Panorama de narrativas
eBook - ePub

Panorama de narrativas

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Las tragicómicas andanzas de una mujer solitaria, ya cuarentona, que decide aprender a conducir y a vivir de otra manera.

Sonja, que tiene ya más de cuarenta años, vive en Copenhague. Soñó con ser escritora, pero se gana la vida como traductora de thrillers nórdicos ultraviolentos. La suya es una profesión solitaria, que contribuye a aislarla. Su vida es rutinaria y no se siente muy feliz con ella. Y, para colmo, empieza a padecer vértigos, acaso provocados por un problema en el oído interno, o tal vez anuncio de un proceso depresivo.

Y es entonces cuando Sonja trata de reconducir su vida tomando algunas decisiones: aprender a conducir con ayuda de un instructor por el que acabará sintiendo cierta atracción, reconciliarse con su cuerpo a través de unas sesiones de masaje con una masajista profesional e intentar retomar el contacto con su esquiva hermana… Aunque las cosas no siempre salen como una espera.

Esta es una de esas novelas en las que en apariencia pasan pocas cosas, pero el lector atento sabrá descubrir los muchos y muy caudalosos ríos subterráneos que fluyen por sus páginas. Con su prosa ágil, irónica y punzante, la autora nos ofrece un retrato potentísimo de un personaje femenino en plena crisis de la mediana edad, con sus flaquezas y esperanzas de dar un nuevo sentido a su vida. El libro es también el retrato perspicaz y tragicómico de las soledades urbanas, plasmadas mediante un cúmulo de pequeños gestos cotidianos, de palabras dichas o calladas, de actitudes humanas que a todos nos resultarán muy familiares.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Panorama de narrativas de Dorthe Nors, Victoria Alonso, Victoria Alonso en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Sociología urbana. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788433940339
1
Sonja se encuentra en el interior de un coche. Ha traído consigo el pesado diccionario, que descansa dentro del bolso sobre el asiento trasero. Está en plena traducción de la última novela policíaca de Gösta Svensson, cuya precedente entrega ya había sido más floja. Pensó: he de hacerlo ahora que puedo permitírmelo. De modo que buscó autoescuelas en Internet y se apuntó en la de Folke, situada en el barrio de Frederiksberg. La sala destinada a la parte teórica, pequeña y azul, huele a humo añejo, a vestuario. No obstante, el teórico fue bien. Además de Folke, solo había otro en la sala de la edad de Sonja, pero era uno que pillaron conduciendo bajo los efectos del alcohol, así que se mantenía apartado. De esta forma se veía a Sonja sentada asomar entre los jóvenes, además el instructor la escogió para ejemplificar el cursillo de primeros auxilios. Señaló el lugar de su cuello donde debían imaginarse que a ella se le había bloqueado la respiración. Ejecutó sobre ella la maniobra de Heimlich, puso los dedos en su rostro, introduciéndolos en el borde del cuello, deslizándolos por sus brazos arriba y abajo. En un momento dado le estranguló la garganta, aunque eso no fue lo peor. Lo peor vino cuando ellos mismos tuvieron que hacer las prácticas. Resultaba humillante que un chaval de dieciocho la tumbara sobre el costado manteniéndola en dicha posición. De hecho le entraron mareos, pero no podía consentir que se percataran de ello. Tú sí que eres combativa, decía siempre su mamá. Esa es Sonja: nunca se rinde. Debería, pero no lo hace, entonces presionáis con fuerza el corazón treinta veces y comprobáis si respira, dijo el profesor de primeros auxilios.
En última instancia eso es lo importante, piensa Sonja: respirar, y aprobó el teórico. La práctica constituye siempre su problema, por eso ahora se encuentra en el interior de un coche. Está muy bien haber llegado tan lejos, aunque no es suficiente; le habría gustado tener habilidad, que le saliera de forma automática. Como Kate, la hermana de Sonja, y su cuñado Frank, que se sacaron el carnet de conducir en los ochenta. En su tierra, Balling, sentían inclinación por quemar rueda, las carreras entre rastrojos y los coches trucados. Durante la adolescencia Kate se lanzó a todas esas calamidades que de mayor teme. Polizón en coches para el desguace, mujer fatal de las fiestas del pabellón, centro de atención en las reuniones del club y los encuentros de gimnasia deportiva. A Sonja no le extrañaría que Kate hasta hubiese usado el coche alguna vez deslizándolo discretamente hasta casa. En Balling, los coches se deslizan discretamente por la carretera que va por detrás de la iglesia, y también el coche de Sonja avanza discretamente, pero eso es porque se le da mal conducir. Lo difícil de entender es el funcionamiento del coche y las clases de conducir no han estado exentas de problemas. El mayor de todos se encuentra ahora sentado junto a Sonja en el coche. Se llama Jytte y el humo adherido a la sala donde se imparte la teoría es suyo. La autoescuela está galvanizada con humo de cigarrillo, y la mayor parte de ese humo ha pasado por los pulmones de Jytte. Cuando Sonja llega, la ve sentada en la oficina de Folke, metida en Facebook o abriendo las pruebas médicas de los otros alumnos. Melanie, la de la coleta, no ha superado el reconocimiento, le grita a Sonja en la puerta. Algo de tipo nervioso, ¿lo sabías?
Sonja no lo sabía, pero tampoco ella superó el reconocimiento médico. Tiene un trastorno en los oídos. Lo ha heredado de su madre; no pueden mantener el equilibrio en posiciones extremas. Aunque durante mucho tiempo creyó que se había librado, sin embargo apareció el vértigo posicional. Se denomina vértigo posicional paroxístico benigno. Demasiada palabreja para el lugar de donde viene Sonja. Hasta eso lo tiene bajo control. No va a consentir que sea un impedimento, de manera que ahora se encuentra sentada al volante. Lleva a Gösta en el asiento trasero y a Jytte junto a ella.
Como Jytte tiene tantas preocupaciones, no ha encontrado el momento de enseñar a Sonja a cambiar de marchas. Sonja conduce con Jytte desde hace seis meses y aún no se apaña con las marchas. En cuanto ve la oportunidad Jytte le ahorra el trabajo, pues al encargarse ella misma del cambio de marchas no tiene que cambiar de tema: su hijo va a casarse, a su nieto le van a poner un nombre terrorífico, su nuera viste de forma absurda y la hermana del nuevo marido de la madre de su cuñado acaba de morir.
–Los tailandeses no saben conducir.
Sonja y Jytte están paradas en un semáforo de Frederiksberg. El humo del último cigarrillo fuera del coche ha entrado con ella en el habitáculo. Ahora se mezcla con el sudor que segrega Sonja. Pone el intermitente a la derecha, la mano de Jytte descansa sobre la palanca de cambios, mientras la propia Sonja permanece alerta a los ciclistas.
–La de ahora se llama Pakpao. ¿Pakpao? ¡EN VERDE! ¡METE SEGUNDA! ¡SEGUNDA! ¡LA BICI!
Jytte cambia a segunda al tiempo que Sonja evita a una bicicleta.
–Y además está casada con un viejo cerdito de setenta y cinco. Ha entrado en la oficina haciéndose el gallito y todo.
El coche ha avanzado un buen trecho en dirección al centro de la ciudad, la circulación es fluida, así que Jytte puede perfectamente meter la cuarta. Utiliza el embrague para el profesor, entonces señala una delicatessen:
–Ahí hacen una estupenda cabeza de jabalí y foie-gras templado con beicon y salchichas de cóctel. Adoro la Navidad, en realidad nunca me cansaría de ella. Pero a ti también te gustará, supongo.
Están a primeros de agosto y a Sonja no le entusiasman las Navidades. Las relaciona con las listas de la compra de Kate y tratar de minimizar los daños volviendo atrás en el tiempo, pero asiente de todas formas a la pregunta de Jytte. Quiere estar a buenas con Jytte cuando, a fin de cuentas, es la que lleva el coche. Y en el fondo siente también simpatía por ella, pues Jytte le ha contado que es de Djursland. De una aldea que está cerca de Nimtofte. El padre de Jytte era el encargado del comercio local de forraje, situado justo enfrente de la escuela, de forma que Jytte podía, de una carrera, ir a casa a comer durante el tiempo de almuerzo. Se mudó a Copenhague con veinte años. El hermano menor del policía de la localidad tenía una habitación de sobra en Hvidovre. El hermano también era policía, y a Jytte siempre le han gustado los hombres de uniforme. Ahora vive en Solrød, tierra adentro, pero en aquel entonces había que salir a bailar hasta que desapareciese el olor a campo de labranza danés.
Sonja le dijo a Jytte que le resultaba difícil imaginar que procedía de Jutlandia. No se percibe en su manera de hablar, y por lo general resulta difícil entender lo que dice Jytte. A la derecha es adech, a la izquierda es aiquer, y no se trata de un dialecto, sino solo del modo más breve que tiene Jytte de dar directrices sin tener que cambiar de tema.
–No te queda mucho jutlandés –dice Sonja.
–Pues tendrías, adech, que escucharme cuando charlo por teléfono con mi hermana. ¡FLECHA VERDE, FLECHA VERDE! ¡GIRA, JODER! ¡UNA BICI!
Sonja gira a la derecha mientras piensa cómo se la oirá a ella cuando habla por teléfono con Kate. Aunque ya casi nunca habla por teléfono con Kate, además van a adentrarse en el barrio de Vesterbro. Más adelante las espera Istedgade con sus embotellamientos y Jytte le cuenta que le encanta la iluminación sueca de la escalera en las ventanas. Y también tiene que haber adornos plateados en el árbol de Navidad, pero su nuera no es del mismo parecer. En su casa todo lo que el árbol lleve ha de ser blanco, cosa incomprensible para Jytte, igual que tampoco entiende por qué Folke acepta tantos extranjeros en la autoescuela.
–Que vayan a sus propias autoescuelas –dice Jytte–. No entienden lo que les digo. Es, aiquer, peligroso conducir por ahí con ellos.
Sonja piensa en el comercio de forraje de Djursland. También en Balling tenían uno. Al otro lado de la carretera se encontraba la tienda de la cooperativa Dagli Brugsen, a la que denominaban Dawli-Aage por el almacenista. Ya no hay ningún tendero, ni carnicero, ni oficina de correos en Balling. Las granjas con campos de labranza se han devorado unas a otras y solo quedan dos, que han suprimido todos los accesos, a y desde la ciudad, que había en forma de vías lácteas, sendas que constituían mentideros de señoras durante la sobremesa y cañadas corrientes. Balling parece un caso aislado de civilización en el interior de un maizal sobredimensionado; sin embargo, a sus espaldas, la landa ha escapado a la productividad. Hay allí cisnes cantores, y a pesar de que ya casi nadie trabaja en el campo, las cocinas campesinas siguen siendo enormes. Tienen el tamaño de pequeñas cantinas. En un extremo, una larga mesa laminada para los trabajadores emigrados, y nuevos materiales en la ventana. Siempre había que hacer sitio en el banco al trabajo manual y así Jytte se sentaba en Djursland balanceando las piernas. Es el recreo largo y ha corrido a casa a comer y sus pies no tocaban ni el suelo. Lleva calcetines rojos hasta el tobillo y una falda de cuadros escoceses. Su mamá ha puesto ante ella una rebanada de pan blanco. La madre cuece el pan ella misma; está seco y Jytte unta la rebanada con margarina. Entonces toma el paquete de azúcar moreno. Cruje. Resulta divertido apretujar el azúcar en la margarina. Puede pasarse largo rato apretujándola. Después escucha cómo el azúcar moreno continúa crujiendo en el interior de la boca. Se disuelve en la saliva, que se vuelve dulce como almíbar. Pronto sonará el timbre. Cuando el timbre suena la mamá grita que va a llegar tarde. Jytte se ve obligada a cruzar corriendo la carretera rural con sus piernas igual que baquetas.
–¡FRENA, JODER! ¡PERO CÓMO COÑO NO HAS VISTO EL PASO DE PEATONES!
Jytte frenó y redujo a primera. Mientras estaban detenidas miraban a un amedrentado hombre con chubasquero.
–¡Tienes que parar para que pase la gente! –dice Jytte.
–Lo sé de sobra –dice Sonja.
–¡Pues desde luego no lo parece! –dice Jytte quitando el pie del embrague, primera marcha, segunda.
Suena el móvil de Jytte. Transitan por Vesterbrogade, tercera. El marido de Jytte tiene las mañanas libres y no encuentra el mando a distancia.
–ESTÁ EN EL CESTO. SÍ, EL CESTO. EL CESTO AL LADO DE (adech, pon el intermitente, ponlo, joder, adech, despacio, ¡DESPACIO!), costillas de cerdo asadas, creo.
Suben Istedgade junto a bandadas de bicicletas brillantes. A Sonja se le ha nublado la vista, apenas puede respirar, sin embargo resuelve sola, en términos generales, un giro a la izquierda en el cruce con Enghavevej. Jytte ha dejado de hablar con su marido, pero descubre un mensaje con foto de su nuera. La imagen muestra al nieto de Jytte llevando un traje de bautizo, su voz se torna blanda, como para que Sonja mire la foto a su vez, aunque por su parte tendrá que esperar, así que Jytte deja el teléfono móvil en el salpicadero.
Es complicado determinar los límites en el coche. El alumno en prácticas ha enajenado su voluntad y en una ocasión Jytte la obligó a adelantar a un carrito de salchichas. Habían estado conduciendo relajadamente, hasta que llegaron a un lugar donde había una isleta en la vía. Una isleta y un carro de salchichas. Se supone que Sonja no debía adelantar, pero los que venían detrás empezaron a impacientarse y pitaban. ¡Vamos, coño! ¡Adelanta!, gritó Jytte, tras lo cual Sonja giró el volante para meterse en el carril contrario, adelantó, y a continuación lo giró de nuevo para regresar a su propio carril, tan rápido que estuvo a punto de rebanar al vendedor, que iba tirando del carro de salchichas. Un poco más y cargas con una muerte sobre tu conciencia, dijo entonces Jytte.
Aún tiene metida en el cuerpo la vergüenza por aquello. La vergüenza y el miedo al homicidio, mientras se acercan a Vigerslev Allé. Dicha avenida pasa junto al cementerio Vestre Kirkegård, y Jytte determina que giren al llegar al cementerio para rodearlo por completo.
–Pues lo cierto es que me encanta Vestre Kirkegård –se aventura a decir Sonja–. Abajo en el fondo tiene una capilla con madera contrachapada sobre las ventanas. Creo que han dejado de usarla. También hay una avenida de álamos retorcidos. Y un pequeño lago. Adoro venir aquí y tumbarme sobre una manta a leer.
Jytte ve la lectura como algo para gente de vacaciones y los cementerios son para los muertos. Hay muchos difuntos en la familia de Jytte. Algunos perecieron en accidentes de tráfico, otros murieron a causa de un cáncer o en accidentes laborales. La madre de Jytte vive todavía, pero la hermana padece KOL, una enfermedad pulmonar, y ahora Sonja debe girar. Tiene que girar a la izquierda. Espejo, hombro, intermitente, embrague hasta el fondo. Jytte cambia a segunda, aunque Sonja escoge por sí misma el carril para dar el giro. Ha elegido el correcto, cosa que no resulta fácil, cuando hay muchos. Luz roja, reducen a primera, se dedican a esperar. En el carril para ir la derecha hay un furgón. Le da gas mientras está parado.
–Aborígenes –dice Jytte señalando al furgón.
Sonja mira la luz del semáforo. Ahora cambia. Ella avanza. El furgón avanza y gira a continuación metiéndose delante de Sonja. Está prohibido torcer a la izquierda desde un carril de giro a la derecha. Sonja lo sabe perfectamente y Jytte también. Ella ya ha bajado la ventanilla y sacado una mano que muestra el dedo corazón mientras ha estirado la otra hasta el volante para tocar el claxon. A un mismo tiempo pita y mueve el dedo, paradas en el cruce en plena luz verde. El furgón se ha detenido a su vez en el cruce y ahora baja su ventanilla.
–¡PAKIS! –chilla Jytte.
–¡JODIDA PUTA! –grita el furgón.
Sonja piensa en los primeros ministros enterrados en el cementerio. Es tan agradable llevarse allí una manta. Así tumbada mira a Hans Hedtoft mientras los patos graznan y el tejado de la gran capilla reluce con el sol. Semeja la celestial Jerusalén, o un cachito deslindado de Dinamarca. El sonido de los coches se oye lejano. Huele a tejo y boj, prácticamente es como estar aislada en mitad de la nada. En teoría, un ciervo podría pasar por allí, además ha comprado una pastita para el café, ha robado hiedra de las matas. Los muertos no meten ruido, y si tiene suerte alguna rapaz planeará por encima. Así tumbada puede evadirse.
2
–Tengo molestias en nuca y brazos –dice Sonja.
Es jueves y hace un bochorno de tormenta. Se halla tumbada sobre el banco de masaje con la cabeza hacia abajo dentro del pequeño flotador. Su mandíbula tensada contra el cuero, le dolió al ir a cepillarse los dientes. Parece como si la articulación estuviera oxidada, pero justo ahora la masajista ha comenzado con las nalgas. Al cabo de un momento se desplaza hacia arriba y dice que algo se pasea desde el estómago de Sonja ascendiendo a través de su cuerpo. Seguro que es ira. Y está a punto de escapársele por la boca. Ella no tiene más que dejarlo salir, dice la masajista
–Sácalo y ya está –dice.
El suelo de la clínica de la masajista, que se llama Ellen, ha sido acuchillado. Los lugares donde una vez las ramas se hallaban unidas al árbol aparecen nítidamente perfilados. El dormitorio de los padres de Sonja estaba forrado de madera. Se destacaban nudos de ramas por todos lados. Mientras la mamá de Sonja leía la Revista Ilustrada y papá hacía crujir el periódico, ella, tumbada, daba vida a las tablas. Era capaz de lograr que un simple nudo pareciera diversas cosas: pájaros, automóviles, los que salían en la publicación Pato Donald. Del mismo modo también cobra vida el suelo de Ellen, quien se ha aferrado a su culo. Dice que Sonja camina tensando, y cuando llegó hace veinte minutos estaba entreabierta la puerta que da a la cocina americana. Sonja quiso echar un vistazo al interior, pero no tuvo tiempo de ver más que una labor de punto sobre la mesa de la cocina. Sonja no sabe demasiado de Ellen, aparte del hecho de que es buena masajista y de que se atisba cierta melancolía en sus ojos.
–Tus nalgas están duras –dice Ellen–, y eso te pasa porque vas por ahí apretando el culo, como suele decirse. Uno «aprieta el culo», igual que «aprieta los dientes», ante situaciones difíciles. ¿Ves como todo está en el lenguaje?
Sonja lo sabe bien por el trabajo que tiene. El lenguaje es poderoso, casi mágico. El mínimo cambio en una frase puede elevarla o acabar con ella.
–Me parece que deberías pedir mayor sosiego en el coche –dice Ellen.
Los problemas con la autoescuela es un tema recurrente en la clínica, y Ellen aconseja indefectiblemente el enfre...

Índice

  1. Portada
  2. 1
  3. 2
  4. 3
  5. 4
  6. 5
  7. 6
  8. 7
  9. 8
  10. 9
  11. 10
  12. 11
  13. 12
  14. 13
  15. 14
  16. 15
  17. 16
  18. 17
  19. 18
  20. 19
  21. 20
  22. 21
  23. Créditos