DON ORIONE, LATINOAMÉRICA y ARGENTINA
I. Don Orione “desde” Latinoamérica y Argentina. Notas preliminares
Desde hace años, algunos religiosos de Latinoamérica venimos pensando en —y abogando por— algún estudio o libro, que hable de Don Orione en y desde América Latina, (y, en mi caso, específicamente Argentina). No se trata de contraponer un supuesto “Don Orione latinoamericano” a un “Don Orione italiano” (no cabe duda que Don Orione era italianísimo…); se trata sí de “releer” la figura, la persona y el carisma de Don Orione desde su actuación en estas tierras, y desde la perspectiva, las necesidades, los intereses y las preocupaciones nuestras. Y de releer nuestro reciente pasado eclesial a la luz de la figura y el carisma de Don Orione, “un profeta de nuestro tiempo”.
¿Qué quiere decir esto? Por ejemplo —por poner un caso... “pedestre”—, en la excelente Vida, debida a la pluma de Papasogli, el autor confunde La Plata con Mar del Plata:
“el 4 de noviembre de 1934 (...) visitó a Monseñor Alberti, Obispo de Mar del Plata, y se acercó a las multitudes: típica la de los pescadores que vivían en Mar del Plata, en una zona de grandes contrastes: los dos mundos más opuestos que se pueda imaginar: como elegante centro balneario, la ciudad reunía durante los meses de verano a una verdadera multitud de ricos y de sibaritas; a su lado, otra multitud, compuesta de obreros y pescadores. (...)
El mundo obrero era pintoresco: se trataba, en general, de trabajadores portuarios, hacinados junto con sus familias en ese punto del estuario en que se alzan las instalaciones de los muelles y espigones”.
Y no se trata sólo de un problema de nombres parecidos o un simple error de información geográfica. Es que desde más de 10.000 km. de distancia (física y sicológica) ¿qué son 300 ó 400 km. más o menos? ¿O bien un gran puerto de ultramar, o un incipiente puerto de pescadores?
Así como ¿qué puede importar —desde Argentina—, si Tortona o Pontecurone pertenecen al Piamonte o a la región lombarda?
Sí, en cambio, importa señalar, por ejemplo, que Don Orione, hombre del norte de Italia, fue nombrado vicario general de Messina, Sicilia, corazón del extremo sur italiano; donde “los del norte” no eran (¿ni... son?) bien vistos. Cosa que, naturalmente, no hace falta “explicarles” a nuestros hermanos italianos.
Este trabajo, pues, es (quiere ser…) el comienzo, la preparación, de lo que Dios y los hombres mediante, aspira a ser algún día un estudio de más largo aliento, un libro, sobre Don Orione y su “familia” religioso-laical, en Argentina y –con brasileños, uruguayos, chilenos, paraguayos, venezolanos, peruanos, etc.– en Latinoamérica.
1) Marco de referencia teórico (hermenéutico)
A partir de autores del siglo XIX, como Dilthey y Schleiermacher –seguidos en el siglo XX por otros como Heidegger, Gadamer, Ricoeur…– fue abriéndose paso una cierta sensibilidad que dio origen a la reflexión “hermenéutica”.
Partiendo del ámbito de la interpretación bíblica y jurídica, la preocupación hermenéutica pasó a la filosofía y la epistemología de lo científico; esa sensibilidad, más o menos intuitiva al principio, empezó diferenciando —por ejemplo— las “ciencias de la naturaleza” (botánica, zoología, química…), de las “ciencias del espíritu” (historia, sociología...), es decir las “ciencias del hombre”.
En el campo específico de la Historia, podemos citar a Marrou. En el apéndice, que reproduce un artículo de una revista francesa, “La fe histórica”, dice:
“No todas las mentes están igualmente dispuestas a acoger con simpatía (...) el esfuerzo por superar el estricto objetivismo que tanto habían inculcado los teóricos positivistas; todavía hay mucho de éste...
Y luego afirma:
“hacer al pasado preguntas nuevas, conduce a explorar de muy diverso modo los documentos que poseamos, o a investigar y a promover a la dignidad de documentos históricos una categoría de vestigios hasta entonces no tenidos en cuenta”.
El cogito cartesiano, trasfondo de la revolución científico-técnica moderna o ilustrada, había inundado el ámbito del conocimiento provocando una reducción y monopolio de la verdad por la verdad “científica”; y de la verdad científica por la de las ciencias naturales, supuestamente “exactas”, objetivas, asépticas, acumulativas, dadas.
El positivismo, hijo “natural” de esta corriente cultural, invadió también el ámbito de la historia e intentó tomar por asalto también la ciudadela de la teología, la exégesis bíblica y la misma fe.
Para decirlo con un trabalenguas de nuestros tiempos de estudiantes, esta mentalidad presupone que historia es la sucesión sucesiva, de los sucesos sucedidos en la sucesión de los tiempos.
Se trata de una caricatura, sin duda, pero como todas las caricaturas (bien hechas, claro) refleja los rasgos distintivos de esta mentalidad positivista. Mentalidad que pareciera suponer que la primera, segunda, última y única pregunta histórica válida es: ¿qué fue lo que pasó?
Naturalmente que es importante preguntar y preguntarse qué fue lo que pasó; pero a poco que uno se meta entre los árboles del bosque histórico, se encontrará con la interpretación: el “cómo” pasó puede llegar a ser más importante que el “qué” pasó.
Porque los datos pueden ser verdaderos o erróneos, honestos o tendenciosos. Pero todavía falta la concatenación de causas y efectos, de hechos fundantes o periféricos, de comienzos y finalizaciones de períodos o épocas, etc.
El “hecho” —el dato, el acontecimiento o personaje— que yo abordo será real y objetivo, quizá. Pero la opción que me lleva a seleccionar “ese” hecho o personaje, y no otro, nunca es asépticamente “objetiva”, sino que lleva siempre una cuota inevitable de subjetividad, propia de todo conocimiento humano: conocer es comprender/interpretar.
Esa opción o selección de datos, acontecimientos, personas... podrá ser inteligente, adecuada, coherente, honesta. Pero eso pertenece ya al ámbito de la interpretación, y no se define sólo con el criterio de objetividad.
Pongamos un ejemplo absolutamente burdo, pero ilustrativo —creemos—: si Napoleón tuvo una violenta diarrea la noche antes de Waterloo, puede ser un dato “objetivo”. Pero seleccionar ese dato en lugar de otros datos (por ejemplo lo que comió o bebió y con quién), entra en el campo de la interpretación. Si yo creo que la diarrea fue la causa de la derrota, y logro “demostrarlo”, entonces mi opción se podrá considerar adecuada, e históricamente conducente. Claro que si el hecho no existió, no podrá apelarse a la interpretación, o a la inevitable/necesaria cuota de subjetividad de todo conocimiento humano, sino lisa y llanamente al error de información o la mentira intencional.
2) Nuestras intenciones
Vamos a intentar describir a una persona: Don Orione. En un “ambiente”, un “contexto”: La Iglesia Católica, y Argentina, de las décadas de 1920 y 1930.
Vamos a usar fuentes y testimonios que nos proporcionen datos, personas, conflictos, acontecimientos, del objeto de estudio que hemos elegido. Pero aunque empecemos por hacer una crónica, queremos empezar también a hacer algo de historia, de “historia de salvación”. Es decir, vamos a mirar a Don Orione en Argentina de aquel tiempo, para comprendernos mejor a nosotros, sus herederos espirituales y carismáticos, en Argentina de hoy.
Hemos leído con interés el artículo del P. Flavio Peloso sobre el encuentro de Don Orione y el filósofo francés Jacques Maritain, en Argentina de la década de 1930. Los datos fácticos aparecen avalados por documentos y testimonios valederos: por tanto, pueden considerarse, son, objetivos. Pero seguimos teniendo cierta perplejidad sobre la relevancia histórica de esos datos, respecto de Don Orione y lo cultural católico en Argentina de entonces. Por lo menos, mirada la cosa desde aquí. Donde, además, importa encuadrar el dato, en el hecho de que los Cursos de Cultura Católica, nacidos en 1922, se inscriben en una de las varias corrientes del catolicismo argentino. Y que Jacques Maritain fue duramente cuestionado por un sector de la intelectualidad católica argentina, hasta el punto de que el P. Julio Meinvielle llegó a escribir un libro con el elocuente título: “De Lamennais a Maritain”.
Todos conocemos anécdotas, muchas de ellas verdaderas “florecillas” de sabor franciscano, referidas a la vida de Don Orione en general, y a sus años de residencia en Argentina. Algunas de esas anécdotas son absolutamente imposibles de verificar. Otras, quizás, están mejor fundadas.
Pero, aún en el mejor de los casos, las anécdotas son fotos. Y la vida es una película, no una foto. Y ni siquiera un álbum fotográfico. Es decir las anécdotas —como los curiosos “milagros” que abundan en los evangelios apócrifos de la infancia— pueden saciar la piadosa curiosidad (o a veces “bajar línea”...) pero no constituyen, ni sustituyen, una historia y una “vida” propiamente dicha de la persona, en este cas...