Narrativas hispánicas
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Narrativas hispánicas

  1. 272 páginas
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Narrativas hispánicas

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Susana Estrada enseña un pecho mientras Enrique Tierno Galván le entrega el galardón concedido por un periódico. Amparo Muñoz es coronada miss Universo y María José Cantudo protagoniza el primer desnudo integral del cine español en La trastienda de Jordi Grau. Marisol aparece desnuda en la portada de Interviú y Bárbara Rey presenta un programa de variedades sentada en un sillón de mimbre a lo Emmanuelle. La jovencísima Sandra Mozarowsky muere al caer desde el balcón de su casa. Los rumores y especulaciones llegan hasta los blogs de la actualidad. Es la época del fantaterror, la tercera vía y el destape. El desnudo femenino se intelectualiza a la vez que se va consolidando como bien de consumo.

Mientras suceden estas cosas, Catalina come miga de pan para que le crezcan las tetas, lee a hurtadillas revistas del corazón, tiene un amor secreto y se encierra en su cuarto para jugar con Angélica, su mejor amiga. Allí dejan de ser ellas para convertirse en Daniela Astor y Gloria Adriano, trasuntos de esas actrices que empiezan a crear un estereotipo que no se corresponde con el de la madre de Cati, Sonia Griñán, que trabaja como enfermera de un odontólogo y tiene muchas ganas de aprender; ni con el de la madre de Angélica, Inés Marco, profesora de sociología en la universidad. Las niñas viven en un mundo paralelo hasta que la realidad da un giro imprevisto y tanto Angélica como Catalina han de mirar de frente las cosas que pasan. Recolocar el mundo. Decidir quiénes son y qué significa ser una mujer admirable.

Daniela Astor y la caja negra es una novela que, contrapunteando la voz en primera persona y el falso documental, se plantea preguntas sobre los límites del pudor y sobre qué significa la liberación de las mujeres. Habla de cómo se relacionan la realidad y sus representaciones, y de cómo esas representaciones a menudo se escriben con un lenguaje ajeno que, en este libro, Marta Sanz hace suyo a través de una potente mezcla de violencia y de ternura, de sentido del humor y de sentido crítico. Daniela Astor y la caja negra habla de las metamorfosis, la herencia y la memoria del cuerpo. De la rivalidad y la solidaridad. Es una novela sobre la Transición que elige un punto de vista con el que aún no se había narrado: el de las preguntas que se hacen las mujeres, su inquietud y sus bellas imágenes.

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Información

Año
2013
ISBN
9788433927750
Categoría
Literatura
Me llamo Catalina Hernández Griñán. Tengo doce años. Mi madre es de pueblo. No me gusta el pescado frito. Como pollo y migotes. Estoy flacucha. Saco muy buenas notas. Mi color preferido es el verde esmeralda. Mi chica más guapa del mundo es Amparo Muñoz.
–¿A quién prefieres, a Blanca Estrada o a Susana Estrada?
Las mujeres de nuestro mundo son la combinación de un nombre y un apellido: Susana Estrada, Blanca Estrada, Rocío Dúrcal, Mónica Randall, Silvia Tortosa.
–¿Qué nombre te gusta más, Silviatortosa o Rociodúrcal?
En la leonera me llamo Daniela Astor.
–¿Daniela o Gabriela?
–Daniela Astor.
Tengo veintitrés años. Nací en Roma. Mis medidas son 90-60-90. Soy rubia natural. Llevo pestañas postizas y tengo un lunar sobre el carnoso labio superior. Mis ojos son de color violeta.
–¿Violeta o azul?
–Violeta. Definitivamente, violeta.
Hablo tres idiomas, aunque dos de ellos los hablo mal, y esa imperfección convierte mi acento en gracioso y atractivo. Sé conducir. Tengo un coche descapotable y un apartamento enmoquetado con un gran vestidor de paredes tapizadas en raso azul. Luz tenue. En una esquina del salón hay una barra de bar y unos taburetes. El alcohol no me afecta. Desprendo un aroma magnético que hace que los hombres se queden prendidos a mis curvas, pero también a mis ángulos. Ésa es la gracia. Hago películas. Mi cama tiene dosel. Guardo secretos. Me desnudo por exigencias del guión. Me encanta esquiar en los Alpes.
–¿Los Apeninos o Los Andes?
–¡Los Alpes! Te he dicho que los Alpes.
Y los ascensores. Me encantan los ascensores. Sobre todo los que suben a la azotea de los rascacielos como una vena exterior sobre la musculatura del edificio. Tengo un perro que se llama Bob en homenaje a Bob Niko, bailarín del ballet Zoom, con quien tantas veces he compartido plató y escenario. Veo su melena que sube y baja como una peluca traslúcida con la luz de los focos. Puedo asegurar que, en el siglo XXI, Bob será un hombre ya completamente calvo. Un magnate me ha pedido en matrimonio, pero yo aún quiero disfrutar de la vida. Tengo una aventura con un poeta autodestructivo que quizá sea mi amor verdadero. Sólo por él afloran mis lágrimas. No se las merece. Tengo otro amor secreto cuya identidad aún no puedo desvelar. Les pido un poco de paciencia a los chicos de la prensa que están esperando una exclusiva. La exclusiva llegará antes de lo que esperan.
Aunque parezco otra persona, con la cara lavada estoy igual de guapa que cuando me pinto para salir a tomar un cóctel y me pongo vestidos negros con la espalda al aire cuyo escote me llega casi, casi hasta la rajita del culo. Casi es una palabra muy importante en mi vocabulario. A menudo uso pendientes colgantes y me descubro la nuca. Me recojo la melena en un moñete que deja a la vista las concavidades de ese punto desde el que, como un río, nace un blanco cuello de cisne que desemboca en el cráneo. Son concavidades sexy.
–¿Muslo o pechuga?
–Pechuga. A la plancha, garçon.
Soy muy amiga de mis amigas. Estoy enamorada del amor. Siempre acompañan mis pasos canciones del hilo musical o de anuncios de perfumes.
–¿Nardos o jazmines?
–Rosas, querida, siempre rosas.
Daba-daba-da. Estoy fotografiada en color: no me puedes soñar en blanco y negro. Los hombres se desmayan a mi paso. Mi plato preferido es el caviar. Presento un programa de variedades en la primera cadena de televisión. Ahora mismo llevo una minifalda, botas que me llegan a mitad del muslo, un abrigo de zorro rojo, una blusa semiabierta que insinúa la redondez de mi pecho, no demasiado voluminoso, nada desprendido y perfectamente ubicado, una manzanita pink lady. La justa abertura de mi escote, ni poco ni mucho, casi revela la calidad de mi lencería.
–¿Pink lady o Golden?
–La Golden es para las tartas. No seas pesada.
Colón descubre América en 1492 y Guillermina Ruiz Doménech es Miss España en 1977 y finalista de Miss Universo. Pero en el primer certamen yo soy nombrada Miss Simpatía, Miss Elegancia y Miss Fotogenia, y los hombres del público, indignados, gritan: «¡Tongo, tongo!» Esto sucede porque las mujeres me suelen odiar a causa de los celos. No importa. Tengo buen perder. En el filtro de los cigarrillos que fumo siempre queda un cerco untuoso de carmín rosado. La huella de mi boca es la promesa de ese beso del que todos querrían disfrutar. Yo lo guardo para los hombres especiales.
–¿Rubio o negro?
Mi mejor amiga se llama Angélica. Pregunta mucho. Sus preguntas siempre tienen dos miembros. Como las oraciones, las ecuaciones y las anatomías humanas: dos orejas, dos manos, dos pies, dos agujeros de la nariz. A Angélica le gusta el orden y duda constantemente. Quizá eso le ocurre porque sus padres son intelectuales. También va a un colegio público porque sus padres son intelectuales. Viven en mi barrio por la misma razón. Es como si sus padres se estuvieran castigando por cometer un delito que ni Angélica ni yo podemos adivinar. Yo no entiendo nada y ella todavía menos. El padre de Angélica es propietario de una editorial, pero ella no es buena estudiante. Su madre da clases de sociología en la universidad. Su color preferido es el fucsia, quizá el malva o el lila. Su chica más guapa del mundo es Blanca Estrada.
–¿Blanca o Susana?
–Blanca, Blanca.
En la leonera, Angélica, mi mejor amiga, se llama Gloria Adriano. Estudió en el liceo francés. Es la hija única de una familia muy adinerada. Una rebelde. Tiene veinticinco años y hace dos vivió en una comuna hippie y viajó por toda Europa. Sus amigos fuman en pipa. Algunas veces a Gloria Adriano se le va la cabeza y no puede acordarse de qué hizo la noche anterior. Entonces enreda el ensortijado pelo caoba entre los dedos finos y hace un esfuerzo por recordar. Pero no lo consigue. Tiene varios amantes. No ama a ninguno, porque, en el fondo, Gloria Adriano espera a su príncipe azul y sabe que ésta es una etapa, tan pasajera como insustituible, de su vida. Con el paso de los años será una mujer intensa y cargada de secretos que deberá guardar celosamente si no quiere perder su reputación. Los amigos de Gloria Adriano son estudiantes de antropología, oyentes de la escuela de cine, directores de escena, prometedores escritores, dueños de locales nocturnos, que admiran a Gloria por su belleza y por su libertad. La nombran musa. Gloria y yo nos conocemos en un casting. Soy yo quien obtiene el papel, pero Gloria no se pone celosa. Entre nosotras no caben los sentimientos mezquinos. Hemos prometido –incluso hemos jurado con gotas de sangre– que jamás nos pelearemos por un hombre. Que ningún hombre nos podrá separar jamás. Gloria Adriano conserva en el refajo del corazón el deseo de volver a casa. No a la casa de sus padres, sino a un hogar fundado por ella, que no sea la casa de sus padres pero que se le parezca mucho. Gloria, que se cree más moderna que yo, es mucho más conservadora. No se lo voy a decir. Gloria Adriano quiere volver a casa cuando esté aburrida. Fatigada después de haber triunfado. Llena de satisfacciones y experiencias. Dentro de un tiempo, pero no demasiado tarde.
Le tiendo a Angélica el papelajo que he escrito. Naturalmente, algunas cosas me las he guardado para mí:
–¿Te parece bien?
Ella mueve la cabeza abajo y arriba. Después, Gloria y yo, con los labios pintados, besamos la página. Es una rúbrica.
Cuando oímos que mis padres abren la puerta de la calle, escondemos el papelucho entre el colchón y la cama. Tenemos doce años, estamos solas en casa como todas las tardes y en mi cuarto suena una emisora musical ininterrumpidamente.
Tenemos doce años y nuestros sueños son una auténtica mierda.
Al mirar el papelucho, certifico, sin embargo, que mi caligrafía de entonces era un auténtico primor.
La caja negra. Un documental de Catalina H. Griñán
MMXIV
A Inés Marco. Y a Angélica, se encuentre donde se encuentre
(Imágenes de Raffaella Carrà que canta y baila en un programa de variedades. Lleva un maillot oscuro y unas medias negras de costura que estilizan sus piernas. Una chaqueta de caballero y un flexible que se quita y se pone al ritmo de la música. La cantante echa hacia atrás la cabeza, muestra la línea del cuello, la tensión de la garganta, menea su melenita, tan europea y rubia, y se lleva a la boca un micrófono que es un instrumento fascinante al que ella aproxima los labios como si fuera pene, piruleta, hortaliza, algo de comer entre horas. Raffaella canta, en un excelente play back, Explota explota me expló. Sobre las imágenes de la Carrà, en sobreimpresión, se muestran páginas de google donde aparecen noticias de la Transición española. Aproximadamente 79.100 resultados de los que únicamente se recogen los que caben durante el periodo de tiempo de la actuación de Raffaella. Esto es lo quedará de la HISTORIA. Con mayúsculas. Lo grande contraído en lo minúsculo. Cuando la canción acaba, la cámara se aleja del vídeo de Raffaella y vemos que las imágenes se enmarcan en el recuadro de una pantalla televisiva puesta sobre el escenario de un café cantante. Tras un fundido en negro, se abre la Caja 1).
Caja 1
Una teta intelectual
(Voz en off sobre foto fija: la cámara se mueve sobre la foto analizada deteniéndose en detalles al hilo del off. Los detalles fotográficos se transforman en dibujos coloreados en el momento en que la cámara se centra en ellos. La persona se hace personaje y la realidad se convierte en representación).
El 14 de febrero de 1978, día de los enamorados, Susana Estrada recibe de manos del futuro alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, uno de los premios concedidos por el diario Pueblo. Por si alguien tiene alguna duda sobre el merecimiento del galardón, Susana Estrada se saca una teta. El viejo Profesor reacciona: «Señorita, no vaya usted a enfriarse.»
O «No vaya usted a coger frío». Las fotos no retienen las palabras, pero, en cualquiera de los dos casos, la frase de Tierno abulta el inventario de respuestas ingeniosas pronunciadas por un personaje público dentro o fuera de una campaña publicitaria. Recordamos a Marilyn –la recordaremos muchas veces–: «Sólo duermo con unas gotas de Chanel Nº 5.» O a Mae West: «Cuando soy buena soy muy buena...» O a María Félix: «Me gustan los hombres y los peces...» Podemos recordar incluso el zapato de Jrushov y el petulante «¿Por qué no te callas?» del rey de España. «Yo hago lo que me da la gana y lo que piense la gente a mí plin...», gime la duquesa de Alba entre los andamios que apuntalan sus pómulos y le mantienen rígida la lengua. La fibra de vidrio, tal vez un plástico de última generación, logra que sus rodillas soporten el peso de su carne. Parece que la duquesa estuviera a punto de llorar. Y, sin embargo, es una mujer que tiene más de un motivo para descuajaringarse de risa. «Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad...» Respuestas ingeniosas de un personaje público, hitos históricos, trending topics, mojones para pautar los instantes que dan forma a la línea del tiempo y a la memoria humana. Palabras, fotos, que nos obligan a compartir cosas a la fuerza. Incluso aquellas de las que nos avergonzamos.
(De la boca de Tierno Galván sale un bocadillo de texto: dentro de él se dibujan las palabras que supuestamente pronuncia).
El viejo Profesor habla –«Señorita, no vaya usted a enfriarse»– y la opinión pública corrige su percepción del viejo Profesor: un hombre inteligente pero falto de esa seductora simpatía de los vividores. Se multiplica el prejuicio sobre la agudeza del viejo Profesor porque el público se convence de que se ríe por dentro a todas horas. Cada vez que Tierno Galván encoge la papada o ensaya un ademán modosito, la gente está segura: «Se está riendo por dentro.» Al viejo Profesor ya no sólo le adornan la sabiduría y el punto medio en el que se encuentra la virtud, sino que además se hace simpático y chisposo en su corrección y su ocurrencia versallesca y, a la vez, castiza. Galante. De otro tiempo que era ese mismo. Y éste. Y mañana. Desde entonces hasta hoy muchas son las cosas que perduran. Aunque el instinto de supervivencia nos empuje a exaltar lo que ha cambiado: las innovaciones, el avance, la dependencia de objetos, entonces inexistentes, que ahora se nos han hecho imprescindibles. No hablamos de bragueros ni de metanfetaminas.
Susana Estrada y la mayoría de los asistentes al acto ríen. La sonrisa de Susana es contagiosa, sincera, natural. Le marca hoyuelos en las mejillas que parecen cinceladas a fuerza de sacarse molares del fondo de la boca. A lo Marlene Dietrich. Como se dice que también hizo Raquel Welch con sus costillas flotantes. Al día siguiente, la escena aparece fotografiada en distintos periódicos. La foto, en blanco y negro, con un encuadre apropiado, los personajes justos, una composición casi pictórica e...

Índice

  1. Portada
  2. Daniela Astor y la caja negra
  3. Una toma falsa de Daniela Astor y la caja negra
  4. Créditos