La razón de mi vida
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La razón de mi vida

Eva Perón

  1. 182 páginas
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La razón de mi vida

Eva Perón

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"Leer o releer este libro es, sin duda, siempre, una buena idea.La razón de mi vidaes una proclama del amor más sublime, unido a una clara concepción sobre el poder. El de Evita pueblo, Evita combatiente, Evita compañera, ¡Santa Evita!Un destello hacia el refulgente esplendor de la eternidad" (Mónica Litza).LaColección Cabecita Negrase propone poner al alcance del público lector textos fundamentales del recorrido argentino político, social, cultural y económico cuyo propósito haya sido -y sea todavía hoy- contribuir para mejorar la vida de las mujeres y los hoombres que integran esa secreta intimidad llamada pueblo.

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SEGUNDA PARTE
LOS OBREROS Y MI MISIÓN
XIX

LA SECRETARÍA

Casi toda mi labor social se desarrolla en la Secretaría de Trabajo y Previsión, de la que ocupo un pequeño sector; y atiendo mi trabajo en el mismo despacho que tuvo el coronel Perón desde 1943 a 1945.
Todo esto tiene un significado muy especial.
Aun cuando la Constitución Justicialista convirtió a la Secretaría en Ministerio de Trabajo y Previsión, los obreros la siguen llamando como en los tiempos del coronel: la “Secretaría”. Y yo nunca la llamo tampoco Ministerio.
Este simple detalle indica que el pueblo siente allí todavía la presencia de Perón.
Allí entró en contacto con el pueblo su personalidad vigorosa de conductor. Allí convenció a los primeros discípulos. Allí gozó de los primeros éxitos. ¡Allí confirmó su decisión irrevocable de servir al pueblo con todas sus energías y por sobre todo sacrificio!
Para todos nosotros él está siempre en la vieja “Secretaría” como en las horas de sus más intensas luchas.
No fue por sensiblería romántica que elegí trabajar allí.
Fui a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ella podía encontrarme más fácilmente con el pueblo y con sus problemas; porque el ministro de Trabajo y Previsión es un obrero, y con él “Evita” se entiende francamente y sin rodeos burocráticos; y porque además allí se me brindaron los elementos necesarios para iniciar mi trabajo.
Allí recibo a los obreros, a los humildes, a quienes me necesitan por cualquier problema personal o colectivo.
Los funcionarios de la casa colaboran conmigo en la solución de los problemas gremiales, reuniendo todos los antecedentes, examinándolos en sí mismos y en sus repercusiones económicas y sociales.
En cuanto a mis trabajos de ayuda social los cumplo también en la Secretaría, pero en esta actividad el personal de la casa interviene solamente en algunos detalles relacionados con los pedidos de audiencia.
Los problemas del movimiento político femenino no ocupan mi tiempo en la Secretaría, ya que prefiero atenderlos en la sede central del Partido Peronista Femenino o en nuestra residencia privada.
La atención de los obreros me lleva casi todo el tiempo de mis audiencias y de mi trabajo en la Secretaría. Esto resulta una exigencia propia del movimiento Peronista, cuya historia y cuya realización han sido cumplidas gracias al apoyo total de los trabajadores organizados de mi país.
Suelo oírle decir al presidente que los gobiernos y los Estados van pasando de la época en que todo se decidió en función de organizaciones políticas a la época en que todo se decide en función de las organizaciones sociales.
Y el gobierno peronista, inspirado por su conductor, trata de adelantarse al tiempo y se apoya cada vez más en las organizaciones sindicales.
Yo pienso, inspirándome en ese concepto visionario de Perón, que el pueblo está casi siempre más representado hoy por sus organizaciones gremiales que por sus partidos políticos.
Los partidos políticos caen frecuentemente en poder de círculos cerrados de dirigentes que se sostienen en sus cargos gracias a negociaciones y componendas no siempre claras. Esto no ocurre en las organizaciones sindicales, cuyos dirigentes deben vivir en contacto con la masa que representan si no quieren desaparecer del escenario directivo.
En mi experiencia de cuatro años yo puedo decir, con toda franqueza, que los dirigentes gremiales conocen mejor la realidad popular que los dirigentes políticos.
Y, en honor a la verdad, debo decir también que los dirigentes políticos superan a los gremiales solamente cuando saben mantener contacto honrado con las organizaciones sindicales. Y al hablar de contacto honrado me refiero al que mantienen aquellos dirigentes políticos que trabajan lealmente por la causa de los trabajadores sin la oculta o manifiesta intención de utilizarlos como un medio de sus ambiciones personales.
En la Secretaría he aprendido todo cuanto sé de sindicalismo y de problemas de trabajo.
Allí encontré todo en marcha; un estilo y una técnica para tratar y resolver los problemas gremiales: el estilo y la técnica del coronel Perón. Yo no he hecho otra cosa que seguir sus huellas guiada por su ejemplo y muchas veces he recurrido a su consejo de maestro y conductor.
Así solamente me ha sido posible conseguir que la Secretaría siga siendo la casa de los trabajadores argentinos como la concibió y la realizó el coronel Perón en los primeros días de su lucha.
XX

UNA PRESENCIA SUPERIOR

Desde el mirador de la Secretaría se ve todo el panorama sindical argentino. Yo, que lo he visto en 1944 y en 1945 desde un rincón del mismo despacho que hoy presido, cuando el Coronel Perón solía permitirme que le viese trabajar, yo solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado todo en este sector de mi Patria.
Hasta 1943 las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina y la técnica de los demás países del mundo.
La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir extranjeras en todas las Patrias y para todos los pueblos, porque cuando una cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país de origen.
Los dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinas habían sido formados en aquella doctrina y les había sido enseñada solamente aquella técnica.
No diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeré en el error de pensar siquiera que no representaron legítimamente a sus compañeros. Por el contrario, creo que cumplieron honradamente lo mejor que pudieron con la masa que en ellos depositó su confianza. ¡O su desesperación! Porque, frente al egoísmo brutal de la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía tener la masa obrera al elegir sus dirigentes? Por eso, muchas veces prefirió elegir a quienes proponían soluciones teóricamente más radicales y extremas, en vez de otorgar un mandato a quienes hubiesen podido exigir y alcanzar algún beneficio práctico e inmediato, aunque fuese mínimo.
Así se explica que, elegidos por la desesperación de una masa obrera sufriente y exaltada por el oído, aquellos dirigentes gremiales, impotentes para dar satisfacción a sus representados, se viesen obligados a desviar la atención de la masa hacia problemas de política internacional en propaganda lírica de doctrinas ajenas a las necesidades apremiantes y reales del pueblo.
Pero el gran defecto de aquellos dirigentes no fue esto que al fin de cuentas casi se vieron obligados a hacer. El gran pecado fue que muchas veces pensaron, hablaron y actuaron en un idioma extranjero frente a sus compañeros, dando la espalda a la realidad casera. No se dieron cuenta —porque no creo que obrasen de mala fe, por lo menos en su mayor parte— que el problema de los obreros argentinos no tenía sino muy poco que ver con el problema de los trabajadores de los viejos países del mundo, superpoblados, sin ninguna clase de reservas económicas.
No midieron bien la realidad argentina.
Algunos, tal vez los más altos dirigentes de aquellos tiempos, no procedían, sin embargo, de buena fe.
Así como reconozco que la mayoría actuaba con un alto espíritu sindical, debo decir también que algunos eran traidores de la masa obrera.
Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores argentinos.
Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en oscuro maridaje, con la más rancia oligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y del capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron la destrucción del líder en 1946.
Con esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas y socialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí mismos dirigentes “del pueblo”.
Así se explica también por qué durante tantos años los trabajadores argentinos no vieron avanzar a sus organizaciones sino a pequeños pasos y esto, muy de vez en cuando, y con sangrientos y dolorosos sacrificios.
Pero no es de aquellos falsos dirigentes obreros, que ahora están definitivamente aliados con la oligarquía, de los que quiero hablar. Es de los otros, de los de buena fe y verdadero espíritu sindical de quienes quiero escribir una página más.
Ya he dicho que hasta 1943 vivían una doctrina y una técnica de lucha. Ellos creían firmemente que “eso” era el mejor y aun el único camino para llegar al bienestar soñado. Solamente cuando Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, les habló de otra técnica empezaron a darse cuenta del error en que habían perdido muchos años y tantos esfuerzos.
Al principio el coronel los desconcertó.
Cincuenta años habían estado oyendo hablar a los altos líderes en contra de la Patria, y como consecuencia en contra del Ejército. ¡Y ahora un militar, un “oscuro coronel” —dijo la oligarquía— pretendía enseñarles cuál era el camino de la justicia y de la felicidad!
Para colmo, el nuevo líder les hablaba del espíritu y de sus valores, no les predicaba la lucha entre el capital y el trabajo sino la cooperación, y aun les decía que era necesario poner en la práctica los viejos p...

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