Primera parte
Nuevo bajo el sol
1. INNOVAR ES HUMANO
¿POR QUÉ NO PODEMOS ENCONTRAR EL ESTILO PERFECTO?
Para apreciar la necesidad humana de innovar, basta con ver cómo se esculpe el pelo la gente que nos rodea.
Ese mismo tipo de reelaboración se puede ver en todos los artefactos que creamos, desde las bicicletas a los estadios.
Todo lo cual plantea una pregunta: ¿Por qué siguen cambiando los peinados, las bicicletas y los estadios? ¿Por qué no encontramos la solución perfecta y nos atenemos a ella?
Y la respuesta es: la innovación nunca se detiene. No tiene que ver con lo perfecto, sino con lo siguiente. El hombre apunta hacia el futuro, y nunca hay un punto de equilibrio. Pero ¿por qué el ser humano es tan inquieto?
NOS ADAPTAMOS RÁPIDAMENTE
En cualquier momento, encontramos más o menos a un millón de personas que se reclinan en una butaca cómoda a miles de kilómetros por encima de la superficie del planeta. Tal ha sido el éxito de los vuelos comerciales. No hace mucho, viajar por el cielo era una aventura inconcebible, insólita y arriesgada. Ahora ni le prestamos atención: embarcamos como sonámbulos, y solo nos activamos si algo se interpone en la rutina de una deliciosa comida, asientos reclinables y las películas que pasan sin parar.
En una de sus actuaciones, el cómico Louis C. K. se asombra de hasta qué punto los viajeros ya no sienten ningún asombro cuando abordan un vuelo comercial. En ella encarna a un pasajero fascinado ante la perspectiva: «Y después subimos al avión y nos obligaron a estar sentados esperando en la pista durante cuarenta minutos. Tuvimos que seguir sentados.» A lo que Louis responde: «¿Ah, sí? ¿De verdad? ¿Y qué ocurrió después? ¿Salieron volando a través del aire, como un pájaro? ¿No es increíble? ¿Compartió el milagro del vuelo humano, usted, don cero a la izquierda?» Llama la atención a la gente que se queja de los retrasos. «¿Retrasos? ¿De verdad? De Nueva York a California en cinco horas. Antes se tardaban treinta años. Y además, te morías por el camino.» Louis recuerda su primera experiencia con wifien el avión, en 2009, cuando el concepto se dio a conocer. «Estoy sentado en el avión y una voz dice: “Abran sus portátiles, pueden conectarse a Internet.” Y es rápido, enseguida estoy viendo clips de YouTube. ¡Es increíble: estoy en un avión!» Pero unos momentos más tarde, el wifi deja de funcionar, y el pasajero que está sentado al lado de Louis se enfada: «¡Esto es una mierda!» Y Louis le dice: «Joder, ¿cuánto tiempo ha de pasar para que el mundo nos deba algo que hace diez minutos ni sabíamos que existía?»
¿Que cuánto tiempo ha de pasar? Muy poco. Lo nuevo se convierte rápidamente en lo normal. No hay más que considerar lo poco que nos llaman la atención los smartphones, pero hasta hace muy poco buscábamos monedas en los bolsillos, íbamos a la caza de una cabina telefónica, intentábamos coordinar puntos de encuentro y a veces no nos encontrábamos por errores de planificación. Los smartphones revolucionaron nuestras comunicaciones, pero la nueva tecnología se volvió básica, universal e invisible ante nuestros ojos.
Los últimos adelantos tecnológicos pierden su lustre rápidamente, y lo mismo se puede decir de las artes. El artista del siglo XX Marcel Duchamp escribió:
Dentro de cincuenta años habrá otra generación y otro lenguaje crítico, un enfoque completamente distinto. No, lo que hay que hacer es crear un cuadro que posea vida en tu época. Ninguna pintura tiene una vida activa de más de treinta o cuarenta años (...). Al cabo de treinta o cuarenta años, un cuadro muere, pierde su aureola, su emanación, llámalo como quieras. Y después se olvida o entra en el purgatorio de la historia del arte.1
Con el tiempo, incluso las grandes obras que conmocionaron al público acaban en algún lugar entre lo aceptado y lo olvidable. La vanguardia pasa a ser lo que ahora es normal. Pierde su cualidad de ruptura.
Esta normalización de lo nuevo sucede también con los planes más meditados de las corporaciones. Cada varios años, las empresas gastan grandes cantidades en consultores que les dicen que tienen que transformar lo que tienen; por ejemplo, abandonar la intimidad de los cubículos a favor de un espacio abierto. Como luego veremos, no hay ninguna respuesta correcta acerca de qué es lo mejor: lo que importa es el cambio. Los consultores no se equivocan, se trata simplemente de que los detalles de sus consejos no importan. La cuestión no es siempre encontrar una solución particular, sino la variación en sí.
¿Por qué los humanos se adaptan tan rápidamente a lo que nos rodea? Se debe a un fenómeno conocido como supresión por repetición. Cuando su cerebro se acostumbra a algo, cada vez reacciona menos cuando lo ve. Imagine, pongamos por caso, que se encuentra con un objeto nuevo, un coche sin conductor, por ejemplo. La primera vez que lo ve, su cerebro muestra una gran reacción. Está asimilando algo nuevo y dejando constancia de su existencia. La segunda vez que lo ve su reacción es menor. Ya no le interesa tanto como antes, porque no es ninguna novedad. La tercera vez, la reacción es aún menor. Y la cuarta todavía menor.
Cuanto más familiar nos resulta algo, menos energía nerviosa le dedicamos. Por eso la primera vez que vas en coche a un nuevo lugar de trabajo, tienes la impresión de tardar mucho tiempo. El segundo día parece un poco más cerca. Al cabo de un tiempo, llegamos enseguida. El mundo se va borrando a medida que se vuelve familiar; lo que estaba en primer plano pasa al segundo.
¿Por qué somos así? Porque somos criaturas que viven y mueren gracias a la energía almacenada en nuestros cuerpos. Enfrentarse al mundo es una labor difícil que exige sortear muchas cosas y utilizar una gran cantidad de capacidad cerebral, una empresa que consume mucha energía. Cuando hacemos las predicciones correctas, ahorramos energía. Cuando sabes que puedes encontrar bichos comestibles debajo de ciertos tipos de piedras, ya no tienes que dar la vuelta a todas. Cuanto mejores son las predicciones, menos energía nos cuestan. La repetición hace que nos volvamos más confiados en nuestras predicciones y más eficaces en nuestras acciones.
De modo que poder predecir las cosas tiene un componente atractivo (y útil). Pero si nuestro cerebro tiene que esforzarse tanto para que el mundo sea predecible, la pregunta inevitable es: si tanto nos gusta la predictibilidad, ¿por qué, por ejemplo, no sustituimos nuestro televisor por una máquina que emita un bip rítmico veinticuatro horas al día, de manera predecible?
La respuesta es que la falta de sorpresa es un problema. Cuanto mejor entendemos algo, menos esfuerzo dedicamos a pensar en ello. La familiaridad engendra indiferencia. Entramos en la fase de supresión por repetición y nuestra atención se desvanece. Por eso el matrimonio necesita estímulos constantes. Por eso solo te ríes una cantidad determinada de veces del mismo chiste. Por eso –por mucho que hayas disfrutado viendo las Series Mundiales– no vas a disfrutar viendo el mismo partido una y otra vez. Aunque la predictibilidad es tranquilizadora, el cerebro se esfuerza por incorporar nuevos hechos a su modelo del mundo. Siempre busca la novedad. Le entusiasman las actualizaciones.
Como resultado de nuestra maquinaria neuronal, las buenas ideas no siempre mantienen su lustre. Observemos la lista de los libros más vendidos del año 1945:
1. Forever Amber, Kathleen Winsor.
2. The Robe, Lloyd C. Douglas.
3. The Black Rose, Tomas B. Costain.
4. The White Tower, James Ramsey Ullman.
5. Cass Timberlane, Sinclair Lewis.
6. A Lion Is in the Streets, Adria Locke Langley.
7. So Well Remembered, James Hilton.
8. Captain from Castile, Samuel Shellabarger.
9. Earth and High Heaven, Gwethalyn Graham.
10. Immortal Wife, Irving Stone.
Fueron libros que atraparon la imaginación del público, pero es muy posible que usted no haya oído hablar de ellos. Recordemos que estos libros aquel año estaban en boca de todos. Los autores honraban las veladas con su presencia. Firmaron muchísimos ejemplares. Es de suponer que para ellos no habría sido un plato de gusto imaginar que algún día esos libros quedarían completamente olvidados.
Constantemente tenemos ansias de novedades. En la película Atrapado en el tiempo, Bill Murray, que encarna a un hombre del tiempo, se ve obligado a revivir un solo día una y otra vez. Enfrentado a ese bucle al parecer infinito, al final se rebela en contra de vivir el mismo día de la misma manera dos veces. Aprende francés, se convierte en un virtuoso del piano, se hace amigo de sus vecinos, defiende a los oprimidos.
¿Por qué nos ponemos de su parte? Porque no deseamos la predictibilidad perfecta, aun cuando lo que se repite resulte atractivo. La sorpresa siempre nos resulta atrayente. Nos permite escapar del piloto automático. Hace que prestemos atención a nuestra experiencia. De hecho, los sistemas neurotransmisores que participan en la recompensa van ligados al nivel de sorpresa: las recompensas que nos llegan en momentos regulares y predecibles producen una actividad mucho menor en el cerebro que las mismas recompensas cuando llegan al azar y en momentos impredecibles. La sorpresa gratifica.
Por eso los chistes poseen esa estructura. Nunca son dos tipos que entran en un bar, sino que siempre son tres. ¿Por qué? Porque el primero pone en marcha la acción, y el segundo establece ...