La traumática desolación de los niños
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La traumática desolación de los niños

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La traumática desolación de los niños

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En su libro El Principito, Saint-Exupery se refiere a un niño que venía de un planeta pequeño y distante. Obviamente, él no estaba anticipando la epidemia de los UFO, sino refiriéndose a la distancia que existe comúnmente entre el niño y los adultos, utilizando una brillante y apropiada metáfora. En la introducción del libro sobre Francisco de Asís, Joseph F. Girzone dice lo siguiente: "Como adultos nosotros hemos ya perdido hace mucho tiempo la llave para abrir ese hermoso mundo de los niños. Podemos mirarlo desde cierta distancia… pero ya no podemos más entrar en ese mundo que se ha perdido para siempre. Una vez estuvimos allí, pero en algún momento a lo largo del camino de nuestra vida, hemos perdido la llave de esa puerta que podría abrir ese mundo para nosotros". No pudiendo ya recordar como adultos cómo pensábamos cuando éramos niños –con su espontaneidad, magia y forma omnipotente de deliberar– podemos dejarles completamente aislados, como un inmigrante en una tierra extraña.Este libro intenta comprender cómo los padres al malentender a sus hijos, pueden inducir en ellos significativos sentimientos de desolación y desesperanza, los cuales con los años se convertirán en traumas que permanecerán presentes en forma inconsciente, en todos nosotros, para siempre; los cuales continuarán repitiéndose, utilizando emociones infantiles como formas de razonamiento, induciendo sentimientos de soledad, ansiedad, depresión, fobias y la crónica necesidad de encontrar alguien que les rescate, mediante el poder, la fama, las drogas, el dinero, la religión, etcétera.Este libro presenta un innovador acercamiento, que facilita la comprensión de la segregación infantil y su repercusión en la vida emocional adulta, lo cual resulta de enorme interés, no solo para psicoanalistas y psicoterapeutas, sino y muy importante, para todos los padres.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878362489
Edición
1
Categoría
Psychology

CAPÍTULO I
La teoría: los traumas pre-conceptuales

La razón por la que nos preocupamos por cosas que recordamos, de nuestra historia pasada, no se debe a lo que aconteció –aunque eso podría ser bastante importante por derecho propio– sino por la marca que ha dejado en usted o en mí o en nosotros, ahora.
Bion, Domesticando Pensamientos Salvajes
Este mundo ordenado (cosmos) es mixto de nacimiento: es la descendencia de una unión de Necesidad [estado traumatizado] e Intelecto [estado no-traumatizado]. El Intelecto prevalece sobre la Necesidad persuadiéndola (por Peitho, diosa de la persuasión) para dirigir la mayoría de las cosas y que puedan llegar a ser lo mejor, y el resultado de esta subyugación de la Necesidad mediante una sabia persuasión representa la formación inicial del universo.
Platón, La República
Sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad.
Séneca

Introducción

En la introducción de su trabajo acerca de “Una teoría del pensamiento” (1967), Bion explicó que su contribución era:
creada con la intención de establecer que la práctica del psicoanálisis debería reafirmar la hipótesis que, está compuesto de datos empíricamente verificables (p. 110).
La intención implícita en este primer capítulo tiene una inquietud similar, porque el principal argumento que introduzco expresa: casi todas las formas posibles de patologías existentes, con las cuales hemos de lidiar en la consulta, son siempre una consecuencia inmediata de un trauma de la infancia; ello podría ser empíricamente reafirmado por una data verificable. Es una hipótesis a la cual ya Freud se había referido ligeramente en 1939, en Moisés y el monoteísmo, pocos meses antes de ser eutanizado por su médico, cuando expresó lo siguiente:
Damos el nombre de trauma a esas impresiones tempranas y más tarde olvidadas, a las que damos gran importancia en la etiología de las neurosis. Debemos dejar a un lado la pregunta de si la etiología de las neurosis en general, debe ser considerada como traumática. [Freud, 1939, p. 72]
Fue una lástima que Freud no hubiese podido entonces contestar esta pregunta y hubiese “dejado a un lado” tal presunción.
He definido el trauma como “la condición mental que resulta, cuando un hecho temporal se hace permanente, mediante la compulsión de repetición”. También he considerado la existencia de dos formas de traumas: pre-conceptual y conceptual; los pre-conceptuales son ubicuos y representan aquellos traumas que acontecen en las etapas tempranas de la vida de cada ser humano, cuando no hay una mente capaz de contenerlos y proveerles un significado y cuando el reverie materno falla en su capacidad intuitiva. Podemos ahora repetir lo dicho por Freud (1905) sobre el complejo de Edipo, pero con un ligero giro, “cada individuo al llegar a este mundo, ha de lidiar con la tarea de contener su complejo de Edipo”; a lo cual agregaría: “el cual será siempre modificado por su trauma pre-conceptual particular”.
En anteriores publicaciones he descrito a los traumas pre-conceptuales en la siguiente forma:
Están estructurados diacrónicamente, como una narrativa de presencias ausentes relacionadas, que representan “parásitos” altamente tóxicos y organizados emocionalmente, que habitan en el inconsciente; desde muy temprano, se alimentan de tiempo y espacio, inhiben los procesos de simbolización, se proyectan en todas direcciones y se reproducen incesantemente, determinando, no sólo toda forma de patología sino también la idiosincrasia de cada individuo. (López-Corvo, 2014, p. xxi)
El trauma pre-conceptual representa “conjunciones constantes”1 o hechos que, ocurriendo por casualidad, se repiten por compulsión y siempre determinarán la idiosincrasia particular en todos los individuos. Los traumas conceptuales son accidentales, tienen lugar en un tiempo donde ya existe una mente capaz de contenerlos pero, por alguna razón, falla en hacerlo. Debido a la intensidad del evento, pero también y muy importante, porque el trauma conceptual siempre, inconscientemente, elicita los traumas pre-conceptuales; este es un concepto al cual previamente me he referido como el “entramado del trauma”. (López-Corvo, 2013, 2014)
Los traumas pre-conceptuales dividen la mente en dos estados: el traumatizado y el no-traumatizado. El primero representa la repetición inconsciente compulsiva del trauma pre-conceptual, estructurado por emociones reprimidas, a las que Bion se ha referido como elementos beta. El estado no-traumatizado se caracteriza por el desarrollo natural de la mente desde el nacimiento hasta la adultez y está regido –de acuerdo a Bion– por la función alpha, la cual puede ser definida como la capacidad, en cada ser humano, de pensar pensamientos; en otras palabras, estar capacitado para “digerir mentalmente” los traumas pre-conceptuales y contener las experiencias dolorosas, mediante la transformación de emociones primitivas, en pensamientos lógicos, creativos o elementos alpha.

Estado traumatizado y no-traumatizado de la personalidad

Varios años atrás, en una conferencia sobre Psicoanálisis de Niños, en Bello Horizonte, Brasil, recuerdo haber dialogado sobre la necesidad de hacer una “boda” entre Jean Piaget (psicología cognitiva) y Melanie Klein (psicología de las emociones), a fin de integrar el lado cognitivo y el lado emocional de la mente. Era una idea, presente en Freud hacia 1922, luego de escuchar a Piaget durante el Congreso Psicoanalítico en Berlín. En ese entonces, Freud comenzó a interesarse en las disertaciones de Piaget sobre pensamiento simbólico, dada la similitud que encontraba con su propio trabajo acerca del inconsciente (Piaget, 1961, p. 234). Anthony (1956, 1957) publicó dos artículos sobre el mismo tema, aunque resultaron más críticos que integradores, refiriéndose al trabajo de Piaget como una “psicología sin emociones”. Las contribuciones de Bion han sido determinantes en la aportación de un puente entre cognición y emoción, algo que podemos observar en su trabajo original sobre grupos sin líderes, donde establece la existencia de dos diferentes formas de grupos: grupo de trabajo (cognitivo) y grupo de supuestos básicos (emocional); esta consideración sirvió de base para su trabajo posterior sobre la parte psicótica y no-psicótica de la personalidad. He hecho uso de este artículo (López-Corvo, 2014) para la conceptualización de los traumas pre-conceptuales y la presencia de los dos estados que fragmentan la mente: traumatizado y no-traumatizado. En relación a este tema, he considerado también lo siguiente:
Meltzer (1978), destacó que Bion no discriminó entre la parte psicótica de la personalidad y la psicosis clínica, quizás debido a la influencia de Klein y su consideración de la posición esquizo-paranoide, como representación del punto de fijación para la esquizofrenia. También añadió que no estaba claro si Bion pensaba que esa parte de la personalidad es ubicua o sólo está presente en la persona, quien actualmente presente un desorden esquizofrénico. [p. 26]
Basado en estas afirmaciones y en la experiencia de muchas otras investigaciones psicoanalíticas, al igual que la mía propia, he considerado que la referencia de Bion a “psicótico” y “no psicótico” es una dinámica presente en todos los seres humanos, resultado de eventos traumáticos tempranos no contenidos. A fin de evitar la confusión –como también lo consideró Meltzer– he preferido cambiar el término de “la parte psicótica y no psicótica de la personalidad”, utilizada por Bion, por el de estados traumatizado y no-traumatizado de la personalidad.El estado traumatizado está estructurado por la presencia de emociones inconscientes organizadas acorde a una lógica específica basada en el pensamiento infantil. Este raciocinio estará determinado acorde al tiempo –punto de fijación–, es decir, cuando el trauma pre-conceptual particular se estableció. En otras palabras, el trabajo cognitivo de Piaget representa no sólo el lenguaje del niño, sino también el lenguaje de todas las formas de psicopatología tal como están presentes en el estado traumatizado de todas las mentes; memorias inconscientes no recordadas, a las que Bion se ha referido como elementos beta. La estructura epistemológica del pensamiento emocional en los adultos con frecuencia sigue una lógica parecida a la del niño; en otras palabras, “el lamento de un niño incomprendido, se repetirá a sí mismo, eterna e inconscientemente, dentro de la mente del adulto”. Sin embargo, la diatriba entre cognición y afecto no es una preocupación actual; estaba ya presente en la mente de Platón cuando éste, a través de Timeo, sostenía que en el concepto del cosmos había una interacción dialéctica entre dos supuestos elementos: “Intelecto” (Nous = nouσ) y “Necesidad” o Destino [Ananké = Anankh]. Platón aseguraba lo siguiente: “Este mundo (cosmos) organizado, es producto de un nacimiento mixto: es el hijo de la unión entre la Necesidad y el Intelecto. El Intelecto prevalece sobre la Necesidad mediante la persuasión de ésta, (Peito, diosa de la persuasión), conminar a la mayoría de las cosas a convertirse en algo mejor y el resultado de esta subyugación de la Necesidad a la sabia persuasión fue la formación inicial del Universo”2.
Podemos encontrar alguna semblanza entre esta afirmación hecha por Platón sobre el “universo externo” y la descripción de Bion acerca de la interacción dialéctica entre los mundos beta y alfa, relacionados al “cosmos interno”, donde el predominio de beta podría ser equivalente a la “necesidad”, expresada a través de la repetición a la compulsión, mientras que el mundo alfa correspondería al predominio del intelecto mediante el uso de la función alfa. Una diferencia interesante entre Platón y Bion radica en el uso del término persuasión por parte de Platón y digestión por parte de Bion, para explicar cómo el “intelecto” contiene a la “necesidad”, acorde a Platón y la función alpha a los elementos beta, según Bion.
Previamente he descrito a los traumas como el resultado de un evento temporal que se hace permanente, similar al modo como las antiguas huellas de los dinosaurios quedaron labradas para la eternidad. Imaginemos a un dinosaurio sediento, quizás un tiranosaurio, que un día cualquiera caminaba lentamente hacia la orilla de un lago a fin de calmar su sed; 180 millones de años más tarde, tormentosos aguaceros revelaron huellas estampadas en la piedra caliza que develaron los pasos de este inmenso cuadrúpedo en aquel particular paseo matinal. Podría haber sido un evento regular, un acto repetido por el tiranosaurio, aunque esta vez la conjunción de una serie de variables se conjuraron para preservar sus huellas. Quizás el peso enorme del animal junto a las condiciones del tiempo –temperatura, grado de humedad, cualidad de la arena, etcétera– se congregaron para preservar aquel rastro para siempre. Hoy día, cuando el lago no existe más y los dinosaurios han desaparecido de la faz de la Tierra, esas huellas, producto de un instante rutinario, se han preservado para la eternidad; en otras palabras, aquello que pudo haber sido un evento temporal se convirtió en un hecho permanente; una ausencia abrumadora se transformó en una presencia indeleble.He considerado (López-Corvo, 2013, 2014) la existencia de dos diferentes formas de trauma: 1) una universal, a la que he denominado trauma pre-conceptual, presente en la mente de todo ser humano, que acontece en los primeros años de la vida. 2) La otra forma la he denominado trauma conceptual, el cual es particular, individual, accidental y tiene lugar en un periodo más tardío, cuando hay una mente que falla en contener los hechos provenientes de una realidad traumática sobrecogedora3. Debido a la falla del mecanismo de “prueba de realidad”, siempre existe un entrelazamiento emocional continuo entre el trauma conceptual y el pre-conceptual.
He definido al trauma pre-conceptual (López-Corvo, 2014), como un hecho que tiene lugar en todos los individuos, durante los primeros años de sus vidas, cuando la “ausencia” de un objeto primario esencial –la madre, por ejemplo– se transforma en una “presencia permanente”, cuando la mente rudimentaria del niño y la capacidad de la madre de entender intuitivamente la angustia de su hijo (rêverie, como Bion lo ha definido), fallan en contener la ausencia. Similar a las huellas del dinosaurio, la posibilidad que esta ausencia del objeto se transforme en una presencia crónica y duradera, dependería de una ecuación imaginaria entre el impacto en particular de la experiencia traumática y la capacidad del ambiente para contener tal pérdida y ser capaz de transformarlo en un incidente inofensivo e insignificante, o lo contrario.
Los traumas pre-conceptuales son consecuencia de tres factores principales: i) la discrepancia entre la superioridad de los padres y la indefensión del niño; ii) los padres son gente común, no “escogidos por Dios” para ser padres, aunque el mecanismo de idealización que los niños proyectan en sus padres, les induce a tal creencia; iii) la soledad e impotencia, inducida muchas veces por la incapacidad del adulto para seguir la lógica infantil y no poder comprender su particular idiosincrasia y su forma de razonar. Un ejemplo clínico podría aclarar este argumento: Una joven consultó porque su pequeño hijo de tres años había comenzado a orinarse por todas partes después de que su padre “desapareció”; quien había salido repentinamente de la ciudad por motivos de negocios, sin darle al niño ninguna explicación; éste, frustrado y lleno de ira, pensaba que su padre lo había abandonado porque él no era bueno. En estos casos, la madre debe decidir si ella desea q...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Dedicatoria
  4. Agradecimientos
  5. Prefacio
  6. Capítulo I. La teoría: los traumas pre-conceptuales
  7. Capítulo II. Ataque al aparato conceptual de la infancia y sus consecuencias en la edad adulta
  8. Capítulo III. El “estado traumatizado” se estructura siguiendo lógicas de la epistemología infantil
  9. Capítulo IV. Cómo piensan los niños
  10. Capítulo V. Estado traumatizado y su compulsión a repetir como una forma de defensa
  11. Capítulo VI. La desolación en el corazón del trauma pre-conceptual
  12. Capítulo VII. La trampa traumática
  13. Capítulo VII. Esperanza de la venganza versus esperanza de la renuncia
  14. Capítulo IX. Exceso de madre y ausencia de padre, desolación y la fantasía del “falo fecal”
  15. Capítulo X. Desolación, sentimiento de no existencia y necesidad de un “rescatador”
  16. Capítulo XI. El rescatador como solución inconsciente a la desolación
  17. Capítulo XII. La desolación y el complejo de Edipo: los padres como “rescatadores”
  18. Capítulo XIII. Por qué la autoenvidia
  19. Referencias
  20. Sobre el autor
  21. Sobre este libro
  22. Otros libros de Rafael E. López-Corvo
  23. Créditos