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Cursos en el Collège de France (1989-1992)

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Cursos en el Collège de France (1989-1992)

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Pierre Bourdieu presenta así este libro fundamental: «Saber que se trata de una pretensión algo alocada, que se ha intentado en varias ocasiones a lo largo de la historia con muchos fracasos, convierte mi empresa en algo aterrador y he vacilado mucho antes de presentársela a ustedes. Para lograr su indulgencia, les voy a mostrar hasta qué punto es arriesgada la empresa explicando cómo fracasaron, a mi juicio, los que ya lo intentaron. Les voy a proporcionar armas contra mí pero, al mismo tiempo, al mostrarles cuán difícil es, conseguiré que sean mucho más indulgentes de lo que lo serían si no lo supieran.»

A pesar de estar presente en toda la obra de Pierre Bourdieu, la cuestión del Estado no llegó a convertirse en el objeto de un libro que unificara la teoría sobre el tema. Ahora bien, esta cuestión, a la que consagró tres años de su actividad docente en el Collège de France, ofrece en muchos aspectos la clave para integrar el conjunto de sus investigaciones: esta «ficción colectiva» de efectos muy reales es a la vez producto, desafío y fundamento de todas las luchas de intereses.

Este texto, que inaugura la publicación de cursos y seminarios del sociólogo, proporciona también la lectura de «otro Bourdieu», más concreto y pedagógico ya que muestra su pensamiento mientras lo elabora. Desenmascara la ilusión de la «idea de Estado», dedicada a mantener la creencia en un principio de gobierno orientado hacia el bien común, y critica el «estado de ánimo antiinstitucional», dispuesto a reducir la construcción de un aparato burocrático a una función de mantenimiento del orden social. En momentos en que la crisis económica permite precipitar, a costa de la soberanía popular, el desmantelamiento de los servicios públicos, este libro aporta las herramientas críticas necesarias para una comprensión más lúcida de los resortes de la dominación.

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Información

Año
2014
ISBN
9788433935205
Categoría
Filosofía

Curso 1991-1992

CLASE DEL 3 DE OCTUBRE DE 1991

Un modelo de las transformaciones del Estado dinástico. – La noción de estrategias de reproducción. – La noción de sistema de estrategias de reproducción. – El Estado dinástico a la luz de las estrategias de reproducción. – La «casa del rey». – Lógica jurídica y lógica práctica del Estado dinástico. – Objetivos del siguiente curso.
UN MODELO DE LAS TRANSFORMACIONES DEL ESTADO DINÁSTICO
Después de haber descrito [en los dos años precedentes] el proceso de concentración de las diferentes especies de capital que acompaña el nacimiento del Estado, querría ahora volver a trazar la transformación, que se produce a lo largo de siglos, del poder personal concentrado en la persona del rey a los poderes difusos y diferenciados asociados en lo sucesivo a la idea de Estado. El proceso que voy a describir hoy podría llamarse, para darles un esquema de conjunto, «De la casa del rey a la razón de Estado».1 ¿Cómo se pasa de un poder concentrado en una persona, aunque, desde el origen, se observan signos de diferenciación, de distribución del trabajo de dominación, a un poder dividido, compartido entre diferentes personas que mantienen entre ellas relaciones de competencia, de conflicto dentro de lo que yo llamo un «campo de poder»?2
Voy a tratar de construir un modelo. Como ya he dicho muchas veces, no tengo en absoluto la ambición de rivalizar aquí con los historiadores y, lo digo constantemente sin falsa modestia, soy consciente de no hallarme en situación de manejar la cultura histórica que sería necesaria para validar completamente el modelo que propongo. Querría construir a la vez un modelo de la lógica del Estado dinástico, del Estado identificado con la persona del rey y la descendencia real, y un modelo del proceso según el cual este Estado se transforma. Querría, por tanto, describir a la vez la lógica del Estado dinástico y las contradicciones que son inherentes a su funcionamiento, y que, me parece, engendran la superación del Estado dinástico hacia formas de Estado más impersonales.
Para elaborar el modelo del Estado dinástico, voy a apoyarme en el trabajo que realicé, hace mucho tiempo, sobre los campesinos bearneses. Si me permito hacerlo es porque más tarde ese trabajo sirvió de base a estudios históricos, y creo que un determinado número de historiadores, en particular Andrew Lewis, al que me referiré, se apoyan en los trabajos antropológicos del tipo de los que he realizado para pensar la lógica del funcionamiento de la familia real. Y –¿cómo decirlo sin arrogancia?– mis trabajos sobre el parentesco en Béarn1 marcaban cierta ruptura con la tradición dominante en el momento en que yo trabajaba, que era la tradición estructuralista: estos trabajos pretendían mostrar que los intercambios matrimoniales, lejos de ser, como se creía, el producto de reglas conscientes o de modelos inconscientes, eran el producto de estrategias orientadas por los «intereses» de la casa. Después de este trabajo, Lévi-Strauss y otros hablan de «sistemas de la casa» para designar el tipo de relación de parentesco que se observa, en particular en el sudoeste de Francia. Estas sociedades de casa son sociedades en las que el padre de familia es llamado capmaysouè, «jefe de casa». El rey es un capmaysouè, volveré sobre este punto, es un jefe de casa, y los jefes de casa son, en cierto modo, los agentes de una instancia que les trasciende, que se llama la casa. Por ejemplo, en Béarn, designamos a una persona por su nombre, seguido del nombre de la casa. Se dice: Jean de casa X. En cierto modo, el sujeto de las acciones individuales, de las acciones matrimoniales, es la casa, que tiene intereses que trascienden a los individuos, que debe perpetuarse en su patrimonio material –las tierras, etc., cuya división debe evitarse– [y en su] patrimonio simbólico [que] es todavía más importante: el nombre debe quedar puro de toda mancha, debe escapar de la degradación, del menoscabo, etc.
No es casualidad que hayan sido los sociólogos e historiadores norteamericanos quienes han hecho esta transferencia a la realeza de un modelo elaborado a propósito de las capas más bajas de la sociedad francesa. Sin duda había ciertas resistencias inconscientes de los historiadores [franceses] –cuando son todos unos apasionados de la etnología y la etnología hace furor entre ellos– a aplicar modelos elaborados a partir de las regiones más lejanas de la Francia rural para pensar en las cumbres del Estado. Había otros obstáculos y creo que, ante estos problemas, los historiadores a menudo oscilan entre dos polos..., iba a decir dos errores: el que consiste en asimilar por un anacronismo inconsciente las sociedades antiguas o, al contrario, en incluirlas en el exotismo absoluto. De hecho, el ejercicio que se trata de practicar consiste tan sólo en ver que un modelo muy general puede dar cuenta de fenómenos en apariencia muy diferentes, según la lógica [que quiere] que la misma causa produzca los mismos efectos. Cuando se tiene una descendencia que tiene un patrimonio material y un patrimonio simbólico –un patrimonio que se llamará «corona» en un caso, «casa» en el otro caso–, que se trata de perpetuar en el tiempo, se observan lógicas de prácticas muy semejantes; y los agentes sociales, sean reyes de Francia o pequeños propietarios de quince hectáreas, tendrán conductas relativamente inteligibles, según los mismos principios.
LA NOCIÓN DE ESTRATEGIAS DE REPRODUCCIÓN
A partir de este modelo, he elaborado la idea de sistema de estrategias de reproducción sobre el que querría explicarme un poco, porque es indispensable para comprender el uso que más tarde haré del modelo. He tratado de proporcionar su formulación metódica en La nobleza del Estado (pp. 387-388), donde comento muy rápidamente lo que yo entiendo por sistema de estrategias de reproducción, insistiendo en la idea de «sistema» por una parte y, por otra, en lo que hay que entender de manera precisa por «estrategias». En primer lugar, «sistema»: creo que para comprender las conductas de las casas reales y no reales, y las del conjunto de los agentes sociales en general, hay que establecer cómo organizar una serie de prácticas que las ciencias sociales estudian en orden disperso, prácticas que, en un momento dado, se [asignan] a ciencias sociales diferentes: la demografía para las estrategias de fecundidad, el derecho para las estrategias sucesorias, las ciencias de la educación para las estrategias educativas, la economía para las estrategias económicas, etc. Con la noción de habitus, que es un principio generador de conductas sistemáticas, y la noción de estrategias de reproducción, trato de explicar que, para comprender un buen número de conductas humanas fundamentales, orientadas hacia la conservación o el aumento de la posición ocupada por una familia o un individuo en el espacio social, hay que tomar en consideración cierto número de estrategias aparentemente sin relación, estrategias sin vínculos fenoménicos [entre ellas].
Voy a enumerar dichas estrategias.1 Pueden concernir primero a la fecundidad: son las estrategias de regulación de la natalidad,2 por ejemplo, que pueden ejercerse a través de las estrategias matrimoniales; aquí se ve enseguida el vínculo entre las diferentes estrategias. Sabemos muy bien que, en muchas sociedades, una de las maneras de regular los nacimientos es retrasar la edad del matrimonio. Las estrategias de fecundidad pueden ejercerse de modo directo o indirecto: tienen como función, en la lógica de la reproducción, anticipar los peligros de la división; y el hecho de limitar los nacimientos, por ejemplo, tiene una relación evidente con las estrategias sucesorias. Después, las estrategias sucesorias propiamente dichas, que suelen regularse por costumbres o leyes sucesorias. Por ejemplo, tanto en las familias campesinas del sudoeste de Francia como en las familias reales, el derecho de primogenitura, o derecho de mayorazgo, les reserva la sucesión a los hijos mayores en detrimento del resto de los hijos y obliga a encontrar soluciones para situar a los mencionados hijos. Los hijos menores de Gascuña eran las víctimas de una ley sucesoria que les destinaba a ser, como se dice entre los campesinos bearneses, «sirvientes sin sueldo», sin salario, o «emigrados». Las estrategias sucesorias pueden demandar las estrategias de fecundidad porque las estrategias son interdependientes. A continuación, las estrategias educativas, en sentido muy amplio: cuando se habla del rey, se piensa, por supuesto, en la educación del delfín. En el libro La Famille capétienne et l’État,1 Andrew Lewis insiste mucho en el modo de sucesión, en función de las estrategias sucesorias, en los privilegios otorgados al heredero y en las compensaciones que es imprescindible otorgarle al otro hijo: la porción concedida, etc. Pero, como no existe –y aquí radica, creo, el interés del esfuerzo de modelización– la idea de un sistema estratégico sucesorio, éste no tiene en cuenta en absoluto las estrategias educativas.
Así pues, para que funcione un sistema como el que voy a describir y que diseca Lewis, hace falta que los agentes estén preparados para hacerlo funcionar, que tengan buena disposición. Paradójicamente, los herederos no siempre están dispuestos espontáneamente a heredar –cosa que no sorprenderá a los que llevan tiempo oyéndome, pero para aquellos de ustedes que son recién llegados, será una sorpresa escuchar que uno de los problemas de las sociedades hereditarias es producir herederos dispuestos a aceptar la herencia–. Hace algunos años, realicé un largo comentario sobre La educación sentimental de Flaubert,2 cuyo héroe principal, Frédéric, tiene la característica de ser un heredero que no quiere heredar, y que, por ello, oscila sin cesar entre la ruptura con la herencia –quiere ser artista– y la aceptación de la herencia. Es una paradoja que tiende a olvidarse, porque se piensa de forma espontánea, en una visión ingenuamente crítica del orden social, que los herederos se sienten felices de heredar; pero esto no es del todo cierto, hay herederos indignos, y en todos los niveles de la escala social: hay, por ejemplo, hijos de mineros que no quieren bajar a la mina, pero muchos menos de lo que podría pensarse porque justamente el sistema de reproducción funciona; y hay también hijos de rey que no tienen ganas de heredar o que se comportan de tal manera que verdaderamente no heredan la herencia, es decir, que no son lo que deberían ser para ser dignos de heredar.
El papel de las estrategias educativas es, por tanto, absolutamente capital, porque es necesario un verdadero trabajo de inculcación para producir un rey deseoso de heredar y digno de hacerlo. Se ve bien, cuando pensamos en la educación de las jóvenes en las sociedades donde el capital de honor es muy importante, hasta qué punto la educación de las chicas es una estrategia fundamental en el sistema de estrategias de reproducción: es a través de las chicas como llega el deshonor, como llega la ultrafecundidad, etc. En estas sociedades, la mirada obsesiva que se pone en la virtud de las chicas es un elemento del sistema de reproducción fácil de comprender. He hablado de estrategias educativas, pero podría, a cada paso, desarrollar por extenso las relaciones entre las diferentes estrategias que enumero para las necesidades del análisis, cuando son totalmente interdependientes. Las estrategias que llamé profilácticas se vuelven muy importantes en ciertas sociedades, como las nuestras: son estrategias que pretenden asegurar la perpetuación del buen estado biológico, en cierto modo, de la descendencia. Las estrategias médicas, por ejemplo, con los gastos de salud, son también importantes: son las estrategias por las cuales se reproduce la fuerza de trabajo y la fuerza de reproducción, etc.
Llegamos ahora a estrategias más evidentes, en las cuales se piensa enseguida: las estrategias económicas propiamente dichas, como las estrategias de inversión, de ahorro, etc., que son un elemento del sistema. En la medida en que la herencia consiste en tierras, en patrimonio material, las estrategias económicas de perpetuación de la casa no van sin estrategias de atesoramiento, de inversión, de acumulación, etc. Hay también estrategias de inversión y de acumulación de capital social, es decir, estrategias encaminadas a mantener las relaciones ya establecidas: por ejemplo, en sociedades como la cabileña una parte muy importante del trabajo que cumplen los agentes es un trabajo de mantenimiento de las relaciones con los parientes en sentido amplio, se trate del parentesco establecido por alianzas o del parentesco establecido por la sucesión; este trabajo que consiste en visitas, en intercambios de dones y de regalos, etc., es muy importante ya que es por el que se perpetúa el capital simbólico de la familia. Tener una gran familia, por ejemplo, es poder organizar una comitiva de trescientas personas entre las que van doscientos hombres disparando. [En estas sociedades,] las procesiones y todas las exhibiciones de grupo son como las manifestaciones en nuestras sociedades: son exhibiciones de capital simbólico, es decir, de capital social acumulado durante años y años de mantenimiento, de intercambios, de amabilidades, etc., que se puede exhibir cuando es necesario, por ejemplo, cuando se trata de manifestar la solemnidad de un matrimonio o cuando se trata de pactar un matrimonio.
La acumulación de capital sucesorio es, por consiguiente, muy importante y las estrategias sucesorias matrimoniales sólo son posibles sobre la base de estrategias de mantenimiento metódicas, hábiles y continuas del capital social, etc., concedidas a menudo además a las mujeres. [...] He escrito un artículo sobre la dominación masculina1 donde he desarrollado cierto número de cosas, pero en él no pensé [...] en una dimensión de la distribución del trabajo entre los sexos todavía muy fuerte en nuestras sociedades: la que consiste en delegar en las mujeres el trabajo de mantenimiento de las relaciones sociales, mientras que los hombres [se concentran en] las estrategias sucesorias. A causa de la división entre sexos, las estrategias de mantenimiento del capital social se confían prioritariamente a las mujeres en la inmensa mayoría de las sociedades, no me atrevo a decir en todas porque existe siempre la posibilidad de una excepción. Por ejemplo, hay unos trabajos norteamericanos muy divertidos que han estudiado el estereotipo según el cual las mujeres se pasan el tiempo al teléfono (es un estereotipo de todos los países modernos). Al estudiar las facturas del teléfono, comprobaron que el estereotipo correspondía, en efecto, a una realidad: las mujeres pasan mucho más tiempo al teléfono. Pero, como buenos estudiosos, no se contentaron con hacer constataciones estúpidas como se suele encontrar en la sociología espontánea para revistas que nos nutren a diario; trataron de comprender por qué era así y descubrieron que, en la inmensa mayoría de las familias, y tanto más cuanto más se desciende en la jerarquía social, el mantenimiento de las relaciones familiares se confía a la mujer, incluidas las relaciones con la familia del cabeza de familia: la mujer envía las tarjetas de felicitación, telefonea en los aniversarios y las fiestas, etc. Vemos, pues, que la noción de estrategia de inversión social es importante para dar un estatuto en todo este trabajo invisible. Ahora bien, los trabajos femeninos son siempre invisibles... Los cabileños dicen siempre: «La mujer es como la mosca en el suero de la leche, se agita y nadie ve lo que hace.» El trabajo de mantenimiento de las relaciones sociales no sólo es invisible, sino que es tabú: «Se pasa el tiempo al teléfono, qué es lo que hace, etc.» [...]
Vuelvo a las estrategias matrimoniales propiamente dichas que, por supuesto, son centrales. No necesito desarrollar el tema: en muchas sociedades, son el lugar principal de inversión [de la casa]; por el matrimonio se puede aumentar el patrimonio material y, sobre todo, el capital simbólico (se puede adquirir a aliados, etc.). Las estrategias matrimoniales son por ello el objeto de dedicación constante, de atenciones extraordinarias, de refinamiento, de virtuosismo mucho más allá de la capacidad de la mayoría de los etnólogos, por eso hicieron modelos matemáticos, era mucho más sencillo...
A continuación, tengo una última categoría, que llamo las estrategias de sociodicea; me explico muy rápidamente: es una palabra que he creado sobre el modelo de la palabra de Leibniz,1 la teodicea, que es la justificación de Dios; la sociodicea es la justificación de la sociedad. Esta noción designa estrategias que tienen como función justificar las cosas por ser lo que son. Lo que se incluye de manera vaga bajo la noción de ideología, que es tan vago y cenagoso que prefiero suprimirla y reemplazarla por sociodicea: es más bárb...

Índice

  1. PORTADA
  2. NOTA DE LOS EDITORES
  3. CURSO 1989-1990
  4. CURSO 1990-1991
  5. CURSO 1991-1992
  6. ANEXOS
  7. NOTAS
  8. CRÉDITOS