Kerouac y la generación beat
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Kerouac y la generación beat

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Kerouac y la generación beat

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Este libro es una indagación sobre Jack Kerouac, el escritor al que toda una generación erigió en portavoz a su pesar. Duval da voz a personajes clave de aquellos años: el poeta Allen Ginsberg; Carolyn Cassady, mujer de Neal Cassady y amante de Kerouac; Joyce Johnson, que mantenía una relación sentimental con el escritor cuando le llegó la fama; Timothy Leary, gurú de la psicodelia en los sesenta; Anne Waldman, poeta beat; y Ken Kesey, personaje central de la contracultura norteamericana. A través de ellos indagamos, en primer lugar, el misterio de Jack Kerouac, ese tipo que escribió la novela más emblemática de su generación para luego caer en el alcoholismo y la desolación. El resultado es un auténtico fresco de la generación beat. «Fruto de veinte años de indagación en los Estados Unidos a la búsqueda de los últimos testimonios de esa época lejana, que desmienten muchos estereotipos aún hoy tenaces» (L?Écho Républicain).

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Información

Año
2013
ISBN
9788433934291

JOYCEY, LA NOVIA DE KEROUAC

Joyce Johnson. © Getty Images.
Sobre el momento en que la conoció, Jack Kerouac escribe en Ángeles de desolación: «Pero fue el principio de, quizá, la mejor aventura amorosa que haya tenido nunca.» En este libro, Kerouac le da el nombre de Alyce Newman y la describe como una «personita interesante, judía, elegante, clase media, de aspecto triste y buscando algo». Una descripción a grandes rasgos: «Parecía muy polaca, con piernas de campesina culibajera, una corona de cabello (rubio) y tristes ojos comprensivos.» Olvida mencionar su inteligencia y su delicadeza.
En realidad, Alyce es Joyce Johnson –entonces se apellidaba Glassman–, y fue más o menos novia de Kerouac durante dos años bisagra: 1957 y 1958. Es la época en que Jack pasa de la noche a la mañana de vagabundo con aspecto salvaje a escritor famoso gracias a la publicación de On the Road. Y también la época en que, tras vivir como un ermitaño durante dos meses en Desolation Peak, en el estado de Washington, parte para Tánger, donde se encontrará con William Burroughs, Allen Ginsberg y Peter Orlovsky. Por último, es la época en que, con ayuda del alcohol y el éxito, Kerouac empieza a destruirse a sí mismo.
«Joycey», como la llamaba cariñosamente, estaba con él la noche en que la gloria se le vino encima. La que había sido adolescente bohemia a principios de los fifties, que ya había conocido a Ginsberg y que acababa de romper con el poeta Gregory Corso, tenía veintiún años cuando conoció a Kerouac, que tenía treinta y cuatro, gracias a una blind date, una cita a ciegas que organizó Ginsberg. Le pareció que hacían buena pareja, y desde luego no se equivocó: Joyce también se sentía escritora en el fondo de su alma.
En ese momento ya tenía una novela en curso, Come and Join the Dance, y más tarde publicaría otras, como In the Night Café, Bad Connections o What Lisa Knew. En Personajes secundarios (Minor Characters), unas memorias que publicó en 1983, cuenta cómo de adolescente rebelde se convirtió en mujer durante la era beat, cómo conoció a Elise Cowen, a Ginsberg, a Corso, a Kerouac, a Burroughs y a los demás... Un libro precioso que va más allá de las simples memorias. Personajes secundarios trasciende la mera autobiografía porque refleja a la perfección algo que habla del alma y el espíritu de los beats, y porque evoca con gracia, ternura, humor y pasión la vida en esa época.
Admitamos pues que, por todas estas razones, el corazón nos latía un poco cuando llamamos a la puerta de «Joycey», en un rellano de un edificio de West End Avenue, a dos pasos del West End Bar, el lugar donde solían encontrarse los beats Cassady, Kerouac, Ginsberg, Burroughs y Corso.
Jack Kerouac y una rubia, dibujo de Rick Bleier. © Rick Bleier.
Joyce (que imparte un curso de creative writing en la Universidad de Columbia, en Nueva York) sigue pareciéndose al retrato que esbozó de ella Kerouac. Sigue teniendo ese aire de «campesina polaca» con su andar un poco lento, sus grandes ojos azules y una risa que te pilla desprevenido... Estamos en casa de la mujer que hizo escribir a Jack: «De pronto me encontraba en una casa tranquila, a la luz de una lámpara, con una suave muchacha que, como yo sabía, era capaz de volverse apasionada en la cama, pero, Dios mío, a mí no me gustan las rubias. [...] Yo sabía que podía ser algo, ser la primera gran escritora del mundo, pero creo, supongo, que al fin y al cabo lo que quería era tener niños. Era dulce y esta noche todavía la quiero.»
J.-F. D.: Joyce Johnson, ¿qué aspecto tenía la futura novia de Jack Kerouac a la edad de siete u ocho años, en 1942?
J. J.: Bueno, tuve una infancia bastante peculiar, que no cuento en mi libro Personajes secundarios. Me matriculé de muy pequeña en una escuela para niños actores y, entre los ocho y los doce años, actué en algunas obras en Broadway. Desde esa edad me sentí como una extraña en un mundo de convenciones. Cuando empecé a estudiar en el instituto, se abrió un auténtico abismo entre mi madre y yo, porque ella quería controlar mi vida. Ella había querido ser cantante, música, pero no lo había conseguido y estaba frustrada. Cuando dejé de actuar, decidió que emprendiera una carrera musical. Para su desgracia, a medida que estudiaba, crecía mi frustración. A los doce años llegué a componer una comedia musical entera, con letras y música, pero presintiendo en todo momento que no tenía ningún don para ello. En cambio, quería escribir. Cosa que hice durante los años de instituto y de college. Al principio obras de teatro, puesto que era un terreno que conocía. Luego textos en prosa, ficción. A los diecisiete o dieciocho años me di cuenta de que ése era mi camino. (Aparece en el salón un gato, que se encarama a la mesa baja.)
J.-F. D.: Vaya, habiéndola leído sabía que le gustaban los gatos. ¿Cómo se llamaba el que tenía cuando Jack Kerouac vivía en su casa?
J. J.: ¡Ah, Ti Gris! (risas). Fue Jack quien lo rebautizó con ese nombre. En realidad, se llamaba Smoke. Ésta es una gata, Daphné.
J.-F. D.: ¿Una gata? ¡Pues no parece que tenga mucho miedo! Hasta parece que le encanta jugar con el micro (risas)... Así pues, ¿su madre era dura con usted? ¿Nada de chicles, nada de refrescos, nada de cómics?
J. J.: Mi madre quería educarme en todo según su visión de las cosas. No podía leer otra cosa que los clásicos. Me alejaba de toda la cultura popular, que a mí, en cambio, me parecía muy atractiva. Tan pronto como se oían unas notas de jazz en la radio, giraba el dial... (risas).
J.-F. D.: Y entonces se rebeló, ¿no es así?
J. J.: Yeah.
J.-F. D.: ¿Por qué, concretamente? La mayoría de los adolescentes de su edad, aunque tuvieran una vida un poco frustrante, como la suya, se quedaban tranquilamente en casa, como buenas niñas...
C. C.: Creo que fue un efecto del teatro. Gracias a él había adquirido cierta experiencia del mundo exterior, había salido de casa y había ganado dinero. Eso me transmitió desde muy pequeña la sensación de que podía ser independiente. En el instituto me enamoré de la música folk y aprendí a tocar la guitarra, un instrumento que me gustaba mucho más que el piano. Conocí a chicas que hablaban de unos tipos que tocaban y cantaban todos los domingos en Greenwich Village, cerca de Washington Square. Sólo oír hablar de ello me parecía de lo más excitante.
A los trece años, en 1948 o 1949, bajé a explorar aquel barrio con una amiga... En efecto, ¡estaba lleno de cantantes folk! ¡Tipos que tenían diez años más que nosotras! Por supuesto, volvimos. Cada domingo íbamos a merodear por las esquinas. Así es como empecé a empaparme de la vida del Village, una vida bohemia y tremendamente atractiva. Éramos muy jóvenes. Me imagino que si unas chicas de la misma edad que teníamos nosotras entonces hicieran lo mismo ahora, sería peligroso. Pero aquélla era una época amable, no había los problemas de ahora con las drogas. Toda aquella gente nos acogió muy bien, nos cuidaban, vigilaban que no nos ocurriera nada...
En fin, me paseaba por allí, soñaba con vivir en el Village, aprendía qué era la vida de artista y tenía claro que era lo que quería para mí. Así empecé a tener una vida secreta que mis padres ignoraban por completo. ¡Si lo hubieran sabido, se habrían muerto del susto! (risas). Me vestía toda de negro, y, para mi gran regocijo, había conseguido agenciarme unos largos pendientes de cobre que me ponía a escondidas antes de llegar a Washington Square...
J.-F. D.: ¿Qué efecto tenían?
J. J.: Eran hip, modernos, a la última, me daban un aire vanguardista. Mi madre no me habría dejado poner aquellos pendientes en la vida...
J.-F. D.: ¿Sabía usted que, por esa misma época, en el barrio de Saint-Germain-des-Prés de París los existencialistas también buscaban nuevas formas de libertad?
J. J.: Sí, pero sin demasiados detalles. Si...

Índice

  1. Portada
  2. INTRODUCCIÓN: KEROUAC, EL «RUNNING PROUST»
  3. UN «BRUNCH» EN CASA DE ALLEN GINSBERG
  4. CAROLYN, UN AMOR DE NEAL Y DE JACK
  5. JOYCEY, LA NOVIA DE KEROUAC
  6. ATARDECER EN BEVERLY HILLS CON TIMOTHY LEARY
  7. ANNE WALDMAN, «FAST SPEAKING WOMAN»
  8. UN PORRO EN EL DESIERTO CON KEN KESEY
  9. WHO’S WHO
  10. BIBLIOGRAFÍA SELECTIVA
  11. CRONOLOGÍA
  12. Créditos
  13. Notas