Esferas II
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Esferas II

Globos. Macrosferología

  1. 928 páginas
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Esferas II

Globos. Macrosferología

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Si el primer volumen de la trilogía Esferas, titulado Burbujas, trata de las microsferas –de que el individuo desde el estadio de feto hasta la niñez nunca está solo, sino que siempre incluye al otro y se orienta de acuerdo con él–, con el segundo volumen de Esferas, titulado Globos, se recorre una historia del mundo político basada en las imágenes rectoras morfológicas de la esfera y del globo. Peter Sloterdijk muestra que todas las manifestaciones con respecto a la globalización están aquejadas hasta ahora de miopía. Para él, la globalización comienza con los griegos, quienes ya representaron el universo mediante la imagen de la esfera. Ésta también se encuentra en la base de las representaciones de orden de los imperios premodernos. Con el descubrimiento de América y las primeras circunvoluciones terrestres, aparece en su lugar el globo. Esta segunda globalización es sustituida por una tercera, dado que la virtualidad general de todas las relaciones conduce a una crisis de espacio. El autor narra, así, la verdadera historia de la globalización: desde la geometrización del cielo en Platón y Aristóteles hasta la circunvolución de la última esfera, la tierra, por barcos, capitales y señales. Peter Sloterdijk emprende aquí, por tanto, la tarea de poner al descubierto los fundamentos filosóficos de la historia política de los últimos dos milenios y medio.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2014
ISBN
9788416120338
Edición
1
Categoría
Filosofía
Capítulo 1
Aurora de la lejanía-cercanía
El espacio tanatológico, la paranoia, la paz imperial
Toda historia es la historia de las relaciones de animación*: así lo habíamos formulado en la Introducción al primer volumen de este ensayo62. Los análisis microsferológicos muestran el alcance de esa tesis. Abarca una plétora de relaciones bipolares y pluripolares en el interior de espacios íntimos de resonancia, en los que los seres humanos se provocan y recrean mutuamente. Bajo la imagen de la burbuja –de ese mundo pequeño, de paredes delicadas, terso por una suave presión interior– hemos explicitado formas microsféricas, describiéndolas detallada, aventurada, en cierto modo extravagantemente, tanto como lo permitía la naturaleza inobjetiva o semiobjetiva de esas configuraciones. Así conseguimos hacer luz en los microcosmos constituidos simbiótica, coexistencial, bipolar, multipolarmente, prescindiendo provisionalmente de su inclusión en estructuras más amplias y de su potencial de crecimiento. Sólo se hicieron meras alusiones a la dinámica de transferencia o trasplante de situaciones primarias. El resultado del primer volumen fue el reconocimiento de que sólo es lícito utilizar la palabra microcosmos para parejas, no para individuos: lo que significa, desde luego, una ruptura clara con la tradición metafísica. Toda historia es la historia de las animaciones que surgen del reparto y compartición a dos del espacio.
Ahora es el momento de seguir desarrollando la tesis, demasiado compacta, de que, en verdad, toda historia es la historia de luchas por la ampliación de esferas63. Lo que tradicionalmente se ha llamado lo anímico es la dimensión en la que se experimenta la tensión entre lo íntimo y lo no-íntimo. Se podría reproducir la tendencia del psiquismo metafísico con la fórmula parafreudiana: donde había alma de pareja ha de llegar a haber alma de mundo. Esta advertencia contiene el pathos de la filosofía clásica. El concepto de alma de mundo encierra la admonición categórica de concebir todas las cosas y efectos que existen y se producen en el exterior de modo que puedan ser entendidos en cada momento como elementos de un interior ampliado. Ya se adivina desde ahora que este programa equivale a la exigencia de extender la simbiosis madre-hijo, por medios geométricos, hasta los confines del mundo. La capacidad para tales extensiones es el núcleo de lo que tradicionalmente se designa como «creencia».
Sólo se producen ampliaciones si previamente algo exterior puede ser asumido por una esfera más pequeña y permite que se lo reinterprete en ella como un factor determinante de su fuerza expansiva y de su abovedamiento peraltado. Para que esta imagen resulte plausible, habría que familiarizarse con la idea de que las esferas son, por decirlo así, configuraciones capaces de aprender, sistemas de inmunidad en ejercicio y receptáculos con paredes crecientes. Sólo cuando la inteligencia común a los participantes no se paraliza por catástrofes esféricas, sino que éstas la incitan, más bien, a llevar a cabo las reparaciones oportunas, aquello que normalmente habría de conducir a la muerte de una esfera puede resultar efectivo como estímulo para su crecimiento. Veremos que ya la simple reproducción de esferas vivientes no puede suceder sin una inteligencia reparadora primaria: los seres humanos viven continuamente bajo el riesgo de ser separados con violencia o por medio de la muerte de aquellos que les eran más cercanos, y los que han quedado atrás, en los pequeños y primarios mundos humanos, se encuentran, desde siempre, en medio del aprieto de tener que buscar un espacio para su tener-que-continuar-viviendo sin sus complementadores más importantes. El espacio humano surge por la vacuna de la muerte.
Si los seres humanos no poseyeran la capacidad terrible y admirable de superar la muerte de los próximos, y no fueran capaces de llenar o encubrir por medio de configuraciones sustitutorias el vacío dejado por los desaparecidos, ningún individuo podría jamás ser alguien que muere solo; nadie iría nunca a la muerte sin compañía; la muerte del uno insustituible supondría también la muerte del otro aliado. Sería imposible que en esas condiciones de muerte se pusiera en marcha la tradición cultural como sustitución creadora, y nunca la trascendencia del otro se convertiría en experiencia íntima, dado que en tales circunstancias no habría nada insustituible que sustituir.
Llaves-amuleto de plata, siglo XVIII.
Se convierte en individuo quien queda marcado por la desaparición del otro insustituible. El núcleo irreductible de lo que llamamos individualidad está en el hecho de que normalmente tampoco los aliados íntimos mueren al mismo tiempo. Llegar a ser un individuo en una sociedad de individuos significa, por tanto, acomodarse al hecho de ser abandonado por los otros insustituibles que mueren primero. De ahí proviene lo que puede llamarse la dureza o el temple fundamental de los individuos maduros. Funciona como aislamiento frente a tentaciones simbióticas de proximidad. Los motivos por los que las sociedades humanas ven mal o prohíben la muerte de amor son buenos motivos sistémicos (en caso de que los motivos sistémicos puedan ser buenos), porque denuncian la traición que hacen al destino universal humano los que mueren unidos: mientras que todos los individuos corrientes han de llevar hoy la vida de alguien que mañana podría ser abandonado, los cómplices de una muerte de amor atentan contra la ley que dice que tampoco los aliados íntimos conjuran lo temporal sincrónicamente. (Al poner de relieve esta ley, que de otra suerte se mantiene latente por todas partes, James Cameron consiguió el arrollador éxito emotivo de su película Titanic, pues con la historia de Jack y Rose –«nada en el mundo podía separarlos»– logró reafirmar la muerte de amor, eludiendo a la vez su sincronía; Isolda sobrevive a Tristán ochenta años. ¡ésa es la consumación por antonomasia del sueño de amor americano y moderno: se quiere a la vez el amour fou y la supervivencia total!) Quienes mueren realiter juntos no se solidarizan con el esfuerzo fundamental del que cada individuo parece ser deudor del mundo compartido, sin que le haya sido declarado como mandamiento explícito: el de soportar el peso del mundo aun cuando le haya dejado sólo con la carga el coportador más importante.
James Cameron, Titanic, muerte de amor, 1997.
La individualización más esencial depende del entrenamiento a ser-abandonado por los más próximos, del mismo modo que la cultura sólo se produce cuando funciona como escuela preparatoria de la permanencia aquí tras la muerte de los maestros. (La mayoría de las veces esto se discute bajo la rúbrica de herencia, que acentúa la transmisión positiva; pero del mismo modo podría concebirse bajo el punto de vista del quedar-abandonado, diciendo: el que queda está condenado a la recepción.) El yo no surge por un reflejo especular ilusorio, como seductora y equivocadamente ha enseñado Lacan; adopta, primero, una figura autorreferente por la anticipación de orfandad y viudedad; se afirma a sí mismo en tanto abandonado y abandonante. El yo es el órgano del preabandono y de la predespedida64. Dado que ese contar con que va a ser abandonado, constitutivo del yo, es esencialmente de naturaleza anticipadora, protege frente a irreparables catástrofes de separación a aquellos que se han dado cuenta de que van a quedarse atrás y solos algún día65. Lo que se llama individuación es la orientación anticipadora a un estado que en ocasiones aparece descrito así en lápidas francesas: Un seul être vous manque, et tout le monde est dépeuplé. Para que el mundo entero parezca despoblado basta que te falte una sola persona. Si vuelve a producirse la repoblación del mundo, la vida abandonada no puede obstinarse en permanecer unida a la parte perdida. Digamos, pues, que hay que ejercitarse en la pérdida antes de que ésta supere al perdedor.
Medallón funerario de Thomas de Marchant et d’Ansembourg (muerto en 1728) y su mujer Anne Marie de Neufonge (muerta en 1734), Tutange, Luxemburgo.
Si no se quiere que su pérdida lleve al que se queda a petrificarse en su obstinación, la parte más importante de todo duelo ha de ser consumada antes de la muerte del otro esencial. El pre-duelo se manifiesta como distancia. En el amour fou se ignora esa despedida previa, como si los unidos quisieran negar anticipadamente cualquier posibilidad de separación para siempre. Se hacen cómplices recíprocamente en el propósito de no dar al otro oportunidad alguna de sobrevivir al compañero íntimo.
Anillos para evitar la separación.
Pero si los amenazados por el vacío humano, los supervivientes de los muertos esenciales, están en condiciones, con todo, de ingresar en tradiciones es porque siguen el imperativo de sustituir a sus grandes ausentes: aquellos en los que primero confiaron y aquellos de los que recibieron el saber. Quien se mantiene preparado para esta sustitución está dispuesto a asumir su parte del peso del mundo. Si el mundo resulta pesado no es sólo porque en la época histórica la mayoría de los seres humanos han de esforzarse mucho para ganarse la vida; cuando con mayor precisión se nota la pesantez es cuando los seres humanos se inclinan para permitir que se les cargue con la tarea de asumir el lugar de otros insustituibles.
¿Cómo, pues, pueden crecer las esferas? ¿De qué modo aprenden pequeños pueblos, hordas, familias, parejas, mundos íntimos a sobreponerse a sus catástrofes, a sus escisiones, a las amenazas de ser avasallados por fuerzas explosivas tanto internas como externas? ¿Cómo es posible que no todos los grupos desafiados y vencidos se desvanezcan en silencio en lo no-histórico, y que algunos de ellos saquen fuerzas de flaqueza para asimilar lo que normalmente sólo produce destrucción? ¿Qué clase de cambio en su modo de vida llevan a cabo las pequeñas comunidades humanas cuando consiguen soportar lo insoportable más allá de la medida normal? ¿Qué sucede con los unidos cuando consiguen imponer su supervivencia frente a pérdidas insustituibles? ¿Cómo aprenden a concentrarse así en sí mismos, a superarse, a endurecerse así, a comprometerse de tal modo con una visión de sí mismos que son ellos mismos los que se convierten, más bien, en fuerzas del destino para otros, en lugar de soportar el destino condicionados por circunstancias externas?
Cualesquiera que sean las respuestas a estas preguntas, han de tener inevitablemente una implicación morfológica y un sentido inmunológico y esferológico (y eo ipso uno uterotécnico) mediado por ella. De lo que se trata en cada caso es de aclarar cómo los grupos humanos soportan sus crisis de forma con relación a fuerzas exteriores y tensiones internas.
Las microsferas crecen hasta convertirse en macrosferas en la medida en que consiguen incorporar las fuerzas exteriores estresantes en su propio radio. Se podría describir, por tanto, el crecimiento de las esferas como un derrotero de estrés en cuyo transcurso se llega a neutralizar lo exterior asimilándolo al interior esférico. Son sobre todo estresores protopolíticos del tipo de los enemigos y extraños, estresores psicológico-sociales como las depresiones colectivas y estresores mentales como lo monstruoso y la idea de infinito los que han de ser integrados antes de que una pequeña unidad etnosférica se pueda desarrollar hasta convertirse en una forma de mundo de tipo superior.
Un grupo que hubiera atraído hacia su interior toda desmesura esencial, y en cierto sentido la hubiera superado o cercado, habría crecido hasta convertirse en un imperio o en una macrosfera altamente cultural. Por eso, sólo puede hablarse de una forma auténticamente macrosférica cuando también lo grande y lo máximo manifiestan carácter de mundo interior. En una gran esfera que se asemeje a un mundo interior la voluntad de poder ha de ser coextensiva con una voluntad de animación del espacio total. Por lo que podemos ver, tales espacios con carácter de mundo interior sólo han sido pensados y desarrollados con toda consecuencia en las tres grandes culturas de la Antigüedad: en China, en India y en Grecia, es decir, en aquellas culturas que por un consenso escolástico, relativamente grande, pasan por ser los tres lugares d...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Cita
  5. Contenido
  6. Mosaico
  7. Prólogo: Idilios intensos
  8. Introducción: Geometría en lo inmenso. El proyecto de la globalización metafísica
  9. Acceso
  10. 1 Aurora de la lejanía-cercanía
  11. 2 Recuerdos-receptáculo
  12. 3 Arcas, murallas de ciudad, fronteras del mundo, sistemas de inmunidad
  13. 4 El argumento ontológico de la esfera
  14. 5 Deus sive sphaera o: El Uno-Todo que estalla
  15. 6 Antiesferas
  16. 7 Cómo a través del medio puro el centro de las esferas actúa en la lejanía
  17. 8 La última esfera
  18. Créditos de las ilustraciones