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Información del libro

En este libro ambientado en Los Ángeles se nota la continua presencia de la gran urbe en toda la escritura de Charles Bukowski, ciudad infernal, a pesar de estar situada en medio del paraíso californiano, sueño de todo pobre ciudadano USA, con sus naranjas, su sol y su vino, vino del que Bukowski da buena cuenta toda su vida, como el whisky, como la cerveza, que habrán de ser, inevitablemente, su fuente de inspiración.

Bukowski toma una actitud de ermitaño loco, de lucidez exasperada, de humorista borracho en la barra de un bar solitario. Se ríe de todo, trata de ganar algo de dinero para un trago o una puta sin trabajar mucho, frecuenta otras ratas urbanas enloquecidas, odia a la humanidad, se encierra en su habitación y se entretiene en contarnos las historias que le ocurren o se le ocurren.

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Información

Año
2006
ISBN
9788433927835
Categoría
Literatura

CONFESIONES DE UN HOMBRE LO BASTANTE LOCO PARA VIVIR CON LAS BESTIAS

1

Me recuerdo meneándomela delante del espejo del armario después de ponerme los zapatos de tacón alto de mi madre, mirándome las piernas, levantándome lentamente la falda por los muslos, más y más arriba, como si estuviese descubriendo los muslos de una mujer, recreándome en la visión de las piernas oscurecidas por las medias; y siendo interrumpido por dos amigos que entraban en casa.
–Sé que está por aquí en alguna parte.
Y yo vistiéndome apresuradamente, y entonces uno de ellos abriendo la puerta del armario y encontrándome.
–¡Hijos de mala madre! –grité yo, y los eché con cajas destempladas y los oí hablar mientras se alejaban:
–¿Qué le pasa? ¿Qué diablos le pasará?

2

K era una antigua modelo y solía enseñarme sus viejos recortes y fotos. En una ocasión casi ganó un concurso de Miss América. La conocí en un bar de la calle Alvarado, lo más cercano del mar que se puede estar sin tener que mojarse el culo. Había ganado peso y edad, pero quedaban todavía signos de una figura, una distinción, aunque fuesen signos muy velados. Ambos estábamos de baja. Ninguno de los dos trabajaba y jamás sabré cómo salíamos adelante. Cigarrillos, vino y una casera que se creía nuestras historias de dinero a punto de llegar pero no de inmediato. Mayormente necesitábamos tener vino.
Dormíamos la mayor parte del día, pero cuando empezaba a oscurecer teníamos que levantarnos, nos apetecía levantarnos.
K: Mierda, no puedo aguantar sin un trago.
Yo seguía en la cama fumándome el último cigarrillo.
Yo: Bueno, cojones, baja al Tony’s y trae un par de oportos.
K: ¿Botellas?
Yo: Claro, dos botellas. Que no sean Gallo. Ni de ese otro, me dio un dolor de cabeza que me duró dos semanas. Y trae dos cajetillas de tabaco. De cualquier clase.
K: ¡Pero sólo hay 50 centavos!
Yo: ¡Ya lo sé! Camélatelo para el resto. ¿Qué te pasa, estúpida?
K: Dijo que no nos daría más...
Yo: Dijo, dijo. ¿Quién es ese tío? ¿Dios? ¡Háblale deprisa, sonríele! ¡Mueve el culo delante de él! ¡Hínchale la polla! ¡Tíratelo en la trastienda si es preciso, pero trae ese VINO!
K: Está bien, está bien.
Yo: Y no vuelvas sin él.
K decía que me amaba. Me ataba cintitas alrededor de la polla y luego hacía un pequeño sombrerito de papel para la cabeza.
Si volvía sin el vino o sólo con una botella, entonces yo bajaba como un loco y gritaba, amenazaba y sacudía al viejo hasta que me daba lo que yo quería, y más. Algunas veces yo volvía con sardinas, pan y patatas fritas. Fue una época particularmente buena, y cuando Tony vendió el negocio empezamos el juego con el nuevo dueño, que era más duro de roer, demasiado duro. Eso se llevó lo mejor de nuestra relación.

3

Era como un taladro de madera, podía ser un taladro de madera, olía el aceite quemándose, y entonces ellos me metieron esa cosa en la cabeza, en mi carne, y empezó a taladrarme y a sacar sangre y pus, y yo había sentado allí a mi simiesco espíritu columpiándose sobre un precipicio. Mi cara estaba llena de granos del tamaño de pequeñas manzanas. Era ridículo e increíble. «El peor caso que he visto en mi vida», dijo uno de los médicos, y era bastante viejo. Me rodearon como si fuese una especie de monstruo. Era un monstruo. Sigo siendo un monstruo. Cogí el tranvía de ida y vuelta hasta el hospital de caridad. Los niños en los tranvías me miraban y preguntaban a sus madres:
–¿Qué le pasa a ese señor? Mamá, ¿qué le pasa a ese señor en la cara?
Y las madres les decían:
–¡¡¡SSSSSSSHHH!!!
Y ese ssssssshhh era la peor condena, y entonces dejaban a los pequeños cabroncetes mirarme por encima de los respaldos de los asientos y yo miraba por la ventanilla y veía pasar los edificios, y me ahogaba, aspiraba bocanadas de aire y me ahogaba, nada que hacer. Los médicos, por ausencia de casos precedentes o por lo que fuese, lo llamaban Acné Vulgaris. Yo me sentaba durante horas en un banco de madera mientras esperaba mi taladro. Vaya una historia digna de lástima, ¿eh? Recuerdo los viejos edificios de ladrillo, las enfermeras sencillas y descansadas, los doctores riéndose, mientras lo hacían. Fue allí cuando aprendí la falacia de los hospitales: que los médicos eran dioses y los pacientes mierda y que los hospitales existían para que los médicos pudieran hacérselo en su blanca superioridad almidonada, pudiendo hacerlo también, cómo no, con las enfermeras: «Doctor, doctor, doctor, píncheme el culo en el ascensor, olvide la amenaza del cáncer, olvide la amenaza de vida. No somos unas pobres imbéciles, no moriremos nunca; bebemos nuestro jugo de zanahoria, y cuando nos sentimos mal podemos tomar una pastilla, una inyección, toda la droga que necesitemos. Chiip, chiip, chiip, la vida nos cantará. Larga vida para nosotras.» Yo me sentaba y ellos me metían el taladro. ZIRRRR ZIRRRR ZIRRRR, ZIR, el sol mientras tanto hacía crecer dalias y naranjas y brillaba a través de los vestidos de las enfermeras, volviendo locos a los pobres diablos. Zirrrr, zirrr, zirr.
–¡Nunca he visto a nadie que aguantara la aguja de este modo!
–¡Mírale, frío como el acero!
Veo otra vez el corro de follaenfermeras a mi alrededor, un corro de hombres que poseían grandes casas y tenían tiempo para reírse y leer y acudir a los partidos y comprar cuadros y olvidarse de pensar, y olvidarse de sentir nada. Blancura almidonada y mi derrota. El absceso.
–¿Cómo te sientes?
–Maravillosamente.
–¿No encuentras dolorosa la aguja?
–Que te den por culo.
–¿Qué?
–Dije que te den por culo.
–Es sólo un chaval. Es mal hablado. No se le puede culpar. ¿Cuántos años tienes?
–Catorce.
–Sólo te estaba felicitando por tu valor, tu manera de aguantar la aguja. Eres duro.
–Que te den por culo.
–No puedes hablarme de ese modo.
–Que te den por culo. Que te den por culo. Que te den por culo.
–Deberías comportarte mejor. Imagínate que estuvieras ciego.
–Entonces no tendría que ver tu maldita cara.
–Este chico está loco.
–Ya lo creo, déjale solo.
Esto fue en algún hospital de Los Ángeles y nunca pude imaginarme que 20 años después volvería a un sanatorio de caridad. Hospitales, cárceles y putas: éstas son las universidades de la vida. Yo tengo muchas licenciaturas. Llamadme señor.

4

Tuve que sufrir otra de éstas. Vivíamos en el segundo piso de un viejo caserón y yo trabajaba. Eso fue lo que casi me mató, beber toda la noche y trabajar todo el día. Tiraba una botella siempre contra la misma ventana. Bajaba con esa ventana a la cristalería de la esquina a que la arreglaran, allí le ponían un vidrio nuevo en el marco. Hacía esto una vez a la semana. El hombre me miraba muy extrañamente pero siempre aceptaba mi dinero, que le parecía tan bueno como el de cualquier otro. Yo montaba la ventana y la rompía de nuevo de un botellazo. Había estado bebiendo mucho durante ...

Índice

  1. Portada
  2. Se busca una mujer
  3. Bop bop bop contra la cortina
  4. Tú y tu cerveza y lo grande que eres
  5. No hay camino al paraíso
  6. Política
  7. Amor por 17,50 dólares
  8. Un par de winos
  9. Maja Thurup
  10. Los asesinos
  11. Un hombre
  12. Clase
  13. Deje de mirarme las tetas, señor
  14. Algo acerca de una bandera del Vietcong
  15. No puedes escribir una historia de amor
  16. ¿Te acuerdas de Pearl Harbour?
  17. Pittsburgh Phil y compañía
  18. Doctor nazi
  19. Cristo en patines
  20. Un mozo de cuerda con la nariz roja
  21. El diablo estaba caliente
  22. Cojones
  23. Hombre mazo
  24. Esto es lo que mató a Dylan Thomas
  25. Sin cuello y malo como el demonio
  26. De cómo aman los muertos
  27. Todos los ojos del culo de este mundo y el mío
  28. Confesiones de un hombre lo bastante loco para vivir con las bestias
  29. Créditos
  30. Notas