1. UNA PALABRA Y SUS PERIPECIAS
Probablemente, toda sociedad humana desarrolla su propio catálogo de virtudes, en el que enumera aquellas cualidades cuya consecución considera digna de esfuerzo, aun cuando no todos sus miembros puedan efectivamente alcanzarlas. La cotización de estas virtudes fluctúa. Por desgracia para los que se lamentan de ello, la modernidad no ha mantenido muchos de los valores prominentes en la Antigüedad y la Edad Media, como la fidelidad, el coraje, la sabiduría, la humildad y la caballerosidad. Considera más adecuadas como virtudes cardinales la flexibilidad, la capacidad de trabajo en equipo y la capacidad de imponerse. En cualquier caso, todo aquel que quiera ser considerado moderno debe ser, necesariamente, inteligente.
Algunas personas que valoran esta cualidad se sorprenden cuando llega a sus oídos la afirmación de que nadie sabe con exactitud qué es exactamente eso: la inteligencia. Muchos han sucumbido al intento de aprisionar con una definición precisa este concepto difícilmente prescindible. Sin embargo, como es sabido, se trata de un medio infalible a la hora de sabotear cualquier conversación. En un abrir y cerrar de ojos, la discusión sobre el contenido se convierte en una discusión sobre las palabras. «¡No te enrolles!», se replica al aguafiestas, «¡Ya sabemos de qué estamos hablando!», o bien: «Las definiciones son estériles.» Este fenómeno recuerda la conocida respuesta de San Agustín a la pregunta de qué es el tiempo: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé.»3
Cierta dosis de verbalismo nos exigirá ahora un poco de paciencia, pero no resultará inútil, pues la historia de los conceptos nos depara todo tipo de sorpresas. Cuanto más de cerca observamos la extraña palabra, con más extrañeza nos devuelve la mirada. La palabra con «i», como es sabido, procede del latín, pero los romanos la tomaron, como muchos de sus conceptos, de los griegos, que pueden considerarse los verdaderos inventores de la inteligencia. En efecto, en griego, υοος o υους ya significan casi todo lo que podemos encontrar en nuestras cabezas: «Sentido, juicio, pensamiento, entendimiento, razón, espíritu (esp. la deidad como espíritu ordenador del mundo); por ext., reflexión, comprensión, perspicacia [...]; manera de ser, carácter, alma, modo de pensar, temperamento, convicciones [...]; pensamiento, opinión, deseo, voluntad, intención, proyecto, decisión, resolución [...]; (en relación con palabras, ideas, acciones, etc.) sentido (= significado, finalidad, propósito).»4
El término latino intelligentia tampoco es moco de pavo. Más allá del campo semántico griego, puede significar sensibilidad, conocimientos, sensibilidad artística e incluso gusto. Su periplo posterior está repleto de notables vaivenes. En la Edad Media, los teólogos le otorgaron un sentido extremadamente sublime. Con este término, los doctores de la Iglesia no se referían únicamente a un simple atributo de Dios, sino a que Dios mismo es la intelligentia más elevada. (Una débil reverberación de esta interpretación es la teoría del intelligent design, que en nuestros días se contrapone, sobre todo por parte de los cristianos renacidos, a la Teoría de la Evolución.)
Desde su utilización por parte de los eruditos, la palabra migró progresivamente hacia el habla popular. En Europa Occidental, su sentido filosófico se vio rápidamente diluido por significados profanos. Esta transformación tomó un cariz especialmente característico en Inglaterra y Francia. En estos países, ya en el siglo XVII, se entendía por intelligence no sólo una capacidad o la persona que la posee, sino, en primer lugar, un «acuerdo secreto» y más tarde, simple y llanamente, un comunicado o una noticia. El inglés ha mantenido esta acepción hasta nuestros días. Así se explica el nombre con el que se bautizó la Central Intelligence Agency, popularmente CIA, un servicio que, como se sabe, raras veces se ha distinguido por su fina agudeza.
En tanto que inmigrante de Occidente, la palabra con «i» fue adoptada por el alemán con un retraso considerable, y en primer lugar, en su sentido profano de simple información. Así, «se designaba Intelligenzblätter [periódico de inteligencia] a las hojas publicadas desde principios del siglo XVIII, diariamente o en días determinados, con informaciones que debían llegar rápidamente al conocimiento o inteligencia públicos, e Intelligenzcomptoir [oficina de inteligencia] al organismo que reunía dichas informaciones y las difundía mediante la imprenta. [...] En 1637, John Innys fundó en Londres el primer organismo de este tipo, bautizado The Office of Intelligence».5 Por cierto, estos primeros periódicos no destacaban precisamente por su elevado nivel intelectual; ya entonces limitados por la censura, se contentaban con presentar un cajón de sastre de faits divers y notificaciones públicas. No fue hasta mucho más tarde cuando la palabra Intelligenz adoptó en alemán su significado actual. No gozaba de ninguna entrada en la mayor enciclopedia alemana del siglo XVIII, la enciclopedia de Zedler, de sesenta y ocho volúmenes, como tampoco en el diccionario de Adelung (1774-1786). La primera mención a este término no aparece hasta 1801, en el Wörterbuch der Deutschen Sprache [Diccionario de la lengua alemana] de Campe.
2. LA HORA DE LOS EXPERTOS
Aún tuvo que pasar mucho más tiempo para que la inteligencia se convirtiera en objeto de investigación. Una nueva ciencia, la psicología, hija tardía de la filosofía y la teología, asumió la tarea. Cuando Wilhelm Wundt fundó en 1879 en Leipzig el primer instituto dedicado a este tipo de investigaciones, los psicólogos conquistaron la potestad de la interpretación sobre qué debe entenderse por inteligencia. En su sentido habitual de hoy en día, por lo tanto, se trata de una invención sin la cual la humanidad tuvo que arreglárselas durante varios cientos de miles de años.
Como era de esperar, el empeño de los psicólogos tampoco ha dado tregua a la sociología, que ha logrado abrir una nueva dimensión a la palabra con «i»: una clase social que antaño quizá se habría denominado clase ilustrada, ahora, en alemán, se llama igualmente Intelligenz, es decir, la intelectualidad. En este caso, el fenómeno tiene su origen en una importación de Rusia, donde desde mediados del siglo XIX, como es sabido, florece la intelligentsia.
Así pues, nuestro moderno contenedor de conceptos presenta la ventaja de que es extremadamente espacioso y aloja una gran diversidad de especies. Si aún queda alguien que crea seriamente que inteligencia e...