Márcame, amo
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Márcame, amo

La verdadera historia de Keith Raniere y sus esclavas mexicanas

  1. 168 páginas
  2. Spanish
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Márcame, amo

La verdadera historia de Keith Raniere y sus esclavas mexicanas

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Información del libro

Márcame, amo es una recolección de las explosivas revelaciones alrededor del juicio de Keith Raniere, llevado a cabo entre mayo y junio de 2019 en la corte este del Estado de Nueva York. En sus páginas están los antecedentes del grupo que formó alrededor de él, sus cómplices y víctimas principales, y los mecanismos que le permitieron a Raniere convertirse, de un estafador de ligas menores, en el líder de una peligrosa secta de esclavas sexuales con presencia en Canadá, los Estados Unidos y México.La única manera de neutralizar a los monstruos que viven entre nosotros, de resguardar quizá a alguna futura víctima advirtiéndole lo que le puede esperar, es encendiendo la linterna y apuntándoles la luz. Con el silencio culpable, complaciente o avergonzado cuentan los depredadores de cuerpos y almas de este mundo. Por eso debemos hablar de ellos.

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Información

Editorial
Cal y arena
Año
2021
ISBN
9786078564484
Categoría
Sociología

Las hermanas Fernández

Daniela Fernández conoció a Lauren Salzman en Monterrey, recién pasado el milenio, en un curso de NXIVM que sus padres, Adriana y Héctor, le regalaron, a modo de despedida, cuando fue aceptada con beca completa en una escuela Suiza. Daniela había llegado a la ciudad norteña desde su natal Matehuala para entrar a un programa de preparatoria del Tecnológico de Monterrey diseñado para alumnos sobresalientes: el Bachillerato Internacional, del cual yo fui directora del área de lengua española más o menos entre el 2002 y el 2006, año cuando ella acababa de marcharse. Salzman, observando la inteligencia de la muchacha y su facilidad para manejar computadoras, la invitó a trabajar a Albany; le dijo que, además de ayudar a montar la unidad de sistemas del grupo, podría tomar todas las clases que quisiera del currículo de ESP.
La segunda de cuatro hermanos de una de esas idílicas familias mexicanas donde la madre es ama de casa, el padre tiene una pequeña empresa exitosa y los niños crecen jugando matatena en las calles de alguna ciudad de provincia, donde todos se conocen y los pajaritos revolotean en las fuentes de las plazas que huelen a enchiladas de chile colorado, la estudiante modelo tenía todo para lograr su meta cuando la aceptaron, después de un año en el Tec, en la escuela Americana de Lausanne, con beca completa. Ella, que desde su infancia anhelaba ir a alguna universidad como Harvard y dedicarse a la ciencia, pensó que graduarse de una escuela así era un buen primer paso en la realización de sus sueños. Pero, a sus 16 años, si bien el curso en sí no le parecía sobresaliente, se deslumbró con la gente de las páginas del libro Ricas y Famosas fotografiada en los salones de la sede regiomontana, y se fue de espaldas cuando Lauren Salzman la invitó a trabajar junto al hombre más inteligente del mundo. Daniela no podía saber que, al posponer ese viaje de estudios, jamás volvería a pisar una universidad.
Al llegar a Albany las cosas resultaron muy diferentes de lo que imaginaba; antes de que se le unieran sus padres, dormía en casa de Loreta Garza, y sus días pasaban vaciando datos y haciendo labores secretariales en recepción, además de limpiando las casas de miembros de la comunidad, como los Salinas y los Boone. Nunca le gestionaron visa de trabajo, ni de estudiante, ni le pagaron dinero alguno, pero sí le otorgaron el privilegio de tomar cursos gratis. En uno llamado La Misión aprendió que la única “tecnología” que podría salvar al mundo era la de Raniere, quien, con su portentosa inteligencia, había hecho cálculos matemáticos fuera del alcance de los mortales, pronosticando que, de no reunir alrededor de ESP las suficientes personas y los suficientes recursos, el mundo se acabaría en unos quince años. “No había cálculos matemáticos, no había nada: todo era una gran mentira”, dice hoy la testigo. Pronto se daría cuenta de que “En NXIVM no se asciende por méritos sino por reclutamiento; entre más gente llevas, más ‘te superas’”, cuenta, añadiendo que los niveles más elevados se alcanzan acostándote con Raniere: “Para Keith, el sexo significaba acceso”.
Daniela llevaba un año en Albany y estaba por cumplir los 18 años, aún virgen. Un buen día, harta de no tener dinero, se robó seis mil dólares del cajón de los pagos en efectivo; ése que, además del flujo de colegiaturas desde México, alimentaba la caja chica de casa de Nancy Salzman. Arrepentida, los regresó intactos al día siguiente, pero siguió sintiéndose culpable hasta que le confesó su transgresión a Raniere; éste le dijo que no se preocupara, que lo importante no era la falla, sino lo que había resuelto hacer con ella. Aliviada, Dani se fue a dormir.
Al día siguiente amaneció con los gritos de Nancy Salzman, seguidos a lo largo del día por la humillación constante de sus compañeros, quienes le decían que se había vuelto “supresiva” exigiéndole arreglar su grave falla. Ella soportó la andanada, como le enseñaron en los cursos, como parte de la penitencia, pero no entendía qué debía arreglar si el dinero había sido devuelto íntegro y ella estaba más que arrepentida. La despidieron de su trabajo, impactando su ya de por sí magra economía; no que antes le pagaran, pero podía disponer de los recursos del centro para comer y satisfacer algunas necesidades básicas.
Keith, a contrapelo del resto de la comunidad, fue aún más amable que de costumbre, prestándole su hombro para llorar en lo que Daniela reconoce ahora como la clásica trampa del policía bueno y el policía malo, con el agravante de que lo que quería el policía bueno era abusar de ella. Al poco tiempo, mientras le contaba de las peleas y dificultades por las que pasaban entonces sus padres, Raniere le robó un beso, que ella no respondió y que la dejó pasmada, pero que le causó un enorme orgullo: él, el hombre más inteligente del mundo, a sus cuarenta y pico años, mostraba interés por una muchacha cuyo único novio, el de la secundaria, le había durado dos semanas, llegando apenas a tomarse de las manos. Los escarceos aumentaron de tono pero, ante su minoría de edad, todo quedaba en conversaciones de tocador: él se aseguró de decirle, romántico, que de ninguna manera debía recortarse el vello púbico, y que necesitaba perder unos diez kilos, llegando a lo más a 60 o 65, y recetándole, para tal fin, ayunos y laxantes.
Luego de un par de semanas de juegos eróticos, cuando él le preguntó que qué quería para su cumpleaños número 18, ella, enrojecida, le dibujó en la palma de la mano la palabra SEXO. Raniere pareció alegrarse, riendo, pero al llegar el anhelado cumpleaños ni siquiera se presentó: le hizo saber que, como no había bajado el suficiente peso, no estaba seguro de que lo quisiera a cabalidad. Pasados unos días, finalmente, la llamó. Pasó por ella y la llevó a una de sus bodegas; la vieja y empolvada sede de lo que había sido CBI, en la Plaza Roma. Había un colchón sucio en el piso. La desnudó y procedió, completamente vestido, a hacerle sexo oral. Luego se desvistió y la abrazó, quedándose así un rato, hasta que la llevó de regreso a su casa.
Los siguientes días Raniere se la pasó burlándose del poco vello que tenía, dándole en público el apodo de Norelco, la marca de una rasuradora. Ella había quedado avergonzada y confundida con la experiencia, y más porque, inmediatamente al llegar a su casa, recibió llamada de Raniere para decirle que no le comentara nada a su mamá; la familia entera había llegado hacía poco a Albany, al número 12 de Wilton Court, una casa cuya dueña era Clare Bronfman; a sugerencia de la misma Daniela, Mariana, la hermana mayor, se trataría allí sus trastornos de personalidad, de abuso de sustancias y alimenticios que tantos problemas le daban en Matehuala. Pronto Pamela Cafritz se aficionaría a ella, o eso les dijeron a los padres; el asunto es que Mariana no viviría en la casa familiar, quedándose en el número 3 de Flintlock con Pam y, por ende, con Keith. Aunque había llegado allí para resolver sus problemas, Mariana pasaba la mayor parte del día durmiendo, apareciendo sólo ocasionalmente por el centro. Los hermanos más pequeños, Adrián de 15 y Camila de 13, debían enrolarse en la escuela pero, a sugerencia de Raniere, Camila acabó limpiando la casa de Nancy Salzman, para que, le dijo, aprendiera a ser independiente y a valerse por sí misma, mientras que Adrián barrería los establos de Clare y luego serviría de asistente de Mark Vicente. Debían considerarse agradecidos, les decía, por poder estar allí, cerca de él.
Fue la primera vez que Daniela le ocultó algo a su madre. No sería la última. A los pocos días Keith la llamó de nuevo, ahora para reclamarle que por qué no le había pedido usar condón; ella le dijo que no había habido necesidad, si ni siquiera la había penetrado. Él le dijo que por supuesto que sí. Ella insistió en que no, y él retobó que sí, que tenía qué trabajar en pensar por qué no lo había sentido. Daniela pronto aprendería que una de las especialidades de Raniere era la de reencuadrar la realidad, volviendo victimaria a la víctima. Cuando, confundida y sin experiencia previa alguna, y un poco para que cambiara el tema, le dijo que quizá se bloqueó por nervios, él le dijo que no; que lo que pasaba es que era demasiado intelectual, que le faltaba vulnerabilidad, que debía trabajar en ser más sumisa. Daniela y Keith no volverían a tener sexo hasta seis meses después, aunque “sexo” se refería casi exclusivamente a sexo oral, practicado por ella, mientras él vigilaba los monitores para que no los sorprendiera alguien; para las ocasionales penetraciones, ella sugirió usar la píldora. Él se negó porque, le dijo, podría engordar.
Pasó muy poco tiempo antes de que Daniela descubriera que Raniere también se acostaba con su hermana mayor y que, al poco tiempo, se acostaría con la menor, desflorándola justo cuando ésta cumplió 15 años; debió de haberlo sospechado cuando, al poco de haber llegado a Albany, Keith sacó a Camila de la casa paterna para colocarla en el número 120 de Victory Lane, donde estaba el estudio para hacer fotos y grabaciones comprometedoras, siendo uno de los camarógrafos su hermano Adrián Fernández, apodado Fluffy. Camila tapizaría la puerta del refrigerador con frases obscenas, en letras recortadas: Pussy o I suck dick hard, entre otras.
Raniere solía decirle a Daniela que a ella la trataba con más dureza porque era especial: al regresar unos días cada seis meses a México, para no exceder lo permitido en la visa de turista, Dani debía pagarse el pasaje de su bolsa, a veces en autobús, mientras que Keith conseguía el avión privado de las Bronfman para transportar a Mariana. En una de esas salidas, el 26 de octubre de 2004, el día de su siguiente cumpleaños, Daniela fue detenida por migración junto a su padre llegando a Atlanta, cancelándoseles sus visas con una pausa de un año antes de poder volver a solicitarlas. Desesperada, habiendo cortado todos los lazos de su vida anterior en México, pidió ayuda a Albany. Raniere le sugirió que viajara a la frontera con Canadá para cruzarla con una credencial o identificación gringa falsa; la mica, procurada por Keeffe, era de calidad amateur, pero Daniela, en el asiento del copiloto al lado de Kathy Russell, distrajo al agente aduanal con preguntas bobas. Pudo llegar de regreso a Albany justo en la Nochebuena de 2004. La esperaban, sin ceremonia alguna, Raniere y su hermana Mariana; él las invitó a ambas a “dormir la siesta”. Subieron, se acostaron en la cama y de inmediato Keith se bajó los pantalones, comenzó a besar a Mariana y a toquetear a Daniela. Ambas estallaron en gritos y comenzaron a llorar, ante lo cual Vanguardia se levantó de la cama, se llevó a Mariana y dejó a Daniela asqueada, confundida, sola y en un mar de lágrimas. Esa fue su Navidad de regreso a Albany.
A partir de allí Raniere mantuvo el estatus de ilegal de Daniela como espada sobre su cabeza. Ella pedía, para poder ganar algo de dinero, que le dieran trabajo; comenzaron a pedirle resúmenes de libros porque, le afirmaban, el tiempo de Vanguardia era tan precioso que no podía molestarse leyéndolos completos. Nunca le pagaron por ellos porque, decían, los entregaba tarde o estaban mal hechos, así que se las arreglaba trabajando como mucama, limpiando casas y arreglando los libros y discos de la biblioteca de Raniere. Pronto encontrarían un mejor uso para sus talentos: ante la corte, Daniela señaló que, en su continua búsqueda de información comprometedora contra los supuestos enemigos del grupo, Kristin Keeffe había contactado a una persona que les cobraba 24 mil dólares por cada contraseña ajena. Keeffe le preguntaba a Raniere a quién investigar, él le daba nombres y ella lo llevaba a cabo. La primera vez entraron al correo electrónico de Kristin Snyder quien, sin incidentes psiquiátricos previos y a dos días de haber comenzado uno de los cursos de ESP en Anchorage, huyó y desapareció en febrero 6 de 2003, a sus 35 años. Su camioneta se encontró al lado de un lago con una nota que decía: “me lavaron el cerebro y mataron mi centro emocional. Mi piel siente, pero me estoy pudriendo por dentro. Avísenle a mis padres y no busquen mi cuerpo”. Para evitar la mala publicidad, a instrucción de Raniere, intervinieron la cuenta de Snyder para enviar correos y hacer creer que aún estaba viva, y luego para ligarla a un cartel de drogas. La maniobra no era exclusiva de Albany: la corte vio correos de Edgar Boone, de 2005, donde le escribe a Ankit Fadia, un experto en seguridad cibernética e instructor de cursos en “Hackeo Ético”, pidiéndole le enviara el software prometido, uno que Boone usaría para espiar teléfonos celulares. Lo sabemos porque Loreta Garza le envió el mensaje a Daniela, para que ésta se cerciorara de que fuera legítimo; lo mismo hizo Farouk Rojas, quien le facilitó a Fernández parte del software espía.
Daniela, con su único año de prepa, aprendió a intervenir computadoras por su cuenta con cierto éxito: con 500 dólares proporcionados por Pamela Cafritz compró una máquina nueva, ocultó su IP, usó internet público, montó servidores múltiples y bajó el software adecuado. Le pasaba a Raniere un dispositivo con copias de los correos electrónicos relevantes de sus víctimas, que revisaba en la madrugada, cuando era menos riesgoso que alguien más usara las cuentas y detectara la intromisión. Una de éstas fue la de Edgar Bronfman, el padre de Clare y de Sarah; por años Daniela filtró y clasificó las comunicaciones entre el padre de las hermanas y sus amigos políticos, empresarios y jefes de Estado, pasándole las transcripciones íntegras de estas conversaciones a Raniere.
Para ese 2006 Vanguardia seguía teniendo relaciones con las tres hermanas: Mariana, Camila y Daniela. Dani, al habérsele negado el permiso de usar anticonceptivos, se embarazó justo al cumplir 20 años. Estaba asustada y confundida, aunque segura de no querer al bebé: no quería un bebé y no quería, específicamente, un bebé de Raniere. Cuando fue a decírselo él no mostró emoción alguna, confirmándole solamente que debía abortarlo. Le dijo que Pamela se encargaría de todo. Hablar con su madre era un imposible: por un lado, por los problemas recurrentes entre ella y su marido y, por el otro, porque los padres ignoraban la intimidad de Raniere con las tres hermanas. Cafritz le hizo entonces la cita con los ginecólogos de cabecera del grupo, los de la clínica de la mujer del Dr. Mc Guinnis, y le construyó una historia que debió aprenderse como un guión, por su estatus de ilegal y por su edad, para no comprometer a Raniere. Pamela pagó el procedimiento y se fue. Daniela regresó a su casa, tomó las pastillas y esperó. Cuando llegó el dolor y el abundante sangrado, estaba sola. Era la primera vez en su vida que visitaba a un ginecólogo.
Días después, ya respuesta, Raniere la visitó, sacándola a caminar. Una vez afuera le dijo que no debía desaprovechar esa magnífica oportunidad de perder peso; que muchas atletas abortan sólo para tener la inyección de hormonas que les permite ponerse en mejor forma.
Pronto Daniela se enteraría de que Mariana también se había embarazado de Raniere, dos veces, y que Camila, justo a sus 18, no tardaría en empatarlas. Mariana abortaba por su cuenta, pero Daniela se ofreció para acompañar a Camila con los Mc Guinnis. Cuando, después de revivir la experiencia, Daniela confrontó a Raniere, éste le dijo que no era para tanto; que muchas otras mujeres de la comunidad habían tenido intervenciones similares, que Pamela pagaba todo y que nadie tenía por qué enterarse.
A fines de ese mismo año Daniela conoció a un chico, Ben Meyers, estudiante del centro de Albany y empleado de tecnología. Tuvieron un breve enamoramiento que, sin precedente en su vida, sintió como algo agradable, algo de lo cual quería más; a Raniere lo idolatraba, pero sus encuentros con él eran secos, mecánicos, sin las atenciones y cariños que éste le daba a Pamela o a Mariana. Con Ben, por primera vez, sintió mariposas en el estómago y un genuino deseo físico. Se lo dijo a Keith, escribiéndole un mensaje: “No te veo de la misma manera que antes. Estoy pensando en hacer una vida propia… mi vida no tiene valor… quiero ser autosuficiente, ir a la escuela. Ya no te extraño… quiero regresar a mi vida como era antes de conocerte”. Raniere le contestó así: “Necesitas reparar y restaurar tus sentimientos hacia mí. Es el peor error de tu vida… necesitas sentir mucho más dolor”, y le pidió terminar con Ben. Ella se rehusó, diciéndole a Vanguardia que debían ser sólo amigos. Como nunca antes, Keith explotó. Con la cara escarlata y a gritos le dijo que había dejado de ser pura, que le había hecho mucho daño, que perdería todo lo que había construido, que todo se había acabado para ella, que era una engreída; que él, como ser superior, nunca se enfermaba, pero que cuando sus mujeres lo traicionaban le afectaba físicamente, causándole fiebre y dolor. Daniela le retobó: “Keith, no uses esos trucos conmigo, no trates de hacer conmigo lo mismo que haces con tus otras mujeres: yo soy tu amiga”. Él, pasmado de que no funcionaran con ella sus viejos trucos, salió corriendo. Daniela lo persiguió a su casa, donde él se encerró en el baño. Cuando finalmente salió, se metió a uno de los cuartos, con ella detrás; viéndose acorralado, la sujetó de un brazo, la arrojó al piso con violencia y huyó a la calle. Daniela no lo siguió más.
El idilio con Ben duró apenas unas semanas, pero a partir de ese fatídico día su vida cambiaría: Raniere no permitía su presencia donde él estuviera, y fue marginándosele de todas las actividades, rechazada por todas sus otrora amistades y reencuadrada como problemática, como quien había cometido una enorme transgresión; como “supresiva”. El de por sí poco dinero dejó de fluir, y por su estatus de ilegal no tenía manera de emplearse. Pero aún se esperaba que hiciera sus trabajos habituales: mantener la red de tecnología de NXIVM, catalogar y archivar toda la biblioteca de Raniere —Dinero Gratis para tu Vida y Proyección Astral, además de uno de los ladrillos de Carlos Salinas sobre México, entre los títulos— y redactar documentos varios. Un día, al darle mantenimiento a la computadora de Raniere, Daniela encontró en un archivo oculto cientos de fotos de la entrepierna de sus mujeres: entre otras Lauren Salzman, Barbara Jeske, Dawn Morrison, Barbara Bouchey, Loreta Garza, Pamela Cafritz, Mónica Durán, Kathy Russell, sus hermanas Mariana y Camila, y las de ella misma.
Vanguardia no estaba dispuesto a hablarle, así que decidieron usar correo electrónico para comunicarse. Raniere le escribiría pidiéndole que espiara a su propia hermana, Mariana, interviniendo su Facebook para ver si ella le era fiel. En uno de estos correos, mostrados a la corte y respondiendo a la repulsión mostrada por Daniela a lo encontrado en las comunicaciones entre Keith y Mariana, Raniere le pregunta: “¿Qué quieres decir con ‘asqueroso’? ¿P...

Índice

  1. ***
  2. Prólogo Los monstruos entre nosotros
  3. Los inicios
  4. “Cuestionamiento Racional”
  5. Sarah y Clare Bronfman
  6. México
  7. Emiliano Salinas y Alex Betancourt
  8. Benjamín LeBarón y Mark Vicente
  9. Las esclavas DOS
  10. Las hermanas Fernández
  11. Epílogo: la captura
  12. Anexos