Otra vuelta de tuerca
  1. 280 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

En este libro, Tom Wolfe examinó provocativamente, sobre el terreno, los recientes monstruos sagrados, las instituciones de la era pop, los representantes de la nueva cultura: los surfistas, los locos de la moto, los Muchachos de la Melena y la estética de lo rancio, Hefner (Playboy), el rey de los reclusos voluntarios, la topless trucada con silicona, el revoltijo mcluhaniano, los «Swinging London», las heathfields y las dollies, los hoteles climatizados, la decadencia del cocktail-party y la aparición de la cena con mono, la nueva etiqueta de la nueva café-society neoyorquina. Entre los sorprendentes fenómenos sociales que estimulan a Tom Wolfe aparece un tema recurrente: la búsqueda de estatus por parte de las nuevas generaciones o (lo que es el reverso de la medalla) el ocaso de las jerarquías sociales tradicionales. En conexión con este fenómeno se testimonia la aparición de fórmulas artísticas y códigos de conducta absolutamente ajenos al viejo establishment.

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Información

Año
2013
ISBN
9788433934468

Primera parte

LA BANDA DE LA CASA DE LA BOMBA

Nuestros muchachos nunca se cortan el pelo. El pantera negra tiene los pies negros. Los pies negros del desvencijado pantera negra. Pan-te-ra. Mee-dah. Pam Stacy, dieciséis años, es una elegante de aquí, de La Jolla, California, con sus pantalones de color naranja acampanados, estilo pata de elefante; está sentada en un escalón, el cuarto de la escalera de la playa, y puede ver un par de repugnantes pies negros sin alzar la cabeza. Así que dice en voz alta: «El pantera negra.»
Alguien que está sentado unos escalones más abajo, uno de los muchachos de pelo maxi y pantalones cortos caqui, dice: «Los pies negros del pantera negra.»
«Mee-dah», dice otro chaval. Ésa es, precisamente, la consigna de una, bueno, de una sociedad underground conocida como la Mac Meda Destruction Company.
«El pan-te-ra.»
«La pan-te-ra.»
Todos estos chavales, diecisiete, miembros de la banda de la casa de la bomba, andan alrededor de estas escaleras por la playa de Windansea, La Jolla, California, hacia las once de la mañana, y todos miran los pies negros, que son un par de zapatos de calle negros de mujer, de los que surgen dos viejos tobillos blanquecinos y venosos que conducen como una rampa senil a una especie de pastel de chocolate de carne sebácea y edematosa; sus muslos, que parecen escaparse del traje de baño, y en los que hay viejos y desvaídos cardenales amarillentos, que probablemente se produjo corriendo ocho metros para coger un autobús o algo semejante. Allí está con su viejo maridito, que lleva sandalias: ya se sabe, un par de calcetines azul marino por el tobillo y esas sandalias con grandes tiras oscuras, anchas, que huelen a nuevas. Amigo, parecen sandalias ortopédicas, si puede imaginarse algo así. Evidentemente, esta gente viene de Tucson o de Albuquerque o de uno de esos sucios pueblos de casas de adobe. Todos esos sucios y desmigajados pies negros vienen a la playa de La Jolla desde los pueblos de casas de adobe para pasar el fin de semana. Incluso traen coche; un coche lleno de termos y emparedados de mayonesa y una especie de apoyo de madera y emparrillado para el viejo inválido que conduce, además de persianas en la ventanilla trasera.
–El pantera negra.
–Pan-te-ra.
–Mee-dah.
Nadie se lo dice directamente a los dos inválidos. Dios mío, deben tener prácticamente cincuenta años. Como es de suponer, llevan toda clase de basura imaginable: las sillas plegables de aluminio, los periódicos, el libro de la biblioteca de préstamo con forro de plástico, las gafas de sol, bronceadores, aproximadamente un cubo de crema...
Son mexicanos. Y tratándose de mexicanos, ambas partes achican los ojos y se miran, pero nadie lanza un golpe. Por supuesto, ninguno de la banda de la casa de la bomba daría siquiera un empujón a esta gente o les diría algo de forma directa; son demasiado «fríos» para eso.
Todos los de la casa de la bomba parecen molestos. Incluso Tom Coman, que es un tipo frío. Tom Coman, dieciséis años, a quien anoche expulsaron de su garaje. Allí está, sentado en la baranda, junto a las escaleras, sobre la playa, con las piernas separadas. Una esbelta y guapa chica de pantalones amarillos está de pie en la acera pero apoyada en él, rodeando su cuerpo con los brazos, pero sólo para descansar. Neale Jones, dieciséis años, un muchacho de larga melena lacia de perfecto surfista, está sentado allí cerca con un esparadrapo en el labio superior, donde tiene una quemadura del sol. También está arriba, en la acera, Little Vicki Ballard. Su hermana mayor, Liz, está al fondo de las escaleras junto a la misma casa de la bomba, un bloque de cemento de cuatro metros y medio de altura, donde está la maquinaria del sistema hidráulico de La Jolla. Liz va ataviada según el gran estilo «Liz», un inmenso chaleco de piel de conejo y botas negras de cuero sobre los vaqueros, aunque estamos a más de treinta al sol, que cae a plomo como la lámpara de dentista de Dios y el Pacífico hinchándose con un oleaje entre bueno y mediano. Kit Tilden anda también por allí, y Tom Jones, Connie Cartes, Roger Johnson, Sharon Sandquist, Mary Beth White, Rupert Fellows, Glenn Jackson, Dan Watson de San Diego, todos andan por allí, y todos echan un vistazo a los panteras.
Por fin, el viejo, debe tener prácticamente cincuenta años, le dice a su mujer:
–Bueno, vamos un poco más arriba. –Y la coge por su grasiento antebrazo como para darle un golpe de volante y dirigirla lejos de allí.
Pero ella dice:
–¡No! ¡Tenemos tanto derecho como ellos a estar aquí!
–Ésa no es la cuestión...
–Es que vas a...
–Señora Roberts –dice el maridito, llamando a su propia esposa por su nombre oficial de casada, como diciéndole que hizo un voto una vez y, en consecuencia, la palabra de él es ley, aunque no pruebe a utilizarla con aquellos chavales rubios–. Más arriba, Señora Roberts.
Comienzan a caminar paseo arriba, pero uno de los muchachos no retira los pies y, oh, Dios mío, mientras la mujer pasa por encima el maridito se quiebra en una terrible y temblorosa sonrisa de caramelo, como diciendo: «Perdón, señor, yo no quiero armar líos, por favor, no se levanten usted y sus colegas y empiecen a pegarme gritando Toma ya...»
¡Mee-dah!
¡Por supuesto! Esta playa está prohibida para quienes tengan cincuenta años. Es una playa segregada. Los viejos pueden mirar la playa de Windansea y sólo verán chicos apuestos y bronceados. Hay un cartel que dice «No nadar» (por razones de seguridad), que quiere decir sólo surf. En realidad, la playa está segregada con criterios de edad. Desde Los Ángeles hacia abajo, por toda la costa californiana, estamos en la era de la segregación por edad. La gente siempre ha tendido a segregarse según este criterio, adolescentes con adolescentes, viejos con viejos, como los que se sientan en los bancos cerca del Zoo del Bronx y fuman cigarros negros. Pero antes la segregación por edades se había practicado en una comunidad más amplia. Tarde o temprano, a lo largo del día, todo el mundo se mezclaba en la vieja red de la comunidad que abraza prácticamente a todo el mundo, a todas las edades.
Pero en California, hoy, los surfistas, y no digamos los chavales del rock and roll y los audaces jinetes de la moto, los Melenudos, llamados así por sus fantásticos despliegues capilares, todos los grupos de muchachos no sólo andan juntos, sino que organizan pequeñas sociedades completas sólo para ellos. En algunos casos, viven juntos durante meses. El Sunset Strip de Sunset Boulevard era antes una especie de Times Square para juerguistas de Hollywood de todas las edades, para cualquiera que quisiese desplegar su versión de la «gran vida». Hoy The Strip es casi coto exclusivo de chavales entre los dieciséis y los veinticinco años, en la misma línea que los clubs «a go-go». Uno de ellos, un sitio llamado It’s Boss, es para gente entre los dieciséis y los veinticinco. Allí no dejan entrar a nadie que tenga más de veinticinco. A veces hay terribles escenas de «Trágame tierra» cuando aparece una chica con su novio y el tipo de la puerta del It’s Boss no cree que ella tenga veinticinco sino más y le dice que tendrá que enseñar algún documento que pruebe que es lo suficientemente joven para entrar allí y vivir el tipo de vida de The Strip y... no tiene solución, porque ella no puede sacar el carnet de identidad y nada en el mundo hace que una mujer parezca más estúpida que el que se ponga a decir: Soy más joven de lo que parezco, soy más joven de lo que parezco. Así que prácticamente se arruga como una cabeza de momia peruana frente a su novio y éste se la lleva de allí a buscar algún sitio donde pueda entrar con una muñeca vieja como ella. Uno de los pocos clubs que quedan para la «gente mayor» es, paradójicamente, el club Playboy. Hay casas de apartamentos que son sólo para personas de veinte a treinta años, como el Sheri Plaza de Hollywood y el E’Questre Inn de Burbank. Hay proyectos completos de urbanizaciones, en su mayoría privadas, donde sólo pueden comprar una casa individuos de entre cuarenta y cinco y cincuenta. Por otra parte, hay ciudades enteras que han pasado a identificarse como «jóvenes»: Venice, New Port Beach, Balboa... Y como «viejas»: Pasadena, Riverside, Coronado Island.
Detrás de todo esto (especialmente en el caso de un distrito entero de clubs nocturnos de una gran ciudad, The Strip, que pasa a convertirse en zona de adolescentes) sólo hay dinero. La Segunda Guerra Mundial y la prosperidad que siguió inyectaron en la población increíbles cantidades de dinero, al menos en la población blanca, a todos los niveles de clase. De pronto, aparecen miles de personas de dieciséis a veinticinco que disponen de bastante dinero para sostener una cadena entera de clubs nocturnos y tener coches para ir allí, y para establecer mundos autónomos propios en una comunidad residencial tan elegante como La Jolla...
... El garaje de Tom Coman. Algún viejo cabrón le quitó el garaje a Tom Coman, y esto significa que ocho o nueve surfistas no tienen ya donde estar.
–Fui allí esta mañana, tenías que haber visto al tipo –dice Tom Coman. Pantalones Amarillos Ajustados no se mueve. La tiene cogida por la cintura–. Allí fuera estaba pintando con su brocha y unos mil litros de amoníaco. Estaba realmente dispuesto a largarme de allí.
–¿Qué hizo con el mobiliario?
–No lo sé. Lo tiraría.
–¿Y qué vas a hacer ahora?
–No lo sé.
–¿Dónde vas a vivir?
–No sé. Me quedaré en la playa. No sería la primera vez. Estuve tres años sin tener un sitio donde estar, así que no voy a preocuparme ahora por eso.
Todo el mundo piensa un rato en el asunto. Pantalones Ajustados sigue colgada de él simplemente sonriendo. Tom Coman, dieciséis años, enfrentándose de nuevo al destino.
–Puedes quedarte conmigo, Tom –dice una de las chicas.
–Vale. ¿Quién tiene un cigarrillo?
–Toma uno de éstos –dice Pam Stacy.
Tom Coman enciende un cigarrillo.
–Hagamos una «destructo» –dice. Una «destructo» es lo que puede suceder en un garaje después de que expulsan de él a ocho o diez surfistas.
–¡Mee-dah!
–¿No os parece perruno? –dice Tom Coman. «Perruno» es un término surfista que significa, normalmente, «grande».
–¡Perruno!
–¡Mee-dah!
Resulta increíble: aquel vejestorio intentando erradicar a toda la comunidad de surfista del garaje. Es una figura patética. Tiene los hombros encogidos y allí está fregando y remojando y el sol no le pone moreno, sólo le produce esas... motas en la parte posterior del cuello. ¡Pero da igual! Al demonio con la «destructo». Una destrucción sólo surge espontáneamente, es... un estallido dionisíaco, como aquellos agujeros que se hicieron en la pared durante la asamblea de la Mac Meda Destruction Company en Manhattan Beach... ¡Mee-dah!
Algo proporcionará dinero. Se trata de una economía mágica... ¡No hay duda alguna!... A lo largo de toda la costa de California, desde Los Ángeles a la Baja California, los muchachos pueden ir a uno de esos pueblos de playa y vivir una vida plena de surf. Se van de casa a la playa y, si necesitan un lugar donde estar, bueno, alguien alquila un garaje por veinte pavos al mes y todo el mundo se mete allí, chicos y chicas. El mobiliario..., bueno, sabes, en realidad, uno va apropiándose de muebles de un sitio u otro. Es como las furgonetas Volkswagen que usan ahora un montón de chavales como vehículos de playa en vez de los woodies. Los woodies son las antiguas rancheras, comúnmente Ford, de carrocería de madera, anteriores a 1953. Una de las evidentes ventajas de una furgoneta Volkswagen es que se puede... hacer un intercambio de motores en unos tres minutos. Un buen cambiador de motores Volkswagen puede acercarse a un Volkswagen aparcado y con unos golpes de llave y un par de ajustes hacerse con un motor nuevo. Debe resultar divertido ver a los viejos panteras negras preguntarse por qué el bonito Volkswagen de papá y mamá no corre tanto como antes..., pero..., bueno..., hay probablemente muchas cosas... que resultan desconcertantes... para los viejos..., sí.
Dinero... está prácticamente en el aire. Por la playa, en La Jolla, un tipo puede subir a la calle y plantarse allí, parar coches y poner gesto cándido. Señor, sólo tengo un cuarto, ¿no podría darme cincuenta centavos para una buena trompa? O necesito unas botas para después de esquiar. Y los panteras ponen una sonrisa gelatinosa y apoquinan. O un tipo que sepa cómo hacerlo, puede ganarse cuarenta dólares en una sola noche pescando almejas, y es un trabajo agradable. O puede dedicarse a hacer una colecta para una «fiesta del barril», un barril de cerveza. Amigo, el que no sea capaz de aportar un cuarto de dólar para un barril es un mierda. Un par de buenas colectas es el viaje a Hawái, la versión surfista del viaje a Europa: allí es grande el surf y es grande todo. Neale pasó tres semanas en Hawái el año pasado. Una amiga le dejó treinta dólares, arañó un poco aquí otro poco allá y consiguió otros setenta más y se fue a Hawái con cien dólares y diez centavos, que era el precio exacto del pasaje, y pidió prestados veinticinco centavos cuando llegó allí para... dar una batida por el lugar. Gastó los veinticinco centavos en fotografías, enseñó las fotografías a los del equipo de Hawái y consiguió un trabajo en la película. ¿A qué tanta historia con el dinero? Hace calor, nadie lleva siquiera zapatos, nadie pasa hambre.
Por supuesto, mamá se preocupa por todo esto, pero es una preocupación limitada, como dice John Shine. Al final, mamá dice Sayonara a todos, y tú te vas a la playa.
La cuestión es que todo el mundo, prácticamente todo el mundo, es de buena familia. Todos han sido... bien educados, como dicen ellos. Todos son muy clase media alta, si profundizas. Es precisamente esto lo que constituye una regla nueva. Por qué andar dando vueltas en casa de papi y mami, todos poniéndose neuróticos por sus problemas de relación y dando portazos y diciendo que nunca pueden tener una cierta intimidad, O: No significa nada que yo tenga que trabajar para vivir, ¿verdad? Para vosotros no significa nada. Vosotros os sentáis simplemente aquí en la gran mecedora naranja, a fumar cigarrillos. Sería espantoso que tuvieseis que fumar de pie, cogeríais flebitis... Escúchame, Sarah...
¿... por qué pasar por todo esto? Fuera se puede vivir bien. Nadie acosa al prójimo por dinero y afecto. Por ahí fuera hay un montón de gente alegre. Y un montón de gente interesante. Una noche hubo una fiesta de toga en un garaje, y todo el mundo se puso sábanas como togas, chicos y chicas, y el programa de televisión adecuado, una vieja película de Diana Durbin, sin voz, y pusieron discos de los Rolling Stones y había que ver a Diana Durbin abriendo su boquita de pitiminí y la voz de Mick Jagger bramando No puedo lograr ninguna satisfacción. Por supuesto, al final empezaron a arrancarse las togas unos a otros, pero eso es otro asunto. Y...

Índice

  1. Portada
  2. INTRODUCCIÓN
  3. Primera parte
  4. Segunda parte
  5. Créditos
  6. Notas