Narrativas hispánicas
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Narrativas hispánicas

  1. 128 páginas
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Narrativas hispánicas

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Una novela coral y virtuosa, atípica e irónica, que traza un mapa urbano y dibuja una geografía de sentimientos, carencias, incertidumbres, ambiciones.

¿Es Coincidencias propiamente una novela? Lo es, pese a que en un principio a más de un lector pueda parecerle algo atípica. Hasta que, estimulado por los golpes divertidos, desopilantes, del relato, la acepte sin problemas como tal. Y no ya porque cumple con todos los rasgos que caracterizan al género, sino porque la aparente dispersión inicial propia de una narración colectiva termina por configurarse en un todo estructurado y coherente.

Si bien el tipo de comicidad no es aquí la que predomina en las obras de Luis Goytisolo, sí lo es algo que despunta en muchas de ellas: un humor que no es el que procede de la observación irónica de la realidad narrada sino del estallido hilarante de lo absurdo. Experimentados hombres de negocios y jóvenes emprendedores, adolescentes de ambos sexos sumidos en su dependencia del móvil y en sus escabrosas fantasías, paseantes solitarios atentos a la realidad que los rodea, selectas dinastías familiares de clase alta y solitarios automovilistas que descargan sobre el tráfico urbano el mal humor que impregna su vida cotidiana: todo de una actualidad que, con diversas variantes, viene siéndolo desde siempre.

Como bien apuntó Mario Vargas Llosa en relación con un texto de similares rasgos: «El autor se divierte y nos divierte y, sin embargo, al final de la carcajada, en los pliegues de la sonrisa, descubrimos de pronto un desagradable sabor, algo viscoso e inesperado, sin duda: ¿quién se está riendo de quién, de quién nos estamos riendo, hay motivos para reírse?»

Una novela coral y virtuosa, que, impulsada por un ritmo sin tregua, traza un mapa urbano y dibuja una geografía de sentimientos, carencias, incertidumbres, ambiciones; una pieza cuyo sutil engranaje muestra, una vez más, el portentoso dominio narrativo de un Luis Goytisolo que deslumbra.

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Información

Año
2017
ISBN
9788433937599
Categoría
Literatura
1
UN SUSTO. Como suele suceder, pasó lo que pasó por un cúmulo de circunstancias. Esa propensión mía a ser demasiado amable, a pasarme. Pero es que no lo puedo evitar: fui educado así. Y es que como el enviado de mi socio de Liechtenstein venía tan sólo por unas horas –lo que se dice visto y no visto–, me pareció que lo correcto era que el chófer le fuese a esperar al aeropuerto y se encargara de llevarle también al irse. Despachamos las cuestiones pendientes antes de lo previsto, y como no me parecía educado dejarle sin más en la calle, me lo llevé a cenar aunque para mí fuese algo temprano; así, por otra parte, iba a poder sondearle sobre cuestiones de carácter más general. Al acabar, mandé un mensaje a Matías, que pasó a recogerle de inmediato. Y yo tomé un taxi, algo no siempre sencillo a esas horas. Además –otra vez la buena educación– cedí el primero que pasó a una señora de aspecto antiguo. El que pillé momentos más tarde en la misma esquina lo conducía un tipo más bien bronco, malencarado. Bien: pues al detenerse delante de casa, y mientras yo pagaba y pedía el recibo, suena el móvil y la llamada resulta ser, precisamente, de mi socio de Liechtenstein, que quería saber qué tal había ido todo, supongo que más que nada para tantearme respecto a la profesionalidad de su enviado. Y claro, la conversación, el cambio, el recibo del taxista, total que sólo cuando me bajo me doy cuenta de que la cartera se ha quedado en el asiento del taxi, perdido ya en la riada del tráfico. Pensé que me iba a dar algo: la cartera, sí, nada menos que la cartera. Y no por el dinero que pudiese llevar, ni siquiera por la documentación personal, no, sino por las tarjetas de crédito, con las que un experto te vacía las cuentas en un pispás. El peligro venía no tanto del taxista, que a lo mejor ni se había enterado, cuanto del primer cliente, del tipo de persona que fuera. ¿Lo bastante honrado como para depositarla en una oficina de objetos perdidos? En cualquier caso había que actuar rápido. Así que me meto en el portal más próximo y llamo a mi secre. Oye, Loya, perdón, Laya, le digo: ya puedes ponerte las bragas y volver pitando a la oficina, y si en la cooperativa del taxi o en objetos perdidos no saben nada, llama a todos los bancos y entidades que haga falta y que anulen las tarjetas. Bueno, no se lo dije con estas palabras, claro, y Laya respondió como la buena profesional que es, y me aseguró que iba para allá de inmediado, perdiendo el culo. Y eso que debía de estar en un bar de copas, a juzgar por el ruido de fondo que se oía. Total, que reaccionamos rápido y todo se resolvió a tiempo. ¡Suerte del móvil!
2
TRANSEÚNTES. Yo nunca me planto en una esquina cuando busco un taxi. Lo mejor es situarse en una calle transversal por la que sabes que a esas horas vuelven de vacío. Así te evitas que, cuando levantas la mano para indicar que pare, te salga alguien con eso de que él estaba antes.
En las estaciones de metro el problema no era el acceso a los andenes; todo el mundo corría escaleras abajo y el recorrido resultaba de lo más fluido. Lo que me fastidiaba era la salida, quedar pillado por otros cuerpos en las escaleras mecánicas, con el riesgo añadido de tener que aguantar un pedo silencioso. De ahí que prefiriese subir a pie, lo más rápido posible, consciente de la envidia –por no decir el odio– que suscitaba en los de paso pesado. Ya en el andén, al llegar el metro, dejaba pasar los vagones más repletos, ya que si había uno relativamente despejado era invariablemente el último, el más alejado de los accesos. Una vez dentro, cambiaba de sitio en función de los huecos que se fueran abriendo.
Yo prefiero el autobús aunque te tome más tiempo; eso sí, es importante hacerse con un asiento porque, cuando está a tope, con eso de los frenazos es peor que el metro. Y si voy de pie procuro colocarme siempre delante de otra mujer para no encontrarme con esa cosa dura contra las nalgas. Y que lo digas: mi niña se queja siempre de lo mismo. Yo creo que hay tíos que se suben a las horas punta pensando precisamente en eso.
El restaurante es muy bueno, pero para ser bien atendido tienes que llegar con tiempo porque luego se colapsa. El bacalao al pil pil es excelente; en realidad todo es excelente. Yo también prefiero cosas así, de cocina tradicional. Pues no sé qué decirte. Hay un sitio tipo MasterChef que acabo de descubrir donde te sirven unos platos así, de apariencia como japonesa, que son divinos. Hasta el humo que le añaden a uno de ellos es maravilloso.
Salió disparada de la agencia mientras informaba a Yolanda de que ya estaba en camino. Al parecer iban a instalar una cafetera automática en el pasillo de la oficina y todas se temían que, en cuanto estuviera, se iban a terminar esas escapadas de media mañana. ¿Qué tal lo tuyo?, le preguntó Yolanda a modo de saludo. Pues hija, creo que muy pronto lo mandaré a paseo. ¿Y tú qué tal? ¿Yo? Por el momento no tengo queja: a mi chico todo le parece bien.
Se le ocurrió pensar en lo que podría soltar Matías si algún día se fuera de la lengua, estando al tanto como estaba de todo lo que se hablaba en el coche, de lo que decía cuando utilizaba el móvil, de ciertos puntos a los que solía llevarle... Suerte que era una persona de confianza. Eso sí: era importante tenerlo contento.
Yolanda conducía con suavidad, sonriendo ensimismada al imaginar la cara que iba a poner su chico cuando le detallara lo que pensaba hacerle.
3
EN FAMILIA. Lo de tomar unas copas con los amigos al salir del trabajo era ya un hábito. Así, por otra parte, retrasaba al máximo el momento de volver a casa. En casa ya sabía lo que la esperaba: papi repantigado ante la tele con sus cervezas, como para matar el tiempo en tanto no le llegara la jubilación; contestaría a sus saludos sin volverse, qué tal todo, hija. Mami llegaría más tarde. Era jefa de sección de unos grandes almacenes y, al acabar, solía entretenerse con las amigas a fin de ir preparando la escapada –como ella decía– de los domingos. Al entrar, ni se acercaba a la tele, a esas tertulias que le gustan a su padre en las que una serie de mujeres discuten a gritos quién tiene una hija más puta. Ella prefería enfrascarse en el ordenador o en el móvil y entrar en la red y chatear y mandar fotos. Una vez la pillé en el momento de recibir una foto en la que una mujer chupaba un pezón a otra. Luego se levantaba bruscamente y preparaba la cena en un santiamén mientras le iba dando consejos acerca de cómo vestir y cómo moverse. Tienes unas piernas tan bonitas que has de procurar que caminar sea lucirlas. Y se interesaba por su vida, por sus relaciones, si salía con algún chico en particular. A mí no me importaría que fueras lesbiana, Laya, dijo con un guiño.
4
INSTALACIÓN. Si Yola trabajaba en una galería de arte no era más que por gusto, por alejarse de casa y ayudar a Ramona en la preparación de las exposiciones, la ubicación de las piezas, los detalles del vernissage, el trato con los artistas, por lo general tan raros como poco interesantes. Le gustaba desconcertarlos con sus preguntas mientras deambulaban entre las copas de los invitados. En una ocasión, los penosos intentos del artista de hacerse el interesante, de resultar llamativo, la llevaron a enriquecer la instalación de la que era autor introduciendo un periódico sueco entre los diversos elementos que la componían; nadie se dio cuenta, ni siquiera el artista. O si se dio cuenta, debió de pensar que no quedaba mal y no dijo nada. Según Ramona, le soy imprescindible, pero yo creo que lo que le gusta es comentarlo todo conmigo y que sin mí se las apañaría igual de bien.
En uno de esos vernissages, por cierto, conocí a mi chico: fue como si hubiese adivinado que iba a poder manejarlo a mi gusto, y acerté de pleno. Será un emprendedor muy emprendedor. Pero el caso es que se aplicó enseguida a obedecerme en todo, y se diría que feliz de hacerlo. Y mira que soy rara, que me gustan cosas raras. Y él, encantado. A mi papi le cayó muy bien desde el principio. Como lo de la galería. El arte actual mueve cada vez más dinero, comentaba invariablemente.
5
EJEMPLO EJEMPLAR. Yo había estudiado ingeniería pero ya desde muy joven, con mis lecturas, me fui forjando una cultura empresarial: tratados teóricos relativos a los diversos aspectos del mundo de los negocios, autobiografías, experiencias personales de los grandes empresarios, etc. Claro que lo de ingeniería no fue una pérdida de tiempo, ya que es algo que eleva en varios puntos tu currículum. Bueno, el caso es que cuando empecé a trabajar en una agencia bancaria lo hice ya en un buen puesto, cosa que para mi relación con los clientes fue decisiva. Y así llega el día en que uno de ellos me dice: ¿aquí cuánto ganas? Y yo le digo: seis. Y el cliente me dice: pues yo te doy doce. Y, antes de un año, otro empresario del ramo va y me dice: ¿aquí cuánto ganas? Y yo: doce. Y él: pues yo te doy veinticuatro; ¿y tienes coche con chófer a tu servicio?... A partir de ahí, compaginando mis conocimientos teóricos con mis experiencias personales, no sólo pude montarme mis propios negocios sino irrumpir con éxito en el terreno de la enseñanza. Total que ya ves: de empleado de banca a profesor de Ciencias Empresariales además de inversor.
Consultó el reloj y, mientras, su sonrisa iba siendo sustituida por una contracción del entrecejo al tiempo que se inclinaba sobre el interfono.
–Olga, ¿podrías reservar una mesa para dos a las dos en punto en el Pantagruel?
6
CHOCOLATE CON CHURROS. Comía entre distraído y absorto, sin volverse hacia su compañero de mesa, mirando como sin ver los churros que hundía en la taza de chocolate.
–¿Te has fijado? –dijo–. Cada vez se ven más.
–¿Más qué?
–Tíos que van pelados de la cabeza a los pies. Pelados y depilados; me dan asco. Parecen gusanos.
–Ya. Es una moda.
–No, no. Es una manera de ser, de comportarse. Su forma de reír, la ropa que llevan, esa camisa entreabierta... Y siempre sonrientes, mirando a uno y otro lado. Tiene toda la pinta de ser cosa genética.
–Entiendo. De maneras afectadas. Como los gays.
–Exacto. Es como si también ellos hubieran salido del armario. Me caen mal. Como los cocineros de prestigio, esos que no preparan más que porquerías. O como los modistos de fama mundial, con sus desfiles de modelos luciendo unos trajes que luego no hay mujer que se los ponga.
Hablaba con fatiga, los párpados pesados, masticando despacio y con la desgana del que lo hace por obligación. Eso sí, dijo, a los que más odio es a los bailarines y bailarinas. O danzarines, o como demonios se diga. ¿A qué viene tanta pirueta? Me gustaría bajármelos a todos como si fueran codornices. De niño me pasaba lo mismo con los payasos.
–Tampoco a mí me gustaban. La mayor parte de las veces no sabían hacer más que bobadas sin ninguna gracia.
–Exacto: bobadas, propias de un bobo. Y lo bobo es como lo fofo, como lo blando, como lo inerte. Las personas y las cosas. Es lo que pasa con los...

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