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Ensayos de literatura

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Ensayos de literatura

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Éste es un viaje para descubrir los libros, a sus autores y a nosotros mismos. Comienza en las lecturas de la infan­cia y la adolescencia, esos libros que contagian el placer de la lectura. Luego están los libros que nos han forma­do, que nos han herido y que han sabido también curar­nos. Los libros que permiten conocer y ordenar el mun­do. Sobre todo, los que ensanchan los confines de la literatura y transportan más allá de ésta.

En el corazón de este volumen está la crisis que se extiende desde el si­glo XX hasta nuestros días. Magris busca las raíces de esta crisis en el Romanticismo y la rastrea en las trage­dias que han marcado nuestra historia reciente. Alfabe­tos habla sobre todo de libros que chocan con la vida y con la Historia, plasmando las existencias cotidianas de sus lectores. Y recoge las contradicciones a veces trágicas de la literatura y de sus autores. Por esta razón, el reco­rrido se termina con una reflexión sobre la necesidad del compromiso.

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Información

Año
2010
ISBN
9788433940360
Categoría
Literatura

PRAGA AL CUADRADO

1. HINTERNATIONAL
«Soy hinternacional», escribe Johannes Urzidil en el Tríptico de Praga (1960), hablando de su infancia en tercera persona. «“Hinter”, es decir “detrás” de las naciones, y no encima o debajo de ellas, se podía vivir y entregarse a correrías por las calles [...] le era completamente indiferente si su pelota rompía el cristal de una ventana checa, alemana, judía o de la nobleza austriaca.» Las definiciones y las evocaciones de la «mágica» o «inquietante» Praga de las cien torres, crisol de civilizaciones y amalgama de culturas, constituyen uno de los catálogos temáticos más fuertes de la literatura moderna, una mina de testimonios intercambiables, aunque cada vez con diferentes matices, un depósito de tópicos literarios renovados o seguidos con inagotable fidelidad e invención, pero estáticos en lo sustancial en su repetitio variata. La fascinación de Praga, apoyada en lo indefinible y en la alusión, es la fascinación de una nostalgia que cree en acercarse a la vida –una vida que se muestra siempre perdida y nunca aferrada en el presente– y con frecuencia, en cambio, se convierte en lugar de la representación de la vida, de su retrato fantástico o, mejor aún, de la tradición común de sus retratos fantásticos, todos semejantes, porque todos son o pretenden ser únicos y excepcionales, grotescos y excéntricos.
El escritor de Praga –sobre todo, pero no sólo, el germano-praguense– describe con frecuencia en sus páginas no ya una Praga histórica y real, del pasado o del presente, sino una Praga creada por la literatura y, a su vez, cliché literario, paisaje ficticio y convencional aceptado como mundo auténtico sobre el cual resaltar a sus personajes. La mítica Praga es, al menos en parte, producto de la imaginación de algunos escritores –grandes, mediocres o ínfimos– que han transformado en un reino embrujado las dificultades para entender las contradicciones que la rodeaban, proporcionando a sus sucesores –grandes, mediocres o ínfimos– un vastísimo arsenal, que ha permitido y permite a estos últimos vivir en gran medida de las rentas. Cuando Bohumil Hrabal publica en 1964 su volumen de cuentos, sitúa sus historias locuaces y vagabundas –especialmente en la colección ¿Quiere ver la Praga dorada?– en un ambiente de fondo que es la Praga descrita en los relatos de Karel ˇCapek, a su vez inspirado en la Praga del siglo XIX, brillantemente inmortalizada por Neruda.
Literatura que hace obsesivamente objeto de sí misma la propia tradición, la praguense, que de este modo demuestra su tenaz y rica vitalidad. Dicha tradición se articula en una serie de motivos recurrentes, derivados de la situación histórica, pero sobre todo por su transfiguración fantástica, tantas veces estudiada por la crítica: el mosaico multinacional mitteleuropeo, el triple gueto que encerraba en un callejón sin salida al judío alemán de Praga dentro de la comunidad alemana, a su vez aislada en la ciudad checa, el cruce de lenguas y culturas, la condición de artificio y de invernadero en que vivía la cultura alemana (obligada así a advertir, tal vez antes que las otras, la falta de autenticidad y el desarraigo propios de toda la civilización europea), la espectralidad cotidiana y el grotesco humor de cementerio, la mística del objeto y la rebelión de las cosas, el fasto sobrecargado de oropeles y adornos en el que la Historia aparece como un museo o una tienda de cachivaches usados, los parques crepusculares y la épica canalla de las pandillas de la periferia y las charlas de taberna.
Praga es el ejemplo por excelencia de una literatura de frontera que conduce a un intento paradójico, el de transformar la irresolubilidad de los conflictos en su superación. La frontera –es decir, el choque de fuerzas históricas, culturales y sociales– es un problema candente; al no poder resolverlo, se hace del problema la propia razón de vida y se busca una identidad en la infinita prolongación de las contradicciones que la desgarran. Urzidil dice que Praga era más übernational (supranacional) que cualquier otra ciudad alemana; Willy Haas, en su Literarische Welt habla de Weissenstein Karl, escritor praguense convertido en el protagonista de la novela central del Tríptico de Urzidil, para recordar que hablaba indistintamente alemán, checo y yiddish, y convertirlo en un símbolo de la ciudad.
Como todo mito, también el mito literario de Praga persigue una identidad esencial más allá de los cambios históricos, aunque se nutra de un material histórico muy rico y estratificado. En los años sesenta, los escritores que evocan Praga la mitifican en los mismos términos en que se había hecho cincuenta años antes. La perspectiva de Urzidil –o la de los recuerdos de Max Brod, o de los cuentos de Paul Adleres similar a aquella con la que Kubin o Meyrink, o los mismos Brod y Urzidil de jóvenes, contemplaban su mundo. Su nostalgia no se dirige a la Praga perdida, sino a la nostalgia con la que, durante los años de la «Praga dorada», sus hijos se habían vuelto a la huidiza identidad de su mundo. El mito de Praga es nostalgia de la nostalgia, lamento en papel por la imagen de papel, ahora desmembrada por la historia, de la propia realidad nunca poseída.
Esta nostalgia al cuadrado puede traducirse, como así ha sido, en poesía grande y conmovedora, sobre todo porque nuestra verdadera condición, desde hace muchos años, es precisamente esta despedida siempre prolongada y a la vez diferida, este adiós al adiós de una totalidad rica en significados, de una vida unificada y armoniosa. La literatura en Praga, con las sombras de sus jardines y la soledad familiar de sus cafés, ha ofrecido –incluso mediante su automitificación– un rostro y una voz al ocaso de la vieja Europa y del individualismo burgués. Frontera significa también el umbral, la franja última, la tierra de nadie, del no más y del no todavía.
Impulsivo rapsoda de Praga, Urzidil estuvo muy acertado al calificarla de «autárquica»: carencia que se remedia a sí misma convirtiéndose en autosuficiencia, extrañeza que desea proponerse como modelo, excepción que quiere presentarse como excepción típica. No sólo los escritores de Praga, sino también la historiografía de la literatura que los ha investigado de manera crítica ha terminado a menudo sucumbiendo de buen grado al mito y aceptándolo como un dato real, para medir toda la literatura germano-checa con el metro de Kafka. De Kafka, de su magnitud excepcional, se ha querido hacer con frecuencia una excepción típica, como si fuera la máxima representación de valores expresados generalmente, si bien en diferentes niveles, por la literatura praguense. Tal vez de manera indebida, se ha colocado su gigantesca figura de forma que su sombra se proyecta sobre todos los demás, imponiéndoles una reflexión significativa.
La grandeza de Kafka agranda así la menor estatura de Meyrink o de Leppin, de Oskar Wiener o de Leo Perutz. Ni siquiera los textos críticos importantes escapan al encanto de Praga: el espléndido ensayo de Baioni sobre Kafka destaca brillantemente la relación entre el escritor y Praga, pero acepta la imagen de la ciudad aportada por la literatura praguense; cuando Mittner habla de su «inquietante atmósfera eslavo-germana-judía», incide, sin darse cuenta, en la recreación maravillosa de la atmósfera, en la fascinación literaria de esa misma atmósfera. Para Ripellino, Praga es «mágica», se acepta a priori con su elaborado y estratificado encanto, de tal modo que la investigación crítica se convierte en identificación con esa fantasía poética que ha acumulado tantas imágenes de comerciantes del gueto y maestros de alquimia. La crítica se hace rapsodia deliberadamente «desconectada y aislada», como dice el autor, de las callejuelas y tabernas de la legendaria ciudad, un caleidoscopio similar al de Oskar Wiener o de otros aedos enamorados de la Praga que los asfixia, o mejor aún, del hecho mismo de que los asfixie.
En su ensayo Esta mamá tiene garras, Heinz Politzer analiza con gran finura la espectralidad de Praga vivida como un destino del que no se escapa, y pone de relieve la distorsión de la realidad praguense llevada a cabo por los escritores de lengua alemana que, en el fondo, la conocían tan poco, pero su fascinante perspectiva también se inscribe en el paisaje que interpreta: su Praga, que él contrapone a la reelaboración literaria, adquiere las connotaciones de esta última.
La magia de Praga induce a cualquier estudioso de la literatura a convertirse en su voz, a retomar y a variar el mito, aunque el perfil sobrio y perspicaz de Wagenbach ha puesto las cosas bajo la luz adecuada. Los datos negativos, puestos de relieve, están implícitamente envueltos en un aura que los cambia de signo, haciendo de ellos no ya la antítesis, sino los componentes del mito «hinternational». Urzidil recuerda que su padre era un antisemita convencido, a pesar de haberse casado con una judía, y además un decidido Tschechenfresser («devorachecos»), pero este elemento de desacuerdo o de incomunicabilidad ético-social se transforma en su página en un ingrediente de esa unidad que se obtiene mediante la acumulación de los contrarios que la componen.
La celebración no excluye, de hecho, la negatividad, más aún, procede superponiendo una serie de elementos negativos: Ripellino describe su Praga mágica sobre todo como una ciudad somnolienta y provinciana, culturalmente atrasada en comparación con las grandes ciudades alemanas, abocada a un lento y gris declinar. Sin embargo, esta presencia es también una constante en el modelo de Praga: los escritores que, después de la Segunda Guerra Mundial, evocan con nostalgia una perdida ciudad dorada, lamentando la desolación presente respecto al pasado, llaman edad dorada a una época –la de los comienzos del siglo– en la que los escritores de Praga lamentaban el provincianismo de su ciudad, la falta de cultura viva, su retraso epigonal y periférico. La intensidad de la vida se busca y se encuentra en la denuncia y en la conciencia del vacío y de la aridez de la vida.
Tal construcción por vía negativa es característica de la literatura mitteleuropea. La que se considera, acertadamente, la gran época de la cultura triestina, es decir, el período que precede a la Primera Guerra Mundial, es el tiempo en que Slataper escribía, en un famoso artículo de 1909, que «Trieste no tiene tradiciones de cultura». Pero la verdadera vitalidad cultural consistía en la intensidad de dicha protesta, que después –como fenómeno característico de una generación– se apagaría, excepto en grandes casos individuales. No es casualidad que los recuerdos míticos de Praga reaparezcan en algunos intelectuales triestinos –como Guido Devescovi– que identifican la nunca resuelta relación edípica de amor-odio hacia su ciudad con los recuerdos praguenses de su juventud. La misma unidad cultural del imperio es el resultado de las negaciones burlonas y apasionadas dirigidas contra ella, desde Musil a Kraus.
Del mismo modo que la frontera se contrae en el espacio de un punto privado de extensión, en una tierra de nadie que se alza como paisaje del alma en cuanto a imaginaria, así se estrecha también en el tiempo, reduciéndose a un momento cada vez más breve que está siempre en otra parte. Cada estación de oro se vive como pasada, no sólo en la evocación posterior, sino también en el momento en que se vive. Praga es para Urzidil, en 1939, La amada perdida, porque en 1939 perdió la Praga de El proceso kafkiano de 1914 o la de Daniel Jesus de Leppin de 1905, pero ya para Kafka o incluso antes para Leppin, aquella amada estaba perdida, estaba envuelta por la muerte.
La generación más vieja, la del siglo XIX de Salus y de Adler, ignora el mito de Praga, vive sin problemas su retraso cultural y sus contradicciones histórico-sociales, alejadas por la conciencia; cuando nace el mito, se proyecta pronto, en pocos años, hacia un pasado reciente y jamás existido. El tiempo de la vida literaria es einsteiniano, puede cambiar la dirección de su movimiento como en las novelas de Wells o congelarse en una medida mínima pero de intensa duración posterior: Karl Kraus puede declarar, en 1897, con motivos fundados, el final de la Jung-Wien y del impresionismo vienés ecléctico y esteticista, cuando las obras más importantes de esa literatura –que él, con o sin razón, rechaza– no han aparecido todavía.
Y, sin embargo, el mito de Praga florece regularmente, con plazos recurrentes y periódicos. Se comprueba en los momentos de crisis, cuando las condiciones de frontera se dejan notar con particular tensión. Nace a comienzos de siglo y adquiere un rostro cada vez más definitivo en torno a los años diez, a medida que la comunidad alemana se ve obligada a hacer balance con su propia crisis y a remover la angustia creciente ante el propio impasse histórico, que la conciencia burguesa puede transfigurar poéticamente, pero no afrontar socialmente. Se intensifica, escribió Heinz Politzer, una posterior «demonización» de Praga por parte de los escritores de lengua alemana, que permanecen «atados a la temática de espectralidad y sexualidad ante el horizonte metafísico».
Comienza una etapa sucesiva a partir de 1938, año en el que se completa verdaderamente a fondo el proceso destructivo iniciado –y no concluido– en 1918. Después de 1938, la frontera y el crisol de Praga reviven, más abstractos que nunca, tanto con la angustiosa perspectiva de quien emprende la vía del exilio, como en la paranoide de quien prosigue, en la vida y en la escritura, una existencia lemúrica –por ejemplo Leppin– como si el mundo fuera el de treinta años antes. Cuanto más deformes se vuelven la vida y el papel, más se aferran con pasión a la vida de papel.
En la segunda posguerra, la literatura germano-praguense reaparece en la versión socialista de Kisch y de Weiskopf, en cuyas obras tardías también se insinúa una nota nostálgica por el mundo de ayer, antes desconocida en su literatura comprometida y desmistificadora. Es, sobre todo, la literatura checa la que recupera la mítica tradición praguense hacia mediados de los años sesenta y siguientes, como metáfora de su batalla ético-política. Metáfora significa desplazamiento, uso impropio; el traslado fantástico indica la necesidad de alterar los datos de la realidad, no para esquivarlos sino para bordear su inminente amenaza. En su Anuncio una casa donde ya no quiero vivir (1965), Bohumil Hrabal excava en la lava y redescubre, como también Vitˇezlav Nezval, una Praga kafkiana y surrealista cuyas presencias espectrales y cuyos oropeles barrocos (iconos de iglesia, ángeles de quincallería, espejos, recuerdos fabulosos y extravagantes del tiempo de Cacania, fanfarronadas del mundo de ayer) asumen el valor de una grotesca y humanísima lucha en defensa del individuo. Bajo las baladronadas a lo Münchhausen, que se aferran a los ecos más místicos e hiperbólicos de Cacania, asoma el sufrimiento de Kafka, citado expresamente con una especie de humor negro y acompañado por las charlas de Hašek.
Por lo demás, la cultura checa demuestra precisamente, con distintos semblantes, la supervivencia de aquella humanitas austera, melancólica y doliente que había sido, tal vez, el resultado más alto de la cultura durante los Habsburgo y de sus contradictorios injertos y encrucijadas. Los indestructibles y melancólicos protagonistas de películas como El principio superior de Jiˇrí Krejˇcik, inspirado en un cuento de Jan Dˇrda, o El quinto jinete es el miedo de Brynych repiten el modelo del personaje introvertido y solitario que recorre toda la literatura de los Habsburgo, desde el Bancban de Grillparzer al Hagestolz de Stifter, de los resignados héroes de la Ebner-Eschenbach y de Ferdinand von Saar al señor Von Trotta de Joseph Roth, del profesor Kio de Werfel a la comedida tristeza de muchas figuras de Schnitzler. A la angustia de las calles desiertas y de antros oscuros se contrapone, como en las películas de Brynych, la elegancia modesta del viejo señor que toca el violín, el arquetipo del pobre músico de Grillparzer con su personalidad dividida pero contenida entre el pathos y la mesura. Es una reedición de la humanitas mitteleuropea, nacida de la síntesis entre el estilo otoñal burocrático del imperio y la doliente interioridad judía.
También la extravagancia, género literario por excelencia de la tradición de Praga, reencuentra el gran tema de la koiné supranacional, de la «Hinternationalitat». El personaje de Hrabal que en el Anuncio una casa se disfraza en el jardín de Wallenstein y, con una ternura muy humana, se siente repentinamente reconciliado, más allá del muro del jardín, con la orquesta sinfónica y la banda de la cervecería dirigida por el señor Polata, podría ser un amable personaje de la Praga de ˇCapek (uno de esos gendarmes o ladronzuelos o coleccionistas, en los que resuena una bondad solícita y dolorosa), o incluso de la Praga del siglo XIX de Neruda. Un personaje, en resumen, de un mundo checo en el que, imperceptiblemente, palpita un aire que no es sólo checo ni podría definirse tampoco como alemán: es el aire de la Mitteleuropa, que vibra en la orquesta del señor Polata como vibraba en la sentenciosa pedantería del burócrata Tittel, que en la novela corta Pequeñas relaciones de Werfel, impregnada del crepúsculo del imperio, corteja en los jardines de Praga a la bella Erna musitando: «Quien madruga vive muchos años.»
Las dos conferencias organizadas por Goldstücker en Liblice, en los años 1963 y 1965, dedicadas a Kafka y a la literatura de Praga, indican claramente el nexo entre la recuperación cultural de la tradición praguense y el compromiso ético-político. Franz Kafka de Praga y Amigos del mundo no son sólo dos textos críticos fundamentales sobre la cultura literaria praguense, sino también una original continuación de la misma. Otro punto de inflexión, de crisis y de nuevo florecimiento del mito de Praga son el humorismo de cementerio de Ladislav Fuks y la alucinada ciudad nocturna de las fantasías de Jiˇrí Koláˇr –por citar sólo algún ejemplo–, que indican cómo la recuperación de lo macabro y de lo fantástico, identificados de nuevo con una Praga del alma, tiene la función de contraponer a las dificultades pequeñas historias que hablan de una libertad onírica o bien de una épica cordial y picaresca, como en la novela de Ota Filip El café de la calle del cementerio (1968).
Pero la tradición praguense ha proporcionado también un lenguaje en dirección opuesta. En 1968, uno de los más conspicuos éxitos editoriales checoslovacos fue un curioso y fácil libro de cuentos praguenses de tipo policiaco durante los Habsb...

Índice

  1. Portada
  2. LIBROS DE LECTURA
  3. ALCESTIS INDIA
  4. RAMAS DE UN MISMO TRONCO
  5. EL ALFABETO DEL MUNDO
  6. EL ESTUPRO DE LA NADA
  7. ¿LA NOVELA SIN FAMILIA?
  8. SÓLO SOY EL HERMANO
  9. FELICIDAD
  10. LA CÓLERA, NO SIEMPRE FUNESTA
  11. SOBRE EL CORAJE
  12. LA GUERRA, UNA EPOPEYA IMPOSIBLE
  13. LA ÚLTIMA MIRADA
  14. MELANCOLÍA Y MODERNIDAD
  15. FILEMÓN, FALSARIO Y MÁRTIR
  16. DESESPERACIÓN Y SOMBRA
  17. ROBINSON Y LOS ROBINSONES
  18. SCHILLER, GENIO CLÁSICO DE LA MODERNIDAD ANTICLÁSICA
  19. SIEMPRE HACIA CASA
  20. LA SOMBRA Y LA LLAMA
  21. LA NIÑA ANTE EL ESPEJO
  22. EL DÉFICIT DEL AMOR
  23. EL TIEMPO NO ES DINERO. EL ANTICAPITALISMO EN LA LITERATURA AUSTRIACA
  24. LÁTIGOS EN LA FAMILIA
  25. LA FE DE LOS NIHILISTAS
  26. SOLOGUB Y LA MEZQUINDAD DEL MAL
  27. LAS ALEGRÍAS DEL DESCLASADO
  28. PRAGA AL CUADRADO
  29. FONTANE, LA VIEJA PRUSIA Y EL FUTURO
  30. EL IDILIO DEL NORDLAND
  31. PRETENDER VIVIR
  32. CIUDAD Y MELANCOLÍA
  33. VANGUARDIA Y METRÓPOLI
  34. CONRAD: NACER ES CAER AL MAR
  35. ENTRE LOS RADIOS DE LA RUEDA
  36. ACTUALIDAD Y CLASICISMO DE BRECHT
  37. LOS SANTOS QUE SE RÍEN DE DIOS
  38. EL EPÍGONO PRECURSOR
  39. EL CIRCO Y EL EXILIO
  40. UNA ANTIPOLÍTICA DE ROSTRO HUMANO
  41. LA IMPOTENCIA DEL PODER ABSOLUTO
  42. UNA AURORA DE SANGRE
  43. EL FARMACÉUTICO DE AUSCHWITZ
  44. REGRESO DEL INFIERNO
  45. EL MENTIROSO QUE DICE LA VERDAD
  46. EN TIEMPOS DEL ECLIPSE
  47. ERNESTO SÁBATO Y LAS DOS ESCRITURAS
  48. ELOGIO DE LA LOCURA: PLAZA DE MAYO
  49. EL ARTE DE LA AUSENCIA
  50. APÓCRIFOS Y VERDAD
  51. DESDE LA PROA DE UNA NAVE QUE SE HUNDE
  52. GENIO Y MEZQUINA CONTRAFIGURA DE SÍ MISMO
  53. EL COLOR DEL TRUENO
  54. EL SUR DE LA LITERATURA
  55. UN MUNDO QUE SE DESMORONA Y RESURGE
  56. ZONA DE SOMBRA
  57. TAMBIÉN EL MAR ESTÁ HERIDO DE MUERTE
  58. DONDE MUEREN LAS METÁFORAS
  59. «RESISTIR A CONTRACORRIENTE»
  60. LAS MANOS DE PABLO VI
  61. POETA Y CIENTÍFICO DE LOS EXTRAVÍOS
  62. UN NARRADOR CLANDESTINO
  63. LA ANTOLOGÍA OLVIDADA
  64. LA GUERRA DE LOS ESTORNINOS
  65. LECCIONES DE TINIEBLAS
  66. LA NADA NO HACE DAÑO A NADIE
  67. EL PASO VELOZ DE LA HISTORIA
  68. VANGUARDIA, REVOLUCIÓN Y PUBLICIDAD
  69. LITERATURA Y BEST SELLER
  70. DIEZ COPIAS VENDIDAS
  71. HOMERO DIGITAL
  72. SI LA OBRA DE ARTE NO LLEVA FIRMA
  73. LITERATURA Y VENENO
  74. LOS DOGMAS DE LA CIENCIA
  75. COMO UN PUÑETAZO
  76. LITERATURA Y COMPROMISO: EL FRÍO CORAZÓN DE LOS ESCRITORES
  77. Créditos