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  1. 504 páginas
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La mitología al alcance de todos. Stephen Fry nos relata las apasionantes aventuras de los héroes griegos.

Acción, amor, aventura, traición, violencia, codicia, transgresiones, sangre, redención, peligros, sacrificios, trampas, argucias... Todo esto y mucho más encontrará el lector en este libro, en el que Stephen Fry –actor, escritor, activista cultural– nos relata las andanzas de los héroes de la mitología griega.

Para quienes leyeron Mythos, este libro es su continuación natural (a los que no lo leyeron, se les recomienda hacerlo junto a este Héroes, porque el disfrute está garantizado). Y si Mythos se centraba en los dioses y titanes, aquí se centra la atención en los héroes humanos. Y así, en estas páginas se suceden las andanzas de Jasón embarcado en una difícil misión, Prometeo sometido a un horrendo castigo, Belerofonte dando caza al caballo alado Pegaso para enfrentarse a la quimera, Orfeo ante la prueba definitiva por amor hacia Eurídice, Teseo frente al minotauro y el laberinto, Edipo encarándose a la esfinge, Ícaro con las alas que deberían conducirle hacia la libertad…

Mezclando rigor y altas dosis de amenidad, lo que aquí se nos cuenta son las peripecias dramáticas, fantásticas y muchas veces delirantes de los personajes de los mitos griegos, guiados siempre por actitudes, decisiones y pasiones muy humanas.

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Información

Año
2021
ISBN
9788433943101

Jasón

EL CARNERO

El viaje del Argo, la nave de Jasón en la búsqueda del vellocino de oro, requiere de trasfondo, trasfondo y más trasfondo. Pero es un trasfondo bueno y jugoso, así que espero que os zambulláis de lleno en él. Os voy a acribillar a nombres como lanza púas un puercoespín, pero no os preocupéis, los importantes se os quedarán.*
Podemos empezar con BISALTES, héroe fundador de los pueblos bisaltas de Tracia. Su madre era la diosa primigenia de la tierra, Gea, y su padre el sol, el titán Helios. El dios del mar, Poseidón, le echó el ojo a la hermosa hija de Bisaltes, TEÓFANE, y la raptó y se la llevó a la isla de Crumisa, donde se transformó en un carnero y a Teófane en una oveja. Llegado el momento, la mujer parió a un hermoso carnero de oro.
Punto uno: ahora existía en el mundo un hermoso carnero de oro de estirpe inmortal.
Ixión, rey de los lapitas, se había atrevido en su día a seducir a Hera, la reina del cielo, en un banquete en el monte Olimpo.* Para exponer su depravación, Zeus engañó a Ixión al enviarle una nube viviente de forma y aspecto idénticos a Hera. El muy cafre saltó sobre esta nube pensando que era la diosa en persona. Como castigo por tan blasfema tentativa, Ixión fue atado a una rueda en llamas que echaron a rodar por los cielos y más tarde por el inframundo para que se quedase allí eternamente. A la nueva se le dio el nombre de NÉFELE y llegó a casarse con el rey ATAMANTE de Beocia, con el que tuvo gemelos: un niño, FRIXO, y una niña, HELE.
Punto dos: los gemelos Frixo y Hele nacen de Atamante de Beocia.
Llegado el momento, Néfele vuelve a ocupar su sitio en el cielo como nube y como diosa menor de la xenia, el tan preciado principio de hospitalidad. Atamante se puso a buscar una nueva esposa y escogió a INO, una de las hijas de CADMO, el rey fundador de Tebas. Ino se instala en el palacio de Atamante y, como corresponde a las segundas esposas, instaura un nuevo régimen para disolver todos los recuerdos de su predecesora. Ino llegó con la reputación de ser la más solícita y afectuosa de las mujeres (fue ella quien amamantó al hijo de su hermana Sémele con Zeus, el pequeño Dioniso). Sus otras hermanas, ÁGAVE y AUTÓNOE, rechazaron a Sémele y pagaron un precio terrible cuando Dioniso adulto visitó Tebas y las volvió locas con trágicas consecuencias. Pero Ino había sobrevivido manteniendo intactos su vida y su buen nombre, y el mundo la amaba por ello.
Por dentro, no obstante, Ino era ambiciosa, implacable y cruel. Sus hijastros Frixo y Hele le cayeron antipáticos al instante y decidió quitárselos de en medio. Con Atamante tuvo sus propios hijos, LEARCO y MELICERTES, y se decidió que gobernarían Beocia en lugar de Frixo y Hele cuando Atamante muriese. Ino, arquetipo de la madrastra retorcida que acabaría predominando en el mito, la leyenda y el cuento de hadas de las épocas venideras, pergeñó un plan tremendamente malévolo y elaborado para destruir a los gemelos.
Primero persuadió a las mujeres de Beocia para que echasen a perder las semillas de graneros y silos chamuscándolas, de modo que cuando sus maridos salieran a sembrar en los campos no brotase nada. Tal y como deseaba, al año siguiente la cosecha fue un desastre y el hambre amenazó el reino.
–Enviemos mensajeros a Delfos, querido esposo –dijo Ino a Atamante– y averigüemos por qué nos ha acaecido tamaño desastre y qué podemos hacer para arreglarlo.
–Qué sabia eres, querida esposa –dijo Atamante enamorado.
Pero los mensajeros enviados a Delfos eran agentes al servicio de Ino y las palabras que afirmaron traer de parte del oráculo eran solo de ella.
–Mi señor rey –dijo el jefe de los mensajeros desplegando un rollo–, preste atención a las palabras de Apolo délfico. «Para apaciguar a los dioses por los pecados de la ciudad y las vanidades de sus habitantes, tu hijo Frixo debe ser sacrificado.»
Al escuchar esto, a Atamante se le escapó un aullido de angustia. Se quedó tan consternado que no se paró a pensar lo curiosamente directo y poco ambiguo de aquel pronunciamiento, viniendo de un oráculo célebre por sus equívocos y dobles sentidos.
El joven príncipe Frixo se adelantó.
–Si mi vida va a salvar la vida de otros, padre –dijo con voz clara y firme–, entonces subo con alegría al altar del sacrificio.
Su madre Néfele, en el palacio de las nubes, oyó esto y se preparó para intervenir.
Frixo, con la cabeza bien alta, fue conducido a la gran piedra sacrificial que llevaba generaciones en la plaza del pueblo. El sacrificio humano, sobre todo el relativo a niños, se consideraba ya bárbaro, legado indeseado de los tiempos en que los dioses y los hombres eran más crueles. Pero los dioses y los hombres nunca pierden su crueldad y la piedra allí seguía, por si acaso.
Había un guardia real en lo alto de una azotea que empezó a golpear su tambor. Si el joven tenía que morir, mejor convertirlo en un buen espectáculo. Las mujeres de Beocia se llevaron pedazos de tela a los ojos y lloraron con gran aparato. Los niños que nunca habían tenido el privilegio de presenciar un asesinato ritual de este tipo se empujaban para coger un buen sitio.
Atamante gimió y se golpeó el pecho, pero sus súbditos ya estaban padeciendo las consecuencias de la hambruna. Las palabras del oráculo eran claras y el sacrificio era necesario.
El alto sacerdote, vestido todo de blanco, se adelantó con un cuchillo ceremonial de brillante plata en la mano.
–¿Quién entrega este chico a Zeus Nuestro Señor?
–¡Nadie, nadie! –gimió Atamante.
–¡Me entrego yo! –dijo Frixo con entereza.
La joven Hele, que no había soltado la mano de su hermano desde el momento en que se ofreció voluntario para el sacrificio, sumó ahora su voz:
–¡Yo moriré con mi hermano!
A Ino casi se le escapa un gesto de triunfo.
«La verdad, ¡esto es aún mejor de lo que me había atrevido a imaginar!», pensó.
–¡No! –gritó Atamante.
Unas fuertes manos agarraron a los dos niños y los tendieron en la losa sacrificial.
Cuando el sacerdote alzaba su cuchillo y se preparaba para descargarlo se oyó una voz del cielo.
–¡A sus lomos, Frixo! ¡Rápido, Hele! ¡Agárrate fuerte!
De entre las nubes bajó volando un carnero dorado. Aterrizó en la piedra delante de Frixo y Hele, que, obedeciendo la orden de su madre, se cogieron del espeso vellón y se echaron sobre el animal. Subieron por los aires antes de que al sacerdote, a sus guardias, a Ino o a cualquier otro les diese tiempo a reaccionar.*
Frixo y Hele se agarraron fuerte al vellocino dorado mientras el carnero volaba hacia el este sobre los estrechos que separan Europa de Asia. Allí, una ráfaga de viento y un súbito giro del carnero hicieron caer a Hele de su lomo. Frixo gritó en vano para que el animal se detuviese. Miró hacia abajo horrorizado y vio a su hermana cayendo en el agua de los estrechos, que los griegos llamarían en su honor «el Helesponto», o mar de Hele. Un desconsolado Frixo lloró amargas lágrimas contra el vellocino mientras el carnero de oro seguía volando hacia poniente, hacia la Propóntide, o mar de Mármara, y sobre el Bósforo hasta que vieron las resplandecientes aguas del enorme mar interior que hoy llamamos mar Negro, pero que para los griegos señalaba los límites de lo que era civilizado y griego. Más allá de sus costas estaban los extranjeros, los bárbaros y los moradores perturbados de la frontera oriental del mundo, así que lo conocían como el mar Arisco, el mar Hostil, el mar Inhóspito.* Al atravesar las montañas del Cáucaso, Frixo atisbó la silueta desnuda y quemada por el sol de Prometeo encadenado y con las extremidades extendidas en la roca. La sombra de un águila le pasó por encima. Frixo supo que se disponía a darse un banquete con el hígado de Prometeo, una tortura que el titán padecía a diario.
En las lejanas costas orientales del mar Negro se extendía un reino de riqueza y tamaño considerables. Este reino, que hoy consideraríamos una provincia de la República de Georgia, era conocido en esa época como la Cólquida. Su rey era, EETES, hijo de Helios, el titán sol, y de una oceánide llamada PERSEIS. Eetes gobernaba la capital, Ea.
Si Eetes se sorprendió al ver aterrizar un carnero de oro delante de su palacio y a un muchacho desmontando de su lomo, fue lo bastante prudente y sagaz como para no decirlo. Consciente de las leyes de la hospitalidad, invitó a Frixo a cenar con él. Frixo, agradecido por el honor, sacrificó el carnero a Zeus y le regaló a Eetes el dorado vellocino. Parece un comportamiento cruel con un animal tan amable y solícito, pero con la muerte le llegó una última fineza: Zeus, complacido con el sacrificio, elevó a la noble criatura a las estrellas como Aries, el carnero.
El VELLOCINO DE ORO era un regalo muy preciado. Eetes lo colgó de las ramas de un roble que se alzaba en una arboleda consagrada a Ares, el dios de la guerra. El rey tenía por las inmediaciones del palacio una enorme serpiente,* horripilante a la vista y dotada con el don especial de no cerrar jamás los ojos. Y así se había dispuesto para que la serpiente vigilase el roble y su valioso peso. En un momento dado, Frixo se casó con CALCÍOPE, una de las hijas de Eetes y todo fue bien en la Cólquida.
Mientras tanto, de nuevo en Beocia, dejamos a Atamante e Ino con la mirada fija en el cielo cuando el carnero de oro, montad...

Índice

  1. Portada
  2. Preámbulo
  3. Prólogo
  4. El sueño de Hera
  5. Perseo
  6. Heracles
  7. Belerofonte
  8. Orfeo
  9. Jasón
  10. Atalanta
  11. Edipo
  12. Teseo
  13. Recapitulando
  14. Las coleras de Heracles
  15. Epílogo
  16. Agradecimientos
  17. Notas
  18. Créditos