Una mariposa en la máquina de escribir
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Una mariposa en la máquina de escribir

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Una mariposa en la máquina de escribir

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John Kennedy Toole es el autor de una novela muy singular en la historia de la literatura norteamericana del siglo XX: La conjura de los necios, que ha proporcionado inolvidables momentos de felicidad a millones de lectores en todo el mundo. Pero el creador de esta cumbre del humor rabelesiano y picaresco protagonizó además una historia increíble que forma parte ya de la leyenda editorial de Estados Unidos: años después de que, amargado por la imposibilidad de publicar su libro, se suicidara, la novela vio la luz gracias al empeño de su madre y ganó el Pulitzer. Hasta ahora Kennedy Toole había sido objeto de un par de tentativas biográficas gravemente lastradas por las imprecisiones y los clichés y escoradas hacia el sensacionalismo y la truculencia. Cory MacLauchlin ha escrito la primera biografía que deja de lado la mera mitología escabrosa e indaga a fondo y de un modo ponderado en los hechos, basándose en extensas entrevistas con amigos y familiares, y en el archivo documental que se ha preservado sobre el escritor. El libro repasa el árbol genealógico de la peculiar familia de Kennedy Toole, su paso por Nueva York como estudiante, por Lafayette como profesor y por Puerto Rico –donde empezó a redactar compulsivamente su obra magna– durante su estancia en el ejército. Pero si hay un escenario que marca su vida y su literatura es su Nueva Orleans natal, una ciudad con personalidad propia, escenario de las andanzas de su antihéroe Ignatius Reilly. El biógrafo indaga en el excéntrico personaje que sirvió de inspiración para el personaje; en la correspondencia de Kennedy Toole con el editor David Gottlieb, que se interesó por La conjura de los necios; en el suicidio del escritor en una carretera de Biloxi; en la figura de la madre, que emprendió una cruzada para que el libro de su hijo viera la luz, pero que también destruyó su nota de suicidio y otros papeles íntimos... Por fin el extravagante y genial John Kennedy Toole tiene la biografía que se merecía. Por fin sus millones de devotos podrán adentrarse en la vida y el proceso creativo de este escritor de existencia trágica.

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Información

Año
2015
ISBN
9788433936080

1. RAÍCES

En 1963, un domingo por la tarde, en un pequeño barracón de Fort Buchanan, Puerto Rico, el sargento John Kennedy Toole apoyó los dedos en el teclado de una máquina de escribir prestada y miró fijamente el vacío de una página en blanco. Hacía años que soñaba con ser escritor, pero sus tentativas habían terminado siempre en decepción. Con la novela que había escrito a los dieciséis años no consiguió ganar un concurso literario, y ahora el manuscrito acumulaba polvo en una caja, debajo de su cama en Nueva Orleans. El propio autor consideraba descartables los poemas y relatos que había escrito en los cursos de posgrado, y el verano que se dedicó a escribir, antes del campamento de instrucción para reclutas, no produjo nada digno. Con todo, decenas, y es posible que cientos de personajes pintorescos, poblaban su imaginación, pero encajar a esos personajes en un relato demostró ser un gran desafío.
Así, una vez más, Toole se aproximó a la frase decisiva en la que su historia remontaría el vuelo o se estrellaría en la oscuridad. Sin embargo, esa vez las circunstancias eran otras. El servicio militar en Puerto Rico le alivió las presiones económicas y familiares de la vida civil, y el hecho de vivir a mil seiscientos kilómetros de su casa lo ayudó a reflexionar sobre las costumbres únicas de su ciudad, Nueva Orleans. Lejos de allí, y sin presiones, Toole aprovechó la oportunidad. Recordó un personaje al que llevaba años dándole forma, un bigotudo de refinada inteligencia y modales grotescos, un bufón con aires de intelectual y ojos de distinto color, que ofrecía la lente distorsionada ideal para examinar de cerca su ciudad.
El joven sargento quebró el silencio de la habitación aporreando las primeras teclas y envió a Ignatius Reilly, el medievalista obeso, al carnaval de Nueva Orleans. La lengua comenzó a fluir, y también las energías acumuladas durante una década, y ambas fueron llenando página tras página mientras él convocaba a los personajes de su pasado en un cuento absurdo e hilarante. A lo largo de los meses que siguieron, inundó a Toole la emoción de estar escribiendo, por fin, algo legible y publicable. Su futuro éxito, las reseñas entusiastas, los lectores fieles, los elogios y los premios que recibiría, eran algo completamente desconocido para él. No obstante, mientras seguía tecleando en su pequeña habitación privada y la vibrante música del novelista salía bailando por las ventanas abiertas, transportada por la brisa del Caribe, Toole ascendía hacia su momento estelar y daba forma a su obra maestra, La conjura de los necios, sin dejar de soñar con su querida Nueva Orleans, esa arca de cultura que se aferraba a las orillas del Mississippi. «El París del Sur», «la cuna del jazz», «la ciudad más interesante de Norteamérica», su ciudad natal, se movía a su propio ritmo y atraía todas las variedades y los colores de la humanidad que paseaba por sus calles, donde se nutría de las tradiciones de Europa, del Caribe, de África y de los Estados Unidos para crear sonidos y sabores que formaban un mundo en sí mismo.
De esa complejidad cultural surgieron la vida y la visión artística de John Kennedy Toole. Como señaló una vez su amigo Joel Fletcher, Toole era «Nueva Orleans en estado puro, y la ciudad era parte del tejido de su persona». En efecto, Toole pasó gran parte de su vida cerca de las gentes únicas de su ciudad, desde los bohemios del extravagante Barrio Francés hasta las ancianas del centro que cotorreaban junto a los mostradores de los grandes almacenes. Así desarrolló un oído sensible y una vista aguda para las sutiles peculiaridades de tal o cual personalidad, aun en una ciudad rebosante de excéntricos. Sin embargo, los cimientos de sus asombrosas visiones de un lugar que ha fascinado y esquivado a los escritores durante siglos, se pusieron, en realidad, mucho antes de su nacimiento, pues Nueva Orleans era mucho más que la ciudad en que había crecido. Toole era hijo de Nueva Orleans, un nativo que descendía de las familias europeas que se mezclaron en los barrios de la metrópoli antes de la guerra. Sus antepasados eran franceses, españoles e irlandeses, pero todos se convirtieron en ciudadanos de Nueva Orleans y plantaron las raíces de sus familias en el suelo húmedo del sur de Louisiana.
El primer antepasado de Toole en llegar al Nuevo Mundo fue el bisabuelo de su madre, Jean-François Ducoing, que, procedente de Francia, desembarcó hacia finales del siglo XIX. Ducoing se hizo famoso «manejando hábilmente el mortero solitario» a las órdenes de Andrew Jackson en la batalla de Nueva Orleans. La madre de Toole documentó orgullosa esa hazaña en un librito que guardó para su hijo, pero, por lo visto, pasó por alto otros datos históricos. Por ejemplo, Ducoing fue socio del legendario pirata Jean Lafitte. Forajido idealizado y héroe también en la batalla de Nueva Orleans, Lafitte era el cabecilla de una banda del distrito de Barataria que comerciaba con esclavos y otras mercancías de contrabando tomadas de barcos españoles y que acababan en los mercados de la ciudad. El honorable antepasado de Toole tuvo algo que ver en tales hechos heroicos: de un seguro fraudulento a un buque de la marina a la fundación de esa farsa que fue el gobierno de Lafitte en Galveston. Con todo, esas maquinaciones dieron sus frutos en Toole, y es posible que, inflando la verdad sobre su linaje, una vez contara a uno de sus amigos que no sólo descendía del célebre Jean Ducoing, sino que también tenía algún parentesco con el famoso corsario Jean Lafitte.
Además de ese antepasado francés, cabe citar a la abuela paterna de Toole, Mary Orfila, hija de un comerciante español que había llegado a mediados del siglo XIX. Así, Toole se apoyaba en los dos principales pilares de la herencia europea de Nueva Orleans: los franceses, que fundaron la ciudad en 1718, y los españoles, que la gobernaron durante cuarenta años. Sus descendientes fueron dignificados con la denominación de criollos (creole) y honrados tradicionalmente como «puros».
No obstante, esos orígenes privilegiados se vieron compensados por la influencia, más realista, de los irlandeses. Tanto su madre como su padre tenían antepasados irlandeses que habían llegado a Nueva Orleans empujados por la hambruna de la patata de mediados del siglo XIX. Considerados al principio mera mano de obra barata, muchos inmigrantes irlandeses acabaron cavando canales con el agua hasta la cintura en los pantanos de las afueras de la ciudad, un trabajo considerado demasiado peligroso para los valiosos esclavos. Los irlandeses se establecieron al sur de la ciudad vieja, a lo largo del Mississippi, en una zona que terminó conociéndose como Irish Channel, el Canal Irlandés. Tras sobrevivir a grandes penurias, finalmente prosperaron y tuvieron gran influencia en la formación del acento típico del centro de la ciudad, el yat, donde resuenan formas dialectales que pueden oírse en los barrios de Nueva York.
Esos orígenes mezclados cuentan una parte de la historia de Nueva Orleans, la manera en que fue creciendo con la llegada de oleadas de inmigrantes y cómo los distintos grupos étnicos crearon sus propios barrios, en los que mantuvieron vivas sus tradiciones. En ese sentido, Nueva Orleans se parece a algunas de las grandes ciudades portuarias del país, como Baltimore, Nueva York y Boston. Sin embargo, al final, cuando las familias se mezclaron y cambiaron de barrio, las líneas étnicas que las separaban se volvieron borrosas. Mientras que el lado materno llevaba orgulloso la herencia criolla del apellido francés Ducoing, y el lado paterno el apellido irlandés Toole, a finales del siglo XIX los Ducoing y los Toole ya vivían en el Faubourg Marigny, una zona situada en los márgenes exteriores de la ciudad vieja. El hecho de que una criolla y un hijo de inmigrantes irlandeses fueran vecinos indica, por una parte, el declive de la predominancia criolla en la economía de Nueva Orleans, pero, por otra, refleja la capacidad de la clase trabajadora para hacerse un lugar respetable en la ciudad a pesar del antiguo orden social. Y a finales de siglo cada una de esas familias tuvo un hijo: el niño Toole y la niña Ducoing crecieron separados por una manzana de distancia en Elysian Fields Avenue, la misma calle «turbia» en la que Tennessee Williams ambientó su desventurado drama Un tranvía llamado deseo.
Thelma Agnes Ducoing, la madre de Toole, nació en 1901. Desde la primera infancia aspiró al estrellato, y estudió interpretación, danza y canto. Más tarde, alardeaba muy orgullosa de haber entrado pronto en el mundo del teatro. «Comencé a estudiar interpretación cuando tenía tres años», decía, arrastrando las erres con las florituras de un actor especializado en Shakespeare. Criollo altanero, su padre le inculcó el aprecio por las artes y la «cultura» que ella luego transmitió a su hijo. Por desgracia, el padre de Thelma sentía debilidad por las mujeres. Adúltero empedernido durante toda la infancia de Thelma, hacía lo que se le antojaba. Sólo de adulta a Thelma le pareció raro que su padre llevara descaradamente a otra mujer en un viaje de placer a Cuba y dejara en casa a su esposa y a sus hijos. Fue el primero de los muchos hombres que la defraudaron, pero es posible que el dolor que le provocaba su padre alimentase su espíritu exaltado. En 1920 se graduó en la Escuela Normal de Nueva Orleans, donde obtuvo el diploma de maestra de párvulos, y ese mismo año se diplomó en música en el Southern College. Durante un tiempo soñó con irse a Nueva York, pero nunca pudo dejar el lugar que su antepasado JeanFrançois había defendido con la espada. Así pues, decidió quedarse en su ciudad natal, donde enseñó música y teatro en escuelas públicas.
Cuando empezó su carrera docente, también empezó a salir con John Dewey Toole Jr., un hombre que en poco se parecía a su padre. Tranquilo y sumiso, su atención y su talento debieron de significar un futuro prometedor para Thelma, que recordó así los primeros días: «Era guapo [...] con talento para la abogacía, capacidad para la oratoria y para las matemáticas.» Nacido en 1899, John Toole Jr. siempre fue un estudiante brillante. Su padre murió cuando él tenía ocho años, con las consiguientes dificultades para la familia, pero, alentado por su hermano mayor, John no descuidó los estudios. Sacó las mejoras notas en el instituto Warren Easton, recién inaugurado en Canal Street, y demostró tener grandes dotes para las matemáticas. En 1917 ganó un concurso de oratoria y le concedieron una beca para la Universidad Estatal de Louisiana, pero no la aceptó y decidió quedarse en Nueva Orleans. Sirvió en el ejército hacia fines de la Primera Guerra Mundial, si bien nunca salió de los Estados Unidos. Y, mientras estudiaba en la Universidad de Tulane –un último intento por terminar una carrera universitaria–, en 1919 comenzó a trabajar en el departamento de recambios de un concesionario de automóviles. Con un puesto de «mucha responsabilidad» y un «sueldo alto», comenzó a cortejar a su joven vecina, Thelma Agnes Ducoing.
Aunque John y Thelma trabajaban y se ganaban bien la vida, jamás hicieron realidad las aspiraciones de su juventud. Él nunca obtuvo un título universitario y ella nunca brilló en un espectáculo de Broadway. Los dos tenían ya alrededor de veinticinco años y se acercaban a la edad en que las perspectivas de un matrimonio comenzaban a ser limitadas. Así pues, tras abandonar los sueños de grandeza, el aspirante a licenciado y la aspirante a actriz se casaron el 29 de diciembre de 1926 en la iglesia de San Pedro y San Pablo, a escasos metros de donde vivían, y comenzaron su vida conyugal en el apogeo de los locos años veinte. Se mudaron a una casa sita en Bayou St. John, cerca del extenso City Park, donde disfrutaban dando fiestas y recibiendo invitados.
Thelma recordaba con cariño esos primeros días, pero nunca olvidó lo mucho que padeció las políticas sexistas de la época. Las escuelas públicas de Nueva Orleans no permitían que una mujer casada fuese profesora titular. Obligada a dejar su puesto docente, pero jamás satisfecha con su papel de ama de casa, siguió enseñando como profesora, directora y pianista por cuenta propia, y daba clases de música, buenos modales y dicción. Más o menos en la época en que se casaron, John dejó su empleo de director del departamento de recambios para vender Oldsmobiles y Cadillacs, un empleo que en 1926 debía de percibirse como potencialmente rentable. Los recién casados se mudaron durante un tiempo al acomodado barrio de Uptown, a pocos pasos de la Universidad de Tulane. La Gran Depresión que siguió al crac económico de 1929 afectó, y mucho, a John y Thelma, pues el sueldo de John dependía de las comisiones. Él perdió su trabajo, y luego el matrimonio se quedó sin los muebles y sin la casa. En 1932, con gran decepción para Thelma, se vieron obligados a volver a Marigny y a vivir con la madre de John.
Con el brillo de la luna de miel apagado hacía mucho tiempo, la pareja volvió a encontrarse en el mismo barrio del que se habían marchado. Seis años pasaron allí mientras el viejo Marigny seguía deteriorándose igual que muchas otras zonas de la ciudad. John y Thelma se acercaban ya a la treintena y ella parecía incapaz de concebir. Habían pasado diez años juntos, eran un matrimonio sin hijos y con cada año que pasaba los días felices iban enterrándose más y más en las sombras de la memoria.
Sin embargo, en 1937, el destino dio un giro inesperado. Como después contaría Toole a sus amigos, un día, en una fiesta –ocasión en la que, en Nueva Orleans, nunca faltaba alcohol en abundancia–, Thelma Toole tropezó con unos escalones y cayó al suelo. La caída debió de sacudir sus entrañas lo suficiente para quitarle lo que le impedía ser madre, porque poco después se quedó embarazada. Y su hijo, al contar la historia de ese afortunado incidente, parecía disfrutar pensando en el carácter accidental de su nacimiento.
Tal como se esperaba, el embarazo lo cambió todo. John consiguió un nuevo empleo de vendedor en Pontchartrain Motors, en el distrito comercial del centro. Las ventas de automóviles aumentaron a medida que el país salía de la Gran Depresión, y los Toole se mudaron a una casa en pleno centro de Uptown, lugar ideal, en Nueva Orleans, para criar a un niño. Allí, a lo largo de la St. Charles Avenue, se alzaban mansiones palaciegas, dos universidades privadas, dos institutos exclusivamente femeninos, las mejores escuelas primarias y secundarias de la ciudad, un parque exuberante de setenta y cinco hectáreas, con fuentes, paseos bordeados de palmeras y un zoo, todos protegidos del ardiente sol de Louisiana por las anchas copas de robles siempre verdes. No es de extrañar que los Toole, una vez instalados en Uptown, no quisieran dejar ese barrio aun cuando apenas podían permitírselo.
Con todos los preparativos en marcha para recibir al bebé, llegó diciembre con sus fiestas de Navidad y aumentaron las expectativas de los futuros padres. Y el viernes 17 de diciembre de 1937, en el Hospital Touro, sito en el barrio de los jardines de la ciudad, John y Thelma dieron la bienvenida al que sería su único hijo. Lo bautizaron John; Kennedy, el apellido de la abuela de Thelma, sería su segundo nombre. Para abreviar, en adelante lo llamaron Kenny. Tras el parto, que salió bien, John Toole le dio al médico de guardia una propina de cinco dólares. Cuando recordaba esa torpe transacción entre su marido y el facultativo, Thelma se burlaba: «Ni siquiera me regaló un frasco de perfume.» Tampoco los tiernos momentos que siguieron al nacimiento del hijo consiguieron suavizar parte del encono que con los años se había instalado entre Thelma y John. No obstante, estaban embobados con Kenny, que, como Thelma recordaría después, tenía unos ojos preciosos.
Fuera de los muros del hospital, en la vieja Crescent City, otro de los nombres por los que se conoce a Nueva Orleans, se celebraba el fin de semana bajo la luna llena de una noche clara y fría. Como todos los viernes por la noche, la gente salió a pasear por las calles y callejones del Barrio Francés. Por todas partes se oían sonoros acordes de jazz, que salían por las puertas de los «clubs nocturnos de negros» hasta llegar al salón azul del exclusivo Hotel Roosevelt. Los clientes comían ostras Rockefeller en el Antoine’s, mientras, en la calle, la clase trabajadora devoraba los típicos bocadillos po’boys. Y, delante de Jackson Square y la catedral de San Luis, los vendedores del Mercado Francés se preparaban para recibir a los últimos juerguistas y a los madrugadores, ávidos todos de café con leche y buñuelos calientes. Nueva Orleans vivía de música y comida, y John Kennedy Toole, nuestro artista, recién nacido y arrullado en brazos de su madre, heredaba esa tradición.

2. PRIMEROS DÍAS EN UPTOWN

Emergiendo de una franja de tierra por debajo del nivel del mar y ubicada entre un río con tendencia a inundarse y el segundo estuario más grande de los Estados Unidos, Nueva Orleans siempre ha sido una ciudad de hondas contradicciones. En 1930, Herbert Hoover imaginó una Nueva Orleans futurista con rascacielos de vértigo recortándose contra el horizonte, y declaró que era «una ciudad del Destino», y se hizo eco de los sentimientos del explorador francés Sieur de Bienville, que intentó desesperadamente hacer realidad su visión de la Nouvelle Orleans después de fundar la colonia en 1718. Es muy probable que a De Bienville lo asaltaran las dudas unos años después, cuando el Gran Huracán de 1722 arrasó la ciudad, aunque él, empecinado, la reconstruyó. Y Hoover también tuvo que callar antes de pronunciar sus palabras muy poco después de la devastadora inundación de 1927. De hecho, Nueva Orleans nunca ha conseguido satisfacer una idea o una visión particular, pero de alguna manera sigue siendo una ciudad imposible que lucha contra la tierra que se hunde bajo sus pies, contra las aguas que quieren anegar sus calles y la gente que ha socavado su empuje construyendo diques defectuosos o fomentando la corrupción a todos los niveles, sean capos de la mafia o alcaldes.
Toole nació en una época en que Nueva Orleans daba grandes pasos en sus esfuerzos por reinventarse. Ni Hoover ni De Bienville habrían previsto que la ciudad del destino apostaría su futuro económico a un reflejo de su pasado. Mientras que otras ciudades del país se esforzaban por presentar las últimas innovaciones, Nueva Orleans caminaba en la dirección opuesta. Prominentes hombres de negocios aprovecharon su patrimonio cultural único, volvían a empaquetarlo para los turistas y lo comercializaban por todo el país. En 1938, el Mardi Gras había pasado de ser una celebración local de las élites a «una fiesta nacional en la incomparable ciudad de Nueva Orleans». El deteriorado Barrio Francés (o Vieux Carré), antes considerado una maldición para la ciudad, iba bien encaminado hacia su revitalización mediante la preservación y restauración de su encanto europeo. Los clubs de striptease comenzaron a prosperar en Bourbon Street, un eco del pasado tolerante de Storyville, el famoso barrio rojo, y en febrero de 1938 Nueva Orleans acogió, con grandes fastos, el estreno de Los bucaneros, la película de Cecil B. DeMille basada en la vida de Jean Lafitte y la batalla de Nueva Orleans. Un año más tarde, el campo de batalla en que había combatido el antepasado de Toole se convirtió en parque nacional. Con un espejo dorado mirando hacia el pasado, y con su arraigada sensación de aislamiento, Nueva Orleans inició su historia de amor consigo misma.
Con todo, el visitante sólo tenía acceso a una versión deliberada de la ciudad. A finales de la década de 1930, recibía al turista un desfile caleidoscópico de personajes decadentes y afroamericanos serviles, una máscara que disimulaba la intrincada textura urbana. Los residentes de la generación de Toole crecieron con la conciencia irrepetible de las muchas capas de la ciudad, la idea de que la verdadera Nueva Orleans se encuentra bajo la superficie, allí donde es posible observar un complejo mosaico, una ciudad de divisiones culturales que fueron forjándose con los distintos barrios, distinguidos por el acento, los hábitos y las visiones del mundo. Bobby Byrne, amigo de Toole, describió la génesis de la moderna Nueva Orleans como «un gran conjunto de pequeños lugares que terminaron fusionándose. Y en cada uno de esos lugares existen diferentes actitudes». Por supuesto, sólo un nativo capta esos rasgos distintivos.
Así pues, si bien John y Thelma pasaron del Faubourg Marigny a Uptown, desde la perspectiva de este barrio nunca dejarían de ser «gente del centro»; y, según Byrne, los del centro «están todos un poco locos [...] algunos son auténticos locos del centro [...] muy reservados y muy cotillas». Naturalmente, Thelma protestó. Siempr...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. 1. RAÍCES
  4. 2. PRIMEROS DÍAS EN UPTOWN
  5. 3. FORTIER
  6. 4. TULANE
  7. 5. EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA
  8. 6. EL PAÍS CAJÚN
  9. 7. HUNTER Y COLUMBIA
  10. 8. EL EJÉRCITO Y PUERTO RICO
  11. 9. NACE UN ESCRITOR
  12. 10. OTRA VEZ EN NUEVA ORLEANS
  13. 11. DECADENCIA Y CAÍDA
  14. 12. EL ÚLTIMO VIAJE
  15. 13. LA PUBLICACIÓN
  16. 14. LA FAMA
  17. 15. CAMINO DEL CIELO
  18. NOTAS
  19. AGRADECIMIENTOS
  20. NOTAS
  21. CRÉDITOS