. de misericordia, y le guarde dentro de su amantíssimo corazón toda una eternidad. De este Valle de lágrimas, y junio a 27 de 1689. Quien ruega por V. m. al Señor le dé tiempo para salvarse, y le haga perfectamente suyo.16
Se ignora la reacción del eclesiástico al recibir la carta y si descubrió al emisor o emisores de la durísima reprimenda contra su forma de vida, pero es más sorprendente todavía el arrojo que Luisa y su confesor Severino mostraron para idear tan dolorosa invectiva y transmitirla por escrito.
La otra carta, escrita por el cura Severino, pero dictada por Luisa, iba dirigida a un secular. Su origen, como la anterior, se produce estando la beata en oración el día 28 de junio; por tanto, un día después de la anterior. En su visión, Luisa vio a un hombre tan pobremente vestido que por todas partes se le veían las carnes, «las quales tenía tan cozidas, tan tostadas, y negras como el carbón; tan podrecidas, que por todas partes estava manando una pestífera, hedionda, asquerosa, y abominable apostema». Del mismo modo, se le representó el alma del hombre, cuyo corazón estaban royendo «serpientes, vívoras, y otros horribles animales, cuyos nombres ignoro, los quales chupavan aquella pestilencial apostema, de que el cuerpo, y alma de aquel hombre estavan penetrados».17
Después de esta visión, se le comunicaron a Luisa el nombre del personaje y los motivos de la misiva. En este caso, los graves pecados tenían su origen en haber robado la hacienda a los pobres aprovechándose de su poder. Luisa recelaba por si su visión no era más que un engaño del demonio, pero se le apareció el propio Señor «muy maltratado, herido, lastimado, y ensangrentado, y me dixo, que V. m. es quien con sus graves pecados, y maldades le tiene tan amargado, y lastimado como lo veía yo».18 La visión de Luisa era persistente, pues perduró desde el día 28 de junio hasta el mismo día 30 de junio, provocándole determinados efectos de enfermedad, sin poder comer, desmayada, «y sin fuerzas para casi nada».19 Ella se vio forzada a comunicárselo a su director espiritual y a que este escribiera la carta. Incluso suplicó a la divinidad que no la obligara a realizar este trabajo, pero no hubo escapatoria posible ante las imperiosas palabras: «Siempre que te manifestaré alguna desdicha de las almas de tus próximos, y retardarás tú, o tu Padre Espiritual el aplicar las diligencias que yo te mandare para remedio de las almas, os pediré a los dos estrecha cuenta de esta falta, y os castigaré rigurosamente».20
Luisa le comunicó la visión a su confesor y este le pidió que le dijera al Señor qué era lo que tenían que escribir. El miércoles, 29 de junio, por la noche, Luisa, en una nueva visión, recibió el contenido de la carta que el crédulo amanuense-confesor escribirá:
[…] que le escriviera a V. m. todo lo que me avía sucedido, y que le dixera a V. m. de parte de su Magestad que está V. m. rico de maldades, y agravios hechos contra Dios, y tan pobre en lo espiritual, y bien de su alma, como lo estava de ropa al nacer de el vientre de su Madre: que ha de dar a los pobres, y próximos toda la hazienda injustamente ganada, y a su Divina Magestad la alma, a la qual premiará Dios según sus obras: que se convierta V. m. a su Divina Magestad, salga de el estado de condenación en que está, y ponga en execución lo que se le manda; y esto con tanta priessa, como la que tienen los de la casa de un difunto por enterrarle; y assí yo entiendo, que dentro de veinte y quat...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. ÍNDICE
  6. AGRADECIMIENTOS
  7. INTRODUCCIÓN
  8. I. BEATA. UN MODELO DE MUJER
  9. II. BEATAS, BEATERIOSYCONVENTOS
  10. III. ORIGEN SOCIAL DE LAS BEATAS
  11. IV. VIOLENCIA Y ACOSO SEXUAL
  12. V. CONFESORES Y GUÍAS ESPIRITUALES
  13. VI. VIRGINIDAD Y MATRIMONIO ESPIRITUAL
  14. VII. EL SOBERBIO ADVERSARIO
  15. VIII. EL TRABAJO ASISTENCIAL
  16. IX. EL DOMINIO DEL CUERPO
  17. X. EL ALIMENTO DEL ESPÍRITU
  18. XI. LA CONTEMPLACIÓN ESPIRITUAL
  19. XII. BEATAS ESCRITORAS
  20. XIII. BEATAS Y BEATAS
  21. XIV. BIÓGRAFOS Y CENSORES
  22. XV. LA REALIDAD POLÍTICA Y SOCIAL EN LA VIDA DE LAS BEATAS
  23. XVI. MILAGROS Y PROFECÍAS
  24. BIBLIOGRAFÍA