PIEDRAS, BARRICADAS Y CACEROLAS
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PIEDRAS, BARRICADAS Y CACEROLAS

Las jornadas nacionales de protesta Chile 1983-1986

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PIEDRAS, BARRICADAS Y CACEROLAS

Las jornadas nacionales de protesta Chile 1983-1986

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Este es un libro muy necesario. Cuenta la historia de la experiencia de movilización de toda una generación que entre los años de 1983 y 1986 protagonizó la protesta social contra la dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet. Recupera las voces y la "energía creadora de las masas". Sus páginas evocan vívidamente la tensión, los apagones, los gritos y consignas, el olor a neumático quemado, la adrenalina, la rabia, la capacidad organizativa y la solidaridad de un pueblo que combatió a la dictadura con valentía y convicción. Es la historia de los invisibles de la transición pactada.

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Información

PRIMERA PARTE
SENTIMIENTO DE INJUSTICIA, IMPULSO RADICAL Y ORGANIZACIÓN MULTIFACÉTICA
Parque O’Higgins, 18 de noviembre de 1983 (ADVS).
CAPÍTULO I
LA TRANSFORMACIÓN NEOLIBERAL DE LA VIDA Y DEL TRABAJO
Hasta 1973, Francisco Leiva fue un obrero tejedor, un orgulloso tejedor y dirigente sindical de la fábrica textil Paños Tomé, la primera en su rubro en ser expropiada por el gobierno de Salvador Allende y puesta en manos de los trabajadores. A Francisco le llamaban Hermano Leiva por su espíritu evangélico y por andar impecablemente vestido, aunque, según él, compartía esta característica con el resto de sus compañeros, habitantes de un pueblo cuya identidad colectiva estaba muy ligada a la fábrica: “El trabajador textil se notaba aquí y en cualquier parte donde llegara. Cada trabajador tenía tres paños al año y andaba bien arregladito, con sus trajes impecables”.
Después del golpe militar, la represalia que tomó la administración de la fábrica contra él le partió el alma de obrero forjada durante 21 años de trabajo.
Un día me dijeron: “Usted deja sus máquinas y pasa al barrido”. Colocaron a otro en las máquinas y yo tuve que barrer. No me hice problema por el trabajo porque eso no me afrentaba. La injusticia sí que afecta… Me sentía muy humillado, humillado porque no se podía opinar nada. El jefe de turno decía que había que limpiar tres, cuatro máquinas y había que limpiarlas… Si yo le decía al jefe de sección: “Mire, señor, yo quiero que me devuelvan mi trabajo” hasta ahí no más llegaba. Lo denunciaban a uno y lo mandaban a cambiar… uno tenía que soportar tanta cosa, ¡tanta injusticia!
La desprotección en las relaciones laborales, la humillación y la explotación redoblada dentro de los marcos de un trabajo precario e incierto, sumadas a la persecución y desmantelamiento de las organizaciones sindicales, políticas y sociales fue un destino que les estaría deparado a cientos de miles de trabajadores chilenos. Ellos y sus familias pagarían los costos de la nueva acumulación de capital: “A mí me pasó primero que a otros por la persecución –advierte Leiva–, pero con el tiempo les fue pasando a todos, porque se empezó a abusar con la gente y se le empezó a pagar lo que al jefe o al empresario se les ocurría”1.
Si bien al comenzar la década de 1980 el concepto de neoliberalismo no estaba popularizado, no se llamaba así ese sentimiento de agravio nacido de las modificaciones que estaban removiendo la vida en distintos ámbitos, pero desde 1975 una sociedad era reordenada bajo preceptos que entrañaban un profundo cambio estructural. Se trataba de un proceso de despojos que con distintas intensidades y tiempos marcaba trasformaciones profundas en el trabajo, en la ocupación del espacio, en las formas de convivencia y en las múltiples expresiones de la vida social. Si al finalizar el ciclo dictatorial las cifras de crecimiento macroeconómico sostenido desde 1985-19892 permitían a Augusto Pinochet jactarse de entregar una economía vigorosa, competitiva y proyectar una imagen de país exitoso que se propagó en el extranjero y que aún persiste en algunos medios, poco se sabe o –más bien– poco se quiere recordar de los enormes costos sociales que significó la instauración de las recetas neoliberales.
Durante largos años los mayores costos del nuevo modelo de acumulación recayeron sobre los trabajadores y sectores más desposeídos. El propio Rolf Lüders, ministro de Economía y de Hacienda entre 1982 y 1983, reconoció años más tarde: “No estoy seguro, y lo afirmo con toda honestidad, si la población habría aprobado la transformación económica que se inició a finales de 1973 si se hubieran conocido exactamente los sacrificios que tuvo que hacer durante estos veinte años para alcanzar los logros actuales”3.
No solo no lo aceptaron pasivamente, sino que contra la dictadura y el nuevo proyecto societal que se imponía se desarrolló un importante ciclo de rebelión popular conocido como las protestas. En ellas el sentimiento de agravio experimentado por Francisco Leiva, al igual que el de otros miles de hombres y mujeres, activó una lucha callejera y una socialización política cuya reconstrucción será el horizonte de este trabajo. Es por ello que como primer puerto nos concentraremos en analizar las principales transformaciones y consecuencias sociales experimentadas a partir de la reorganización neoliberal de la sociedad chilena.
Primera tarea: ordenar la casa (1973-1975)
Como primera condición, la reestructuración del capitalismo en Chile requirió despejar el camino de un movimiento popular organizado que había sintetizado su trayectoria en la elección del presidente Salvador Allende. La tarea fue perseguir y eliminar al enemigo interno: los trabajadores organizados y sus gérmenes de rebeldía. La primera idea-fuerza de la Junta Militar –que coincide plenamente con las reformas estructurales de corte económico– fue la necesidad de despolitizar la sociedad. En ello no solo fueron explícitos, sino reiterativos. Prestemos atención a las siguientes palabras, advertencias y mandatos de la Junta Militar:
Las Fuerzas Armadas y de Orden no fijan plazo a su gestión de gobierno, porque la tarea de reconstruir moral, institucional y materialmente al país requiere de una acción profunda y prolongada. En definitiva, resulta imperioso cambiar la mentalidad de los chilenos… Para perfeccionar y desarrollar un legítimo poder social es necesario: asegurar la independencia y despolitización de todas las sociedades intermedias entre el hombre y el Estado. Particular importancia dentro de estas tienen las agrupaciones gremiales, sean ellas laborales, empresariales, profesionales o estudiantiles4.
Desde fines de 1973 se inició gradualmente un experimento monetarista que iría adquiriendo mayor radicalidad y profundidad en tan solo un par de años. La primera tarea del llamado Plan de Normalización inicial fue corregir las “diversas anomalías del pasado”. Las reivindicaciones del capital fueron en primer lugar y sobre todo antiestatistas, verdadero estorbo que asfixiaba su crecimiento y mermaba las ganancias. Para revertir el cuadro, estabilizar la situación y controlar la inflación, las nuevas autoridades económicas concentraron la crítica contra la nociva “cultura del reparto” estatal, decretaron la liberación de precios y salarios, la reducción de gastos gubernamentales y el aumento de tributos para reducir el déficit del sector público. Se rebajó el gravamen sobre las utilidades de las empresas y fueron abolidos los que recaían sobre el patrimonio y ganancias del capital. Paso siguiente, se dispuso de los mecanismos necesarios para restaurar los derechos de propiedad a través de la devolución de tierras consideradas ilegalmente ocupadas y de empresas intervenidas o requisadas.
En 1974, 257 empresas y alrededor del 30% de la tierra expropiada “ilegalmente” por el Estado fueron devueltas a sus antiguos dueños; el 20% fue rematada entre habitantes no rurales, y otra parte fue parcelada y distribuida individualmente entre campesinos. No obstante, para 1978, el 40% de esas tierras ya habían sido vendidas o arrendadas por la dificultad que representaba para las familias campesinas mantenerlas debido al alto costo de los créditos y al escaso o nulo apoyo estatal en asistencia técnica. Cerca de un tercio de esos campesinos se vieron obligados a vender y trabajar para los nuevos dueños.
Otro masivo traspaso de recursos públicos a manos privadas, pero con transacción monetaria de por medio, se inició con la primera oleada de privatizaciones concretada entre 1974-1978. Si en 1973 alrededor de 400 empresas y bancos se encontraban en la esfera pública, en 1980 solo había 45. Paradójicamente, le correspondió a la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), creada en 1939 para promocionar el desarrollo e industrialización del país dentro de la lógica de sustitución de importaciones, llamar a licitación pública para privatizar sus empresas, en la cual cualquier individuo o grupo, nacional o extranjero, podía adjudicárselas con un enganche de solo un 10 o 20% del valor estipulado. El resto sería cancelado en cuotas trimestrales.
Al parecer, el dueño estaba apurado por vender, los precios eran bajos y las condiciones de pago sin duda extremadamente ventajosas, pero corría 1975 y Chile se encontraba bajo una fuerte depresión económica. En tales circunstancias, ¿quiénes estaban en condiciones de adquirirlas?: los grupos asociados al capital internacional que contaban con acceso al crédito externo. Estos pidieron grandes préstamos para adquirir las empresas y, de paso, otorgar créditos internos que les serían redituables gracias a las altas tasas locales. Eran pocos y en esas contadas manos terminó concentrada la propiedad.
La participación privilegiada del sector empresarial, en particular constituido por las grandes empresas y sector financiero, estimuló la reorientación de los recursos y la capacidad empresarial desde las actividades netamente productivas hacia la especulación financiera y actividades comerciales vinculadas a la especialización en la producción y explotación de recursos naturales de aquellos bienes en los cuales el país tenía ventajas comparativas. Gracias a este proceso de adquisición, los grupos mutaron en poderosos conglomerados financieros que controlarían buena parte del sistema bancario, las llamadas “financieras”, y a través de sus numerosas compañías asociadas, una fracción cada vez mayor de los sectores manufacturero y agroexportador5. Presenciamos el surgimiento de un nuevo bloque de poder económico que al alero de la intervención militar moldeará la nueva forma de dominación neoliberal en Chile6.
Segunda tarea: una transformación radical (1976-1982)
Con este camino andado y el fortalecimiento de nuevos sectores líderes, en marzo de 1975 se inició el tiempo del neoliberalismo radical u ortodoxo. Es cuando el gobierno definió los marcos de su política societal a largo plazo y diseñó un plan institucional coherente para realizarlo inspirado en lineamientos ideológicos de un grupo de tecnócratas graduados de la escuela de Economía de la Universidad de Chicago, conocidos como los Chicago Boys. Ellos traían consigo la visión casi romántica de salvar a Chile y modernizar su economía; aseguraban tener la formación técnica, la decisión y el talento para ello. Entre sus fortalezas estaba la desconfianza absoluta hacia lo político, punto de coincidencia plena con el mando militar.
Con la entrada en vigencia de las llamadas políticas de shock se inició “la reconstrucción económica más sustancial de país en el siglo XX”7. Este proceso ya no es una profundización del Estado burocrático-autoritario en el sentido que plantea O’Donnell, sino, como argumentan Moulian y Vergara, se trató de una reestructuración capitalista con carácter de ruptura8. En términos generales, las reformas estructurales se dispusieron a perfeccionar una política económica que asegurase el ajuste automático de la economía chilena a los ciclos internacionales, en la cual las autoridades no tuviesen la necesidad de intervenir. Por otro lado, durante 1975, los gastos gubernamentales llegaron a reducirse en un 27% en términos reales, especialmente en el área de inversión pública, y los salarios experimentaron un deterioro adicional al modificar la base de referencia para calcular el monto de los reajustes compensatorios. El empleo se estancó y la desocupación no terminó de incrementarse hasta alcanzar cifras históricas en 1983, que bordearon el 31,3%. Fue una tragedia. Escuchemos la voz de la pobladora Graciela Pérez, que durante estos años había vivido la larga cesantía de su esposo y el hambre de su familia:
Patricio salía a buscar y no encontraba nada. Llegué a pensar que era flojo y que no quería trabajar… En las noticias hablan de gente que han torturado; yo creo que nos han torturado a todos igual, lo han hecho de diferentes maneras, pero para todos ha sido una tortura. ¡Hemos soportado tanta, tanta miseria!9.
También Francisco Leiva daba cuenta de una explotación laboral soportada por miedo a quedar cesante:
Era mucho trabajo y, además, estaba mal alimentado… si hubiera sido solo, a lo mejor me hubiera mandado a cambiar de inmediato. Pero con la familia no se podía… Por el hecho de pasar al barrido gané el puro mínimo, lo que no alcanzaba para la casa porque tenía a los cinco hijos estudiando10.
Paralelamente, la economía chilena fue inyectada con cuantiosas divisas. Debido a las máximas facilidades y garantías para ingreso de capital extranjero, en 1980 los préstamos externos a los bancos se más que triplicaron. Desde junio de 1979 las reservas internacionales van creciendo, el déficit fiscal desapareció por completo y la economía da muestras de estar recuperándose de la recesión. Los años 80-81 fueron los del “milagro económico chileno”, tiempos de optimismo y de sonrisas financieras. Según la cifras, el panorama era prometedor. Los chicos de Chicago, sus maestros Milton Friedman y Arnold Harberger y las recetas revolucionarias aplicadas en el largo país sudamericano acapararon la entusiasta atención de la prensa estadounidense. En este año apareció la primera tarjeta de crédito en Chile junto con tentadores productos extranjeros. Televisores japoneses, ropa de marca, perfumes franceses y whisky escocés llenan las vitrinas11. Son los tiempos del consumo, del préstamo fácil, del endeudamiento que a poco andar se transformarán en nuevas cadenas de esclavitud para las clases media y baja que podían acceder a los tentadores créditos.
Lo que significó el endeudamiento entre quienes creyeron en las promesas del “milagro económico” lo explicaba Víctor López, hijo de campesinos y más tarde dirigente del Sindicato de Obreros de Potrerillos.
Primero entraron todos los aparatos electrodomésticos, el televisor a color, los refrigeradores, los equipos estéreo… En el 80 y 81 empezaron a llegar las casas vendedoras de autos y ahí se notó más cómo era el asunto… vinieron los llantos cuando se empezaron a ver acogotados porque estaban debiendo mucho y la plata no les alcanzaba para llegar a fin de mes. El poder adquisitivo iba disminuyendo y los precios de las cosas se pegaban tremendos estirones. Algunos dejaron de pagar las letras y les quitaron el auto; otros los vendían y seguían debiendo… El consumismo...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Agradecimientos
  6. Introducción
  7. Primera parte Sentimiento de injusticia, impulso radical y organización multifacética
  8. Segunda parte Protestas nacionales: crónica de un ciclo de movilización urbano-popular (1983-1986)
  9. Consideraciones finales
  10. Fuentes y bibliografía