Crimen
  1. 448 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Citas

Información del libro

«Irvine Welsh es un sabio de la escoria, que excava y saca a la luz nues­tras obsesiones más oscuras» (Nathaniel Rich, The New York Times Book Review)

Ray Lennox es un inspector de la policía de Edimburgo que ha resuelto un atroz caso de asesinato. Ahora debe tomarse unas vacaciones quiera o no, puesto que mostró una desesperada implicación en el caso y, posteriormente, sufrió una severa depresión. Lennox viaja con su novia Trudi a Miami, se olvida de la cocaína y el alcohol, e in­tenta volver a la normalidad tomando antidepresivos. Tras una discusión con Trudi, Roy se mete en un bar y em­pieza a beber vodka sin freno. Se le acercan entonces dos mujeres, Starry y Robyn, con cocaína y muchas ganas de fiesta. Los tres acaban en el piso de Robyn, y cuando es­tán en plena juerga?e intentando no despertar a Tianna, la hija de Robyn?, llegan dos amigos de las mujeres. Uno de ellos desaparece muy pronto y reaparecerá en la cama de la niña, que grita desesperada. Y a la mañana siguien­te, tras una pelea y la desaparición de la madre, Lennox se encontrará a cargo de una precoz lolita de diez años, amenazada por una poderosa red de pedófilos.

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Información

Año
2010
ISBN
9788433932891
Categoría
Literature

Día cuatro

14. TEMPLE MARINERO

La sala de subastas, atestada de cuerpos, está llena de aire viciado. Lennox levanta la vista para ver el rostro apesadumbrado e hidrocéfalo de Bob Toal, tras el atril y con el martillo suspendido en el aire. El lote que está a la venta es una figura femenina de tamaño natural. Está en un ataúd colocado de pie, rígida y muerta. Tiene el mismo pelo rubio que Trudi, pero la cara es la de la muñeca de Jackie.
«Es de la época victoriana», dice Toal en tono grave, «y su historia es tristísima. Una niña preciosa que fue secuestrada y asesinada en infames circunstancias. El cadáver ha sido conservado en formol y los huesos están conectados entre sí mediante varillas de aluminio ultraligeras...» Se acerca a la muñeca, la toma de la mano y la sacude. La muñeca permanece en posición extendida. «Como pueden comprobar, nuestra trágica señorita es perfectamente flexible. Sería una compañera ideal para enfermos y solitarios, o para cualquiera que aprecie las tradicionales virtudes femeninas de la pasividad y la obediencia...»
Lennox vuelve el cuello, rígido y pesado, a tiempo para ver a Amanda Drummond enjugándose una lágrima entre la multitud. «... Me gustaría empezar la subasta por la cantidad de mil libras», continúa Toal, antes de fijarse en una mano alzada al fondo de la habitación. Pertenece a Ronnie Hamil. «Mil libras. ¿Alguien ofrece mil quinientas...?»
Otra mano alzada. Es la de Mr. Confectioner.
«Detén la subasta», grita Lennox. «¡No puedes vendérsela a ellos! ¡Ya sabes para qué la quieren!»
Nadie parece oírle. Se levanta otra mano. Es la de Lance Dearing, que luce sombrero y traje de vaquero, flanqueado por un sonriente Johnnie.
«Dos mil», dice Toal con una sonrisa, «y quisiera aprovechar esta oportunidad para recordarle a nuestro amigo, el señor Dearing, de los Estados Unidos, que los pagos han de abonarse en libras esterlinas y no en dólares estadounidenses», bromea entre las corteses carcajadas de los asistentes.
Lennox intenta aproximarse a la tarima, pero de repente sus espinillas se han vuelto tan rígidas como barras de metal.
«Es mi prometida..., es mi...»
Algo se le atasca en la garganta, ahogando su grito hasta dejarlo en una boqueada suave y frustrante.
No puede hacer sino mirar el perfil de Dearing, bañado en una luz verde que le da un aire de caimán. «Estoy al tanto de la divisa en la que se realizan las transacciones, señor Toal», replica al tiempo que se vuelve y guiña un ojo a Lennox, «pero tengo la certeza de que, en caso de quedarme un poco al descubierto, mi viejo compadre Ray me ayudará con mucho gusto a obtener tan bonito trofeo.»
«¡Subamos las apuestas!», dice desde el fondo de la sala una voz con un marcado acento de las Midlands. «Dos millones de libras.»
Lennox mira a su alrededor, pero el hombre en cuestión parece moverse de modo que permanece siempre justo fuera de su visual. Hay otros, pero siguen entre las sombras. La exasperación y el miedo le corroen.
Toal está a punto de cerrar la puja cuando Lennox ve a su viejo amigo Les Brodie de niño, mirándole y tirándole de la manga, exhortándole a pujar.
«¡Di algo, Raymie!»
Pero Lennox tiene la garganta paralizada y no puede hablar. El martillo de Toal desciende con gran sonoridad, trasladándole a otro lugar, a un sitio mejor. Otra vez.
Un sitio mejor.
Por unos segundos Ray Lennox cree estar viendo flamencos danzando entre los arbustos de los manglares y rodeados por una fina neblina blanca. Cuando parpadea, se hace evidente que simplemente se ha despertado en medio de un precioso amanecer rosado; la habitación está bañada en un arrebol de coral de una intensidad que hace que casi parezca neón.
Esos golpecitos en la puerta: cautelosos pero insistentes. Lennox se da cuenta de que todavía tiene los cromos de béisbol en las manos. Enseguida vuelve a guardarlos en la mochila de la oveja. Hace calor y está empapado en sudor. Su garganta devastada a duras penas consigue articular «Un momento», mientras se acerca a la puerta, la abre y echa un vistazo.
Es Tianna. Lleva puesta la camiseta con la leyenda End of the Century. «Te la he cogido prestada», le dice con el gesto apologético y avergonzado de un borracho resacoso. «Tengo que coger mis cosas.»
«De acuerdo. Dame un segundo.»
Lennox cierra la puerta, se pone los pantalones, y enciende el aire acondicionado antes de dejarla pasar.
«Vale», le dice Lennox a la muchacha avergonzada, acosado por su propia sensación de culpa cuando echa una mirada de reojo a la mochila y piensa en los secretos que contiene. Lennox sale de la habitación y aguarda un rato antes de coger la camiseta que le tiende Tianna. Se dirige a la habitación que le asignaron en un principio, deteniéndose por un momento en el umbral para maravillarse ante el cielo color salmón y granate y disfrutar del suave clarín de los cláxones de los camiones que se oye desde la lejana autopista.
Ya en su habitación, echa el cierre y deja la camiseta y los pantalones en un ovillo a sus pies. Sigue estando impregnado de cansancio, detrás de los ojos, en los miembros, pero se siente más fuerte y más centrado. Hace una gama completa de estiramientos de boxeador y, acordándose de mantener el peso sobre los talones de las manos, cien flexiones sobre la moqueta raída, notando el gratificante hormigueo de sus músculos antes de meterse bajo la ducha y deleitarse allí hasta que el agua sale tibia. Se seca con rapidez y se viste; al ponerse la camiseta de los Ramones capta el aroma oscuro y meloso de la niña.
Poco después, Tianna regresa a la habitación, sujetando castamente la mochila de la oveja delante del pecho. «Quería pedirte disculpas por lo de anoche.»
«Ésa no es forma de comportarse. No está bien. Sólo porque alguien te haya hecho cosas malas, no puedes resarcirte haciéndole cosas malas a otra persona», le dice Lennox. «¿Entiendes lo que te estoy diciendo?»
Tianna se sienta sobre la cama sin soltar la mochila. «Lo siento, Ray», dice con voz desconsolada. «Has sido muy bueno conmigo.» Sus ojos se humedecen antes de reflejar una expresión de pánico. «No se lo dirás a mamá, ¿verdad?»
Lennox la mira. «Lo que hiciste estuvo feo, pero acepto tus disculpas. No pienso decirle nada a nadie.»
«Entonces, ¿será nuestro secreto?»
Secretos entre adultos y niños: moneda de pederastas otra vez. A Lennox se le ponen los pelos de punta. «Como he dicho antes, queda entre nosotros. Hiciste algo malo, pero has sido lo bastante adulta para disculparte, así que yo seré lo bastante adulto para aceptar tus disculpas. Y punto.»
Tianna deja la mochila encima de la cama y fuerza una sonrisa bondadosa. «¿Sabes, Ray..., cuando él..., Vince..., me acariciaba y me besaba y esas cosas..., no me parecía que estuviera bien, ¿sabes?»
Lennox asiente con expresión tensa.
«Era como... sucio. Pero pensé que si llegaba a hacerlo con alguien que me gustara, entonces estaría bien. Que no sería sucio, que no sería todo tan raro.»
«No. Tiene que resultarte extraño y desagradable porque eres demasiado joven», expone Lennox. «Te pasarán cosas buenas, pero será cuando estés preparada. No dejes que te quiten tu infancia.» Se acuerda de sí mismo cuando tenía su edad, con Les Brodie, metiéndose con la bicicleta en aquel túnel oscuro.
«No tiene nada de malo ser un crío», dice ella, a medio camino entre la afirmación y la pregunta.
«Claro que no. No si es lo que eres. De eso se trata», dice él. «Empezamos siendo bebés y nos gustan ciertas cosas. No esperarías que a un bebé le gustara el siluro o la malta o Beauty and the Geek, ¿verdad?»
Tianna sonríe y asiente con la cabeza.
«Pero no tiene nada de malo ser un bebé si es lo que eres. Luego nos convertimos en niños y nos gustan otras cosas, después nos hacemos adultos y volvemos a cambiar de gustos.» Lennox la observa mientras ella asiente.
«El tío Chet..., ¿puedes hablarme un poco de él?»
«Es...», empieza Tianna, titubeando antes de terminar: «... amigo de mi madre. Es un amigo. Su nieta Amy es mi amiga. Es muy maja. En realidad Chet no es mi tío. Pero se ha portado bien con nosotros. No es como Vince.»
«¿Quién es Vince?»
«No me gusta hablarle de él a nadie», dice ella, antes de clavarle la vista y agregar: «Sólo a Nushka.»
Sabe que he estado mirando sus cosas. O al menos piensa que quizás lo haya hecho y quiere asegurarse.
«¿Quién es Nuskha?», pregunta él con naturalidad, a pesar de la sensación de vacío que nota en sus entrañas.
Tianna le observa con cautela antes de responder: «Mi mejor amiga.»
«¿Va al colegio contigo?»
Tianna sacude la cabeza.
«¿Va a otro colegio?»
Tianna se deja caer sobre la cama y se queda mirando el ventilador del techo. «Supongo. Simplemente siempre está cuando la necesito. Le escribo sobre mis cosas.»
«¿Como un amigo con quien cartearse?»
Ella no parece oírle, como si estuviera hipnotizada por las vueltas que da el ventilador. Cuando por fin habla, lo hace en un tono monótono pero cantarín, como si aquello fuera un juego que ya la aburre por repetitivo. «Cuando le escribo, después no estoy tan mal, ¿sabes? Cuando las cosas no van bien y no tienes a nadie con quien hablar, ¿sabes? A veces puedo hablar con mamá, pero sólo de ciertas cosas.»
«¿Le has contado alguna vez lo de Vince a tu mamá?»
Tianna se vuelve hasta colocarse boca abajo y se apoya sobre los codos. Se muerde el labio inferior. Y entonces le mira y asiente.
«¿Qué pasó?», pregunta Lennox, esforzándose por evitar que su voz se deslice hacia la función interrogatorio-policial.
Tianna se incorpora y recoge las rodillas hacia el pecho, abrazándose las espinillas. Deja que el pelo le caiga por delante del rostro. Tras guardar silencio un rato, cuando encuentra la voz, ésta es pequeña y angustiosa; pertenece a una niña más pequeña. «La primera vez que le hablé de él a mamá, se puso a llorar. Después se enfadó muchísimo conmigo. Dijo que estaba equivocada», añadió con la voz cargada de ira, «que era una niña mala. Que sólo estaba celosa y no quería que ella fuese feliz. Así que no pude hablar con mamá para nada. Quería a esos tíos, supongo que necesitaba que ellos la quisieran», dice en un tono de autoridad estrambótica y casi optimista.
Ellos. La inquietud se desliza bajo la piel de Lennox.
«¿Cómo era el tal Vince?» Lennox nota que su voz adopta esa característica incorpórea, como si se tratara de otro yo desgajado de un origen físico común.
Aquel mecanismo le venía bien a la hora de distanciarse de los aspectos desagradables de su trabajo; Tianna también estaba desarrollando su propia versión. «Al principio Vince era muy majo. Mamá y él se conocieron por ordenador. La trataba muy bien y al principio a mí también me trataba bien. Me dijo que quería a mamá. Luego me dijo que yo era una chica muy especial y que a mí también me quería. A veces me compraba cosas o me llevaba al cine. Tenía que ser nuestro secreto, porque mamá se pondría furiosa y diría que me estaba volviendo una niña mimada. Ésos fueron los mejores momentos», dice ella, radiante al recordarlos. «Solía llamarle papi. Eso le gustaba, pero me dijo que nunca lo hiciera delante de mamá. Entonces un día me dijo que tenía que confesar que me quería más que a nadie, incluida mamá. Dijo que no le gustaba mostrarlo demasiado delante de ella por si se sentía dolida. A veces, cuando salíamos juntos a una cafetería y la camarera preguntaba: “¿Es su niñita?”, él sonreía, me miraba y decía: “Desde luego que sí.” No sabes lo que me gustaba; habría hecho cualquier cosa por papi Vince.» Tianna tiene círculos oscuros bajo los ojos, aunque probablemente sólo se trata de la luz.
Basta, por favor...
Lennox no soporta oír lo que le cuenta Tianna. Pero tampoco puede protestar, pues su propia voz ha quedado reducida al silencio en su tráquea reseca. Necesita que ella hable y a la vez querría que dejase de hacerlo. Sentado en la butaca verde sin moverse, paralizado, en una habitación aparentemente libre de oxígeno, lo único que puede hacer es esperar que siga hablando.
Vacaciones...
«Entonces empezó a jugar conmigo a juegos secretos; al escondite; al corre que te pillo. Empezó a darme besos. Distintos de los que me daba antes. Besos mojados que duraban mucho y metiéndome su enorme lengua en la boca. No me parecía que aquello estuviera bien y no me gustaba la forma en que cambiaba», dice ella con el rostro arrugado de dolor. «Se ponía muy serio, como si estuviera en trance. No era para nada como papi Vince. Y la única forma en que podía conseguir que volviera a ser como antes era acariciándole sus partes hasta que salía lo que él llamaba “lo malo”. Entonces volvía a estar bien. Pero entonces empezó a hacer otras cosas... como de hombre y mujer.»
Otras cosas...
Boda...
«Entonces supongo que mamá se sintió triste con papi Vince y quiso mudarse. Así que nos fuimos a Jacksonvi...

Índice

  1. Portada
  2. Preludio LA TORMENTA
  3. Día uno
  4. Día dos
  5. Día tres
  6. Día cuatro
  7. Seis días después
  8. AGRADECIMIENTOS
  9. Créditos
  10. Notas