Panorama de narrativas
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Panorama de narrativas

  1. 528 páginas
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Una demoledora, desternillante y deslumbrante novela coral sobre el Brexit y la Inglaterra contemporánea.

Después de retratar la Gran Bretaña de Thatcher y Blair en las aclamadas El Club de los Canallas y El Círculo Cerrado, Jonathan Coe retoma a unos cuantos de sus personajes y aborda el Brexit: esta novela contiene algunas de las mejores páginas que se han escrito sobre él, y sobre la idiosincrasia del Reino Unido que decidió votarlo. Es una novela sobre las diferencias entre la cosmopolita Londres y la región central del país, que inspiró a Tolkien la Tierra Media y el carácter casero y terco de los hobbits. También sobre cómo una generación de políticos irresponsables –niños pijos que estudiaron en Oxford y compartieron juergas desaforadas en un club clasista– llevaron el país a una fragmentación nunca vista y a un clima de tensión que desembocó en el asesinato a manos de un exaltado de una joven diputada laborista, madre de dos hijos. Es, en definitiva, una de las radiografías más lúcidas, ácidas y desternillantes de la sociedad británica contemporánea.

Rechazado por todas las editoriales londinenses, Benjamin Trotter se ve obligado a publicar su novela en la de su amigo Phil (especializada en evocaciones sentimentales de la historia local) y, a sus cincuenta años, vive un inesperado lance amoroso con una ex compañera de colegio que incluye una tronchante escena de cama (o más bien de armario); Colin, su anciano padre, no entiende por qué la industria británica se ha ido al carajo; a su sobrina Sophie, profesora universitaria, un comentario inofensivo a una estudiante transgénero le cuesta un expediente; Doug mantiene un romance con una diputada tory y periódicas citas con un colaborador de David Cameron que le filtra informaciones delirantes sobre el referéndum del Brexit; Charlie se gana la vida haciendo de payaso en fiestas infantiles…

Todos ellos se mueven en una Inglaterra partida por la mitad, corroída por el racismo más o menos larvado, el resentimiento de clase y el miedo al futuro, sobre la que Coe ha escrito una fabulosa novela coral.

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Información

Año
2019
ISBN
9788433940940
Categoría
Sociología

La Inglaterra profunda

A los privilegiados, la igualdad les parece una renuncia. Entended esto y entenderéis buena parte de la política populista de nuestros días.
IYAD EL-BAGHDADI,
Twitter, 1.36 p. m., 25 de julio de 2016

16

Agosto de 2014
–Bueno –dijo Sohan–. Felicidades.
–Gracias –respondió Sophie.
Entrechocaron las copas y se bebieron el champán, que no era nada extraordinario. Sohan –que invitaba– dedicó un momento a reflexionar sobre el precio, que era realmente extraordinario.
–¿Qué estamos celebrando en realidad? –preguntó Sophie.
–A ti.
–¿A mí? ¿Qué pasa conmigo?
–Todo. Tu glorioso ascenso a la fama.
Sophie sonrió y dijo:
–Me parece que exageras un poco.
Con las copas en la mano, se alejaron del bar y se dieron un paseo por la plataforma de observación. A sus pies se extendía Londres, lánguida y abúlica en la cálida tarde de principios de verano. El Támesis se estiraba y retorcía como un lazo sucio, y se iba reduciendo a medida que se alejaba hacia el este, hasta convertirse en un puntito de luz que resplandecía a través de la neblina en el horizonte.
–Tu ciudad –dijo Sophie, acercándose a él y cogiéndole el brazo, mientras contemplaban, a través del ventanal del suelo al techo de la plataforma de observación del Shard, los edificios que tenían doscientos metros por debajo: los bloques de pisos, las antiguas viviendas sociales, las nuevas edificaciones y alguna reliquia del viejo Londres que asomaba entre el gris batiburrillo de construcciones modernas.
–¿Mía? En realidad no. Londres ya no es de los londinenses.
–¿Y entonces de quién es?
–Sobre todo de los extranjeros. Auténticos extranjeros. –Sophie le lanzó una mirada escéptica, de modo que él añadió–: Este edificio en el que estamos. La última atracción estrella de Londres. ¿Crees que es británico? El noventa y cinco por ciento es del estado de Qatar. Y lo mismo sucede con la mitad de esos resplandecientes bloques de oficinas nuevos que se ven desde aquí. Y con esas torres de apartamentos de lujo junto al río. Por no hablar de Harrods, esa esplendorosa institución inglesa. Llevamos años vendiéndolo todo. Si hoy en día te paseas por el centro de Londres, lo más probable es que estés pisando suelo extranjero.
Un pequeño pero ruidoso grupo de turistas españoles que, muy excitados, tomaban fotos y grababan vídeos con sus móviles del paisaje urbano, fue invadiendo el espacio en el que estaban Sophie y Sohan, de modo que optaron por dar una vuelta por el perímetro de la plataforma para contemplar la capital desde otro ángulo. Desde aquí la catedral de San Pablo se veía diminuta y vulnerable, luchando por reafirmar su identidad frente a los edificios vanguardistas, brutalistas y posmodernistas que habían ido creciendo a su alrededor.
–¿Y eso de allí es el estadio olímpico? –preguntó Sophie, señalando un lejano círculo blanco, como un gigantesco caramelo de menta Polo que hubieran dejado caer sin ton ni son en mitad del East End.
–Así es. –Sohan bebió otro sorbo de su copa alta de champán y añadió–: Dios mío, ¿no parece que haya pasado una eternidad de todo aquello? ¿Recuerdas lo escépticos que nos mostramos al principio y lo entusiastas que nos pusimos todos durante cinco minutos? Quiero decir que después de la ceremonia inaugural, yo mismo compré entradas para una de las competiciones. Para un evento deportivo. ¡Yo! ¡Yo viendo deporte!
–¿Qué competición era?
–Fútbol femenino. –Sophie soltó una carcajada y él se justificó a la defensiva–: Era la única competición en que las entradas no estaban ya agotadas. Ya sé que fue una idiotez por mi parte. No me gusta el fútbol y ni siquiera me gustan demasiado las mujeres. Con la excepción aquí presente. Cometí la estupidez de creer que podría convertirse en una cita romántica. Invité a ese tío llamado Jeremy. Y resultó que eso se convirtió en el beso de la muerte que fulminó nuestra relación...
–¿En qué estabas pensando? Nada más alejado de una cena con velas para dos, ¿no crees? –Sophie le rodeó los hombros con el brazo en un gesto de consuelo–. Espero que hayas encontrado a otros chicos desde entonces.
–Claro. Un montón. Pero ninguno que de verdad me guste... y, bueno, a ninguno en absoluto desde hace un par de meses. –Dio un trago más largo que los anteriores de champán–. Por supuesto, le agradezco al señor Cameron que por fin podamos casarnos. De hecho, es la única cosa que le agradezco. Pero empiezo a pensar que probablemente no haya nadie ahí fuera que esté destinado a compartir la vida conmigo. La verdad es que estoy cada vez más convencido.
–Bueno –dijo Sophie–. De todos modos, nunca me ha parecido que seas del tipo de persona que sienta la cabeza.
–Yo tampoco lo he creído nunca. Pero ahora que Ian y tú estáis dando tamaño ejemplo de dicha matrimonial...
A Sophie le complació comprobar que el brillo volvía a los ojos de Sohan y que la retranca irónica reaparecía en su tono de voz; y sin embargo, al mismo tiempo, había algo en ese tonillo de mofa que le molestó.
–De hecho –dijo–, somos muy felices.
–No lo he dudado ni por un momento.
Y era más o menos cierto. Tras unos primeros meses un poco tambaleantes, su matrimonio se había estabilizado en base a una rutina, a un patrón de hábitos. Los lunes y los viernes Sophie trabajaba o bien en casa, o bien en la recién inaugurada Biblioteca de Birmingham. Si estaba en casa, Ian regresaba en la pausa entre las clases de la mañana y las de la tarde y comían juntos. Los demás días de la semana ella iba a la universidad. Los sábados Ian iba al partido del Aston Villa con Simon o veía deportes por televisión en casa, y los domingos iban a visitar a su madre. Era un planteamiento cómodo y grato, y Sophie estaba determinada a darse por satisfecha con él. Y si alguna vez tenía la sensación de que la vida matrimonial quedaba algo por debajo de las expectativas (tal como sucedía de vez en cuando –muy de vez en cuando– en las primeras horas silenciosas y oscuras de alguna mañana de invierno, cuando ella se despertaba temprano e Ian seguía durmiendo y respiraba con ritmo regular a su lado, y ella se dejaba arrastrar por divagaciones que la conducían a terrenos aventurados e impredecibles), siempre le quedaba el consuelo de saber que su carrera progresaba en la buena dirección, paso a paso. Ya le habían publicado la tesis. El capítulo dedicado al retrato de Dumas realizado por Powell, que había aparecido también de forma independiente en un número del Oxford Art Journal, había llamado la atención de un productor de Radio Cuatro que la había invitado a un programa de debate de tarde. Ella se desenvolvió bien ante los micrófonos y había ido recibiendo más propuestas de colaboración: algunas académicas, otras de la rama más intelectual de los medios de comunicación (sobre todo páginas de arte de ciertos periódicos, que se aferraban a su precaria existencia con todas sus fuerzas). Y hacía poco había recibido la petición más inesperada de todas: la propuesta de ser conferenciante invitada en un crucero por el Báltico que partía de Dover en dos días.
Y por otro lado estaba lo de su nuevo trabajo: un puesto de profesora adjunta en una de las principales universidades de Londres. Iba a empezar en octubre y Sophie estaba muy ilusionada. Ian, como era de esperar, se mostraba indeciso. Sí, significaba que dispondrían de más dinero, y eso sin duda les sería muy útil –sobre todo si iban a tener hijos, algo que él deseaba con todas sus fuerzas–, pero él también había presentado una solicitud para un nuevo trabajo (de hecho, era un ascenso a director regional) y estaba muy seguro de conseguirlo, con el correspondiente aumento de sueldo. ¿No tendrían ya suficiente con eso, al menos de momento? Tras esa pregunta se ocultaba en realidad su gran preocupación no verbalizada: si su mujer aceptaba el puesto, de ahora en adelante pasaría tres días a la semana en Londres –y probablemente dormiría en el sofá de Sohan, hasta encontrar algo mejor–, y había algo en esa idea que le inquietaba profundamente. Algo que iba más allá de la perspectiva de su separación intermitente, que supondría, además, tener que pasar dos o tres noches a la semana solo en el apartamento. Era algo que tenía que ver con el hecho de que ella volviera a la capital, a un modo de vida y a un grupo de amigos que no tenían nada que ver con él, a un universo que era anterior a su llegada y que por eso suponía una amenaza a su statu quo matrimonial. Y desde que Sophie tomó la decisión de aceptar el puesto, se había generado entre ellos un callado pero palpable desasosiego.
–Bien –fue todo lo que dijo Sophie en respuesta al comentario de Sohan. Y añadió–: Porque es verdad. –Pero al decirlo de inmediato sonó como si no lo fuera.
–Supongo que te acompañará, ¿no? A bordo de ese barco llamado Decrepitud.
–No seas tan retorcido todo el rato.
–Oh, vamos, va a estar lleno de viejos. ¿No tienes que tener como mínimo setenta años para embarcarte en un crucero Legend?
–Cincuenta.
–Bueno, pues la mayoría de ellos van a ser más viejos. El buque de Su Majestad Senilidad. –Se rió, como solía hacer con sus propios chistes. Desde que Sophie le había dado la noticia, imaginársela metida durante diez días en un crucero con un pasaje de cuatrocientos ancianos ingleses como compañía le había generado una gran diversión. Ella sospechaba que Sohan tenía ciertos celos profesionales.
–Sí, va a venir –le dijo–. En esto han sido exquisitos. Ian se perderá los tres primeros días, pero le pagarán el vuelo y se unirá al crucero en Estocolmo.
–Qué romántico –dijo Sohan–. Ya os imagino a los dos en vuestro camarote, surcando el Báltico. Como Kate Winslet y Leonardo DiCaprio. De hecho, los dos os parecéis un poco a los respectivos actores. –Vació la copa de champán–. Esperemos que no haya icebergs.
–No los habrá –replicó Sophie. Se llevó la mano a la frente a modo de visera para protegerse del sol bajo e intentó en vano localizar el Observatorio de Greenwich entre el caos de cemento de la ciudad que en breve volvería a ser su hogar.

17

20-22 de agosto de 2014: Dover-Estocolmo
El Legend Topaz IV zarpó de Dover poco después de las dos de la tarde del miércoles. Hacía un día espléndido y el mar estaba en calma. Sophie contempló desde el pequeño balcón de su camarote cómo se alejaban los blancos acantilados mientras e...

Índice

  1. Portada
  2. La Inglaterra feliz
  3. La Inglaterra profunda
  4. La vieja Inglaterra
  5. Nota del autor
  6. Notas
  7. Créditos