Movimientos eclesiales, ministerio petrino y apostolicidad de la Iglesia
1. En el gran surco de la misión de la Iglesia
Recorriendo los momentos más significativos del pontificado de Juan Pablo II, el prof. Andrea Riccardi, historiador del cristianismo contemporáneo y fundador de la Comunidad de San Egidio, ha puesto de manifiesto el pensamiento del papa Wojtyla acerca de la centralidad de la misión. Como prueba de esta consideración recordamos una de las catorce encíclicas que escribió Juan Pablo II, la Redemptoris missio (7-12-1990), dedicada a esa temática.
Quisiera mencionar, a este propósito, algo que sucedió durante la segunda Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró en Buenos Aires en abril de 1987. En aquella ocasión Juan Pablo II fue interpelado por los jóvenes sobre cuál era el problema de la humanidad que más le preocupaba. La respuesta del Papa fue muy clara: “Pensar en los hombres que aún no conocen a Jesucristo, que todavía no han descubierto la gran verdad del amor de Dios. Ver una humanidad que se aleja del Señor, que quiere crecer permaneciendo al margen de Dios o incluso negando su existencia”.
Durante su pontificado, varias veces y de diversos modos, Juan Pablo II tuvo ocasión de definir a los movimientos eclesiales como dones preciosos ofrecidos generosamente por el Espíritu Santo y motivo de esperanza para la Iglesia y la humanidad entera. Él supo acogerlos y valorarlos, los propuso a los obispos y los invitó a difundirse en las Iglesias particulares con humildad y sentido de comunión. ¿Cuál es la razón profunda de esta actitud? La respuesta se puede encontrar en las palabras del mismo Pontífice dirigidas a los participantes del inolvidable encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, que tuvo lugar en la tarde del sábado 30 de mayo de 1998, Vigilia de Pentecostés, en la Plaza San Pedro: “En nuestro mundo, especialmente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y muchas veces, sofocada y apagada. Se advierte, entonces, con urgencia, la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de la propia identidad bautismal, de su propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí aparecen, entonces, los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: ellos son la respuesta suscitada por el Espíritu Santo a este dramático desafío de fin de milenio. Ustedes son esta respuesta providencial”.
Unido idealmente a aquel evento de Juan Pablo II en 1998, es igualmente memorable el encuentro de Benedicto XVI con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades que se llevó a cabo en la Plaza San Pedro el sábado 3 de junio del 2006 durante la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de Pentecostés. Estas son las directrices que Benedicto XVI presentó a los participantes: “Los movimientos han nacido de la sed de una vida verdadera […]. Los movimientos eclesiales quieren y deben ser escuelas de libertad […]. ¡Forman parte de la edificación del único cuerpo! […]. Ustedes no cesarán de llevar sus dones a la comunidad entera […]. Queridos amigos, les pido que sean, todavía más, mucho más, colaboradores del ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo”. Con ocasión del Congreso que precedió dicho encuentro, el Santo Padre dirigió a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades un mensaje en el cual se lee: “Ustedes pertenecen a la estructura viva de la Iglesia”.
No obstante a que los movimientos eclesiales sean un fenómeno relativamente reciente en la vida de la Iglesia, su bibliografía es actualmente muy abundante. Justamente por esta razón, en las siguientes páginas querría detenerme sólo en determinados aspectos que se refieren a los movimientos en la Iglesia, afrontando la temática en una perspectiva concreta: aquella que ve unidos por un fuerte vínculo a los movimientos eclesiales, al ministerio petrino del obispo de Roma y al carácter apostólico de la Iglesia (uno de sus cuatro atributos junto a la unidad, a la santidad y a la catolicidad). Sostengo que tal reflexión podría colaborar para alcanzar una adecuada comprensión acerca de la identidad y la misión que estas realidades están llamadas a llevar a cabo en la Iglesia en el momento presente, como también en el futuro.
2. ¿Qué es un Movimiento eclesial?
Es necesario admitir que no resulta una tarea del todo simple definir a un Movimiento eclesial. La gran mayoría de los movimientos eclesiales –me refiero a todas aquellas realidades eclesiales que en nuestros tiempos son identificadas con ese apelativo– han aparecido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y han tomado un gran impulso a partir del Concilio Vaticano II. Muchos de ellos han nacido durante el pontificado de Juan Pablo II, quien definió a esta realidad que florece como “una nueva época asociativa de los fieles laicos” (CFL 29b).
Si bien el nacimiento de estas realidades asociativas aparece en los últimos tiempos, estamos, sin embargo, en condiciones de individualizar algunos rasgos salientes que los caracterizan.
En general, el término “Movimiento” indica un conjunto de fenómenos de diversa naturaleza caracterizado por la fluidez y el dinamismo propio, teniendo en sí mismos una fuerte carga innovadora. Más concretamente en el ámbito eclesial, la palabra “Movimiento” ha sido muchas veces empleada para designar elementos nuevos que han surcado la historia de la Iglesia (el monaquismo, la reforma cluniacense, las órdenes mendicantes, etcétera), como también fenómenos de renovación teológica en continuidad con la Tradición, como por ejemplo el movimiento litúrgico, el movimiento bíblico, el movimiento ecuménico, por nombrar algunos.
La reflexión eclesiológica realizada con ocasión del Concilio Vaticano II ha llevado un cambio en el significado de la palabra Movimiento. Este término, en efecto, es hoy empleado para designar a determinadas realidades eclesiales que constituyen expresiones del pueblo de Dios, que poseen una subjetividad propia y que han llevado una renovación a la vida de la Iglesia.
En el mensaje dirigido a los participantes al Congreso Mundial de los Movimientos eclesiales, que se llevó a cabo en Roma del 27 al 29 de mayo de 1998, Juan Pablo II escribió: “¿Qué se entiende, hoy, por ‘Movimiento’? El término es a menudo referido a realidades distintas entre sí, a veces, hasta por su configuración canónica. Si bien por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra, indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados”.
En estas palabras de Juan Pablo II podemos encontrar los elementos esenciales para la definición de un Movimiento eclesial. En primer lugar, se trata de una realidad concreta en la Iglesia en la que participan principalmente los fieles laicos. Los movimientos eclesiales son, por lo tanto, una realidad eminentemente laical, no obstante puedan pertenecer a ellos también clérigos y miembros de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica. La gran mayoría de los movimientos eclesiales han sido configurados canónicamente hasta ahora como asociaciones internacionales de fieles y, por lo tanto, a nivel de la Curia Romana, entran en el ámbito de competencia del Consejo Pontificio para los Laicos.
Por otra parte, los movimientos eclesiales son portadores de una pedagogía propia de la fe que conduce a sus miembros a un encuentro personal con Cristo y, al mismo tiempo, los impulsa al apostolado.
Un Movimiento eclesial se funda sobre un carisma originario recibido por un fundador en circunstancias históricas y modos determinados. Se trata, en efecto, de un carisma vocacional, que incita al cristiano a asumir compromisos de vida que abrazan la existencia entera y lo llevan a una donación personal a Dios.
Intentando ofrecer una definición de Movimiento eclesial, el entonces cardenal Ratzinger afirmaba que “los movimientos nacen en general de una personalidad carismática guía, se configuran en comunidades concretas que por la fuerza de sus orígenes reviven el Evangelio en su totalidad y sin titubeos reconocen en la Iglesia su razón ser, sin la cual no podrían subsistir”.
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