Fuera del colegio
De cómo llegó la primavera al país de la nieve y los carámbanos
1. El Monstruo Espantoso y el Castor
Érase una vez...
un enorme, feo y espantoso monstruo. Vivía en una cabaña que estaba debajo de la fuente de los largos carámbanos. Toda la tierra era puro hielo. El aire estaba casi blanco. El aire se solidificaba rápidamente, y lo sólido se convertía en aire.
El enorme y feo monstruo compartía su casa con un castor. Con la cabeza tocando el bajo techo de la cocina, preparaba la comida para el castor. Luego servía la mesa. Se sentaban en dos enormes mecedoras, con la enorme mesa roja en medio. No decían nada.
El castor se levantó y trepó a la parte superior de la cabaña. Cuando subía los peldaños, su cola daba pasos silenciosos. Una vez solo, el monstruo espantoso fregó los platos sucios en el fregadero. Luego hizo un nudo en la bolsa verde de basura donde había echado los restos de comida y la subió arrastrándola.
Caía la nieve sobre el hielo y se convertía en hielo. La nieve caía sobre el hielo y ocultaba el hielo. El pobre monstruo espantoso no veía nada. Comenzó a llorar y las lágrimas se convirtieron en hielo sobre sus mejillas. No sabía qué hacer. Le cogió mucho miedo porque no sabía qué hacer.
Se olvidó de que no sabía qué hacer.
Se quedó allí.
Regresó al interior de la cabaña.
No había forma de distinguir un copo de nieve de una estrella.
2. De cómo un oso intentó colarse en la Casa del Monstruo y el Castor
Un oso apareció caminando pesadamente por la nieve. El gran oso pardo estaba helado, hambriento y cansado. Había errado durante toda la noche bajo la nieve en busca de alimento. La nieve había oscurecido el hielo que ocultaba los peces congelados. La nieve había oscurecido el mundo. El oso vio la cabaña del monstruo y el castor.
Cuando levantó su garra para llamar a una puerta que casi era del mismo tamaño que su garra, cayó una avalancha de nieve.
Pom. Pom. Pom.
El monstruo acababa de caerse de la cama. Aún no se había tomado el café. Era demasiado temprano para que llamasen a la puerta, de modo que no podía haber nadie que llamase.
Pom. Pom. Pom.
–¿Qué pasa? –gruñó el monstruo. Todavía no había encontrado el café. No prestó atención a la respuesta.
Pom. Pom. Pom.
–Déjame entrar, por favor –gritó el oso con vocecita de niña.
–¿Y por qué tendría que dejarte entrar? Podrías violarme, o matarme, o podrías ser uno de esos atracadores que ayer robaron a tres peatones calle abajo. Ya sabemos quién eres.
–No soy ladrón. Soy una niña que se ha perdido por el bosque. Quiero llamar a mi mamá porque seguro que estará asustada al no saber nada de mí. Quiero decirle que sigo con vida.
–¿Y qué estabas haciendo con esta nevada en plena noche?
–Mi mamá y mis veinte hermanos viven en una casa horrible de un barrio bajo de la parte este de la ciudad. Mamá no tiene brazos ni piernas, y diez de mis hermanas son paralíticas. A las otras diez las busca la policía. Las acusan de varios atracos a bancos. En realidad, ellas no hicieron esos atracos. De modo que yo soy la única que puede salir a buscar comida. Cada día salgo a buscar malas hierbas. Luego, mis diez hermanas atracadoras de bancos preparan una sopa con las hierbas que yo les llevo.
»No quedan malas hierbas alrededor de nuestra casa, y por eso ayer noche me alejé bastante más de lo habitual.
»Se hizo de noche sin que me diera cuenta.
»Era una noche negrísima. De repente, en medio de la negrura, cayeron enormes nevadas y granizadas. No veía nada. No oía nada. –El monstruo recordó en ese momento que él salió, mientras caía la nevada, a sacar la bolsa de basura–. Por todas partes había negrura. Todo era pura blancura y negrura y frío.
–Sé a qué te refieres –dijo el monstruo.
–Me puse de camino hacia mi casa (tenía una idea mental de mi casa), pero no sabía dónde estaba. No había más que interminables bloques de pura negrura y blancura. Por fin empezó a filtrarse la gris luz del amanecer, y cuando pude vislumbrar algo lo primero que vi fue tu cabaña. Salía humo de la chimenea y las luces brillaban en las ventanas.
»Déjame entrar un momento, por favor.
–Pobre criatura.
El monstruo espantoso abrió la puerta, vio a un enorme oso pardo, y se puso a gritar. Cerró de un portazo.
–¡CASTOR! ¡CASTOR!
Subió corriendo al cuarto del castor. El castor estaba durmiendo, arrebujado bajo tres capas de colchas de satén.
–¡CASTOR! ¡CASTOR!
Se sentó sobre la cara del castor y le contó cuál era el problema. El castor bajó anadeando a la planta baja y cerró bien cerradas todas las puertas y ventanas para que nadie pudiera entrar.
3. El oso trata de entrar en la casa por segunda vez
Las dificultades del oso hicieron que la casa le resultase más atractiva incluso.
Decidió entrar por la fuerza.
Ahora caía un intenso sol que se colaba por los resquicios de las diminutas ventanas cerradas de la cocina e inundaba el piso de la cocina.
Aprovechando esta luz el monstruo estaba friendo cuatro huevos en una enorme sartén negra. Unas doradas rebanadas de pan de alforfón y centeno salieron disparadas de una vieja tostadora de hierro, dieron contra el techo, rebotaron en el suelo de azulejos azules, y dieron luego contra un par de platos de porcelana danesa que había encima de la mesa redonda de color rojo. Unas diminutas escudillas de porcelana, rebosantes de mermelada de pétalos de rosa y jalea de naranja, limón y jengibre, frambuesas, crisantemos y gelatinas de guayaba cubrían el resto de la mesa. El castor estaba arriba, duchándose. Se negó a correr las cortinas de la ducha, con lo cual el agua azul hacía «plop, plop» e inundaba el baño. El castor no veía nada, excepto la blanca luz solar de la mañana, y no oía nada, excepto el agua de la ducha cayendo con un ruido que parecía el de los latidos de su corazón.
En el momento en que el monstruo les daba la vuelta a los huevos, la puerta de la cocina empezó a estremecerse y a resonar con tanta violencia que el monstruo imaginó que debía d...