Manifiesto contrasexual
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Manifiesto contrasexual

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Manifiesto contrasexual

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«En el principio era el dildo. El dildo antecede al pene. Es el origen del pene. La sexualidad es una tecnología hecha de máquinas, productos, instrumentos, aparatos, prótesis, redes, aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información, interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, lógicas, equipos, formatos, accidentes, detritos, mecanismos, usos, desvíos... Es hora de entrar en la caja negra del sistema y de inventar una nueva gramática.» Un encuentro salvaje entre el feminismo y la dildotectónica, entre la filosofía posestructural y un cómic manga, entre la acción política y la ciencia ficción. Filosóficamente preciso e hilarante, el Manifiesto contrasexual ha sido aclamado por la crítica francesa como un clásico del pensamiento para el siglo XXI. Un libro imprescindible para entender los debates contemporáneos en torno a las políticas feministas, queer y transgénero.

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Información

Año
2016
ISBN
9788433937537
Categoría
Literature

Teorías

LA LÓGICA DEL DILDO O LAS TIJERAS DE DERRIDA

¿Qué es un dildo: un objeto, un órgano, un fetiche...? ¿Debemos considerar el dildo una parodia irónica o bien la repetición grosera del pene? Cuando forma parte de ciertas prácticas lesbianas butch-fem, ¿debe interpretarse el dildo como una reminiscencia del orden patriarcal? ¿Acaso es el dildo el síntoma de una construcción falocéntrica del sexo? ¿Qué decir entonces de los dildos que no son «fálicos» (los que tienen la forma de cerdo, de mariposa o de sirena o que simplemente no son figurativos)? Si, como afirman las feministas procensura, como Andrea Dworkin, o las lesbianas radicales separatistas, como Danielle Charest, toda lesbiana que utiliza un dildo debe ser considerada una marimacho, siendo el dildo una imitación fálica que viene a compensar una envidia del pene, ¿cómo explicar que los hombres gays utilicen dildos? ¿Es posible refutar la creencia ordinaria, común a las feministas y a las/os antifeministas, según la cual la utilización del dildo supone la imitación de un acto heterosexual?
¿Dónde se encuentra el sexo de un cuerpo que lleva un dildo? En sí, el dildo: ¿es un atributo femenino o masculino? ¿Dónde transcurre el goce cuando se folla con un dildo? ¿Quién goza? ¿Cuántos penes tiene un hombre que lleva un dildo? Si el dildo no es más que un «sustituto artificial» del pene, ¿cómo explicar que los hombres que ya tienen un pene empleen cinturones-pollas? ¿Cómo seguir hablando del dildo como «la reproducción de un pene artificial que vendría a colmar una falta» cuando se utilizan dos o varios dildos? ¿Podemos seguir tomando la imagen «natural» del cuerpo masculino como referente de imitación, cuando el dildo se coloca en otra parte del cuerpo (brazo, antebrazo, muslo) distinta de la región pelviana? ¿Cuál es la diferencia estructural entre un dildo y un vibrador?, ¿y entre un dildo y un látigo? Y ¿cuál es la relación estructural entre un cinturónpolla y un cinturón de castidad? Dicho de otra manera, ¿está el dildo ligado genealógicamente al pene a través de una lógica de imitación o, más bien, a las tecnologías de represión producción de placer del cinturón de castidad y del vibrador clitoridiano?
Alguien en un mundo sexual futuro recordará los años noventa como los años del dildo. En 1991, Del LaGrace, que para entonces ha comenzado un proceso de transformación física hormonal, publica Loves Bites, una colección de fotografías que algunas librerías feministas de Londres se negarán a vender. Se censuran especialmente dos imágenes: la fotografía de un gay haciéndole una mamada al dildo de una bollo y una fotografía de penetración entre bollos con dildo. También en Inglaterra, Jennifer Saunders será acusada de haber violado a unas niñas menores con un dildo, y será juzgada por ello con más dureza de la que nunca un hombre fue juzgado por violación. Mientras tanto Suzie Bright, alias Suzie Sexpert, dedicará por primera vez una crónica mensual al dildo en su columna de la revista gay y lesbiana The Advocate. Poco después las revistas Outlook y On Our Backs se harán eco de este debate.
En la película de Monika Treut, Virgine Machine, Dorothée ve el mundo a través del dildo translúcido que le tiende una bailarina de striptease feminista prosexo de San Francisco. En París, los dildos penetran la pantalla en el festival de cine lesbiano «Quand les Lesbiennes se Font du Cinéma», causando un conflicto que enfrentará generaciones y posiciones políticas. En los clubes de lesbianas de Nueva York, de Los Ángeles y de Londres Diane Torr dirige los primeros espectáculos de drag kings, en los que mujeres «biológicamente definidas» se hacen pasar por hombres. Al mismo tiempo, Annie Sprinkle organiza junto a Jack Amstrong, un transexual FtoM (female to male) preop,1 un taller titulado «Drag King for a day» («Drag King por un día»), donde mujeres heterosexuales y lesbianas aprenden la performance de la masculinidad. Uno de los retos del taller consiste en familiarizarse con la técnica del packing: se trata de hacerse un «paquete» metiendo calcetines en el calzoncillo y, si la ocasión lo requiere, utilizar un dildo sin ser descubierto por su pareja sexual. Los resultados del taller son sorprendentes: las participantes confiesan haber ligado como nunca, y no haberse sentido mejor en su vida al dar un simple paseo por la ciudad haciéndose pasar por hombres.
El dildo se ha vuelto el espejo de Alicia-bollo a través del que leer las diferentes culturas sexuales. Enciende el fuego de la crítica de un determinado discurso feminista y lésbico. Es relegado al rango de la panoplia sadomasoquista y butch/fem2 y se interpreta, a menudo, como un signo del calado lamentable de los modelos patriarcales y falocéntricos en la sexualidad lésbica. Las partidarias de la censura de los dildos en las escenas pornográficas lesbianas argumentan que el dildo ha reintroducido en éstas el poder fálico y machista, y que no es sino la proyección de un deseo masculino en la sexualidad lésbica, incluso femenina. Objeto maldito, el dildo es la pieza que falta para resolver el enigma paranoico que representa el sexo lésbico dentro de un modelo sexual heterocentrado. Como si permitiera responder a la pregunta candente: ¿cómo pueden las lesbianas follar sin pene?
A juzgar por las reacciones y controversias que suscita la más mínima aparición del dildo, podemos apostar que Elain Creith se equivoca al afirmar que «los juguetes sexuales son políticamente volátiles».3 De hecho, la marginalización y la invisibilidad del dildo son constantes y generalizadas: ausencia de análisis sobre la presencia del dildo en las prácticas gays, información incompleta y descriptiva en las comunidades transexuales y S&M, timidez de los textos teóricos.
En la teoría queer americana y en las relecturas perversas del psicoanálisis que ésta ha fomentado, hay que buscar los escasos análisis del dildo en las discusiones más generales sobre el «falo femenino», «la envidia del pene» o en los textos que tratan de la rearticulación de la noción freudiana de fetichismo con la de deseo femenino.
Teresa de Lauretis, por ejemplo, critica el heterocentrismo que permite a Lacan jugar permanentemente con la ambigüedad falo/pene (para Lacan, el pene es un órgano genital que pertenece a los cuerpos masculinos, mientras que el falo no es ni un órgano ni un objeto, sino un «significante privilegiado» que representa el poder y el deseo mismo, y confirma el acceso al orden simbólico). Para la autora de The Practice of Love, con Lacan se plantea la cuestión de tener o no tener el falo desde una perspectiva heterosexual (que la teoría y la práctica psicoanalíticas se afanan en encontrar o en inducir en los sujetos), en la que la diferencia sexual hombre/mujer y el acto de copular con vistas a la reproducción son la norma.4
En este contexto, el dildo viene a ocupar un lugar estratégico entre el falo y el pene. Va a actuar como un filtro y a denunciar la pretensión del pene de hacerse pasar por el falo. Tales son, en todo caso, las conclusiones que Teresa de Lauretis extrae de la película clásica de Sheila MacLaughlin (She Must Be Seeing Things, 1987) en la que Agatha, una lesbiana, es atacada por una paranoia de celos al pensar que su compañera sexual va a abandonarla por un hombre. Los dildos y los juguetes sexuales aparecen en la película como objetos de transición que permiten a la protagonista lesbiana desromantizar y desnaturalizar los escenarios heterosexuales. La especificidad de la película es poner en duda la estabilidad del orden de lo visible, de ahí la pregunta en torno a la que gira el guión: «¿Cuáles son esas cosas que ella tiene la sensación de ver?»5 ¿Cuáles son las «cosas» que ven las lesbianas? O dicho de otro modo, ¿cómo ven las lesbianas las cosas, los órganos, los cuerpos? Agatha atiza sus celos rebuscando en el diario y en las fotos de su amante Jo, hasta que encuentra lo que estaba buscando. Entonces lo ve claro: Jo se interesa por los hombres y le es infiel. Con la esperanza de igualar a su rival masculino, Agatha empieza a vestirse con ropa de hombre y finalmente decide visitar un sex-shop para comprar un dildo realista.
Es en el sex-shop donde Agatha aprenderá a ver las cosas de otra manera. Según De Lauretis, cuando Agatha ve por primera vez un dildo se enfrenta con «el falo en su manifestación más modesta, se enfrenta con el falo como mercancía».6 Aún más importante, Agatha ve algo más en el establecimiento: una muñeca hinchable de tamaño natural. En el imaginario heterosexual de la película la muñeca hinchable es el correlato del dildo. En el mercado sexual hetero, los hombres pueden comprar una copia de la totalidad del cuerpo femenino, mientras que las mujeres deben contentarse con una réplica del pene. Para Teresa de Lauretis, la diferencia que existe entre la «muñeca hinchable» y el «dildo realista» como mercancías vuelve explícita la asimetría «que existe entre hombres y mujeres en el acceso a la sexualidad».7
Esta escena cambiará la forma de «ver las cosas» de Agatha, su relación con lo imaginario y su manera de construirse como sujeto de deseo. Agatha comienza a comprender lo que es el lesbianismo «viendo» que la heterosexualidad se reduce a muy pocas «cosas». Para De Lauretis, el dildo constituye un primer momento en la confrontación de la sexualidad lésbica con la heterosexualidad; un segundo momento será aquel en el que el sexo lésbico escapa de la reproducción de las asimetrías del orden simbólico heterosexual. Lo que interesa aquí a De Lauretis es la ruptura epistemológica que el dildo introduce. En este análisis, el dildo tiene solamente un valor crítico y no práctico. Ésta es la razón por la cual, después de confrontarse con el imaginario heterosexual y de quitarse de encima el peso del falo, Agatha abandona el sex-shop sin comprar un dildo.
En la obra de Judith Butler, Bodies that Matter,8 el análisis del dildo está oculto detrás de la cuestión más amplia del «falo lésbico», así como detrás de las preguntas aparentemente más dignas y filosóficas acerca del estatuto del sujeto, el poder y el deseo sexual lésbicos. Retorciendo el cuello a la «envidia de pene» definida por Freud, Butler señala que los hombres deben medirse sin cesar con el ideal del falo precisamente porque están dotados de pene y no de falo, y por tanto obligados a demostrar su virilidad de manera compulsiva. Una prueba que no tienen que sufrir las lesbianas. Pero, cediendo a las exigencias del lenguaje psicoanalítico, Butler omite el término «dildo», hasta el punto de atribuir al falo unas características que asociaríamos, más bien y sin vacilar, con los juguetes sexuales: «plasticidad, transferibilidad y expropiabilidad».9 «La capacidad de desplazamiento del Falo –dice Butler–, su capacidad de simbolizar en relación con otras partes del cuerpo, o bien con otros objetos que se parecen al cuerpo, abre la vía al Falo lésbico».10 Pero ¿de qué «Falo lésbico» se trata? Difícil de saber puesto que Butler omite cualquier referencia a prácticas sexuales concretas.
Lo que el argumento butleriano sí pone de manifiesto es que tanto las lesbianas feministas antidildo como los discursos homófobos descansan sobre un falso presupuesto común: todo el sexo hetero es fálico, y todo el sexo fálico es hetero. Por ejemplo, en la ortodoxia feminista, toda representación del falo se considera sinónima del retorno del poder heterosexista sobre la mujer/la lesbiana. Llevando al extremo dicha hipótesis, algunas separatistas radicales llegarán a afirmar que un acto sexual entre dos lesbianas en el que interviene un dildo «no es verdaderamente lésbico». En el discurso heterocentrado tradicional, aparentemente opuesto pero finalmente simétrico al del feminismo separatista, la utilización de dildos entre lesbianas aparece como la prueba efectiva de que «un acto sexual sin pene no puede considerarse verdaderamente sexual».
Todos estos juegos teóricos para demostrar que existe una distancia entre el falo y el pene que el sexo lésbico puede superar, reterritorializar y subvertir, omiten el primer análisis que se impone: el del dildo como tecnología sexual que ocupa un lugar estratégico entre las tecnologías de represión de la masturbación y las tecnologías de producción de placer. El dildo no es el falo y no representa el falo porque el falo, digámoslo de una vez por todas, no existe. El falo no es sino una hipóstasis del pene. Tal y como muestra la asignación de sexo en el caso de los bebés intersexuales, es decir, en aquellos bebés cuyos órganos sexuales no pueden identificarse a simple vista como simplemente masculinos o femeninos (volveré sobre esta cuestión en el capítulo «Money makes sex»), la llamada diferencia sexual «natural» y el orden simbólico que de ella parece derivarse no son sino una cuestión de centímetros.
Al depender excesivamente del lenguaje psicoanalítico del falo, estas relecturas feministas y posfeministas queers del dildo obvian las operaciones tecnológicas que han regulado y controlado la construcción y la reproducción tecnológica de la masculinidad y la feminidad al menos durante los dos últimos siglos. Si el dildo es disruptivo, no lo es porque permita a la lesbiana entrar en el paraíso del falo, sino porque muestra que la masculinidad está, tanto como la feminidad, sujeta a las tecnologías sociales y políticas de construcción y de control. El dildo es el primer indicador de la plasticidad sexual del cuerpo y de la posible modificación prostética de su contorno. Quizás el dildo esté indicando que los órganos que interpretamos como naturales (masculinos o femeninos) han sufrido ya un proceso semejante de transformación plástica.
Sólo Judith Halberstam ha trabajado teóricamente el dildo, no ya como significante fálico, sino y sobre todo como objeto sexual y como modulador de los géneros. Para Halberstam, si el dildo suscita la reprobación en la comunidad lesbiana y en las representaciones en general, es porque este molesto juguete nos hace comprender que los verdaderos penes no son sino dildos, con la pequeña diferencia de que, hasta hace relativamente poco, los penes no estaban a la venta.11 Siguiendo la misma lógica, Halberstam afirma que los espectáculos de dra...

Índice

  1. PORTADA
  2. ¿QUÉ ES LA CONTRASEXUALIDAD?
  3. PRÁCTICAS DE INVERSIÓN CONTRASEXUAL
  4. TEORÍAS
  5. EJERCICIO DE LECTURA CONTRASEXUAL
  6. ANEXOS
  7. BIBLIOGRAFÍA
  8. NOTA DE LA AUTORA
  9. AGRADECIMIENTOS
  10. NOTAS
  11. CRÉDITOS