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ste ensayo se adentra en algunas cuestiones nucleares de nuestra cultura. El ser humano es el único ser vivo que ha sido capaz de desarrollar un lenguaje verbal articulado. Y más tarde fue capaz de fijar este pensamiento mediante la escritura, desde la piedra hasta llegar a las computadoras. En esta prolongada evolución, también algunos usos sociales de los textos escritos, que al principio constituían privilegio exclusivo de una casta dominante, se han ido transformando a lo largo de los años. Metamorfosis de la lectura da cuenta de la significación histórica, social y cultural de esta evolución textual, técnica e intelectual a la vez, incidiendo en el actual debate acerca de las nuevas tecnologías electrónicas, que algunos perciben como una amenaza y otros suponen un disfrute y una liberación a la vez de unos objetos físicos perecederos y de las arcaicas bibliotecas que los almacenaban.

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Información

Año
2010
ISBN
9788433932532
MARCA PDF="5"

V. DE LA COMPUTADORA AL LIBRO ELECTRÓNICO

El libro impreso es el producto de una tecnología compleja, pero que se disfruta de un modo técnicamente muy simple. No ocurre lo mismo con la lectura de textos procedentes de la familia electrónico-digital. Lo que nos obliga a proponer algunas reflexiones sobre la tecnología, algo que Arnold Toyn bee definió sumariamente hace años como «un nombre griego para designar a un saco de herramientas». «Tecnología» es una palabra relativamente reciente derivada de «técnica» (la tekné griega), atributo performativo propio del Homo faber para dominar y transformar la naturaleza. Y, como observó Sánchez Ron, la tecnología no constituye sólo una aplicación práctica de la ciencia, sino que es también el fruto de las artes y habilidades de los ingenieros, maestros de oficios, artesanos, mecánicos y empresarios ingeniosos. A este respecto, Schumpeter distinguió la invención (concepción inicial de un aparato o producto) de la innovación (su adopción social), pues hay invenciones que no llegan al estadio de la innovación, o que se demoran mucho (por intereses empresariales, falta de capital, por su disfunción social, etc.). La evolución de la técnica ha hecho posibles tres revoluciones económicas en nuestro mundo a partir del siglo XVIII: la revolución industrial basada en la máquina de vapor; la de finales del siglo XIX y primera mitad del XX basada en el motor de explosión, la electricidad y la química; y la derivada de la informática, que, entre otras cosas, otorgó protagonismo económico-laboral al sector terciario o de servicios, a expensas del primario (agropecuario y extracciones) y del secundario (industrial).
Figuro entre quienes están convencidos de que las llamadas pomposamente «Nuevas Tecnologías» se hallan todavía en su estadio de Paleolítico Superior. Tanto por razones intrínsecas relativas a su performatividad como por razones sociales vinculadas al cultural lag (desfase cultural), expresión creada por W. F. Ogburn para designar los fenómenos de las adaptaciones culturales fallidas y los retrasos en las adaptaciones a formas de progreso. Pues con frecuencia la tecnología se desarrolla con mayor rapidez que el marco económico, cultural y/o legal que debería regular su empleo, aumentar su utilidad social o controlar sus eventuales consecuencias negativas.
CORTE
Cada tecnología constituye una propuesta de modelos de comportamiento. Esto ocurrió con los artefactos más simples (la silla se diseñó para no sentarse en el suelo), o con los más complejos (el televisor se inventó para colocarse ante su pantalla y recibir sus mensajes audiovisuales). La informática constituye una tecnología compleja y en su sistema estructural se cumple –como se cumple en una cadena de amplificación acústica para escuchar música– el principio de que la calidad de sus resultados está determinada por la calidad del peor de sus componentes. Pero la informática pertenece a la familia de las denominadas «tecnologías de la mente», uno de cuyos atributos más relevantes reside en su capacidad para interactuar con sus usuarios. Es decir, en la capacidad de los sujetos para intervenir en su funcionamiento o en el del programa que la gobierna. De ahí que la democratización de las tecnologías de información y comunicación acentúe la tendencia a la autonomía y la personalización de sus usuarios, impulsando un individualismo caracterizado por su relevancia singularizada.
Las primeras computadoras operativas se desarrollaron en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), para efectuar cálculos de trayectorias balísticas de la Marina. Fueron las gigantescas bisabuelas de nuestros actuales equipos informáticos de sobremesa, que no son otra cosa que procesadores de información por medios digitales y que se rigen por las leyes de un programa (software). Mihai Nadin las definió como «máquinas semióticas», porque la materia prima que procesan son signos. Las antiguas computadoras analógicas estaban basadas en un sistema que desarrollaba funciones matemáticas basadas en variaciones, normalmente variaciones eléctricas de voltajes. En el vocabulario de los ingenieros «analógico» se aplicó desde el principio a todo sistema de comunicación proporcional y continuo, como las medidas o trayectorias gráficas expresadas linealmente (como la curva de la fiebre de un paciente, o como las oscilaciones de la aguja de un voltímetro o de un velocímetro, o como las fluctuaciones del mercurio en un termómetro). El modelo analógico fue superado por su opuesto, el sistema digital, un sistema numérico, binario y discontinuo. Lo analógico se basa en lo cualitativo, lo proporcional, lo relacional, lo continuo y lo sinóptico, mientras que lo digital se asienta en lo cuantitativo, lo analítico, lo discreto o discontinuo y las opciones numéricas. La unidad de medida de la información en un sistema digital es el bit (acrónimo de binary digit) y consiste en la cantidad almacenada o transmitida por la selección de una entre dos señales posibles (0 y 1). Se las llama unidades discretas (del latín, discernere: separar), pues este adjetivo designa la propiedad de ciertos signos cuyo valor reside únicamente en su presencia o su ausencia. El sistema de expresión numérica con dos cifras (0 y 1) fue inventado por Leibniz y hoy constituye el ADN de la información electrónica. El sistema digital permite transmitir y duplicar la información en mayor cantidad, con total fidelidad (copias clónicas) y rapidez que los sistemas precedentes. Y para convertir las señales analógicas en digitales se utiliza un módem (modulación-demodulación). El ser humano piensa analógicamente, no digitalmente, pero muchos procesos de la fisiología humana son digitales, como las transmisiones de señales en el sistema nervioso.
El 3 de enero de 1983 la revista Time, en vez de elegir su habitual «personaje del año» en su portada, colocó en ella a la computadora como «máquina del año», por la cómoda operatividad personal y rápida difusión social que habían alcanzado por entonces las computadoras digitales portátiles, que hoy forman parte de la encefalización electrónica masiva de nuestra vida cotidiana. Al año siguiente la empresa Macintosh introdujo en el mercado su popular computadora Apple.
Ciñéndonos a la función precisa de la computadora como procesadora de textos corregibles, almacenables, legibles, copiables y transmisibles, que es la que interesa a nuestra reflexión sobre la escritura y la lectura, observemos en primer lugar que la difusión de estas máquinas en las aulas escolares ha tenido como primer efecto el de postergar la producción manuscrita y el arte de la caligrafía, actividades hoy suplidas por el uso de un teclado. Y lo mismo ha ocurrido en la vida profesional adulta, incluyendo a los escritores profesionales. Pero esta sustitución de lo manual por lo mecánico ha contribuido a revalorizar, como fetiche cultural y como valor financiero, los viejos manuscritos manuales –con sus tachaduras y anotaciones al margen–, como sucedió con la llegada de la imprenta, que hizo que las élites despreciaran el libro de producción mecánica. Así, en 2001 se pagaron en una subasta cerca de un millón de euros por el manuscrito del Ulises de Joyce. Y añadamos que en algunos países desarrollados las empresas exigen ahora el currículum escrito a mano de los aspirantes a un empleo, para poder valorar con sus trazos sus factores caracterológicos.
A diferencia de lo que ha ocurrido con los arquitectos, pintores y músicos, la reflexión sobre el instrumental utilizado no figura entre las tradiciones del escritor, pues su materia prima es la imaginación y el pensamiento abstracto, manifestado como flatus vocis, como palabra, susceptible de fijarse en un soporte, mientras que en las artes plásticas el proceso de morfogénesis de la expresión está indisolublemente ligado a las capacidades de su instrumental técnico. La sustancia estética de la literatura es la palabra, el lenguaje verbal, del que ya recordamos antes que sirve para mentir o inventar, como saben bien los narradores, fabricantes de ficciones, autores de constructos fabulosos. En este sentido, es evidente que la producción literaria de Cervantes, Shakespeare, Tolstói, Proust, Rimbaud o Kafka no tendría por qué haber sido mejor escrita con bolígrafo, máquina de escribir o procesador de textos. Otra cuestión distinta es la de la industrialización y difusión de sus obras gracias a las nuevas tecnologías, que es un asunto que incumbe a la sociología, a la economía, a la industria y al comercio de la literatura.
Y añadamos que parece generalmente admitido que escribir un texto a mano y luego teclearlo con una máquina introduciendo correcciones, como solía hacerse con frecuencia a mediados del siglo pasado, constituye una operación más lenta pero más perfeccionista y exigente que escribirlo directamente con la máquina y luego revisarlo, pues aquella práctica tradicional implicaba una doble actividad mental de producción textual, distinta de la requerida por las correcciones sobre un texto previo, ya que aquélla supone una doble creación, en la etapa generativa de la escritura.
Dijimos antes que la computadora constituye una máquina semiótica y añadamos ahora que puede ser contemplada como un sistema (gobernado por un programa o software que delimita sus funciones y posibilidades) que, al entrar en funcionamiento, genera un proceso. El resultado de este proceso puede visualizarse en una pantalla, un soporte escópico que la informática ha heredado de otros medios anteriores, como la Linterna Mágica del siglo XVII (que proyectaba en una sábana imágenes pintadas en vidrios coloreados), pantalla pasiva de reflexión que heredó el cine a finales del siglo XIX. Su filiación fue tan evidente, que al aparecer el cine muchos linternistas en paro se reciclaron como proyeccionistas de películas. Esta pantalla «inerte», de mera reflexión lumínica, inauguró un desbocado proceso de «pantallización» en la sociedad moderna, seguida por las activas pantallas emisoras de la televisión, de las computadoras, de los videojuegos, del teléfono celular, del GPS, del radar, de los cajeros automáticos y de los centros de videovigilancia. Y entre esta familia de pantallas se producen a veces intensos fenómenos interactivos, como un mítico Indiana Jones que nace en las pantallas cinematográficas, emigra luego a la televisión y acaba en el soporte de un videojuego, que es donde recauda más ingresos. O, viceversa, una mítica Lara Croft que nace en los videojuegos y acaba en las pantallas cinematográficas encarnada en el cuerpo mortal de la actriz Angelina Jolie. Estos dos ejemplos ponen de relieve que dos conceptos clave de los negocios mediáticos en la actualidad son la convergencia y el sinergismo. Volveremos más tarde sobre ello.
La «pantallización» de la sociedad moderna es un fenómeno muy característico y constituye una llamativa seña de identidad de nuestra civilización tecnológica. En el siglo XIX el imaginativo escritor francés Albert Robida publicó e ilustró una trilogía de libros sobre la sociedad futura, compuesta por El siglo XX (1883), La guerra en el siglo XX (1887) y El siglo XX. La vida eléctrica (1890). Y aunque nos anunció que el último ferrocarril circularía por Francia en 1915 y anticipó la actual televisión con su Telefonoscopio, no se le ocurrió prever este fenómeno. Por eso, si nuestros abuelos levantaran la cabeza, seguramente el fenómeno que más les sorprendería sería la enorme densificación de la «pantallización» social, con sus prótesis escópicas sin las cuales el ciudadano contemporáneo parece no poder vivir.
La pantalla es un interfaz. Recibe el nombre técnico de interfaz la frontera, plano o punto de contacto entre dos sistemas de comunicación diversos, fronteras diseñadas para que su permeabilidad permita la transmisión de un tipo definido de flujos informativos entre ambos, de modo monodireccional o bidireccional. La pantalla de la computadora constituye un interfaz escópico (o visual), y a veces también táctil, a través del cual su usuario puede comunicarse con su sistema digital y su programa. Si bien hay que recordar que la luz de la pantalla de la computadora es cíclica y frontal, lo que contribuye a la fatiga cuando se produce una lectura prolongada.
La pantalla de la computadora ha supuesto una regresión hacia los soportes de escritura duros del origen de nuestra civilización escritural en Mesopotamia. Pero, a la vez, combinó el arcaico soporte duro de los orígenes con la práctica del palimpsesto medieval, ahora automatizado por medios electrónicos. ¿Qué ofrece la pantalla de una computadora sino una catarata textual, un palimpsesto automatizado que no deja cicatrices sobre su soporte, como ocurría en los folios medievales de pergamino manipulados por los monjes?
Las funciones de la computadora se potenciaron extraordinariamente cuando se integraron en la red global de Internet, un fruto de la guerra fría creado para mantener comunicaciones seguras entre los laboratorios y centros académicos de investigación con el poder militar. En efecto, Internet fue puesto en pie por el Pentágono en 1969 con el nombre de Arpanet (Advanced Research Projets Agency + Net), durante la guerra de Vietnam, como una red de comunicación informática multidireccional entre computadoras, para proteger el sistema científico-militar de un eventual sabotaje o de un ataque nuclear. Cuando en 1991 (año del desplome de la Unión Soviética) el sistema se hizo accesible a los particulares, permitiendo el envío y recepción de textos, datos, mensajes de audio y de vídeo, se constató que se trataba de un metamedio, es decir, de un vehículo para otros medios, que por su alcance universal se entronizó como megamedio planetario. Pero esta nueva prótesis cognitiva no eliminó al libro gutenbergiano y la prueba la suministró el gurú de las nuevas tecnologías Nicholas Negroponte, quien en 1998 publicó paradójicamente su entusiasta manifiesto Being Digital (Ser digital) en soporte gutenbergiano, para anunciar la victoria de la cultura digital sobre la tradicional cultura libresca.
Pero es cierto que esta nueva prótesis cognitiva se insertó en un proceso de implantación social cada vez más acelerado. Ken Auletta ha contabilizado que el teléfono tardó 71 años en penetrar en el cincuenta por ciento de los hogares norteamericanos, la electricidad 52 años, la televisión 30 años, pero Internet consiguió en una década alcanzar más de la mitad de sus hogares y el DVD (digital versatile disc) tardó sólo 7 años.
Internet es, como indica su nombre en inglés, una red, y en este sentido prolonga la tradición tecnológica de las redes ferroviarias, telegráficas y telefónicas nacidas en el siglo XIX, para el transporte de pasajeros, mercancías o información. Una red (palabra que procede de la práctica de la pesca) constituye una trama que enlaza diferentes puntos dispersos. Para decirlo de un modo más riguroso: una red es una estructura de interconexión inestable, compuesta de elementos en interacción, y cuya variabilidad obedece a alguna regla de funcionamiento. No tardó en señalarse una analogía botánica, a saber, que Internet posee la estructura de un rizoma, es decir, del tallo subterráneo de algunas plantas, de múltiples raíces finas, que están todas interconectadas entre sí. En Internet las raíces están sustituidas por autopistas de información interconectadas.
Debemos añadir inmediatamente que estas autopistas permiten acceder al ciberespacio, palabra de resonancias míticas acuñada por el novelista de ciencia ficción William Gibson en 1984. El ciberespacio es un universo virtual global, formado por el conjunto de datos numéricos transportados por la Red, y por ser virtual carece de extensión y de ubicación física. Pero este espacio virtual de producción digital se manifiesta de modo perceptible y sensorial por medio de los significantes desarrollados a través del interfaz de la computadora, que su usuario puede ver u oír.
Hemos afirmado que Internet constituye una red global y ahora tenemos que matizar drásticamente esta afirmación. En los años sesenta del pasado siglo Marshall McLuhan acuñó la popular expresión «aldea global», inspirada por el sistema de satélites goestacionarios que se estaba desarrollando en aquella época, pues Internet aún no había nacido. Por entonces ya se sabía que nuestro planeta estaba escindido en una sociedad dual, en un Norte opulento y en un Sur precarizado, de ámbito global, pero también de bipolarización nacional, regional y local. Cuando leemos que en el continente africano apenas el ...

Índice

  1. Cubierta
  2. I. EL ALBA
  3. II. DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA
  4. III. LA EPIFANÍA DEL LIBRO
  5. IV. EL APOGEO DEL LIBRO IMPRESO
  6. V. DE LA COMPUTADORA AL LIBRO ELECTRÓNICO
  7. BIBLIOGRAFÍA
  8. Créditos