Panorama de narrativas
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Panorama de narrativas

  1. 336 páginas
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Información del libro

Charlie y Eli Sisters viven en Oregon City y trabajan para el Comodoro, un magnate y quizá aspirante a político que mueve muchos hilos en las sombras y tiene múltiples y variados negocios. Los hermanos, todo hay que decirlo, son sus matones y a veces sus verdugos. Y ahora van rumbo a Sacramento, en California, a cumplir un nuevo trabajo para su jefe, acabar con Hermann Kermit Warm, un buscador de oro. Porque la novela transcurre en 1851, en plena fiebre del oro. No se sabe muy bien en qué río aurífero se encuentra Warm, y el comodoro ha enviado por delante a Morris, el dandy, que también trabaja para él y tiene que averiguar su paradero y seguirlo, para entregárselo a los Sisters. Una novela muy seductora, negra y divertida. Los críticos han comparado a su autor con Cormac McCarthy, pero éste es más bien hijo de Faulkner, mientras que DeWitt es sobrino de Mark Twain y primo hermano de los hermanos Coen, si de parentescos literarios se trata. «DeWitt ha escrito una novela del lejano Oeste que subvierte el género, emocionante, divertidísima e inesperadamente conmovedora» (Publishers Weekly).

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Información

Año
2013
ISBN
9788433927729
Categoría
Literatura

1. El problema con los caballos

Estaba sentado frente a la mansión del comodoro, esperando a que saliera mi hermano Charlie con noticias sobre el trabajo. Amenazaba nieve, yo estaba congelado y para entretenerme me puse a observar al nuevo caballo de Charlie, Espabilado. Mi nuevo caballo se llamaba Barreño. Nosotros no éramos partidarios de ponerles nombres a los caballos, pero éstos nos los dieron como pago parcial por el último trabajo con sus nombres y todo, así que se los mantuvimos. Nuestros anteriores caballos sin nombre habían sido inmolados, o sea que no es que no necesitásemos estos caballos nuevos, pero yo consideraba que nos deberían haber pagado con dinero para que pudiésemos comprar los que quisiésemos, caballos sin historias, ni hábitos, ni nombres por los que esperaban ser llamados. Le tenía mucho cariño a mi anterior caballo y últimamente en sueños había tenido visiones de su muerte, las patas abrasadas coceando, los ojos desorbitados. Podía recorrer casi cien kilómetros al día como una ráfaga de viento y jamás le puse una mano encima, excepto para acariciarlo o para limpiarlo. Y trataba de no pensar en él ardiendo en ese establo, pero si esa visión me asaltaba de improviso, ¿cómo podía protegerme de ella? Barreño era un animal absolutamente sano, pero habría estado mejor con otro dueño menos exigente. Era corpulento y de lomo bajo y no podía recorrer más de ochenta kilómetros al día. Muchas veces me veía obligado a fustigarlo, algo que hay gente que no tiene ningún reparo en hacer, y de hecho algunos hasta disfrutan, pero que a mí no me gusta; y después Barreño tiene la impresión de que soy cruel y piensa para sus adentros: Qué vida tan penosa, qué vida tan penosa.
Sentí el peso de unos ojos clavados en mí y aparté la vista de Espabilado. Charlie me miraba desde la ventana del piso superior, levantando cinco dedos. Yo no reaccioné y él hizo una mueca para hacerme sonreír; cuando vio que yo no sonreía, relajó el rostro y retrocedió hasta desaparecer de mi vista. Yo estaba seguro de que me había visto mirando su caballo. Ayer por la mañana sugerí que vendiésemos a Barreño y fuéramos a medias para comprar un caballo nuevo y él estaba de acuerdo en que era lo justo, pero después, durante la comida, dijo que mejor lo dejábamos correr hasta haber acabado el nuevo trabajo, lo cual era absurdo, porque el problema con Barreño era que entorpecería el trabajo, así que ¿no sería mejor reemplazarlo antes? Charlie, que tenía restos de grasa de la comida en el bigote, dijo:
–Es mejor después de hacer el trabajo, Eli.
Él no tenía ninguna queja con Espabilado, que era tan bueno o incluso mejor que su caballo anterior, el que no tenía nombre, pero es que él pudo elegir con cuál de los dos se quedaba mientras yo estaba en la cama recuperándome de una herida en la pierna que me había hecho trabajando. A mí no me gustaba Barreño, pero mi hermano estaba satisfecho con Espabilado. Ése era el problema con los caballos.
Charlie montó a Espabilado y partimos en dirección al Pig-King. Sólo habían pasado dos meses desde nuestra última visita a Oregon City, pero conté hasta cinco nuevos negocios en la calle principal, y todos parecían ir viento en popa.
–Una especie astuta –le dije a Charlie, que no contestó.
Nos sentamos en una mesa al fondo del Pig-King y nos trajeron nuestra botella de costumbre y un par de vasos. Charlie me sirvió un trago, cuando lo habitual era que cada uno se sirviese el suyo, así que yo ya estaba preparado para las malas noticias cuando me las comunicó:
–Yo voy a ser el jefe en este trabajo, Eli.
–¿Quién lo dice?
–El comodoro.
Me bebí mi brandy.
–¿Y eso qué significa?
–Significa que yo estoy al mando.
–¿Y eso cómo se traduce en dinero?
–Yo cobraré más.
–Me refiero a mi dinero. ¿Será la misma cantidad que las otras veces?
–Tú recibirás menos.
–No veo el motivo.
–El comodoro dice que no habría habido tantos problemas con el último trabajo si hubiera habido alguien al mando.
–No tiene sentido.
–Bueno, sí lo tiene.
Me sirvió otro trago y yo me lo bebí. Y dije, tanto para Charlie como para mí mismo:
–Quiere pagar por un jefe, perfecto. Pero es mal asunto recortarle el sueldo al que está a sus órdenes. Me hice una herida en la pierna y mi caballo murió abrasado mientras trabajaba para él.
–También mi caballo murió abrasado. Nos ha proporcionado caballos nuevos.
–Es mal asunto. Y deja de servirme tragos como si estuviese inválido.
Aparté la botella y le pregunté por los detalles del trabajo. Teníamos que ir a California para encontrar y matar a un buscador de oro llamado Hermann Kermit Warm. Charlie sacó del bolsillo de su chaqueta una carta del sabueso del comodoro, un petimetre llamado Henry Morris que solía ir en avanzadilla para reunir información: «He estado vigilando a Warm durante varios días y puedo decir lo siguiente con respecto a sus hábitos y carácter: es en esencia un solitario, pero pasa muchas horas en las cantinas de San Francisco, leyendo sus libros de ciencia y matemáticas o haciendo dibujos en los márgenes. Lleva esos libros atados con una correa, como si fuese un colegial, lo cual provoca burlas. Es bajito, lo cual lo hace todavía más ridículo, pero, cuidado, no se le pueden hacer bromas sobre su tamaño. Le he visto pelear varias veces, y aunque habitualmente pierde, no creo que ninguno de sus contrincantes quiera volver a pelear con él. Entre otras cosas, por ejemplo, muerde. Es calvo, con la barba pelirroja, brazos largos y desgarbados, y un vientre prominente digno de una embarazada. Se lava muy de tarde en tarde y duerme donde buenamente puede: establos, portales e incluso en la misma calle. Cuando entabla una conversación, sus maneras son bruscas y poco agradables. Lleva una cría de dragón metida en una faja atada a la cintura. No bebe muy a menudo, pero cuando por fin se decide a empinar el codo, lo hace hasta acabar completamente borracho. Paga su whisky con pepitas de oro que guarda en una bolsita de cuero que lleva colgada de un cordel y oculta entre los pliegues de las varias capas de ropa con las que viste. No ha abandonado la ciudad ni una sola vez desde que yo estoy aquí y no sé si planea volver a su concesión, que está a unos quince kilómetros de Sacramento (adjunto mapa). Ayer en la cantina me pidió fuego dirigiéndose a mí con amabilidad y por mi nombre. No tengo ni idea de cómo lo ha averiguado, ya que nunca ha parecido percatarse de que lo seguía. Cuando le pregunté cómo sabía quién era yo, se puso agresivo y opté por marcharme. No me preocupa, aunque hay quien dice que posee una mente inusitadamente privilegiada. Admito que es singular, pero tal vez sea lo más cercano a un piropo que puedo decir sobre él.»
Junto al mapa de la concesión de Warm, Morris había dibujado un emborronado retrato del tipo; tan tosco y confuso que si de pronto lo tuviera a mi lado, no lo reconocería. Se lo comenté a Charlie, que dijo:
–Morris nos espera en un hotel de San Francisco. Él nos señalará a Warm y nosotros haremos nuestro trabajo. He oído que es un buen sitio para matar a alguien. Cuando no están ocupados incendiando la ciudad entera, están distraídos con la inacabable reconstrucción.
–¿Y por qué no lo mata el propio Morris?
–Siempre preguntas lo mismo y yo siempre te contesto lo mismo: no es su trabajo, es el nuestro.
–No tiene ni pies ni cabeza. El comodoro me recorta el salario pero le paga a ese inepto sus honorarios y sus gastos sólo para que Warm se percate de que lo están vigilando.
–No puedes llamar a Morris inepto, hermano. Es la primera vez que comete un error, y lo ha reconocido abiertamente. Creo que el hecho de que lo haya descubierto dice más de Warm que de Morris.
–Pero ese tipo pasa la noche en la calle. ¿Qué le impide a Morris pegarle un tiro mientras duerme?
–¿Qué te parece el pequeño detalle de que Morris no es un asesino?
–¿Y entonces para qué lo envía allí? ¿Por qué no nos envió a nosotros hace un mes?
–Hace un mes nosotros estábamos con otro trabajo. Te olvidas de que el comodoro tiene muchos intereses y preocupaciones y sólo puede hacerse cargo de ellos de uno en uno. Un trabajo precipitado es un mal trabajo, son sus propias palabras. Sólo tienes que admirar su éxito para darte cuenta de que está en lo cierto.
Me enfermaba oírle citar al comodoro con tanto entusiasmo. Dije:
–Nos llevará semanas llegar a California. ¿Para qué hacer el viaje si no tenemos por qué?
–Pero tenemos que hacerlo. Ése es nuestro trabajo.
–¿Y qué pasa si Warm no está allí?
–Estará.
–¿Y si no está?
–Maldita sea, estará.
Cuando llegó el momento de pagar, señalé a Charlie:
–El jefe paga.
Normalmente íbamos a medias, así que eso no le gustó. Mi hermano siempre ha sido un tacaño, un rasgo heredado de nuestro padre.
–Sólo por esta vez –dijo.
–El jefe y su salario de jefe.
–Nunca te ha caído bien el comodoro. Y tú a él tampoco.
–Cada vez me cae peor –aseguré.
–Eres libre de decírselo, si se convierte en una carga insoportable.
–Ya te enterarás, Charlie, si la carga se me hace insoportable. Ya te enterarás, y él también.
La discusión podría haber continuado, pero dejé a mi hermano y me retiré a mi habitación del hotel, justo enfrente de la cantina. No me gusta discutir, y menos con Charlie, que tiene una lengua viperina. Esa noche, más tarde, le oí hablando con unos tipos en la calle, y escuché para asegurarme de que no estaba en peligro, y no lo estaba. Los tipos le preguntaron cómo se llamaba y él les dijo que le dejasen en paz. Yo hubiese acudido en su ayuda, y de hecho me estaba ya calzando las botas cuando los tipos se marcharon. Oí que Charlie subía por las escaleras y salté a la cama para hacerme el dormido. Él asomó la cabeza por la puerta de la habitación y me llamó, pero no respondí. Cerró, se metió en su cuarto y yo seguí echado a oscuras, pensando en los problemas familiares, en lo disparatadas y retorcidas que pueden llegar a ser las historias de una estirpe.
Por la mañana llovía, un goteo frío y constante que convertía los caminos en una sopa de barro. A Charlie el brandy le había producido dolor de estómago y fui al boticario a por un remedio para las náuseas. Me dio unos polvos inodoros y del tono azulado de un huevo de petirrojo que disolví en el café. No sé cuáles eran los ingredientes de aquel preparado, sólo que lo sacó de la cama y lo puso sobre Espabilado, y que lo espabiló tanto que lo sacó de quicio. Nos detuvimos a descansar a treinta kilómetros de la ciudad, en un claro del bosque sin vegetación que el verano pasado había ardido a causa de un rayo. Habíamos acabado de almorzar y nos estábamos preparando para reanudar el viaje cuando vimos a un hombre que caminaba tirando de un caballo a unos cien metros al sur de donde estábamos. Si hubiera ido montado no creo que lo hubiéramos comentado, pero resultaba extraño verlo avanzar de ese modo.
–¿Por qué no te acerc...

Índice

  1. Portada
  2. Oregon City, 1851
  3. 1. El problema con los caballos
  4. 2. California
  5. Intermedio
  6. 3. Hermann Kermit Warm
  7. Intermedio II
  8. Epílogo
  9. Agradecimientos
  10. Créditos
  11. Notas