Cuarta parte
Lunes 30 de diciembre
52
Andrew se sienta en la cocina, hojea el periódico, come galletas saladas y bebe zumo de naranja. Cree que ya está preparado para llamar por teléfono a Sara Ludlow. Ayer lo pospuso, pero hoy piensa llamarla. Sólo necesita conseguir su número. Andrew calcula que el otro chico, Sean, el novio de Sara, ya debe de haber salido del hospital, así que lo llamará a él y le pedirá su número y luego la llamará a ella como si lo hiciera para pedirle que le devuelva el compact.
Contesta una persona con acento antillano que le dice a Andrew que el señorito está durmiendo.
Andrew se va a otra habitación y se tumba en el sofá con el mando a distancia en la mano. Zapea durante un par de horas. Va cambiando de cadena, pasando de una comedia a otra: Comedy Central, MTV, VH1, donde ve «Los cien mejores artistas del Rock and Roll». ¿Dónde está Sublime? Cuando termina la cuenta atrás, vuelve a llamar y esta vez puede hablar con Sean.
Andrew mira el número que acaba de anotar. Ahora tiene que llamar a la chica. Es absurdo que se ponga nervioso. Se sienta y vuelve a hojear el periódico y se bebe otro vaso de zumo de naranja y se come unas cuantas galletas más.
–Qué coño –dice en voz alta; descuelga el auricular y marca el número de teléfono.
–¿Diga?
–¿Sara?
–Sí, soy yo.
–Soy Andrew, el del hospital, ¿te acuerdas? Te presté un...
–Ah, sí. Me encanta el compact. Es genial. Desde que me lo dejaste no he parado de escucharlo.
–Me alegro.
–Supongo que querrás que te lo devuelva, ¿no?
–No, no es eso.
–Bueno, primero deja que lo copie. Tengo un amigo que me lo puede copiar. Precisamente este amigo mío está organizando una fiesta de fin de año. ¿Por qué no vienes?
–Vale. ¿Dónde es la fiesta? –pregunta Andrew, sonriente.
–En el número dos de la 90 Este. Muy cerca de la Quinta. Es un chico que se llama Chris. ¿Lo conoces?
–Puede ser. ¿Seguro que puedo ir?
–Sí, y puedes llevar a alguien, si quieres. Es una fiesta abierta, y Chris quiere que vaya mucha gente.
–Muy bien. Entonces nos vemos allí, ¿no?
–Sí, nos vemos allí. Ah, oye, ¿fumas?
–Hmmm... Sí, a veces. –En realidad ha fumado dos veces, porque le dijeron que la primera no le haría nada. Así que fumó dos veces, para ver qué efecto tenía aquello.
–¿Tienes algo de hierba?
–Sí, claro.
–Vale, pues no te olvides de llevarla.
–Tranquila.
–Genial. Nos vemos. Adiós.
Mierda. Andrew no tiene marihuana. ¿Dónde va a conseguir marihuana? Puede preguntárselo a Hunter. Pero Hunter todavía está retenido. Mierda. Andrew intenta recordar lo que le decían siempre aquellos dos porreros de su colegio. Decían que tenían un contacto. Supone que bastará con cincuenta pavos.
53
Timmy y Mark Rothko van hacia el este por la calle 86, otros dos chicos blancos haciendo de negros. Chuleando. Ambos llevan ropa de FUBU y botas Timberland, número 9 y 10 respectivamente. Timmy es el cerebro de la operación, por así decirlo. Mark Rothko pone los músculos. Timmy está tremendamente gordo. Tiene las tetas gordas, pero las lleva escondidas debajo de la camiseta de tirantes y de toda la ropa de marca.
Mark Rothko se llama Mark Rothko porque un día fue de excursión al Metropolitan Museum of Art con su primer colegio y empujó a un compañero suyo contra el cuadro Sin título (Número 12) del Mark Rothko auténtico. El cuadro, enorme, cayó sobre el chico, y tuvieron que restaurarlos a ambos. Y otro listillo que también iba de excursión empezó a llamar Mark Rothko a Mark Rothko, y se le quedó ese nombre. A Mark Rothko lo echaron de aquel colegio. Luego lo echaron de un par de colegios más. Él no tiene ni idea de quién era el verdadero Mark Rothko («un gilipollas que pintaba, creo»), pero el nombre le gusta. Timmy no lo conoce por ningún otro nombre.
Esta noche Timmy y Mark Rothko tienen una misión: van a comprar marihuana. Timmy saca su móvil para llamar a White Mike; Mark Rothko saca el suyo y se pone a jugar a Snake.
–Cojonudo, esta noche nos vamos a poner bien ciegos –le dice Timmy a Mark Rothko.
–Sí, tío –coincide Mark Rothko.
–Sí, y luego vamos a buscar unas... –Timmy hace ver que sujeta un trasero y mueve las caderas. Su centro de gravedad está muy cerca del suelo.
–Mierda.
–¿Qué pasa? –Timmy deja a su pareja imaginaria.
–¿Quieres entrar? Aquí fuera hace un frío del carajo.
–Vale.
Timmy y Mark Rothko entran en un HMV y van hacia la sección de hip-hop. Son lo bastante bajos para que no los vean las cajeras por encima de los pasillos, y se guardan varios compacts en los bolsillos. Mark Rothko se separa un momento de Timmy y cuando éste no lo mira coge una recopilación de James Taylor. Lo conoce porque su padre lo escucha. Vuelve al piso de arriba y encuentra a Timmy haciendo su danza obscena delante de un póster de Jennifer Lopez. Jennifer Lopez va vestida de amazona, con un sujetador metálico. Mark Rothko le toca el hombro a Timmy y se dirigen hacia la puerta, tan tranquilos, y salen a la calle, y una vez fuera echan a correr. La alarma de la tienda se dispara. Timmy y Mark Rothko llegan a la esquina y entran, resoplando, en Starbucks, donde piden chocolate caliente.
–Tío, tengo que dejar de fumar –farfulla Rothko.
–¿Qué? –dice Timmy–. Estás chiflado, tío.
Timmy y Mark Rothko se toman el chocolate caliente y siguen caminando hasta Mimi’s Pizza, donde Mark Rothko se compra una porción de pizza de brócoli con doble de queso.
–Qué asco, tío –dice Timmy.
Mark Rothko no le hace caso. Timmy se sienta en una silla y comprueba si tiene algún mensaje en el móvil. Los serbios que hay detrás del mostrador los observan con recelo.
–Tío, nos ha llamado.
–¿En serio? Mierda, llámalo otra vez.
54
White Mike habla por teléfono con un amigo con el que iba al colegio, Warren, que ahora estudia en Harvard. Era el otro mejor amigo de White Mike en el instituto. Siempre iban los tres juntos; Mike, Hunter y Warren.
–¿Qué tal está la ciudad?
–Pues mira, como siempre.
–Feliz Navidad, por cierto.
–Sí, feliz Navidad.
–¿Cómo has pasado las fiestas?
–Como siempre. Mi padre me dio pasta. No lo veo nunca, la verdad, pero compró un arbolito para la mesa de la cocina. Es un poco sentimental.
–Ya, nosotros compramos un árbol de Navidad enorme.
–¿Cuándo vuelves?
–El lunes, después de fin de año. ¿Qué haces por fin de año, por cierto?
–Seguramente me pasaré la noche haciendo visitas. Habrá muchas llamadas. ¿Y tú?
–Me voy a Cancún con toda la familia. Salimos esta noche.
–¿Ah, sí?
–Sí, pero será un rollo. Casi estoy deseando que empiecen otra vez las clases.
–¿En serio?
–Sí, en serio. Es mejor de lo que crees. Deberías venir.
–Quizá vaya.
–Sí, ya.
–Eh, tío, he seguido leyendo. Todavía pienso como un estudiante, en cierto modo, ¿sabes?
–Pero no tienes disciplina.
–¿Que no tengo disciplina? Mi vida es pura disciplina.
–Y muy real.
–Algún día tendrás que hacer algo real, aparte de ir a Harvard.
–Ya. Bueno...
–Cualquiera diría que estás aprendiendo algo importante. El otro día iba caminando por la calle, iba a venderle la última onza que tenía a ese chico, Alport, y se me enganchó la mochila en un palo y se me rompió, y la hierba cayó dentro de un agujero.
–Vale.
–Así que me metí por el agujero, porque era una onza entera, y estaba muy oscuro y húmedo, y había una rata. Y ¿sabes dónde estaba?
–¿En el infierno? ¿Con Dante?
–Y tú vas a Harvard, y ¿quién crees que está aprendiendo más?
–No te pongas melodramático. –Warren aparta el auricular de su oreja cuando White Mike golpea la mesa con el suyo.
–¿Mike?
–Me voy a Coney Island.
55
Después de darle el número del móvil de Sara a Andrew, Sean intenta conciliar de nuevo el sueño, pero no puede porque le duele el brazo. Además no sabe qué hay entre Sara y ese chico, Andrew. Ni entre Sara y todos los otros chicos con los que coquetea, porque coquetea con un montón, según lo que quiera conseguir. Tampoco sabe si le importa mucho.
Tiene que volver al médico dentro de un par de horas porque el médico quiere cambiarle el vendaje y ver cómo evoluciona. Así que se levanta e inicia la difícil rutina de vestirse con una escayola del tamaño y la forma, calcula él, de un pene de elefante un poco torcido. Su madre le ha cortado la manga a una sudadera, y eso es lo que se pone. La sirvienta le pregunta si quiere desayunar y él dice que sí, que le gustarían unas torrijas. Ella se las prepara, pero Sean no se las come. Sean nunca desayuna, y se pregunta cómo puede ser que ella todavía no se haya dado cuenta. Ella intenta charlar con él sobre su brazo, y él mordisquea un poco las torrijas para no tener que hablar. En el ascensor, de camino a la portería, pulsa el botón TAXI. Cuando llega abajo, uno de los porteros ya ha parado un taxi. Sean entra en él.
El taxista es un tipo bajito, blanco, con una barriga enorme que choca contra el volante. El interior del vehículo huele a ambientador y a chocolate, y Sean tiene la impresión de que está dentro de una de aquellas bolsas que utilizaba para llevar sus caramelos de Halloween. Entonces ve que es porque en el asiento delantero hay un enorme cajón lleno de golosinas. Tootsie Rolls, pirulís, bolsas de M&M, 3 Musketeers.
Según la licencia, el conductor es Theodore Rimby, que en la fotografía exhibe una sonrisa desdentada y lleva pajarita. Tiene un grueso bigote y hoyuelos en las mejillas. Ahora también lleva pajarita y un enorme gorro de piel ruso. Dentro del taxi hace frío; la calefacción está apagada.
Sean le da la dirección a Theodore y se pone cómodo.
–Muy bien. Vas al médico, ¿no? ¿Por lo del brazo, quizá? Menuda escayola te han puesto.
–Sí. –Sean no está impresionado por la deducción del taxista. Al fin y al cabo, la dirección que le ha dado es Lenox Hill Hospital.
–Yo también estuve en el hospital hace poco. Tuve un infarto, y chico, qué miedo pasé. Pero no tardé mucho en volver al taxi, no tuve más remedio que volver. –Theodore mete un grueso puño en el cajón de las golosinas–. ¿Te apetece algo? Tengo muchas cosas.
–No, gracias.
–Va todo envuelto, no tienes que preocuparte.
–No, gracias.
–Bueno, antes yo también era muy maniático con la comida. –Sean entrecierra los ojos al oír aquello–. Pero se me pasó cuando me hice mayor, por supuesto. –Theodore suelta una risita espasmódica, que suena como cuando un autobús acciona el mecanismo para dejar subir a un pasajero que ...