13,99 euros
  1. 272 páginas
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Información del libro

Octave Parango, creativo publicitario, es un joven triunfador; forma parte de quienes deciden lo que el público deseará mañana. Pero, asqueado de esa industria y sus manipulaciones, decide escribir un libro en el que denunciará sus entresijos para que le despidan de la poderosa agencia en la que trabaja. Éste es el punto de partida de 13, 99 euros, un enloquecido viaje a los infiernos rituales –drogas, sexo y violencia– con un estilo afín al de Bret Easton Ellis y al de Michel Houellebecq, que fue quien animó a su autor a escribir «el libro auténtico sobre el medio publicitario». Cruel e insolente, alegato contra la manipulación consumista, 13, 99 euros se convirtió en un verdadero fenómeno de masas en Francia, uno de los mayores bestsellers de los últimos años. «Esta novela describe el maravilloso mundo de la comunicación moderna: un mundo en el que se gastan miles de millones para despertar entre personas que no pueden permitírselo el deseo de comprar cosas que no necesitan. Es un libro sobre nuestra sociedad, la vuestra, la mía, la que yo mismo contribuí a forjar durante mis diez años de presencia en las agencias de publicidad, la que todos hemos dejado crecer por despecho», dice el autor, que recuerda que la experiencia de Octave se inspira en la suya: poco antes de publicar su novela, Frédéric Beigbeder fue despedido de Young & Rubicam, la agencia en la que trabajaba.

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Información

Año
2016
ISBN
9788433936745
Categoría
Literature

II. Tú

Podemos hacer los mismos preciosos descubrimientos en los Pensamientos de Pascal que en un anuncio de jabón.
MARCEL PROUST

1

Hoy te toca noche en blanco. Desde que Sophie se marchó, siempre te aburres los fines de semana. No sufrir te hace sufrir. Ves The Grind en la MTV. Miles de chicas en bikini y camisetas demasiado cortas mueven el esqueleto en una gigantesca pista de baile al aire libre, sin duda en South Beach, en Miami. A su alrededor, unos chicos negros y cachas con relucientes abdómenes de tableta de chocolate. El programa tiene como único concepto la belleza plástica y la transpiración techno. Todo el mundo debe de tener unos eternos dieciséis años. Hay que ser guapo, joven, deportista, estar bronceado, sonreír y seguir el ritmo. Divertirse, de acuerdo, pero con obediencia y disciplina bajo el sol. Se exige ropa ceñida. The Grind es otro mundo, la playa de la perfección, la danza de la pureza. Y, sin embargo, en inglés grind significa TRITURACIÓN. Este ordenado culto a la juventud te recuerda El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl o las esculturas de Arno Breker.
De vez en cuando, en segundo plano, una chica que no sabe que la están filmando bosteza profundamente, agotada. Luego la cámara se acerca, y cuando la chica se da cuenta de la presencia del objetivo, vuelve a sus poses provocativas, a sus posturitas de actriz porno, se chupa los dedos con una expresión falsamente inocente. Durante una hora que parece no terminarse nunca, contemplas ese fascismo de balneario esnifando tu coca. Para no sangrar más por la nariz, machacas a conciencia el polvillo sobre un espejo con la ayuda de tu VISA Oro. Conviertes los cristales en azúcar en polvo. Cuanto más fino es, menos irrita tus vasos sanguíneos. Tu vida se desplaza sobre blancos raíles. Cuando los aspiras a través de tu canutillo de oro macizo, echas la cabeza hacia atrás para deteriorar tus senos nasales lo menos posible. Cuando sientes el sabor en tu garganta, te tomas un largo vaso de vodka con tónica para dejar de estornudar sin cesar. Después del resfriado común, estrenas una nueva enfermedad: el resfriado de coca (fosas nasales destrozadas, goteo nasal, tics en las mandíbulas, tarjeta de crédito corroída con la banda magnética blanquecina). Así pasas el fin de semana, sobrevolándote a ti mismo.
Has visto cómo las drogas iban acercándose a ti. Al principio, sólo oías hablar de ellas:
–Estuvimos tomando farlopa todo el fin de semana.
Luego, algunos amigos de amigos la hicieron circular:
–¿Un tirito?
Más tarde, los amigos de tus amigos se convirtieron en camellos.
Luego, uno de ellos falleció de sobredosis y el otro acabó en la cárcel. Al principio, la tomaste sólo para probar, de manera ocasional, más adelante para sentirte un poco más canalla los fines de semana. Más tarde, para intentar volver a divertirte, entre semana. Y, finalmente, te olvidaste de que servía para divertirse, te limitaste a tomarla cada mañana para quedarte igual, y te entran ganas de cagar cuando la cortan con laxante, y se te irrita la nariz cuando la cortan con estricnina. Pero no te quejas: si no esnifaras, te verías obligado a hacer puenting enfundado en un traje de color verde fluorescente, o a patinar con unas grotescas rodilleras, o a practicar el karaoke en un restaurante chino, o el racismo con unos skinheads, o la gimnasia con viejos adonis, o las quinielas en solitario, o el psicoanálisis con un diván, o el póquer con unos fulleros, o Internet, o el sadomasoquismo, o un régimen de adelgazamiento, o el whisky de apartamento, o la jardinería, o el esquí de fondo, o la filatelia urbana, o el budismo burgués, o el multimedia de bolsillo, o el bricolaje en grupo, o las orgías anales. Todo el mundo necesita actividades para, en teoría, «desestresarse», pero te das perfecta cuenta de que, en realidad, la gente no hace más que defenderse.
Desde que vives solo, te masturbas demasiado a menudo viendo tus películas de vídeo. Siempre tienes trozos de Kleenex pegados a los dedos. Cuando abandonaste a Sophie, ya la avisaste de que preferías las putas.
–Te soy fiel: eres la única persona a la que tengo ganas de engañar.
¿Por cierto, cómo ocurrió? Ah, sí, estabas cenando con ella en un restaurante cuando, de pronto, te comunica que espera un hijo tuyo. Este flashback no constituye un recuerdo demasiado agradable. De repente, un largo monólogo, imposible de detener salió de tu boca. Le soltaste lo que todos los tíos del mundo sueñan decirle a todas las mujeres embarazadas:
–Me gustaría tanto que lo dejáramos... Te ruego que me perdones... Te lo suplico, no llores... Sólo sueño con una cosa: que nos separemos... Me moriré solo como una mierda... Vete, lárgate, rehaz tu vida ahora que todavía eres guapa... Aléjate de mí... Lo he intentado, créeme, lo he intentado, pero no lo consigo... Me ahogo, no aguanto más, no sé ser feliz... Deseo estar solo y tener únicamente aventuras pasajeras... Quiero viajar como soltero a ciudades extranjeras... Soy incapaz de educar a un niño porque yo mismo soy un niño... Soy mi propio hijo... Cada mañana, vuelvo a nacer... No tuve padre, ¿cómo quieres que lo sea? No quiero que me quieras... Yo...
Eran muchas frases en primera persona del singular. Sophie replicó:
–Eres un monstruo.
–Si yo soy un monstruo y tú me quieres, entonces eres tan estúpida como la novia de Frankenstein.
Sophie te miró de arriba abajo, se levantó de la mesa y salió de tu vida sin recuperar el aliento. Y lo raro es que, mientras ella se marchaba llorando, tú te dabas perfecta cuenta de que el que huía eras tú. Espiraste e inspiraste; sentías ese «alivio cobarde» que sucede a todas las separaciones; escribiste sobre la servilleta de papel: «Las rupturas son los Munichs del amor», y también: «Lo que la gente denomina ternura, yo lo llamo: miedo a dejarlo», y también: «Con las mujeres siempre ocurre lo mismo: o te importan un bledo o te dan miedo». Cuando no te importan un bledo significa que estás aterrorizado.
Cuando una chica le comunica a su pareja que espera un hijo, la pregunta que INMEDIATAMENTE se hace el tío no es: «¿Quiero tener ese hijo?», sino «¿Debo continuar con esta chica?».
Al fin y al cabo, la libertad sólo es un mal momento por el que hay que pasar. Aquella noche, decidiste regresar al Bar Bitúrico, tu lupanar favorito. Se supone que los prostíbulos están prohibidos en Francia; sin embargo, sólo en París, hay más de cincuenta. Allí, cuando entras, todas las chicas te adoran. Tienen dos grandes virtudes:
1) Son hermosas.
2) No te pertenecen.
Pides una botella de champán, invitas a una ronda, y de repente allí las tienes, acariciándote el pelo, lamiéndote el cuello, insinuando sus uñas en tu camisa, rozando tu bragueta que se hincha, susurrándote delicadas obscenidades al oído:
–Eres muy mono, me encantaría chupártela. ¡Sonia, mira qué monada! Tengo prisa por ver qué cara pone cuando se corra en mi boca. Méteme su mano en mis braguitas para que note lo mojada que estoy. Tengo el clítoris que vibra, aquí, ¿sientes su latido con tu dedo?
Tú las crees a pies juntillas. Te olvidas de que les pagas. Por supuesto que sospechas que, en realidad, Joanna se llama Janine, pero hasta que te has corrido no te importa lo más mínimo. Allí estás, gallo mimado entre gallinas de lujo. En el sótano del Bar Bitúrico, mamando asiliconados pezones. Ellas te amamantan. Largas lenguas cubren tu rostro. Te justificas en voz alta:
–Para reparar tu coche, lo mejor es acudir a un mecánico. Para construir tu casa, es preferible contactar con un buen arquitecto. Si caes enfermo, vale más consultar a un médico competente. ¿Por qué el amor físico iba a ser el único campo en el que no deba recurrirse a un especialista? Todos nos prostituimos. El noventa y cinco por ciento de la gente aceptaría acostarse si les ofrecieran diez mil francos. Cualquier tía te la chuparía por la mitad de dinero. Primero se hará la ofendida, no presumirá de ello delante de sus amigas, pero creo que, a cambio de cinco de los grandes, te hará lo que tú quieras. E incluso por menos. Puedes tener a quien te propongas, sólo es cuestion de tarifa: ¿te negarías a chuparla a cambio de un millón, diez millones, cien millones? El amor es casi siempre hipócrita: las chicas hermosas se enamoran (sinceramente, así lo creen de todo corazón) de tíos que, casualmente, están forrados, candidatos a ofrecerles una hermosa y lujosa vida. ¿Acaso no son lo mismo que las putas? Sí.
Joanna y Sonia aprueban tus argumentos. Siempre están de acuerdo con tus brillantes teorías. Dios los cría y ellos se juntan –ya que tú también te has vendido al Gran Capital.
Además, estas chicas son las únicas que son capaces de ponértela dura incluso con la nariz cargada hasta los topes y un condón sobre el pajarito, justo en el momento en el que sólo eres capaz de anunciar lo siguiente:
–No veas la paja en la nariz ajena sino la viga en los pantalones propios.
Te las das de provocador de vuelta de todo pero no eres así. No buscas a las prostitutas por cinismo, qué va, al contrario, sino porque el amor te asusta. Te proporcionan sexo sin sentimientos, placer sin dolor. «La verdad es un momento de falsedad», escribió Guy Debord, retomando a Hegel, y ambos eran más inteligentes que tú. Esta frase describe perfectamente el ambiente de los bares de alterne. Con las prostitutas, la falsedad constituye un momento de autenticidad. Por fin eres tú mismo. En compañía de una mujer digamos que «normal», uno tiene que esforzarse, presumir, ofrecer su lado bueno, en definitiva, mentir: es el hombre quien hace a la puta. Mientras que, en el prostíbulo, el hombre se suelta, ya no se esfuerza por causar buena impresión ni por mostrarse mejor de lo que es. Es el único lugar falso en el que por fin es auténtico, débil, hermoso y frágil. Habría que escribir una novela titulada: «El amor cuesta 3.000 francos».
Las mujeres de la vida te cuestan caras para que puedas ahorrarte a ti mismo. Eres demasiado cómodo para arriesgarte a enamorarte de nuevo, con todo lo que ello conlleva: palpitaciones, emociones fuertes, decepción repentina, Cumbres borrascosas. Para ti no existe nada más romántico que ir de putas. Sólo los seres realmente sensibles necesitan pagar para no arriesgarse a sufrir.
Pasados los treinta, todo el mundo se blinda: después de algunas decepciones amoro...

Índice

  1. Portada
  2. I. Yo
  3. II. Tú
  4. III. Él
  5. IV. Nosotros
  6. V. Vosotros
  7. VI. Ellos
  8. Créditos
  9. Notas