La polifonía de la creación
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La polifonía de la creación

Gramática de la vida

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La polifonía de la creación

Gramática de la vida

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Cuando uno se pone en marcha hacia Santiago de Compostela, al principio la cabeza sigue llena de los problemas de siempre, el corazón, de las dudas de siempre, la voluntad de los temores y las ansiedades de siempre, sólo es un día más de la serie de los días, un día como todo los días. Pero poco a poco, sin saber cómo, la cabeza, el corazón y la voluntad adquieren otro ritmo, el ritmo tranquilo del caminar, el ritmo de las cosechas, los bosques y los pájaros y la única preocupación es encontrar los indicadores, las marcas del camino, todo deviene camino.En La polifonía de la creación. Gramática de la vida, he querido ir repintando esas marcas, he intentado que ellas también cambien nuestro ritmo interior para poder ver y reconocerlas en el camino. A veces se indican con una teoría científica, a veces con una poesía, a veces con un planteamiento filosófico, en cualquier caso sólo son marcas, y luego, lo que pase al andar es cosa de cada uno, porque pensar no es sino ir haciendo camino. Lo importante es no perder el rumbo.

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Información

Año
2021
ISBN
9786078348947
II
Gramática de la vida: El yo en busca de sí mismo
En este segundo capítulo, me voy a centrar en lo que significa identidad para el ser humano, es decir, cómo se explica la vida del hombre. Para él construirse una identidad es un proceso muy complejo, y no tiene el éxito garantizado, por eso la vida del hombre puede aparecer como una tragedia. Vamos a observar más de cerca ese proceso de construcción de una identidad, para reconocer en él las señales que nos marquen el camino. Al igual que en el capítulo anterior, lo haremos a través de su actividad fundamental: el lenguaje, pero desde su constituyente más elemental: el significado.1 Éste, unido a su hermano mayor, el sentido, pues ambos conceptos son complementarios e inseparables.
El yo es una historia con sentido
De Sócrates a Kierkegaard, pasando por Stuart Mill, muchos pensadores han reconocido que si bien el permanecer en el ser es una tendencia básica de todo ser vivo, en el hombre esto no implica un vivir de cualquier modo, ni permanecer como cualquier cosa, sino seguir siendo lo que se es. Parece ser que cuando le preguntaron a Paul Valéry2 qué le gustaría ser si no fuese escritor, él respondió: “yo mismo, pero logrado” (moi même, mais réussi). En el caso del hombre, como en el de los otros seres vivos, la necesidad de mantener la identidad puede considerarse la definición del instinto básico de supervivencia, sin embargo, para él la permanencia no es puramente biológica. En la respuesta de Valéry hay algo más que ansia de subsistencia, hablar de “logro”, de “acierto”, conlleva la conciencia de la posibilidad del fracaso y, como consecuencia, la idea de que el vivir del hombre, en sentido estricto, exige una plenitud que tiene que ver con el “acertar”.3 El yo, condición de posibilidad y meta de esa “apuesta”, es un proyecto que puede realizarse a muchos niveles, tener éxito o no tenerlo, y adquirir infinitud de formas. El yo es, simultámente, meta y punto de partida y, por ello, también un arma de doble filo.
Probablemente, podemos considerar el yo, al igual que la ciencia, un invento del pensamiento occidental. Esta forma de entender la identidad, convierte la libertad en uno de los pilares de nuestra cultura. La idea del yo es, a mi entender, el gran descubrimiento de Occidente, un paso absolutamente necesario en el desarrollo del conocimiento que el hombre tiene de sí mismo. La comprensión de todo ser humano como un “sí mismo” –por mucho que la importancia del entorno social e histórico sea incuestionable–, la idea de un ser cuya vida es su responsabilidad y producto de su actuar, y de un mundo cuyo orden forma parte también de ese orden individual, y conlleva en consecuencia también responsabilidad, es justamente la gran diferencia de la cultura occidental con otras culturas y, a mi entender, su gran ventaja.4 Esto ha hecho posible el culto a la libertad, que poco a poco va siendo difícil de negar a todos los individuos, aunque ciertamente nuestros poderes fácticos, antes y ahora, la pongan continuamente en cuestión y en peligro. Sin embargo, como suele suceder, la gran ventaja de nuestra forma de ver el mundo se convierte en nuestro gran problema. Fundamentalmente a lo largo de los siglos XIX y XX, aunque los síntomas de la “enfermedad” sean anteriores, el yo se convierte en un grave problema para sí mismo. El propio Valéry reconoce que se le escapa:
Tarde, esta noche, brilla más sencillamente este reflejo de mi naturaleza: horror instintivo, desinterés por esta vida humana particular […] me estremezco de asco y la inquietud más grande se puede mezclar dentro de mí con la certeza de su vanidad, de su necedad, con la conciencia de ser la víctima y el prisionero de lo que me sobra, encadenado a lo que sufre, espera, implora, se flagela junto a mi fragmento puro. ¿Por qué me devoras si ya he previsto tu diente? Mi idea más íntima es la de no poder ser ése que soy. No me puedo reconocer en una figura finita. Y “YO” huye siempre de mi persona, cuyos contornos fija sin embargo en la huída.5
¿Por qué Valéry siente que ese “sí-mismo”, del que no puede prescindir, sin embargo le limita? La filosofía occidental nace del socrático conócete a ti mismo y se convierte en un pensar sobre el individuo y la libertad y, sin embargo, desemboca en el ennui (aburrimiento), que Aragón describe como una duplicación fantasmagórica de un yo que no siente ya su propia vida, ausente de su acción, convertido en fantasía.6 La reflexión se ha convertido en un proceso destructor del mundo y del propio yo.7 Este ya no se entiende como el principio explicativo de todo saber, sino como un conjunto de casualidades sin sentido. Como dice Peter Bürger, “entre los términos claves de la Posmodernidad es tal vez el de la muerte del sujeto el más inquietante, pues parece poner en tela de juicio eso de lo que más dependemos, la identidad de nuestro yo”.8 ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo es posible pasar, dentro de una misma cultura y partiendo de los mismos principios, del yo entendido como punto de partida para el conocimiento y desarrollo individual, a un yo que, a fuerza de no poderse definir, se ataca a sí mismo?
¡soy la herida y el cuchillo!
¡soy la bofetada y la mejilla!
Soy los miembros y la rueda,
y la víctima y el verdugo!
Soy de mi corazón el vampiro,
Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
Y que no pueden ya sonreír.9
¿Qué le ha sucedido al yo para pasar de ser condición de vida y desarrollo a ser su principal impedimento? Esta situación ha provocado que se acuse a Occidente de haber construido un pensamiento individualista donde finalmente ninguna sociedad, ni siquiera el propio individuo puede desarrollarse. ¿Es eso cierto?
El problema del sin-sentido
Cuando Virginia Wolf, preparando una conferencia sobre las mujeres y la novela se pregunta en qué consiste la verdadera literatura –a través de la pregunta de por qué no escriben las mujeres y si es que la literatura tiene acaso que ver con el sexo–, llega a la conclusión de que la verdadera creatividad sólo se da en mentes andróginas, que de algún modo han superado el yo (y su carácter sexuado), “que traba y ciega el manantial de la energía creadora y lo reduce a límites estrechos”:
El hombre desafiado, aunque no sea más que por unas cuantas mujeres de sombrero negro, reacciona, de manera un tanto excesiva. Sobre todo, si es la primera vez en la Historia. Eso, tal vez, explica ciertas características que recuerdo haber encontrado aquí, pensé, tomando la reciente novela del señor A., que está en la plenitud de su vigor y que les agrada tanto a los críticos. La abrí. En verdad, era delicioso volver a leer lo escrito por un hombre. Era tan directo, tan de frente, después de lo escrito por las mujeres. Indica tal independencia de espíritu, tanta libertad personal, tal confianza en sí mismo. Se sentía un bienestar casi físico ante esa mente libre, bien alimentada, bien educada, que nunca había sido torcida o contrariada, que había gozado de plena libertad desde que nació para estirarse como quisiera. Todo eso era admirable. Pero al cabo de un capítulo o dos una sombra pareció tenderse sobre la página. Era una raya bifurcada y oscura, una sombra de forma parecida a la palabra “yo”. No es que ese “yo” no fuera un “yo” de lo más respetable, honrado y consecuente, puro como una nuez, pulido por siglos de buena educación y buena comida. Desde el fondo del corazón respeto y admiro ese “yo”. Pero […] lo peor es que a la sombra de la palabra “yo”, todo es informe como la niebla […] nada puede crecer ahí […] Parecía que en la mente del señor A., hubiera algún obstáculo, alguna traba que cegara el manantial de la energía creadora y lo redujera a límites estrechos.10
Cuando el yo deja de ser la determinación que acompaña a todas mis representaciones (Kant)11 para convertirse en el lugar donde se dan todas mis representaciones y, poco a poco, en la posibilidad y definición de lo cognoscible, las estrechuras de lo humano empiezan a hacerse irrespirables. Interpretado como algo aislado y diferente del resto del universo, el yo se aprisiona a sí mismo en un torbellino que, como vamos...

Índice

  1. 1ª de forros
  2. Portadilla
  3. Contenido
  4. Agradecimientos
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. ¿Qué es la vida?
  8. Gramática de la vida: El yo en busca de sÍ mismo
  9. El yo y el Universo
  10. A modo de conclusión
  11. Bibliografía
  12. Sobre la autora
  13. 4ª de forros