Fenomenología del peronismo
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Fenomenología del peronismo

Comunidad, individuo y nación

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Fenomenología del peronismo

Comunidad, individuo y nación

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"El principal mérito de este trabajo consiste en que el autor, con potente originalidad, toma el complejo y multívoco concepto de comunidad para adentrarse en la comprensión del ser-en-común propio del peronismo clásico para, desde allí, darnos que pensar y darnos qué pensar en torno a los desafíos más acuciantes del mundo contemporáneo.Fenomenología del peronismo tiene otra gran virtud: está muy bien escrito. El aparato conceptual y el amplio registro bibliográfico empleado en ningún momento abruma al lector sino que, muy por el contrario, cada página es una invitación a seguir avanzando, a seguir descubriendo facetas y aspectos de actores y pensadores apasionantes. Aun el especialista se sorprenderá al encontrar verdaderas joyas traídas a la luz gracias a la labor paciente y pertinaz del autor" (Enrique Del Percio).

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Información

1. Raúl Scalabrini Ortiz: literatura, comunidad y ensayística política de la vida nacional

1. El joven Scalabrini Ortiz: afinidades y motivos en sus comienzos en el ámbito de la literatura argentina

Como hemos mencionado, el peronismo en su primer despliegue histórico ha mostrado la iniciativa por parte de distintas axiomáticas de poder dar forma a lo que puede considerarse como una comprensión comunitaria de la vida nacional. Dentro de esta línea exegética, la obra de Raúl Scalabrini Ortiz resulta una referencia ineludible y constituye un punto de partida esencial. Es posible sostener que obras como El hombre que está solo y espera, el prólogo a Política británica en el Río de la Plata y Tierra sin nada, tierra de profetas representan experiencias de escritura que, con distintas intensidades, van bosquejando los trazos de una axiomática comunitaria de la vida nacional. Precisamente es, también, en un fragmento elaborado por Scalabrini donde se manifiesta una de las formas singulares y significativas de comprensión del ser-en-común tal como adviene singularmente en el peronismo. Nos referimos a su pasaje de interpretación de la jornada del 17 de octubre de 1945.
Si bien este trabajo intenta circunscribirse a los contextos de producción del período 1945-1955, debemos tomar en cuenta que en el caso puntual de Scalabrini Ortiz se expresan algunos hechos singulares y se desarrollan previamente determinadas tramas interpretativas que van a mostrar una concatenación con la producción scalabriniana durante el primer peronismo. Creemos que algunos aspectos de la vida del joven Scalabrini Ortiz, pero sobre todo su escrito de 1931 El hombre que está solo y espera, abren paso a tramas interpretativas del ser-en-común que van a ser retomadas y profundizadas en el transcurso del peronismo clásico.
En líneas generales, podemos afirmar que el pensamiento del joven Scalabrini Ortiz se encuentra asediado y penetrado –en aquellos años de comienzos de la década del 20– por las manifestaciones más características del ámbito cultural de la época. Sus lecturas muestran una cierta inclinación literaria cosmopolita, donde se traslucen las aproximaciones a Fedor Dostoievski, León Tolstoi, Nikolai Gogol, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Guy de Maupassant, entre otros, y en las cuales parece no haber un lugar significativo para una reflexión de tipo comunitaria (Galasso, 1984: 13). En 1923 publica su primer libro, La manga, una serie de cuentos en los que se manifiesta el sentir de un Scalabrini Ortiz afincado en una concepción por momentos estetizante y por momentos pesimista, la cual refleja una especie de inquietud característica de los relatos psicológicos afincados en la problemáticas de la vida de ciudad. Así, refiriéndose a Nicolás Brodel, uno de los personajes del libro, nos dirá:
La lectura de estas páginas requiere cierto recogimiento y favorable disposición de ánimo. Son sinceras, y quizá por ello algo monótonas. La vida real no presenta nunca grandes variaciones. Como él mismo lo dice. Su vida fue sencilla y triste, tan sencilla y triste como la de todos nosotros. (Scalabrini Ortiz, 1973a: 33)
Este pasaje es representativo de la idea general del libro. Por momentos se hace referencia a una muchedumbre que va y viene por la ciudad. Multitud enigmática y lejana de la cual parece no conocerse mucho, que únicamente va por la mañana y vuelve por la tarde:
Pasarán los años. Mi recuerdo se borrará, porque hasta los pocos que pudieran conservarlo, pasarán también. Y la muchedumbre irá por la mañana y volverá por la tarde. (Scalabrini Ortiz, 1973a: 28)
En sus trazos más significativos, la propuesta se mantiene dentro de una especie de reflexión existencial urbana que asiste como testigo a hechos intrascendentes de la vida cotidiana. En este caso, parece ser la de Scalabrini una escritura que, con cierto grado de exquisitez, bosqueja una miscelánea de personajes un tanto borrosos y carentes de cualquier tipo de profundidad espiritual. Cierta vacuidad emotiva preside las líneas de este texto juvenil dejando entrever una vocación contemplativa, una inquietud por relatar los sucesos de una realidad que se manifiesta en aristas más descarnadamente pueriles:
Mi imaginación divaga libremente, pero mis oídos oyen sin querer los ruidos varios que surgen de las calles y las casas. De pronto, callan todos al unísono, y cuando recomienzan voy escuchándolos, atento. Cerca, canta un fonógrafo una canción popular, y su voz pastosa, en la suavidad apagada de la distancia, es una incitación al abandono. Un cohete rasga el aire, y al explotar esparce multitud de estrellas que, simulando mundos, viajan un instante en el cielo oscuro. Otros estallidos se escuchan y numerosos cohetes se perciben entre los trozos recortados del cielo. La ciudad se divierte. (Scalabrini Ortiz, 1973a: 49)
Como se trasluce en la extensa biografía de Scalabrini Ortiz escrita por Norberto Galasso (2008: 41), su reflexión juvenil se encuentra generalmente asediada por una sensación de incompletud, una desgarradura que, a veces, adviene como una intuición y que sugiere que la vida de sus personajes no se encuentra dirigida hacia ninguna meta sustancial; que los senderos elegidos hasta aquel momento carecen de valor y, en última instancia, serían relatos de un transcurrir que tan sólo podrían resolverse en el campo de una melancolía peculiar. Relato de sus personajes que en algunas ocasiones se adjudica el mismo Scalabrini Ortiz (1973b: 23):
Había en mí algo de vida incompleta, de involuntaria restricción y el que cercena una parte de su ser más profundo pierde su equilibrio y lo que hubiera sido unidad poderosa se desgaja en violencias, en alternativas o en la concentrada ebullición del desencanto.
Precisamente, en este camino sinuoso, en esta sucesión de soledades que van prefigurando la posterior reflexión comunitaria sobre el peronismo, debemos destacar dos acontecimientos que serían identificados por Scalabrini Ortiz como instancias e insinuaciones transfiguradoras de su propia vida intelectual y que irían dando forma a El hombre que está solo y espera: el conocimiento de las provincias del interior, y el viaje y desencanto con Europa.
Respecto de la primera referencia, podemos decir que, después de recibirse de agrimensor, Scalabrini recorrerá distintos y alejados lugares del país donde podrá entrar en contacto con las desigualdades a que se veían sujetos los pobladores del interior, víctimas, en algunos casos, de formas semiesclavas de explotación. Sus viajes por La Pampa, Catamarca y Entre Ríos lo ponen en contacto con el país real, con esa imagen de la patria que luego reconocería tan difícil de ver desde su contexto de escritura en Buenos Aires. En una incursión a la provincia de Entre Ríos, encargado de hacer una mensura en un campo, relataría la situación percibida en torno al poblador del interior:
Me pregunto cómo serían mis amigos y yo mismo si hubiéramos vivido en el campo, sufriendo sus inclemencias, sobrellevando sus zozobras, alejados los unos de los otros, aislados frente a los infinitos sin determinación. ¿Cómo seríamos si hubiéramos vivido frente a días sin nombres, sin número y sin más constancias de su paso que el crecimiento de los animales o plantas, frente al tiempo indiviso y al espacio sin más variantes que su propia monotonía? ¿Qué diferencias y semejanzas tendríamos con uno de estos peones, nosotros, ciudadanos poco resistentes a la fatiga corporal y a la desventura? ¿Qué dirían los que protestan porque la sopa está tibia o plañen por una pequeña malandanza de amores si todas sus comidas dependieran de incalculables azares y en todo el perímetro de su actividad emotiva no figurara ninguna fisonomía de mujer?1
La significación de los viajes, la forma en que ellos repercuten en la personalidad intelectual del escritor, se ha ofrecido en numerosas ocasiones como una instancia de asedio sobre la escritura y el autor, como la remisión posible y expropiadora de una figura metamórfica que resignificaría el propio devenir de lo escrito en la trama de una nueva comprensión. Los simbolismos del viaje parecen ofrecerse para una personalidad intelectual como caminos de conversión o de confirmación, como fisuras de alteridades constituyentes y desgarraduras espontáneas. Viajes que, en algunos casos de la literatura latinoamericana, se constituirían como relatos del desgarramiento social, crisis y resquebrajamiento del sujeto, y se asumirían como itinerarios que traslucirían el fondo dislocado de una fragmentación de la cultura.
Experiencias de escrituras en las que el yo se ofrecería como posibilidad de metamorfosis, como refracción singular de su propio autoconocimiento. El viaje se instalaría como el acontecimiento desde el cual el ex-sistente se abre paso en lo existencial hacia una nueva ensambladura de su estar-en-el-mundo. El ámbito de esta manifestación se descubriría como acontecimiento cultural y, en ciertas ocasiones, como el prolegómeno de una vuelta espiritual, epistemológica e histórica:
El novelista descubre lo aparentemente imposible: el diálogo, el intercambio lingüístico, la fractura que hace posible la modificación de ambas partes en la incipiente construcción de algo insólitamente nuevo, sobre la progresiva destrucción de lo viejo. (Maturo, 2010: 39)
En la experiencia de Scalabrini parece descubrírsenos un involucramiento en el viaje entendido como una experiencia de camino y búsqueda, pero también de autoconciencia y resignificación de lo heredado: transformación de las interpretaciones por medio del viaje a las provincias del interior y del contacto con sus pobladores. En suma, metáfora del re-correr, que en última instancia no sería otra cosa que re-conocer un proceso del pensamiento, hasta ese momento intransitado.
Si bien no sabemos en qué medida el autor de El hombre que está solo y espera era consciente de las tramas que partían de su pensamiento, es decir de los desbordes, las reconciliaciones y escisiones que se abrían a partir de su reflexión, creemos que su búsqueda, su espera y su recepción lo irán posicionando frente a una nueva estructuración del pensamiento argentino. Los viajes, para Scalabrini, abigarran experiencias, abren tramas, liberan relatos que, hasta aquel momento, se subsumían en lo impensado.
Voz sin sonido, relato compareciente en las fronteras de lo aún innominado, la realidad social será apreciada desde una nueva perspectiva, y la vida de los pobladores del interior sería comprendida como espejo de las formas en que se desenvolvían sus condiciones coexistenciarias. Poco a poco, aquellos relatos empezarían a ser entendidos como eslabones de una continuidad temporal que revelaría las tramas de lo comunitario dentro de la vida histórica nacional. En razón de ello, Scalabrini se referirá a sus vicisitudes por Córdoba, La Rioja, Catamarca y Tucumán. En aquellas andanzas no sólo se encontrará con magníficos paisajes, con bellos cerros e insondables valles, con altas temperaturas, una aridez feroz y un viento que jamás parecería arreciar, sino que también conocerá a la población que habitaba esas regiones. Podrá entrar en contacto con quienes allí vivían y que, a partir de su laboriosidad y su cultura, proyectaban a esas provincias en su singularidad en el derrotero nacional.
Un deseo de comunidad asalta su pensamiento; irrumpe desgarrando y reconociendo imágenes que hasta aquellos años se habían mostrado ausentes. Imágenes que ahora serían puestas en palabras o, mejor aún, reunidas y religadas bajo el contorno singular que ofrece el paisaje de las provincias, enraizado en el relato de sus pobladores y de las condiciones de explotación e injusticias a que se veían sometidos. Nos encontramos frente a una intuición espectral del ser-en-común, de las mayorías como sujetos portadores de universalidad. Tal vez debamos recordar aquí a Horacio González, quien en Restos pampeanos se refiere en estos términos a la comparecencia scalabriniana:
Raúl Scalabrini Ortiz concibe la vida intelectual como una conciencia individual que asume la pesarosa y solitaria tarea de encarnar un tesoro perdido en el pliegue interior de las conciencias colectivas. (360)
El segundo momento de su adentramiento en las formas resignificantes propias del viaje podemos encontrarlo en su periplo a Francia en 1924. Si antes nos enfrentábamos a una revalorización de la vida cultural y espiritual del poblador del interior argentino, ahora se hace presente en la reflexión scalabriniana un nuevo trastrocamiento de jerarquías que le restará valor a ese país europeo en tanto modelo arquetípico de nación a imitar. La anterior devoción y el respeto profundo, a veces exagerado, que por Francia, por su vida cultural y sus enigmas había sentido, se trocarán, progresivamente, en una mirada desencantada y en un gesto intelectual crítico. Choque con las actitudes xenófobas proferidas por sus pobladores pero, también, decepción respecto de su horizonte cultural y comunitario:
Yo llevaba una estima reverente. Conjeturaba que los europeos eran con relación a sus obras lo mismo que nosotros con relación a las nuestras: infinitamente superiores a sus realizaciones. Me equivoqué. Di con técnicos. Técnicos del saborear. Técnicos de la escritura. Técnicos del querer... Cada hombre está íntegramente en su órbita. El labriego es el mejor labriego, y el historiador el mejor historiador, nada más. Pero no sentí en ellos esa congestión de posibilidades, ese atrancamiento de pasiones, esa desorientación de solicitudes, ese afán de determinar inhallables que había sentido palpitar en la entraña joven de mi tierra. (Citado por Galasso, 1984: 14-15)
En cierto sentido, es muy posible que tal gesto de rechazo a las formas de la vida cotidiana francesa, que aparece en la temprana axiomática de Scalabrini Ortiz, no pueda ser comprendido en toda su cabal dimensión si no se lo interpreta como una crítica más profunda al “afrancesamiento” que impregnaba a los grupos dirigentes argentinos y que se presentaba como una especie de falsa oposición entre una “cultura verdadera”, europeizada, y una supuesta “cultura bastarda” perteneciente a los sectores subalternos nativos. Si Francia representaba el paradigma social y civilizatorio por excelencia elegido por toda una generación de intelectuales, lo que comenzaba a bosquejarse, poco a poco, tanto en Scalabrini como en otros pensadores latinoamericanos de la época como Manuel Ugarte, José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos o José Ingenieros, parecería ser la posibilidad de la búsqueda de “lo propio” en términos literarios, culturales y filosóficos. Tras el velo de desencanto, asomaría la pretensión de recomenzar el camino del pensamiento desde un nuevo horizonte de comprensión, cuestionando las jerarquías preconstituidas y paradigmáticas de lo cultural europeo y ofreciéndose a una tarea de resignificación de lo propio como una com-posición de nuevas tramas del pensar. Se nos insinúa el relato de una desgarradura expresada en el movimiento del pensamiento –que, en este caso, no es otra que la del autor de El hombre que está solo y espera y su sombra inconfesable. Es decir, la reversión de ese mismo pensamiento en lo im-pensado. Narración de la búsqueda de lo soterrado, de los rastros y los restos de la existencia de ese ser-en-común aún innominado, en detrimento del imaginario construido en torno a la cultura francesa:
En Europa se produjo el mágico trueque de escalafones. Fue un inusitado cambio de niveles… Comprendí que nosotros éramos más fértiles y posibles, porque estábamos más cerca de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Acerca de este libro
  4. Dedicatoria
  5. Epígrafe
  6. Presentación, Enrique Del Percio
  7. Prólogo, Rubén Dri
  8. Introducción
  9. 1. Raúl Scalabrini Ortiz: literatura, comunidad y ensayística política de la vida nacional
  10. 2. Leopoldo Marechal: las formas del ser-en-común y la conformación de una epopeya argentina
  11. 3. Mito, comunidad y filosofía: el problema del fundamento de la comunidad peronista en la axiomática de Carlos Astrada
  12. 4. Luis Juan Guerrero: una lectura hermenéutica del Facundo
  13. 5. La co-existencia en América: Rodolfo Kusch y la problemática de una ontología comunitaria americana en el contexto del primer peronismo
  14. 6. Juan Domingo Perón: la filosofía en los tiempos de la comunidad organizada
  15. 7. Arturo Sampay: peronismo, constitucionalismo social y comunidad
  16. 8. Carlos Cossio: irradiaciones de la Teoría egológica del derecho
  17. Epílogo
  18. Bibliografía
  19. Créditos