Panorama de narrativas
  1. 464 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

Las desmadradas andanzas por Edimburgo de un taxista traficante de drogas, adicto al sexo y actor porno amateur.

Después de sus devaneos por Miami con La vida sexual de las gemelas siamesas, Irvine Welsh regresa a Edimburgo, piedra angular de su universo literario alrededor de la cual orbitan unos personajes que se van entrecruzando en las sucesivas novelas ambientadas en la ciudad.

Aquí el protagonista es un viejo conocido, Juice Terry Lawson, que ya había asomado la jeta en Cola y Porno. Resumamos sus credenciales: de profesión taxista, pero también chulopiscinas e incansable seductor de tías buenas, traficante de drogas, encargado de una sauna regentada por mafiosos, adicto al sexo y actor porno amateur, que rueda películas cutres para la web de SickBoy.

Y mientras un tremebundo huracán amenaza con arrasar Escocia, Terry se ve envuelto en andanzas de lo más variopintas: se reencuentra con una antigua amante en un funeral; ayuda al simplón Wee Jonty a buscar a su chica desaparecida, la hermosa Jinty Magdalen; lleva en su taxi a una joven dramaturga suicida; le detectan un problema de corazón que le obliga a guardar abstinencia sexual, y hace de chófer para un americano llamado Ronald Checker, rico promotor inmobiliario y presentador de un exitoso reality (sí, el personaje tiene evidentes paralelismos con Donald Trump) que ha venido a Escocia en busca de un exclusivísimo y carísimo whisky...

Un polvo en condiciones es Welsh en estado puro: desmelenada, escatológica, pornográfica, lisérgica, iconoclasta, argótica y descacharrante. En ella, el lector que no se amilane ante las emociones fuertes se encontrará con escenas de incesto, violación y necrofilia, ¡y hasta con un par de inauditos capítulos en forma de pene!

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Información

Año
2018
ISBN
9788433939760
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology

Quinta parte

Sociedad post-Tocapelotas (Cuatro meses después)

41. LA VENGANZA DE LOS FUMADORES

ESCOCESES
Es una bonita mañana de primavera, de esas que de vez en cuando ofrece Edimburgo para mofarse de sus ciudadanos con la promesa de un largo y cálido verano antes de volver a instalarse en su ritmo usual de cielos grises, lluvia continua e incisivos vientos fríos. Terry está decidido a disfrutarla y aparca, por costumbre, en su antiguo hueco de Nicolson Square, frente al Surgeons’ Hall.
Ronnie ha ido a verlo un par de veces, y han jugado juntos al golf. Nunca menciona a Sara-Ann, aunque Terry cree que siguen viéndose, ya que una vez los siguió mientras iban al Traverse Theatre juntos. Más tarde cogió un programa del festival y se enteró de que su nueva obra, Un polvo en condiciones, se iba a estrenar en el Fringe en agosto. La describían como «una hilarante comedia negra que trata los sempiternos temas del sexo y la muerte, pero con un enfoque completamente original y revitalizante». Un vistazo somero a la parte trasera del folleto informaba de que en la lista de los principales patrocinadores figuraba la empresa de Ronnie, Casas de Verdad.
Terry va con frecuencia a Penicuik a recoger a Jonty. Se sintió aliviado cuando conoció a Karen y vio que no recordaba habérsela follado nunca, aunque dada su transformación con la escalada de peso, no había ninguna garantía real de que estuviese en lo cierto. Se ha convenido que lo mejor es que no conozca a su madre, que sufre postrada en la cama en la planta superior. Cabe destacar que, a pesar del calamitoso diagnóstico de Henry, este sigue vivito y coleando, y Alice no ha abandonado sus tristes desvelos por él.
Terry anda tan ensimismado con el golf que apenas se ha dado cuenta, a diferencia del entusiasmado Jonty, de que los Hibs y los Hearts son los inesperados vencedores de las semifinales de la Copa de Escocia contra el Aberdeen y el Celtic respectivamente, y se enfrentarán el uno al otro en la final. Terry también ha jugado en ocasiones con Iain Renwick, tras lo cual una vez se llevó al profesional al «hoyo diecinueve», donde la bebida le arrancó confesiones cada vez más escabrosas sobre sus infidelidades, una de las cuales resultó especialmente difícil de escuchar para Terry, ya que implicaban a una tal Donna Lawson. Terry solo consiguió contener su rabia pensando en la pequeña cámara digital que había ocultado en una repisa cercana, detrás de una planta, para grabar subrepticiamente las confidencias de Renwick.
Volver a la parada de taxi que tantas veces había ocupado resulta ser un error. Siempre le había gustado quedarse en la parada de Nicolson Square en los días de calor, no para coger ninguna carrera, sino para observar a las estudiantes que merodeaban por allí mientras esperaba que alguien que quisiera coca le hiciese alguna visita. Pero ahora las circunstancias han cambiado y rondar por allí no trae más que dolor, pues la Amiga Inseparable se altera y el ritmo cardíaco comienza a subirle. Luego llega lo peor.
«¿Tú eres el que hace las películas?», dice una bonita joven de pelo corto y oscuro con acento inglés ligeramente refinado. Lleva un top verde ajustado y parece estar ofreciéndole abiertamente su exuberante pecho.
«¿Qué...?», pregunta Terry, pensando al principio no en el porno casero, sino en la cinta de confesiones de Iain Renwick, sendas copias de la cual se han enviado a la esposa del entrenador y a la secretaria de su club de North Berwick. Como consecuencia, a Renwick lo habían echado de casa, había perdido el trabajo en el club y vivía en una caravana alquilada en Coldstream.
«Tengo una amiga en tercero que dice que hay dos tíos, Simon y Terry, que hacen unas películas muy divertidas...», explica la chica, arqueando las cejas, «y Terry a veces conduce un taxi.»
«No... Quiero decir, sí, las hacía. Pero lo he dejado.» Terry le tiende con fastidio la tarjeta de Sick Boy. «Pero mi colega Simon sigue en el ajo.»
«Qué pena... Dicen que eres un animal...» Le guiña un ojo y se aleja con paso de modelo.
Terry lamenta que antes hubiese que trabajar tan duro para convencer a las pavas para hacer porno casero. Ahora muchas estudiantes lo ven solo como otro modo de complementar sus ingresos. Prácticamente se ofrecen a hacer audiciones. Decide que no puede quedarse por allí, así que conduce hacia Leith y la sauna. Sigue pasando a echarles un ojo a Kelvin y las chicas, ya que el Marica ha decidido quedarse en España indefinidamente. No estaba tan mal, sobre todo porque la policía se había interesado al fin por la desaparición de Jinty y se había pasado por la sauna a hacer preguntas, lo cual había llevado a Kelvin a portarse mejor con las chicas; claro que no duró demasiado cuando la atención de la policía volvió a decaer. A Terry le habían hecho más preguntas acerca de la botella perdida de la Trinidad Bowcullen, que aún no habían encontrado. El informativo de la televisión escocesa había dado un reportaje sobre el whisky perdido en el que se aludía a «un comprador anónimo del otro lado del charco». Un detective con cara de palo describía el latrocinio como «un importante robo de antigüedades, perpetrado posiblemente por una banda organizada de criminales internacionales sin escrúpulos. Esto no es como lo de robar una botella de Teacher’s de un local sin licencia».
Las últimas noticias de Estados Unidos son que Mortimer le ha puesto una demanda por difamación y acoso a Ronnie, su antiguo jefe. También está planeando escribir una biografía poco favorecedora de su él y Ronnie está intentando bloquearla.
Al entrar en la sauna, a Terry le da un vuelco el corazón al poner la vista en el ojo de Saskia. Está hinchado y amoratado; el maquillaje apenas puede ocultar los daños. La mira a ella y después a Kelvin; este sacude la cabeza en un gesto culpable que desaparece casi de inmediato para dar paso a su habitual expresión beligerante.
Terry guarda silencio, pero se queda por allí hasta que Saskia termina el turno para abordarla fuera. «¿Qué ha pasado?»
«Una puerta, es que soy muy torpe...», murmura de modo poco convincente, intentando dejarlo atrás por las escaleras.
«Ha sido él, ¿no? ¿Kelvin?»
Saskia asiente temerosa. «Quiero irme de aquí, Terry, largarme. Casi tengo el dinero que necesito para marcharme.»
«Escucha, yo te doy el dinero. Pírate.»
«Pero necesito doscientas libras más...»
Terry se rebusca en los bolsillos y saca trescientas libras en billetes de cincuenta de un fajo atado con una gargantilla. «Toma esto. No vuelvas a ese sitio. Nunca. ¿Tienes cosas personales ahí dentro, algo de valor?»
«No.»
«Entonces vete.»
«Pero... No puedo devolverte el dinero.»
«No hace falta. Luego te llamo. Pero tú no vuelvas a pisar este sitio», dice Terry, saltando de nuevo escaleras abajo hacia el sótano. Abre la puerta de un golpe y se planta ante Kelvin, empujándolo contra la pared y apretándole la garganta con el antebrazo. «Puto mamón», murmura mientras observa cómo Kelvin abre unos ojos como platos.
«Vic se va a enterar de esto», gimotea Kelvin en un tono ronco y estrangulado.
Cuando la mano libre de Terry le estruja como un cepo los genitales, Kelvin suelta un chillido rabioso. Consciente de que se le aceleran las pulsaciones, dice con desprecio: «Considéralo tarjeta amarilla por faltas repetidas. La próxima vez te arranco los huevos», y bebe del miedo que asoma a los ojos de Kelvin. Se enfrenta a ese miedo, pero sabe que Kelvin es demasiado hijoputa para darse cuenta. Cuando lo suelta, Kelvin está cagado; se ha asustado tanto que ni siquiera murmura la típica amenaza hueca de desafío. Terry sale de nuevo y pone en marcha el taxi para dirigirse hacia el Royal Infirmary.
Las cosas se han complicado mucho. Ahora el Marica empezará a incordiarlo. ¿Por qué cojones, se pregunta Terry, me pongo en la línea de fuego por un puñado de fulanas?
Vuelve a pensar en toda la gente a la que ha hecho daño. El primero, Andrew Galloway: su colega de la niñez, que se suicidó. Lo hizo por un montón de razones, pero Terry sabe que el hecho de cepillarse a la mujer de Gally no fue de mucha ayuda. Gally es una terrible cicatriz interna en el centro de Terry, que nunca se ha llegado a curar. Y sabe que nunca podrá hacerlo. Pero lo que la hace infinitamente más llevadera, especialmente a medida que se hace mayor, es intentar al menos hacer algo bueno por la gente que se encuentra en situación vulnerable, en lugar de aprovecharse de esas circunstancias.
Sin embargo, para cuando llega al hospital, el cielo está oscuro y ha empezado a llover de nuevo.
Terry camina por el aséptico pasillo con su iluminación típica de hospital, apartando los ojos de las enfermeras que pasan. A pesar de apañárselas para estar en el campo de golf cinco o seis veces a la semana, aún tiene días malos y está viendo a un psicólogo danés que le recuerda a Lars. La barriga le rebosa por encima del pantalón, y se nota cansado. Muy muy cansado. Siempre.
Nunca ha pasado tanto tiempo sin algún tipo de liberación sexual desde que tenía unos seis años. Ni siquiera un accidente durante el rodaje de una peli porno, hace años, pudo incapacitarlo durante tanto tiempo. Ahora está condenado a una vida de celibato. Nunca volverá a disfrutar de un polvo en condiciones, y un fantasma oscuro y lúgubre parece acompañarlo en cada uno de sus pasos.
Un poco más adelante, con la espalda apoyada en la pared, está Jonty MacKay. Tiene los ojos cerrados y las palmas de las manos extendidas para tocar la superficie fría y pintada. Parece estar meditando. Hace bastante que Terry no ve a Jonty allí arriba.
«Jonty, ¿qué haces?»
Los párpados de Jonty se abren de golpe. «¡Hola, Terry! ¿Qué pasa, amigo? ¡Me estaba imaginando que me iba a disparar un pelotón de fusilamiento, Terry! ¡Ya te digo, un pelotón de fusilamiento! Y que iban a apretar el gatillo en cualquier momento. Porque es una pena que la gente muera fusilada, y quería ver cómo era; sí señor, ver cómo era.»
«Pues no muy guay, me imagino.» Terry bosteza y se estira. Luego ve otro rostro familiar acercándose hacia ellos. Realiza las presentaciones formales entre Jonty y Alice, aunque ya han intercambiado alguna que otra palabra en anteriores visitas a Henry. Dejan que la señora Ulrich, como Alice se llama a sí misma, vaya hacia la habitación.
Jonty cree que no está bien que tanto la madre de Terry como la suya propia hayan estado casadas con Henry. Si fuera por él, habría solo un hombre y una mujer, como pasaba con él y Jinty. Sin embargo, si así fuese, reflexiona, él no estaría en este mundo. Pero Henry Lawson era un mal hombre. Era su padre, sí, pero no era un hombre bueno como Billy MacKay, el mejor padre. Aun así, Billy también había huido de su madre cuando se puso tan gorda que no podía salir de casa. Luego volvió Henry, haciendo todo tipo de promesas, pero Jonty sabía que era solo porque no tenía adónde ir.
«¿Cómo era crecer con él..., con Henry?» A Terry no le sale llamarlo padre. ¿Por qué coño sigue vivito y coleando?
«Apenas lo veía. Billy MacKay fue más como un padre, sí señor, Billy MacKay. Por eso me llamaron Jonty MacKay, por Billy MacKay, sí señor, sí señor, por Billy MacKay.»
«Ya lo pillo, compadre, Billy MacKay», dice Terry con impaciencia.
«Sí señor, Billy MacKay. Sí», insiste Jonty.
Terry se pone a hablar del tiempo para cambiar de tema. Su vida postsexual lo ha acostumbrado a habl...

Índice

  1. PORTADA
  2. PRIMERA PARTE. INOCENCIA PRE-TOCAPELOTAS
  3. SEGUNDA PARTE. HURACÁN TOCAPELOTAS
  4. TERCERA PARTE. PÁNICO POST-TOCAPELOTAS
  5. CUARTA PARTE. RECONSTRUCCIÓN POST-TOCAPELOTAS
  6. QUINTA PARTE. SOCIEDAD POST-TOCAPELOTAS
  7. AGRADECIMIENTOS
  8. CRÉDITOS
  9. NOTAS