Degenerado
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Degenerado

  1. 128 páginas
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Degenerado

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Información del libro

El laberíntico monólogo de un hombre que,
enfrentado a una sociedad que le pide que
sea alguien, le devuelve lo peor de que es
capaz.

Degenerado es la historia de un proceso judicial. Empieza una noche gélida cuando un hombre se dispone a hacerse un té y leer después de una larga jornada. Pronto lo distraen las luces de gendarmería: fuera de su casa los vecinos se agolpan, y, a medida que corre el rumor de que el hombre es un pedófilo, se arma una batalla campal. A los animales del corral, por su parte, no les interesa saber si el vecino es o no es un pedófilo: quieren comer, abrir la boca y que el dueño les eche algo. Mientras, algunos vecinos ya piden la cabeza del hombre: como en las plazas públicas, sacan fotos al condenado, y los chicos son alzados sobre los hombros. La madre del acusado está ausente, está presente, es testigo: ese es siempre el drama del amor materno. El acusado acepta pelear hasta el final contra todo y contra todos, porque ¿quién está seguro de haber cometido un error? ¿Quién se puede autoinculpar? En la noche estrellada, ¿dónde empieza el criminal y dóndeel hombre honesto?

Degenerado podría ser el cuento de un borracho o de un hombre que recuerda la guerra, pero sucede en tiempos de paz, en plena democracia capitalista. Degenerado, es, pues, un laberíntico y sórdido monólogo pronunciado con un hilo de voz: el hilo de voz entrecortada de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, que exista, le devuelve lo peor de que es capaz.

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Información

Año
2019
ISBN
9788433940407
Categoría
Criminología
La mente es como un trineo inmundo que nos arrastra por malos caminos dejando huellas para que nos atrapen, callate y decí por qué la manoseaste, por qué la infiltraste en tu casa para enseñarle sobre las aves y las abejas. Cuando está así frente a un trofeo y más si tiene posibilidades se lo ve salido y asqueroso, como un infectado y da vueltas, vueltas, agarra las latitas de cerveza que dejaron los otros, se arrastra, se pierde, parece un chico malcriado, pero si no, le juro que suele ser un vecino ejemplar, doy fe, gendarme, un vecino sin historias, un hombre normal, si hasta fue él el que nos ayudó con toda la instalación eléctrica acá, antes esto era un chaperío. Se le cambia la cara, los ojos así todos abiertos con ronchas, parece que está viendo un expositor de pollos asados cuando le agarra, gendarme, no crea nada a su defensa, y pensar que era nuestro vecino más bueno, tengo tantas anécdotas con él, tengo fotos, videos, se los puedo mostrar, veranos juntos, no puedo creerlo, una vez nos metimos al mar y juntábamos caracolas marinas, otra vez navegamos hasta el anochecer en un velero, hicimos tantas rutas juntos en los jeeps y en camello, se la pasaba en mi jardín, comía en mis platos, bebía en mis copas, no puede ser que sea él. Yo lo veía encorvado ir y volver por la acera fijando los ojos en la luna, siempre me pareció un sospechoso. Me sacaban a mí también de la cuna en plena noche, siempre disfrazados, me sacudían como a una palmera en un tifón, me llevaban al campo vacío, oscuro, ventoso, la nieve horizontal no dejaba ver los alambrados y yo daba un grito espeluznante.
¿Por qué te descargaste con una que apenas empezaba a caminar? ¿Qué necesidad? Por suerte se retiró ese verano repugnante, gelatinoso, como todo este caserío, como todo este gentío oliendo a campesinos disciplinados, a pueblerinos hechos en serie, alineados, marchando débiles, asustadizos, achanchados, qué diferencia entre uno de ellos y un roedor atrapado en la despensa, el queso en el hocico, o un caballo tomando con la lengua de la pileta de plástico, nada excepto que unos tienen carnet de conducir. Por suerte los gatos empiezan a morir con la canícula y cuando llegan las heladas ya tienen los órganos severamente dañados, se tiran con un ojo en compota, rasguñan las ventanas, se dejan pisar por furgones y remolcadores. Él los dejaba del otro lado de la ventana sucumbir contra la sombra y la nieve, nosotros eso lo advertíamos pero nos parecía tolerable, señor, hay gente que siendo normal tiene sus vicios. Te vimos llegar al pueblo como un hombre cargando antorchas y palas, te vimos sembrar tus madrigales, tu huerta, construir tu aguantadero, dejarte cortejar por alguna vecina, y mirá. Por qué nos hiciste esto, todavía hay gente que te quiere, no puede ser verdad, es todo un pueblo que sufre y fue engañado. ¿Tenés avidez de todas las chicas que juegan a las escondidas en los matorrales? ¿Querés ponerles trampas para conejitos? ¿Querés ofrecerles caramelos de anís? Él las vio crecer a todas. Él vio crecer a nuestros hijos. Él estaba en los bautismos y en las salas de las parturientas, en las celebraciones en los galpones con guirnaldas y bafles. Él vio caerse a nuestros hijos en sus primeros pasos, si hasta una vez rescató a uno de lo más alto de un tobogán mientras la madre trabajaba en el centro. Las vecinas no paran de llorar desde que se supo. Afuera esperan que sea mentira, en shock, dicen que sus hijos lo adoran, le piden que les haga upa, que los haga dormir la siesta y cómo se le explica a un chico que no hay que querer, cómo se le dice, gendarme, a un chico que su vecino al que quiere es un criminal. Qué fastidio que se crean astutos al cazarme, debería haber comprado esos cristales para huracanes, conseguir buena madera en el monte que da a la salida pavimentada y tapiar para siempre todas las entradas.
Se instalaron afuera y me colgaron desnudo junto a un asno, te gustan los bicharracos eh, te gustan los dientitos de los cobayos y la lana de las ovejas, cuanto más peludo mejor hein, te vieron por ahí bicheando. Esperarán todo el paso de la negrura, armarán campamento y estarán cuando vuelvan mis ojos. Vamos a carbonizar tu casa, con vos adentro, con esa pianola, todo arderá. Otros en cambio me avivan al crimen, defienden mi bondad, me traen bizcochos de avena las mujeres y algunos signos de amor fanático. Ropa interior en la ligustrina, besos de rouge pegajoso en sobres de papel. Voy a decirles exactamente lo que hay en mi corazón pero antes si me dejan pasar a cerrar el corral que tengo que encender la garrafa antes del toque de queda. Estoy rodeado de pequeños mosquitos como dientes, cuando no hay viento ni llueve, todo se inunda con moscardones. Ahí husmean mi despensa y se llevan todos mis huevos calientes, mis hortalizas, los tiran contra la medianera y las rosas, pero para qué perder saliva, qué puede importar eso con los faros policíacos en el cogote. Por ahora estoy a salvo en mi cabaña, no existe música alegre como no existe una vida alegre. Miro la niebla fosca, el amor es otra cosa, no se puede controlar, miro la niebla calina, es lo que intento decirles con el cinturón de explosivos.
Una pila de gente se amontona frente a mi portón, nunca pensé que eran tantos por acá, hay más que en el último festival de música y comparsa en el día del vinicultor, más que en el mercado cuando quedan restos de pescados y se abalanzan, se les suspendieron todas las tareas domésticas o les parezco el mejor plan dominguero. Una pintada en mi pared con eso de abuso y un dibujo escabroso de burro. Otros una pancarta con un viejo fornicando una cabra tomándola de los cuernos. Esta gente tiene mucha clase. Nadie me preguntó pero yo soy filosóficamente de derecha, políticamente anarquista, a los soldados los quiero avanzando con las piernas dentro del pantano y los disparos al aire. RRRRRRRRRRR a darle a todo. La elite biempensante lee a Genet porque está bien fallecido, recuerdan a Céline y visitan su casa de campo como mausoleo porque terminó pobre, y a Kerouac pero a ese no lo aguantarían ni un solo segundo, Malcolm Lowry, lo echarían a patadas al tan adulado, desde la mirilla lo olerían y no le abrirían la puerta en una cena de navidad ni bajo orden policial. El Wild Turkey doble mientras no haga estragos, ven documentales sobre nazis y visitan el Mémorial de la Shoah en honor a los seis millones porque están sucumbidos, la historia pasada de otro siglo, la historia mentira de los bebés y los cráneos de las madres en primera línea de la fosa para ahorrar balas. Desdeñan el antisemitismo de hoy con los Juden en los negocios de St. Honoré y los tributos a los esclavos y qué mierda la esclavitud, los negros limpiando sus reposeras con la otra mano disponible. No existe la compasión como no existe la clandestinidad. Se lincha a un inmigrante de diez porque robó, lo linchan entre todos, causa común, justicia del patrón. Se apedrea, se lapida, se soba, se sodomiza. Pero eso no es lo que quiero decir. Los europeos de este nuevo siglo cómo agradecen, cómo usan de bien la fórmula, doblan lento en las curvas, se respeta la velocidad máxima y se susurra en los camarotes estos ecológicos y austeros son más basuras que los otros inadaptados sin papeles. Son más avaros que las otras razas dejando cáscaras de bananas en los pisos de las Aires d’autoroute. Y los israelitas aburguesados que callan cuando hay que callar. Pero eso no es lo que quiero decir en absoluto, perdón, hablar es una cuestión de rigor, hay que reprimir, hay que guardarse, hay que ajustar el cinto de las palabras, gobernar el timón, seleccionar lo que se piensa y tener el coraje de descartar cada palabra que no sea justa.
Dentro de poco vendrá el despido, el camión del correo estaciona con el motor encendido en mi puerta y no habrá más que ir a buscar el sobre con las palabras obscenas; Estimado señor, dos puntos. Me leerán el pedido formal de quitar mi puesto y me quedaré otros diez días más empollando en la mecedora hasta ser un anciano. Me resisto a terminar en ronda en un geriátrico de la periferia moviendo las manos. A la derecha, a la izquierda. A la izquierda el pasito, a la derecha. Levanto las cajas con botellas de alcohol, las dejan en mi puerta, camino hasta los basureros y a medida que avanzo a paso lento un perro detrás de una reja me ladra como si fuera un raptor, otro viene a averiguar mis olores, la caja gotea coñac sobre mi calzado y mi pantalón de corderoy. Vecinos adictos, si quieren ingerir desinfectante de la mañana hasta la noche, si quieren despertarse con la mano embutida en la ampolla que después se meten en el ano, que no las dejen en la puerta de mi casa. Tiro por las mañanas una a una las botellas por el agujero de plástico, las manos sucias y la vuelta con un dedo cortado y pestilente. Ida y vuelta tres viajes y mañana volverán a dejarme las cajas en la tranquera. De la garganta para afuera es todo tan vicioso pasados los setenta cuando el balde con tu excreción te cae, te dicen aquí estamos, abuelito, aquí está la sociedad ilustrada para ayudarte porque te amamos, con esa voz suave caes en el ahogo de que alguien más te pueda escuchar, el otro ofreciendo al veterano un buen plan financiero para el asilo, un préstamo, porque te aman, eso sí, porque te respetan, abuelo. Me lavo las manos en mi memoria y enciendo la luz por primera vez en todo el día. Me importan un comino los rezagados, mejor pasarse de la raya que quedarse corto, mejor ser colgado de las bolas y si resisto paran, y si no, al río. La delegación de Francia regida por Louis Aragon prefería a Stalin antes que a Proust, la delegación aprueba y elogia el gulag públicamente. Estoy dispuesto a morir por Stalin, si tuviéramos que darle nuestros pulmones, le daríamos nuestros pulmones. La hija diciendo si mi papá me quiere, no me importa que me odie el resto del mundo. Elegir la víctima, preparar el golpe, satisfacer una venganza e irse a dormir. Stalin formula el odio mejor que nadie, el Camarada lo inventa para su siglo, ¡gracias, camarada! Ya estoy en mi escritorio de pupilo. Afuera los vecinos hacen uso de su creatividad a favor y en contra. Los que me odian a un lado de la zanja, los que creen en mi inocencia, al otro y entre ellos la lucha campal.
Todo amor es un crimen pero cómo podría vivir sin eso. La niebla volvió. Era lo único que quería, una vida envejeciendo a la par y ella admirándome. A veces pienso que cuando estaba adentro en el medio de una noche ella querría abrirse rápido, abrirse la vagina de un tiro para conocerme, para ceñirme, para abortarme. ¿Alguno fue molido con una roca filosa y seca una tarde cerca del claustro?, ¿alguien ahí afuera levitó como un monje sobre un colchón de resortes en un castillo del siglo XV?, ¿quién se animó a ponerse en cuatro las rodillas grabadas en la piedra caliza esperando a que lo monte un perro? Entonces no vivieron nada, lo que es peor que ser acusado por tu village, lo que es peor que ser incriminado y salir en los noticieros del municipio. Lo que es peor que ser un extranjero hasta en la lápida. Nos tirábamos en la nevisca y entrábamos a las capillas a pedir clemencia, la felicidad existía entonces como forma pura por una única vez.
Voy a decirles ahora lo que hay en mi corazón, no digan que estoy achispado. No soy Julio César, no soy el Maréchal Foch, no soy ni siquiera De Gaulle, estamos de acuerdo, pero tengo coraje. Ahora que bajó, como mengua una bandera el día de luto, la tarde sobre el cielo, ahora que me tropiezo voy a salir a dar de comer en la boca a mis cobayos, a mis cuatro zorros escondidos del otro lado de la reja. Se mantienen vigilantes, son zorros mejorados de su especie, ustedes siguen atrincherados. Voy a salir con mi cinturón de explosivos. Túrnense para gritar porque no se entiende nada, vayan de a poco en el odio, prueben a increparme de a uno, un mínimo de orden pido, primero los que me quieren ver colgado, después los que proclaman el principio de inocencia, que la Ley sentencie, ja. La vejez puede ser el más rutilante y precioso resarcimiento, mírenme si no. No estoy borracho, no estoy ni meado ni cagado, no se me sale el escroto, no tengo nada postizo y el pantalón tiene el cierre en su lugar. La masa humana conjugada a su lucha por causas y reclamos sociales da una imagen exacta de la idiotez de la gente. Dejan sus papelitos en la carretera, acampan a la sombra de mis árboles, exigen justicia social con letreros y palabras floridas pero adentro del hogar son la peor lacra.
Salir en medio de la llovizna bol en mano con pan y otras sobras, leche perimida, restos de una masa, dando saltos sobre las baldosas para no patinar. Se ríen y aplauden cuando resbalo y caigo salvando el bol. Logro llegar a la tranquera enganchada con un alambre, dejo el bol en el pasto bilioso, los otros detrás con la boca tapada cortando la única calle del village. Esos de la rama dura no me vieron salir, si no saltarían la empalizada. Les tiro el menjunje en la boca a los cobayos en sus jaulas, no puedo vaciarles el humus insalubre, no puedo dejarlos corretear aunque se atrofien, a ver si algún policía de civil me los roba. A las gallinas les lanzo el grano desde lo alto, se vuelven locas tirándose arriba, se chocan entre ellas, pierden las alas, quedan tuertas con los parásitos a la vista. No me quedan más que tres salchichones para tirarles a mis zorritos, salten alto, así me gusta, qué guachos son, una salchicha cada uno, dije, una cada osobuco, y siempre está Glenn que se las arranca a los otros del hocico con una mordedura y los deja famélicos. No sé cómo hace para sacárselas mientras salivan, tendría que aprender de él. Si no electrificaba la verja las descogotaban a todas.
Los gritos siguen su curso como el ruido de una nave que se aplana, por menos un hombre despellejó la cabeza y el cuello de un cachorro de tres meses y lo tiró a la calle. Ya no podemos esperar, salí delincuente, para vos no hay mejor solución que el rifle sanitario. Llamamos a la policía. Pregúntenme bajito si puedo dormir, ¿podés dormir?, vengan a mi retiro a echar un vistazo a lo que soy, verán como no, ni después del somnífero del sexo. Darle duro al ganso y torrarse inconsciente, ni eso se puede. Delincuente, ya me voy acostumbrando a esa palabra. Deficiente, no, era delincuente. Recuerdo en la nieve una noche ponerme desnudo boca abajo para que un carro tirado por siberianos me alcance y esperar rogando, rezando en el tembleque. Pero enseguida despertar y copas emblanquecidas como molinos de hielo. Pero enseguida despertar y ser viejo. Ahora mojado y con hambre no puedo salir de mi ratonera ni a ver las banderas de los triunfantes, ni a escuchar campanadas de algún entierro al que asiste toda la región. Morirse a los noventa, morirse después de una vida ordenada, sacar la basura, meter la basura, sacar la basura, pagar impuestos y dar de comer al gato. Se saludan amables y cruzan los brazos por detrás de la espalda en los entierros de provincia, en los de ciudad se usan anteojos negros. Nada es puro, es mi única conclusión hoy. Todo lo que corrí a ver qué había, todo lo que busqué afuera, lo que haché, lo que intenté abrir la puerta de los trenes aunque me rompieran la nariz y me dejaran inconsciente en el pasillo, todo lo que me saqué la ropa con los polizontes corriéndome en los pies de las localidades, todas las veces que simulé dormir, hallazgos en campo abierto entre faisanes, los sainetes, los escupitajos, tirarme de la cama, trozar las cuerdas vocales, arrodillarme frente a los altares de otros, mi Coronel, plegarme a los valores de otros, todos los proverbios, todas las proezas en ambulancia, los miles de kilómetros de las forzadas cogidas escabrosas, las balas entre las patas y en el abdomen, la arena con los desatados, toda esa infidelidad que se acumula como grasa debajo del pavo en el Día de Acción de Gracias, todas las aventuras soñadas, todo en lo que me di, la corona rodando tan alto, toda esa promesa que el mundo me hizo era farsa.
Sentados en la mesa papá levantó la copa después del rezo y preguntó a mamá si...

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