¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Hemos llegado a esta situación en virtud de una serie de «acontecimientos» que han dado forma a las civilizaciones y las sociedades, en particular la revolución agrícola, la revolución científica, la revolución industrial y, en Occidente, la revolución de la salud pública.
Estas revoluciones han moldeado básicamente nuestra vida y nuestro planeta. Su legado seguirá moldeando nuestro futuro. En consecuencia, necesitamos observar nuestro crecimiento y nuestras actividades teniendo en cuenta estos progresos.
En 1800 la población mundial había llegado a mil millones.
Una de las causas principales de este crecimiento fue la invención de la agricultura. La revolución agrícola nos permitió dejar de ser cazadores-recolectores para convertirnos en productores de alimentos altamente organizados.
Este avance fue crucial para romper los ciclos de hambre que persistieron durante milenios y nos permitieron expandirnos rápidamente. En realidad, y hablando en términos generales, hubo cuatro revoluciones agrícolas.
La primera se produjo hace 13.000 años, y consistió en la domesticación de los animales.
La segunda revolución, en el siglo XIII de Nuestra Era, supuso el comienzo de la siembra selectiva de plantas y tipos de plantas.
La tercera revolución agrícola –esa que nos enseñan a todos en la escuela– ocurrió entre los siglos XV y XIX. Representó una revolución en la productividad agraria y, en particular, en la mecanización de la producción de alimentos.
La cuarta se produjo entre los años cincuenta del siglo XX y la actualidad. Es la llamada «Revolución Verde».
Pero aquí hay que tener en cuenta otro factor: el principio de una transformación fundamental: el uso de la tierra por los seres humanos.
Ciento treinta años después éramos ya dos mil millones.
Fue en 1930. Se habían notado los efectos de otra revolución, la industrial. La fabricación en serie, la innovación tecnológica, los nuevos procesos industriales y el transporte estaban transformando el mundo.
La incesante expansión de la agricultura y la revolución de la salud pública nos permitieron seguir creciendo a gran velocidad.
Pero también aquí hay que tener en cuenta otro factor: el comienzo de nuestra letal adicción al carbón, el petróleo y el gas como fuentes principales de energía.
Treinta años más tarde alcanzamos la cifra de tres mil millones.
Fue en 1960, y estábamos en mitad de una revolución alimentaria. Éramos más. Muchos más. Necesitábamos más comida. Mucha más comida. Más de la que podía proporcionar el sistema agrícola existente.
Lo que acabó llamándose «Revolución Verde» aportó esta comida extra, gracias a:
el uso a escala industrial de pesticidas químicos, herbicidas químicos y fertilizantes químicos;
una ampliación sin precedentes de la explotación de la tierra;
y la industrialización general de todo el sistema de producción de alimentos. Lo cual supuso la industrialización de la alimentación y crianza de animales destinados a la alimentación: desde la aparición a escala industrial de flotas de «factorías pesqueras» hasta las granjas de cría intensiva.
Para que esta revolución alcanzara sus objetivos, el medio ambiente tuvo que pagar un alto precio:
pérdida de hábitats,
contaminación,
sobrepesca.
Además originó una reducción de especies sin precedentes. Y dio comienzo a la degradación de ecosistemas completos.
En 1980, veinte años después, éramos cuatro mil millones de personas en el planeta.
La Revolución Verde había producido una cantidad mucho mayor de comida. La abundancia la abarató.
A su vez, esto significó que los occidentales disponíamos de más dinero para gastar. Habíamos empezado a gastarlo en «bienes de consumo»: televisores, aparatos de vídeo, walkmans, secadores de pelo, coches y ropa.
Y no olvidemos las vacaciones.
En el centro de este gasto desenfrenado estaba el asombroso aumento de los medios de transporte.
En 1960 había cien millones de coches en las carreteras del mundo; en 1980 había trescientos millones.
Este aumento trajo consigo una espectacular ampliación de la red viaria: enormes extensiones de terreno acribilladas y destripadas, con la consiguiente y creciente pérdida de hábitats para otras especies.
En 1960 recorrimos 100.000 millones de kilómetros-pasajero; en 1980 recorrimos un billón de kilómetros-pasajero.
Los transportes mundiales aumentaron a la misma velocidad meteórica. Todos los bienes de consumo que comprábamos, toda la comida que consumíamos y todas las materias primas y recursos necesarios para fabricarlo todo circulaban alrededor del mundo entero.
Sólo diez años después, en 1990, éramos ya cinco mil millones.
Por entonces empezaron a manifestarse las primeras consecuencias de nuestro crecimiento. Una, y no la menor, tenía que ver con el agua.
Nuestra necesidad de agua –no sólo la que bebíamos, sino también la que nos hac...