Panorama de narrativas
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Panorama de narrativas

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Panorama de narrativas

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Ir descubriendo cuidadosamente las mentiras con las que vivimos es el núcleo central de estos hermosos relatos melancólicos y sin concesiones: una mujer que comprende que lo que ha dado sentido a su vida ya no funciona, se pone a buscar y encuentra al hombre del que se enamoró cuando era una estudiante; un hijo quiere saber quién es su padre y emprende un viaje con él; un hombre que padece una enfermedad incurable organiza un veraneo con su familia; un pasajero de un vuelo oye la confesión vital de su vecino de asiento, ¿o no son más que puras patrañas? ¿Por qué intenta un hombre joven, padre de una niña, alejar a su exitosa mujer del mundo? ¿Qué lleva a un amante a mentir una y otra vez a su amada y a perderla y perderse él mismo con sus mentiras? ¿Cómo librarse de las ataduras que mantienen a alguien ligado a su antigua vida cuando un amor en la madurez promete una vida nueva?

Ir descubriendo cuidadosamente las mentiras con las que vivimos es el núcleo central de estos hermosos relatos melancólicos y sin concesiones: una mujer que comprende que lo que ha dado sentido a su vida ya no funciona, se pone a buscar y encuentra al hombre del que se enamoró cuando era una estudiante; un hijo quiere saber quién es su padre y emprende un viaje con él; un hombre que padece una enfermedad incurable organiza un veraneo con su familia; un pasajero de un vuelo oye la confesión vital de su vecino de asiento, ¿o no son más que puras patrañas? ¿Por qué intenta un hombre joven, padre de una niña, alejar a su exitosa mujer del mundo? ¿Qué lleva a un amante a mentir una y otra vez a su amada y a perderla y perderse él mismo con sus mentiras? ¿Cómo librarse de las ataduras que mantienen a alguien ligado a su antigua vida cuando un amor en la madurez promete una vida nueva? «Una obra literaria magníficamente lograda» (Südwestrundfunk). «Exquisitas piezas de cámara finamente matizadas» (Focus). «El autor narra con sensibilidad y contención; con un lenguaje sobrio y carente de adornos consigue conmover y provocar empatía» (Jörg Magenau, Süddeutsche Zeitung).

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Información

Año
2012
ISBN
9788433933652
Categoría
Literatura
EL VIAJE AL SUR
1
El día en que dejó de querer a sus hijos no fue distinto a otros días. Cuando a la mañana siguiente se preguntó qué había provocado aquella pérdida de cariño, no encontró ninguna respuesta. ¿Le había atormentado especialmente el dolor de espalda? ¿Le había mortificado especialmente no haber podido realizar alguna tarea doméstica sencilla? ¿Le había molestado especialmente una discusión con algún empleado? Tenía que haber sido algo así de insignificante, porque en su vida ya no sucedía nada importante.
Pero se debiera a lo que se debiese, la pérdida se había producido. Había descolgado el teléfono para llamar a su hija y hablar de su cumpleaños, de los invitados, del lugar y del menú, pero había vuelto a colgar. No quería hablar con ella. Tampoco quería hablar con sus otros hijos. No quería verlos ni el día del cumpleaños, ni antes ni después. Se quedó junto al aparato esperando a que le entraran ganas de llamarlos. Pero no le entraron. Por la noche, cuando sonó el teléfono, contestó sólo porque sus hijos se habrían preocupado, habrían llamado a la centralita y habrían insistido en que algún empleado fuera a ver. Así que mintió: dijo que no podía hablar porque tenía visita.
No tenía nada que reprochar a sus hijos. Se llevaba bien con ellos. Las demás señoras de la residencia también consideraban que tenía mucha suerte con ellos, que le habían salido muy bien: uno era magistrado; el otro, director de un museo; una hija se había casado con un catedrático y la otra con un famoso director de orquesta. Y había que ver cuántas atenciones le dedicaban: iban a visitarla, sin dejar que pasara mucho tiempo entre la visita de uno y de otro, y se quedaban una o dos noches; a veces se la llevaban a su casa dos o tres días, y para su cumpleaños iban a felicitarla acompañados de sus respectivas familias; la ayudaban con la declaración de la renta, los seguros y las subvenciones; la acompañaban al médico y a comprarse las gafas o el audífono. Tenían sus familias, sus profesiones y su vida, pero hacían partícipe de todo ello a su madre.
De modo que se fue a la cama con una sensación de malestar, igual que cuando uno se va con ardor de estómago y una pastilla de Rennie o con un principio de resfriado y una aspirina, para despertarse a la mañana siguiente como si no hubiera pasado nada. No tenía ningún medicamento para las indisposiciones del cariño, pero se preparó una infusión, una mezcla de manzanilla y hierbabuena, pensando que a la mañana siguiente todo volvería a la normalidad. Pero a la mañana siguiente pensar en ver a sus hijos o hablar con ellos por teléfono se le hacía tan cuesta arriba como la noche anterior.
2
Dio el paseo que daba todas las mañanas y en el que pasaba junto a la escuela y la oficina de correos, la farmacia y la frutería, atravesaba la urbanización hasta llegar al bosque, pasaba junto a la cuesta hasta llegar al Bierer Hof, y desde allí volvía. Durante el recorrido no dejaba de ver en ningún momento la llanura que tanto le gustaba. Era un camino llano y lo cubría en una hora, que era el tiempo que el médico le había aconsejado que caminase a diario.
La lluvia de los últimos días había cesado por la noche; el cielo estaba azul y el aire era fresco. El día sería caluroso. Oyó los ruidos del bosque: el viento entre los árboles, el pájaro carpintero y el cuco, el crujido de ramas y el rumor de hojas. Buscó con la mirada la presencia de corzos y liebres, que eran numerosos en la zona y nada tímidos. Le habría gustado poder disfrutar de los olores del bosque; cuando aún estaba húmedo por la lluvia y le daba el sol era cuando exhalaba el mejor olor. Pero desde hacía algunos años no podía oler. Había perdido el olfato un buen día, igual que había perdido el cariño por sus hijos. El médico le había dicho que había sido un virus.
Con la pérdida del olfato se había producido también la pérdida del gusto. Pero a la comida nunca le había dado demasiada importancia y no poder saborear los alimentos no era tan malo. Lo peor era no poder percibir los olores de la naturaleza, no sólo los del bosque sino tampoco el de los frutales en flor, el de las flores del balcón y del florero o el del polvo seco y caliente de las calles cuando le caen las primeras gotas de lluvia.
Además, el hecho de no poder oler le parecía una ignominia. Poder oler es algo natural. Como ver, oír, correr, leer, escribir y hacer cuentas. Siempre le había funcionado y, de pronto, había dejado de hacerlo y no por factores externos sino porque su maquinaria había fallado. A eso se unió el miedo a oler mal. Recordó las visitas a su madre en la residencia de ancianos. «Ya no tienen olfato», le había explicado su madre, cuando le hizo una observación acerca del olor que despedían algunos viejos. ¿Apestaría ella ahora así? Se consideraba una persona extremadamente limpia y usaba un agua de colonia que les gustaba a sus nietas. «¡Qué bien hueles, abuela!» Pero nunca se sabe, y si se echa uno demasiada, también se acaba apestando a agua de colonia.
Aparte de su médico, nadie más sabía que no podía oler ni saborear las cosas. Alababa la comida cuando sus hijos la sacaban por ahí y olía los ramos de flores que le llevaban. Cuando les enseñaba las flores del balcón, les decía: «¡Huélelas! Huelen de maravilla.»
Así tendría que hacer con la pérdida del cariño. Tan natural como ver, oír, oler, correr, leer, escribir y hacer cuentas es querer a los hijos y a los nietos. Negarse a llamar por teléfono como había hecho el día anterior no; no se permitiría que volviese a suceder. Celebraría el cumpleaños con normalidad y las visitas continuarían con igual frecuencia. De nuevo le vino un recuerdo: cuando era pequeña le preguntó una vez a su madre, que se había casado con un viudo con dos hijos y una familia política compuesta de suegros, cuñadas y cuñados, personas difíciles y exigentes, si quería realmente a todos aquellos parientes de la primera mujer, de quienes tenía que ocuparse.
La madre se rió.
–Sí, cariño.
–Pero...
–El afecto no es cosa del sentimiento, sino de la voluntad.
Durante muchos años había podido, pero ahora ya no. Si uno lo pretende de verdad, una obligación puede llegar a convertirse en afición y una responsabilidad en cariño. Pero ella ya no era responsable de sus hijos ni tenía ninguna obligación respecto a sus nietos. No había nada que pudiera convertir en cariño. Pero tampoco había ningún motivo para ofender a sus hijos, que le habían salido tan bien, ni para desconcertar a las demás señoras de la residencia y ponerse en evidencia ella misma.
Había empezado su paseo animada. El vacío que se había creado tras perder el cariño a sus hijos la había asustado, pero también le había producido alivio. Estaba animada, como uno puede estar animado cuando le sube la fiebre o tras un largo ayuno; es un estado que hay que evitar pero que resulta agradable. Cuando se sentó en el banco del Bierer Hof, se dio cuenta de lo cansada que se sentía y de que había vuelto a la realidad.
¿Debía celebrar su cumpleaños allí, en el Bierer Hof? Cuando todavía estaba casada, alguna vez había ido hasta allí con su marido en el coche a tomar un café. Eran horas en las que él se liberaba del trabajo y ella de los niños para poder hablar de aquellas cosas para las que la vida diaria no dejaba espacio. Hasta que un día él la llevó allí para confesarle que desde hacía dos años estaba liado con su ayudante.
Desde entonces, al edificio le habían añadido un ala, lo habían reformado y estaba más bonito. El patio, tristón entonces, estaba ahora espléndido, y desde luego la sala ya no le recordaría aquella en la que su marido, sentado frente a ella, se mostraba vacilante intentando que le compadeciera por tener un corazón tan grande que era capaz de amar a dos mujeres. El recuerdo que durante tanto tiempo la había hecho sufrir ya no le hacía daño, pero tampoco sentía esa compasión que su marido había intentado provocar en ella, sino una triste indiferencia por aquel ser que, habiendo tenido una vida fácil, pretendía que la tenía difícil y que se veía obligado a enfrentarse a muchas dificultades. Le habría gustado ahorrarse los últimos años de matrimonio, pero él había insistido en que debían seguir juntos hasta que el más pequeño de los hijos acabase el colegio. El último año hasta rompió su relación con su ayudante. Pero, al no sentirse recompensado por parte de su mujer por tanto sacrificio, se lió con la nueva ayudante.
Se levantó y emprendió el regreso. Sí, la vida continuaría como si nada hubiera sucedido. Si pudiera dejar de vivir para los demás y empezar por fin a vivir su vida... Pero para eso no sólo era demasiado vieja, sino que tampoco tenía ni idea de en qué consistía eso de vivir su vida. ¿Hacer por fin lo que le apetecía? El único disfrute que había aprendido a permitirse era enfrentarse a sus responsabilidades con cariño y cumplir con su deber. También disfrutaba con la naturaleza, pero ya no podía olerla.
3
La mañana de su cumpleaños se puso guapa: traje de chaqueta lila, blusa blanca con bordado blanco y lazo blanco, y zapatos lila. La peluquera a la que solía ir, acudió a la residencia y le rizó el pelo canoso. «Si yo fuera un caballero maduro, le haría la corte. Y si fuera su nieta, la presentaría, toda orgullosa, a mis amigas.»
Fueron todos: los cuatro hijos, los cuatro hijos políticos y los trece nietos. Camino del Bierer Hof hijos y yernos formaron un grupo e hijas y nueras otro; los nietos mayores iban hablando del examen final de bachillerato y de las carreras universitarias en general, y los más pequeños, de música pop y juegos de ordenador. Ella fue caminando un rato con cada grupito, recibida amablemente al incorporarse y olvidada amablemente después, cuando reanudaban la conversación que había interrumpido. No le molestaba, pero mientras que antes le hubiera hecho feliz ver que las familias de sus seres queridos se entendían tan bien entre sí, ahora le sorprendían sus temas de conversación: música pop y juegos de ordenador; con qué carrera se ganaría más; si habría que intentarlo con el botox o cómo ir de vacaciones a las Seychelles sin gastar mucho.
El aperitivo se sirvió en la terraza y el almuerzo en una mesa larga de una sala contigua. Tras el consomé, el mayor de los hijos tomó la palabra y habló de los recuerdos de la infancia, de la admiración por el enorme compromiso de la madre con la parroquia, tras la marcha de los hijos, agradeciéndole el cariño con el que había tratado a los hijos y a los nietos. Un poco seco, pero bienintencionado y elocuente. Ella lo veía como si estuviera en un juicio o en una sesión deliberatoria. Sobre su marido, su matrimonio o su divorcio no había dicho nada. Eso le recordó aquellas fotografías de la Revolución Rusa que Stalin mandó retocar y de las que hizo desaparecer a Trotski. Como si no hubiera existido.
–¿Creéis que no podría soportar que mencionarais a vuestro padre, que no sé que os reunís con él y con su mujer, y que celebrasteis con él su ochenta cumpleaños? ¡Si salisteis con él en la foto del periódico!
–Como desde que se fue nunca has vuelto a hablar de él, pensábamos que...
–¿Pensabais? ¿Y por qué no habéis preguntado? –dijo mirando a sus hijos, uno tras otro, escrutadora, y viendo sus gestos tensos–. En vez de preguntar, pensabais. Habéis deducido que, como no hablo de él, eso significa que no soporto que lo mencionéis. ¿Pensabais que me desmoronaría, que lloraría o gritaría o me pondría furiosa; que os prohibiría que os reunierais con él o que os pondría ante la disyuntiva de elegir entre él o yo? –dijo moviendo la cabeza de un lado a otro.
Fue su hija menor la que volvió a hablar.
–Teníamos miedo de que tú...
–¿Miedo? ¿Teníais miedo de mí? Soy tan fuerte que os doy miedo y tan débil que no puedo soportar que habléis de vuestro padre. ¡Es absurdo! –Se dio cuenta de que se estaba excitando cada vez más y de que hablaba cada vez más alto. Ahora también los nietos la miraban tensos.
El hijo mayor intervino....

Índice

  1. Portada
  2. TEMPORADA BAJA
  3. LA NOCHE EN BADEN-BADEN
  4. LA CASA EN EL BOSQUE
  5. UN EXTRAÑO EN LA NOCHE
  6. EL ÚLTIMO VERANO
  7. JOHANN SEBASTIAN BACH EN RÜGEN
  8. EL VIAJE AL SUR
  9. Créditos
  10. Notas