Narrativas hispánicas
eBook - ePub

Narrativas hispánicas

  1. 248 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Narrativas hispánicas

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La rutina de Marcos, aplicado estudiante de Bellas Artes, asocial, retraído y «enfermo de teoría», se ve interrumpida por la llegada a su pequeña ciudad de provincias del célebre Jacobo Montes, el gran artista social del presente, cuya controvertida y transgresora obra pretende denunciar los lugares oscuros del capitalismo contemporáneo.

Gracias a las clases de Helena, profesora de Historia del Arte y directora de la sala con la que el artista va a colaborar, el joven Marcos queda fascinado enseguida por la figura de Montes y, casi por azar, acaba convertido en su asistente durante el periodo de preparación de la exposición. Unos meses en los que Marcos, aparte de comprender los mecanismos internos del mundo del arte, aprenderá a mirar con nuevos ojos toda una serie de realidades que había dejado pasar de largo, en especial la del universo complejo y marginal de la inmigración, problema central sobre el que Montes pretende trabajar en la ciudad. Toda una experiencia de iniciación en el arte y en la vida que, sin embargo, no acabará como Marcos había imaginado. Los métodos de Montes no son demasiado ortodoxos. Su«sociologismo visceral» está en el límite de lo admisible. Y cuando la teoría se lleva a la práctica, las cosas corren el riesgo de irse de las manos. En ese momento, el arte se transforma en un juego grotesco y peligroso.

A través de una escritura inteligente en la que se pueden encontrar ecos de autores como Philip Roth o Don Delillo, pero que también sorprende con un giro meta literario cercano a Auster o Vila-Matas, esta primera novela de Miguel Ángel Hernández presenta una crítica profunda y envenenada del arte contemporáneo más radical y, especialmente, de la actitud cínica que se oculta detrás de ciertas prácticas artísticas«comprometidas».

Una visión del arte actual, una meditación sobre las migraciones contemporáneas y las consecuencias del mundo global, pero también-y no en menor medida- un relato de aprendizaje adolescente, el de Marcos, sus miedos, sus complejos, sus frustraciones..., su intento de escapada.

Y, por supuesto, sus preguntas constantes, las mismas que, desde el primer momento, no cesará de formularse el lector: ¿cuál es la línea que separa el arte y la vida? ¿Está legitimado el artista para ir más allá de la ética? ¿Cómo debemos posicionarnos ante la injusticia? Y, sobre todo, ¿cómo escapar de un sistema injusto cuando todo escape está prefijado en la lógica del propio sistema?

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Narrativas hispánicas de Miguel Ángel Hernández en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Littérature y Littérature générale. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2013
ISBN
9788433934260

IV. Iconostasis

1

Me desperté con un dolor de cabeza espantoso. Me costó trabajo abrir los ojos y, al levantarme, tuve que apoyarme en la pared para no caer al suelo. Eran casi las doce del mediodía. Tenía el tiempo justo para volver a casa, ducharme y quitarme de encima el olor a vómito.
Cuando llegué al hotel, Montes estaba sentado en uno de los sillones del hall. Vestía la misma camisa negra, larga y ancha, de la otra vez, y unos pantalones grises ahora más estrechos. Me llamaron la atención de nuevo sus zapatos, esta vez unas babuchas de cuero negro cuya punta se retorcía en espiral.
–Acabo de bajar –dijo, saludándome con un apretón de manos frío y apático.
Era curioso, pensé, lo volvía a tener delante y me impresionaba como si fuese la primera vez. Durante aquellas semanas su presencia había sido constante. Desde la distancia había dominado mi vida. Sus e-mails habían gobernado todo lo que yo había dicho o hecho. No había podido quitármelo de la mente en ningún momento. Y aun así, cuando lo volví a ver, me puse incluso más nervioso que la primera vez que lo encontré en aquel mismo hotel.
–Te he traído esto –dijo sacando de su mochila un libro de gran tamaño–. Es el catálogo de la Bienal de Shanghái. Pensé que quizá te podría interesar. Si no lo quieres lo dejo aquí en el hotel. No pienso cargar de nuevo con él.
Por supuesto que lo quería. Le di las gracias y le dije que no sabía que hubiese una bienal en Shanghái.
–Hay bienales en todos los lugares del mundo. Y cuanto más extraño y alejado es el lugar, más grande es el catálogo. A veces hay que llevarse una maleta de repuesto. Para el catálogo y para las tarjetas de la gente.
–¿Y compensa para un artista ir tan lejos? –pregunté. Y enseguida advertí la ingenuidad de mi pregunta.
–Las cuentas bancarias no entienden de catálogos grandes o pequeños, de lugares cercanos o lejanos. Además, te voy a contar un secreto: en el fondo las cosas se hacen por dinero. El arte es lo más importante. Pero el arte es dinero. Y ésa es la única razón. En Shanghái parece que hay bastante. Lo demás... –se quedó en silencio unos momentos– no me interesa demasiado. De todos modos, mi intervención no ha quedado demasiado mal.
Montes se fijó en mi expresión de incredulidad y cambiando el tono dijo:
–A veces hay que hacer sacrificios.
Después, tras una pequeña pausa, prosiguió con lo que parecía interesarle en ese momento:
–Y, hablando de sacrificios..., deberíamos ponernos manos a la obra con lo nuestro. No tengo demasiado tiempo. Apenas una semana. Y de aquí debería regresar con todo el material preparado. Así que vamos a ver ya a ese inmigrante –dijo con dureza, comenzando a andar hacia la puerta de salida.
El modo en que pronunció «ese inmigrante» me golpeó como si me hubieran tirado algo a la cabeza. Pensé en la fuerza que había adquirido esa palabra en su boca y de inmediato «inmigrante» me sonó como una categoría inamovible.
–Omar –precisé– nos espera esta tarde. Tenemos que coger el coche para llegar a donde vive.

2

Durante el trayecto, Montes apenas dijo nada. Miraba por la ventana y observaba el paisaje cambiante, las afueras de la ciudad, los suburbios y lo que quedaba de la huerta, que había ido desapareciendo poco a poco, devorada por urbanizaciones y polígonos industriales.
Con las indicaciones que me había dado Omar me fui orientando, aunque no sin ciertas dificultades. Al final de una de las carreteras que conducían a la montaña, ya bastante alejada de la ciudad, encontré el bar junto al que tenía que girar a la izquierda. A unos ochocientos metros, en medio de un huerto de limoneros y naranjos, nos topamos con la casa. Aunque quizá «casa» no fuera el término más apropiado. La vivienda era una especie de cuarto de aperos de no más de veinticinco metros cuadrados, sin ventanas y con una puerta de hierro que había sido arrancada. En su lugar había una cortina de tela hecha jirones.
En cuanto aparqué, Montes, sin mediar palabra, se bajó del coche y se dirigió hacia allí caminando con decisión. Al llegar a la puerta descorrió la cortina y, con un tono solemne que a mí me recordó a la llamada de Jesús a sus apóstoles, dijo:
–Omar.
–No –respondió una voz desde dentro.
Me acerqué al umbral de la casa y eché un vistazo al interior. Había ocho hombres sentados sobre colchones escuchando la radio. No reconocí a ninguno. Sin saber por qué, se me vino a la cabeza la escena de El baño turco de Ingres, un arremolinamiento de cuerpos en un espacio imposible, aunque aquí no encontraba ningún resquicio de exotismo orientalista. Todo lo contrario. Parecía haber saltado hacia atrás en el tiempo. En aquel lugar no había manera humana de vivir. Desde luego, pensé, nadie podía llamar casa a eso. Y mucho menos hogar.
–Tremendo –observó Montes–. Me encantaría poder reconstruir esta casa en la exposición.
Y, nada más decir esto, tomó algo de distancia y miró la estructura como si fuera un pintor, creando un cuadrado con las palmas abiertas de sus manos a través del cual enmarcó la escena.
–Es una caja –dijo.
En efecto, las dimensiones eran casi las de una caja. Un ataúd, pensé. Una caja de muertos. Un gran ataúd lleno de gente. Un espacio que, más que proteger, mortificaba.
Mientras Montes rodeaba el lugar y parecía cavilar sobre posibles obras, yo comencé a buscar a Omar. En el interior de la casa no logré reconocer a nadie. Pero el olor que salía de allí, una mezcla de sudor, orín reseco, humedad y calor, consiguió revolverme el estómago.
Entonces alguien me tocó por la espalda.
–Buenas tardes, amigo.
Omar nos invitó a sentarnos debajo de una higuera que había al lado de eso que ellos llamaban casa.
–Ya sé quién eres tú –dijo, dirigiéndose a Montes–. Tú eres artista.
–Y tú, escritor. Marcos me ha contado tu historia. Estoy muy interesado en saber más sobre ti. Quiero hacer que todos conozcan tu vida y sepan cómo es vivir aquí.
–Sí. Yo quiero que todos conozcan problemas.
Montes le dijo que le gustaría exponer el diario para mostrar las condiciones de vida de un inmigrante.
–Pero el diario está en mi lengua. Nadie entiende aquí mi lengua.
–No importa –replicó Montes–. Prefiero que nadie lo entienda. Eso es lo de menos. Además, por mucho que entiendan las palabras, no entenderán mucho más. No sabrán lo que es.
–Entonces, ¿qué sentido tiene si nadie entiende?
Y eso mismo me preguntaba yo. ¿Qué sentido tiene mostrar algo que nadie va a entender?
Montes contestó como si estuviese respondiendo a Omar y a mí al mismo tiempo:
–El sentido de hacer consciente a la gente de la imposibilidad de conocer. Lo contrario es incluso peor. Si alguien cree que sabe cómo es el mundo, ya no se ocupará de buscar una solución. La ecuación está resuelta. Pero es mucho más problemático no saber, no comprender. Ésa es la única manera de reaccionar, cuando sabemos que no podemos saber nada.
Yo no tenía demasiado claro que Omar hubiera entendido del todo los argumentos de Montes. Aun así, parecía convencido:
–Vale, amigo, pero ya sabes que si tú llevas diario, tú pagas fortuna. Diario es mi único tesoro. No tengo nada aquí. Pero tengo esto. Esto es toda mi vida.
Montes le dijo que no se preocupase por el dinero. Le pagaría lo que fuese necesario.
–Amigo, esto es todos mis recuerdos. Es importante para mí. Tú compras mi vida.
–Compro tu historia –sentenció.
Conforme decía eso, yo pensé que no era totalmente cierto y que en el fondo sí que compraba su vida. El diario era la única huella que Omar tenía de aquel tiempo. Montes se lo iba a llevar y ni siquiera lo pensaba traducir. Le interesaba la incomprensibilidad. Iba a arrebatar una vida para exponerla ante los ojos de unos desconocidos. Y nadie podría entender nada.
Cuando le ofreció mil euros por el diario, a Omar se le iluminó la cara. No dudó un momento. Mil euros era mucho dinero en esas condiciones. Pero es toda una vida, me dije. Lo único que poseía. Aun así, parecía tenerlo claro.
–Mil euros es bueno. Sólo pido que tú cuides mi historia. Aunque tú no sabes nada, mi vida es importante.
–No te preocupes, nadie la cuidará mejor que yo –dijo Montes, esbozando una sonrisa. Y enseguida le pidió que le mostrase el diario.
Omar nos condujo al interior de la casa. El olor a sudor que había percibido antes volvió entonces con más fuerza. Los hombres sentados en los colchones nos miraron sin dejar de hablar entre ellos. La música árabe de la radio siguió sonando de fondo.
–Ese dinero es importante para vivir. Yo no puedo escapar de aquí. Esta casa y esta vida es como estar en cárcel.
–¿Y te gustaría escapar de aquí? –preguntó Montes.
–Salir lejos de aquí. Volver a casa con dinero. Pero no puedo volver ahora. El dinero es mucha vida para mi familia. –Pensó un momento y añadió–: Una vida por otras.
Montes escuchó las palabras de Omar y, tras echar un rápido vistazo al interior de la casa, me dijo en voz baja:
–Se me está ocurriendo ahora mismo una obra. Una absolutamente magistral. Luego te contaré.
Entonces miró fijamente a Omar y, de nuevo en un tono solemne y trascendental, le dijo:
–Omar, ¿realmente quieres salir de aquí?
–Claro, quiero salir.
–¿A cualquier precio?
Él asintió.
–¿Aunque tuvieras que arriesgar tu vida?
–Ya he arriesgado... para venir.
–Entonces, hay algo que podrías hacer para escapar de esta cárcel. Ahora necesito el diario. Mañana hablaremos.
Omar levantó uno de los colchones y sacó de allí una pequeña bolsa de plástico en la que había tres carpetas azules de cartón llenas de papeles de varios tipos. Folios, hojas de cuaderno, facturas, cartas... Todas estaban escritas por la parte de atrás en una grafía que a primera vista parecía árabe pero que era algo más geométrica.
–Mi vida está en todos los papeles. Hay un número en cada hoja. Un número es un día. Ayer es el último.
Montes sacó de su bolsillo la cartera. Estaba repleta de billetes. Me sorprendió que alguien pudiera llevar encima tanto dinero en metálico.
–Mil euros por tres carpetas de papel –dijo, ofreciéndole los billetes a Omar–. Creo que es un cambio justo.
–Gracias, amigo.
Mil euros por una vida. Sin duda un cambio injusto, pensé.
Montes cogió las carpetas de Omar. Nos despedimos de él y Montes le dijo que continuara pensando si quería salir de allí. Al día siguiente lo buscaría para decirle cómo hacerlo.
–Una prueba –sentenció–. Una prueba de valor y resistencia. Escaparás dos veces.

3

Helena llegó puntual al restaurante. Yo no quería mirarla a los ojos, pero no pude evitarlo. Y al ver de nuevo su rostro algo se me retorció por dentro. Me saludó como si nada hubiera pasado. Y abrazó a Montes como si hubieran pasado años desde la última vez que se vieron.
Aunque intenté actuar con normalidad, no podía dejar de imaginarla con el modelo. Seguro que había estado todo el día con él. Cuando me besó en la mejilla, imaginé por un momento que su boca olía aún a la polla de Francisco. Seguro que se la había chupado una y otra vez. Y, ahora, esa boca que había caído en lo más bajo comenzaba a hablar de arte, como si nada. Quizá, pensé, sólo así se podía hablar de arte con propiedad, con el regusto en la boca de la polla de un modelo que posa para pintores.
–Y bien, Jacobo, ¿cómo va la obra?
Montes le mostró el diario y le contó que estaba pensando en exponerlo. Le dijo que quizá sería mejor no traducirlo porque así podría crear la sensación de incomprensibilidad. Y que probablemente iba a hacer algunas fotos para mostrar junto a los textos del diario. Fotos para contextualizar el texto. Aunque no lo tenía demasiado claro de momento.
–Lo que sí comienzo a tener claro –dijo, mirándome y buscando cierta complicidad– es una nueva obra que se me ha ocurrido esta tarde. Conforme entraba en la casa de esos inmigrantes, se me ha venido a la cabeza una imagen que ya no he conseguido quitarme de encima. La casa parecía una caja, una especie de contenedor de personas. Y al pensar que todos querían escapar de allí y que eso era muy difícil, me he acordado de Harry Houdini y he visto a esos inmigrantes como una especie de escapistas frustrados, encerrados en una caja de la que no pueden salir.
Por lo que había leído sobre Montes y por lo poco que lo conocía, intuí hacia dónde se estaba dirigiendo su discurso.
–He imaginado –continuó– una obra sobre la magia y el desencantamiento del mundo. Al contemplar todo aquello he visto claramente una obra sobre el escapismo.
–Creo que te sigo –dijo Helena–. ¿Pero cómo se concretaría?
–Aunque tengo aún que perfilar algunos detalles, llevo pensando toda la tarde en ella y creo que sería algo así como un sesión de escapismo protagonizada por un inmigrante. Omar sería el más indicado. Sería un complemento perfecto al diario.
–Lo incomprensible del texto y la acción imposible –añadió ella.
–Exactamente. Lo que he pensado es que podríamos encerrar a Omar en una caja y sumergirla en un tanque de agua. Allí él tendría que intentar liberarse de sus cadenas y salir a la superficie.
–¿Y no será demasiado peligroso?
–Bueno, en ...

Índice

  1. Portada
  2. Prólogo (Un ruido secreto)
  3. I. Impresiones fugitivas
  4. II. La ciudad invisible
  5. III. Coreografía de sombras
  6. IV. Iconostasis
  7. V. La magia no existe
  8. Epílogo (Una novela y no un ensayo)
  9. Créditos