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Con su pasión y curiosidad habituales, Oliver Sacks se interna en el insondable silencio de los sordos profundos, de aquellos que han nacido sin uno de los sentidos básicos para el conocimiento, para la articulación del lenguaje y, por ende, del pensamiento. Pero este viaje al país del silencio, como todos los que emprende Sacks, será una jornada llena de descubrimientos. Y el lector conocerá así la historia de los sordos, los estragos que han causado los «oralistas», los defensores del lenguaje oral frente al de señas, y sabrá de la existencia de una comunidad que existió durante más de dos siglos en Martha's Vineyard, Massachusetts, y en la que había una forma de sordera hereditaria y todos aprendían a hablar por señas. Y así, los que podían oír eran «bilingües», y podían pensar y hablar de viva voz y también en el lenguaje de señas, y había un intercambio libre y pleno entre oyentes y sordos. Porque, para el autor, el lenguaje de señas no es una mera traducción de las lenguas habladas, sino un idioma único y alternativo, tan complejo, tan rico y tan efectivo para el pensamiento y la transmisión de la cultura como las diferentes lenguas de los oyentes.

Una obra hermosa y conmovedora, un viaje fascinante al corazón de una tierra muy extraña y una provocativa meditación sobre la comunicación, la biología y la cultura.

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Información

Año
2017
ISBN
9788433937667
Categoría
Literatura

NOTAS

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA DE 1994

1. Aunque el método de Ponce de León nunca se publicó, sus contemporáneos españoles lo conocieron bien y lo difundieron, sobre todo Juan Pablo Bonet (que en 1620 publicó el primer libro del mundo sobre la enseñanza de los sordos). Todo esto se olvidó en gran parte en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando Europa centró su atención en el abate De l’Epée y su método de enseñanza para sordos, que empleaba el lenguaje de señas. Los escritores españoles (en especial Juan Andrés Morrell) lo lamentaron, criticaron al abate «advenedizo» y se esforzaron por recordar a sus lectores que la enseñanza de los sordos era «un arte totalmente español» (Morrell, 1794).
2. En 1792 se creó un aula para estudiantes sordos en San Fernando, y en 1800 un colegio para sordos en Barcelona; pero ninguno de los dos sobrevivió más allá de 1802. El colegio de Madrid, por el contrario, aún sigue funcionando, aunque con un método exclusivamente oral que habría indignado a sus fundadores.
3. Uno de los hijos de don Jaime, don Alfonso, sería posteriormente presidente honorífico de la Confederación Nacional de Sordos de España.
4. Esta enseñanza bilingüe y bicultural de los niños sordos es todavía cosa excepcional, pero se ha implantado en Suecia y Dinamarca (donde se admite oficialmente la Seña como idioma natural de los sordos), y en Venezuela y Uruguay. De hecho es notable que el ensayo innovador sobre este tema (de Johnson, Liddell y Erting, 1989) se haya traducido al español, con lo que los educadores españoles tienen libre acceso a esta obra tan reciente.
5. Este artista, Gregorio J. Arrabal, presentó un informe detallado y conmovedor sobre su infancia como sordo y su vida posterior como artista sordo cada vez más prestigioso en España. Su ponencia se publicará, junto con otras muchas presentadas en Deaf Way, en un volumen que prepara la Gallaudet University Press de Washington, D.C.

PREFACIO

1. Aunque el término «seña» se utiliza habitualmente para indicar el Lenguaje de Señas Estadounidense o ameslán (American Sign Language), yo lo utilizo en este libro para referirme a todos los lenguajes de señas naturales, actuales y antiguos (por ejemplo el ameslán, el lenguaje de señas francés, el lenguaje de señas chino, el lenguaje de señas yiddish). Pero no incluye las versiones por señas de lenguajes hablados (por ejemplo, el inglés por señas), que son meras transliteraciones y carecen de la estructura de los lenguajes de señas auténticos.
2. En la comunidad sorda hay quien establece esta distinción asignando a la sordera audiológica una «s» minúscula, para distinguirla de la Sordera con «s» mayúscula como entidad lingüística y cultural.
3. Las notas, numerosas y a veces extensas, deben considerarse excursiones mentales o imaginativas que el viajero-lector puede emprender o evitar a su arbitrio.

CAPÍTULO PRIMERO

4. Esta colega, Lucy K., habla y lee los labios tan bien que yo no me di cuenta al principio de que era sorda. Hasta que giré un día la cabeza a un lado por casualidad cuando estábamos hablando, cortando así la comunicación instantáneamente sin saberlo, no advertí que no me oía sino que me leía los labios (lo de «leer los labios» es una expresión bastante impropia para designar ese arte complejo de observación, deducción e inspirada conjetura). Cuando a los doce meses le diagnosticaron sordera, sus padres mostraron enseguida un deseo ferviente de que su hija hablase y formase parte del mundo oyente y su madre consagró muchas horas diarias a una enseñanza individual e intensiva del habla, esfuerzo abrumador que duró doce años. Lucy no aprendió a hablar por señas hasta después, a los catorce años; la seña siempre ha sido para ella una segunda lengua que no le brota de forma «natural». Asistió a clases «normales» (para oyentes) en el instituto y en la universidad, gracias a su pericia en la lectura de los labios y a unos potentes audífonos, y ahora trabaja en nuestro hospital con pacientes oyentes. Tiene sentimientos contradictorios respecto a su situación: «A veces siento –dijo una vez– que estoy entre dos mundos, y no encajo del todo en ninguno.»
5. Antes de leer el libro de Lane había abordado a los pocos pacientes sordos que había tenido a mi cuidado con criterios puramente médicos, como «otológicamente lisiados» o «enfermos del oído». Después de leerlo empecé a mirarlos con otra perspectiva, sobre todo después de observar a tres o cuatro de ellos hablando por señas con una vivacidad y una animación que antes no había sabido ver. Sólo a partir de entonces empecé a considerarles Sordos con mayúscula, miembros de una comunidad lingüística distinta.
6. Ha habido en Inglaterra desde «Voices from Silent Hands» (Horizon, 1980) media docena de programas importantes como mínimo. En Estados Unidos ha habido varios (sobre todo algunos excelentes de la Universidad Gallaudet, como «Hands Full of Words»). El más importante y reciente de ellos es el extenso documental en cuatro partes de Frederick Wiseman titulado Deaf and Blind, que emitió la televisión pública en 1988. Ha habido también en televisión un número creciente de obras de ficción sobre la sordera. Por ejemplo, en un episodio de enero de 1989 de la nueva «Star Trek», titulado «Louder than a Whisper», el actor sordo Howie Seago interpretaba a un embajador de otro planeta que era sordo y hablaba por señas.
7. Wright, 1969, pp. 200-201
8. Así era en realidad en 1969, cuando se publicó el libro de Wright. Desde entonces ha habido un verdadero aluvión de trabajos sobre la sordera escritos por sordos, el más notable de los cuales es Deaf in America: Voices from a Culture, de los lingüistas sordos Carol Padden y Tom Humphries. Se han publicado también novelas sobre sordos escritas por sordos, por ejemplo Islay, de Douglas Bullard, que intenta reflejar las percepciones características, el flujo de conciencia, el diálogo interior de quienes hablan por señas. Para otros libros de escritores sordos, véase la bibliografia fascinante que incluye Wright en Deafness.
9. Wright, 1969, p. 25.
10. Wright utiliza la expresión de Wordsworth «música ocular» para esas experiencias, incluso cuando no van acompañadas de fantasma auditivo, expresión que utilizan varios escritores sordos como metáfora de su percepción de la belleza y de las pautas visuales. Se usa sobre todo en los motivos repetidos (las «rimas», las «consonancias», etc.) de la poesía en lenguaje de señas.
11. Wright, 1969, p. 22.
12. Hay, desde luego, un «consenso» de los sentidos: los objetos se oyen, se ven, se tocan, se huelen, a la vez, de modo simultáneo; su sonido, visión, olor y textura se presentan juntos. La experiencia y la asociación son las que establecen esta correspondencia. No es, en general, una cosa de la que tengamos conciencia, aunque nos sorprenderíamos mucho si algo no sonara según su apariencia, si uno de nuestros sentidos diese una impresión discrepante. Pero se nos puede hacer cobrar conciencia de la correspondencia de los sentidos, de un modo bastante súbito y sorprendente, si se nos priva de pronto de uno de ellos, o si recuperamos uno. Así, David Wright «oía» el habla cuando se quedó sordo; un paciente mío anósmico «olía» las flores siempre que las veía; y Richard Gregory (en su artículo «Recovery from early blindness: a case study», reeditado en Gregory, 1974) explica el caso de un paciente que supo leer la hora que marcaba el reloj en cuanto recuperó la vista tras una operación (era ciego de nacimiento); antes tocaba las manecillas de un reloj sin cristal, pero pudo hacer una transferencia «transmodal» instantánea de esta información táctil a lo visual en cuanto empezó a ver.
13. El que se oigan (es decir, se imaginen) «voces fantasmas» cuando se leen los labios es muy característico de los sordos postlingüísticos, para los que el habla (y el «diálogo interior») ha sido antes una experiencia auditiva. No se trata de «imaginar» en el sentido ordinario, sino más bien de una «traducción» instantánea y automática de la experiencia visual a una percepción auditiva correspondiente (basada en la experiencia y en la asociación), traducción que es probable que tenga una base neurológica (de conexiones audiovisuales sedimentadas por la experiencia). Esto no sucede, como es natural, en el caso de los sordos prelingüísticos, que no tienen ni experiencia ni imaginación auditivas a las que recurrir. Para ellos leer los labios (y también la lectura ordinaria) es una experiencia exclusivamente visual; ven, pero no oyen, la voz. Es tan difícil para nosotros, como hablantes-oyentes, concebir incluso esa «voz» visual como para los que nunca han oído concebir una voz auditiva.
Habría que añadir que los sordos congénitos pueden apreciar plenamente, por ejemplo, el inglés escrito, a Shakespeare, aunque no les «hable» del modo auditivo. Les habla, hemos de suponer, de un modo completamente visual, no oyen sino que ven la «voz» de las palabras.
Cuando leemos, o imaginamos a alguien hablando, «oímos» una voz en el oído interior. ¿Y los que nacen sordos? ¿Cómo se imaginan ellos las voces? Clayton Valli, un poeta por señas sordo, cuando le llega un poema siente que su cuerpo hace pequeñas señas... está, como si dijésemos, hablando consigo mismo, con su propia voz. Los locos suelen padecer «audición de voces»; voces ajenas, con frecuencia acusatorias, que les regañan, o que les halagan. ¿Padecen también «visión de voces» los sordos cuando se vuelven locos? Y sí es así, ¿cómo las ven? ¿Como manos haciendo señas en el aire, o como apariciones visuales de cuerpo entero que hacen señas? Me ha sido extrañamente difícil obtener una respuesta clara..., lo mismo que puede resultar difícil, a veces, conseguir que el que ha soñado te explique cómo sueña. Puede captar algo en el curso del sueño pero es incapaz de decir cómo, si con la vista o con el sonido. Hay aún muy pocos estudios sobre las alucinaciones, el sueño y las fantasías lingüísticas en los sordos.
El problema de cuánto siguen «oyendo» los sordos poslingüísticos muestra analogías con la manera de seguir «viendo» de los que se quedan ciegos en una etapa tardía de la vida, que continúan viviendo en un mundo visual de un modo u otro, despiertos y en sueños. La crónica autobiográfica más extraordinaria de esta experiencia acaba de proporcionárnosla John Hull (1990). «Durante el primer par de años de ceguera –escribe–, cuando pensaba en personas a las que conocía las dividía en dos grupos. Las que tenían rostro y las que no lo tenían... La proporción de gente sin rostro fue aumentando con el paso del tiempo.» Cuando le hablaban personas a las que conocía tenía imágenes intensas de sus rostros... aunque imágenes grabadas por sus últimas impresiones antes de quedarse ciego, y por tanto progresivamente anticuadas. En el caso de las otras personas, aquellas de las que no había recuerdos visuales concretos, se produjeron, en determinado momento, «proyecciones» visuales incontrolables (quizás análogas a los «fantasmas» auditivos de Wright y a los miembros fantasmas de los amputados: estos «espectros sensoriales» los crea el cerebro cuando queda desconectado bruscamente del aflujo sensorial ordinario).
Hull descubrió que, en general, con los años, iba hundiéndose progresivamente en lo que él llama «ceguera profunda», con cada vez menos recuerdos, fantasías y necesidad de imágenes visuales y cada vez más sensación de «ver con todo el cuerpo», viviendo en un mundo autónomo y completo de sensaciones corporales, tacto, olfato y gusto, y, por supuesto, oído..., todo ello notablemente fortalecido. Sigue utilizando imágenes y metáforas visuales en su lenguaje, pero son para él, cada vez más, sólo metáforas. Es probable que los que se quedan sordos en una etapa tardía de la vida puedan ir perdiendo también gradualmente sus imágenes y recuerdos auditivos, a medida que se adentran en el mundo exclusivamente visual de la sordera «profunda». Cuando le preguntaron a Wright si le gustaría recuperar la audición en la etapa en que estaba contestó que no, que su mundo le parecía ya un mundo completo.
14. Se trata de una idea estereotípica no del todo correcta. Los sordos congénitos no sienten el «silencio» ni se quejan de él, igual que los ciegos no experimentan la «oscuridad» ni se quejan de ella. Eso son proyecciones o metáforas que nosotros hacemos de su estado. Además, hasta los que padecen la sordera más profunda oyen ruidos de diversos tipos y pueden ser muy sensibles a toda clase de vibraciones. Esta sensibilidad a la vibración puede convertirse en una especie de sentido accesorio: así Lucy K., aunque padece una sordera profunda, puede identificar inmediatamente un acorde como una «quinta» poniendo una mano sobre el piano, y puede apreciar voces en teléfonos muy amplificados; parece ser que lo que percibe en ambos casos son vibraciones, no sonidos. El desarrollo de la percepción de las vibraciones como un sentido auxiliar guarda ciertas similitudes con el de la «visión facial» de los ciegos, que utilizan la cara para captar una especie de información ultrasónica.
Los oyentes tienden a percibir vibraciones o sonido: así, un do grave (por debajo del nivel de la escala del piano) podría captarse como un do grave o como una oscilación atonal de dieciséis vibraciones por segundo. Una octava por debajo de esto sólo oiríamos una oscilación; una octava por encima (treinta y dos vibraciones por segundo), oiríamos una nota grave sin ninguna oscilación. La percepción de «tono» dentro de la gama auditiva es una especie de construcción o juicio sintético del sistema auditivo normal (véase Sensations of Tone, de Helmholtz, 1862). Si no se puede conseguir esto, como en el caso de los sordos profundos, puede haber una ampliación perceptible hacia arriba de la sensibilidad a la vibración, hacia campos que los oyentes captan como tonos, incluso en la gama media de la música y el habla.
15. Isabelle Rapin considera la sordera una forma de retraso mental tratable o, mejor, prevenible (véase Rapin, 1979).
Hay diferencias fascinantes de estilo, de enfoque del mundo, entre los sordos y los ciegos (y los normales). Los niños ciegos, en concreto, suelen hacerse «hiperverbales», tienden a utilizar complejas descripciones verbales en vez de imágenes visuales, intentando rechazar lo visual o sustituirlo por lo verbal. La psicoanalista Dorothy Burlingham decía que esto solía traer consigo una especie de «falso yo» pseudovisual, que pareciese que el niño veía cuando no era así (Burlingham, 1972). Esta psicoanalista creía que era fundamental tener en cuenta el hecho de que los niños ciegos tienen un perfil y un «estilo» completamente distintos (que exigen un tipo diferente de enseñanza y de lenguaje) y que no hay que considerarles deficientes sino diferentes y peculiares por derecho propio. Esta actitud era revolucionaria en la década de 1930, cuando se publicaron por primera vez sus estudios. Ojalá hubiera estudios psicoanalíticos comparables sobre niños sordos de nacimiento; pero para esto haría falta un psicoanalista, si no sordo que hablase al menos con fluidez por señas y, aún mejor, que tuviese el lenguaje de señas como primera lengua.
16. A Víctor, el «niño salvaje», lo encontraron en los bosques de Aveyron en 1799. Andaba a cuatro patas, comía bellotas, vivía como un animal. Cuando lo llevaron a París, en 1800, despertó un enorme interés pedagógico y filosófico: ¿Cómo pensaba? ¿Se le podía instruir? El médico Jean-Marc Itard, que destacó además por su interés por los sordos (y también por sus err...

Índice

  1. PORTADA
  2. PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA DE 1994
  3. NOTA DE AGRADECIMIENTO
  4. BIBLIOGRAFÍA
  5. PREFACIO
  6. CAPÍTULO PRIMERO
  7. CAPÍTULO SEGUNDO
  8. CAPÍTULO TERCERO
  9. BIBLIOGRAFÍA
  10. BIBLIOGRAFÍA SELECTA
  11. NOTAS
  12. CRÉDITOS