José
El asalto al Campoamor
Le Verdon sur Mer. 4:40 am. 7 de julio. 1937
Cuando alcanzó, jadeando, lo alto de la cuesta pudo ver por fin el puerto. A su izquierda parpadeaban intermitentes los destellos del cercano faro de Grave. El cielo estaba despejado y la noche de verano llena de estrellas.
Aún le costaba creer lo que -hacía apenas quince minutos- le había dicho Ramón; pero debía de ser verdad. No había otra explicación. A sus pies el muelle estaba vacío. Ni rastro del Campoamor.
Abajo, un grupo de cinco o seis personas que habían llegado antes discutían junto a un noray. Faltaba todavía más de hora y media para que comenzara a clarear y en la distancia apenas se vislumbraba la escollera. Le costó reconocer en el grupo a dos marineros y a Marcos, el engrasador gallego. El resto debían de ser vigilantes del puerto.
El efecto del alcohol había desaparecido totalmente con la carrera. Qué cabrón el capitán Pineda. Jamás hubiera pensado que fuera capaz de hacer algo así. Ramón le había dicho que Manuel, cuyo cumpleaños habían celebrado, estaba también en el ajo.
Su primera reacción cuando Ramón lo encontró en los bancos detrás de la brasserie, fumando y tratando de desembarazarse de una puta francesa con la que no conseguía entenderse, fue pensar que se trataba de una broma; pero resultaba que no. La evidencia estaba ahí. O mejor dicho, no estaba.
¿Qué iría a pasar a continuación?
Los destellos del faro de Grave continuaban intermitentes. Rítmicos.
Dos petroleros vascos. Las joyas de la corona
La creación de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima, más conocida como CAMPSA, había sido una de las apuestas fuertes del dictador Miguel Primo de Rivera. El mismo Primo de Rivera los restos de cuyo hijo comparten cripta -aunque dicen ahora que por poco tiempo- con los de Franco en el Valle de los Caídos.
El objetivo era limitar la importancia de las empresas extranjeras (inglesas y estadounidenses, sobre todo) y asegurarse el control de los recursos energéticos por medio de una compañía española en la que tuviera presencia el Estado. Aun así, para que la participación de éste dejara de ser minoritaria hubieron de pasar cuarenta años.
Con ese propósito -y el de garantizar los medios necesarios para la importación del crudo- en la segunda mitad de los años 20 CAMPSA había encargado la construcción de una serie de barcos a Euskalduna (formalmente, Compañía Euskalduna de Construcción y Reparación de Buques) en su astillero de Olaveaga. En aquel contrato destacaba sobre lo demás la construcción de dos enormes petroleros de 10.000 toneladas de peso muerto cada uno. Las embarcaciones más grandes que se habían construido hasta entonces en España. El encargo incluía otros buques, pero aquellos eran la joya de la corona. Iban a recibir los nombres de Campoamor y Campeador.
El primero en ser construido fue el Campoamor. Lo botaron el 21 de octubre de 1930 y fue entregado a los armadores el 15 de enero siguiente. Apenas tres meses antes de la proclamación de la República.
Los barcos eran gemelos. Magníficos. Tenían 143 metros de eslora y casi 18 de manga. Su dotación requería una tripulación de 44 hombres (solo la sala de máquinas necesitaba 17, entre oficiales, asistentes, electricistas, fogoneros y engrasadores).
Existe una maqueta del Campoamor que actualmente se expone en el Museo Marítimo de Cantabria.
La entrega del Campeador se demoró más, y los dueños tuvieron que esperar hasta julio de 1932.
La guerra del combustible
Cuando Primo de Rivera fundó CAMPSA integró en ella a Petróleos de Porto Pi, una empresa recién creada por un mallorquín banquero y contrabandista que había pretendido a través de ella hacer negocios con el petróleo ruso. Su fundador iba a tener más tarde una importancia decisiva en el triunfo de la sublevación militar y en la evolución de los acontecimientos posteriores. Se llamaba Juan March. Entre otras cosas March había creado también la Compañía Trasmediterránea, fundado -con apoyo de Primo de Rivera- la Banca March y suministrado bajo cuerda armas a Abd-el-Krim, el militar rifeño que en 1921 había infligido al ejército español una trágica y humillante derrota. Lo que la historia conoce como el desastre de Annual.
March era también diputado y llevaba conspirando en Biarritz desde mucho antes de julio de 1936. Colaboró desde el minuto cero en la organización y financiamiento del golpe de Estado; fue él, de hecho, quien alquiló el Dragon Rapide que trasladó hasta Marruecos a Franco para colocarlo al frente de la sublevación contra la República.
Pero para comprender mejor la situación resulta útil dar dos pasos atrás y ampliar el foco; ¿qué es lo que estaba suc...