La meditación y el arte de cuidar abejas
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La meditación y el arte de cuidar abejas

Una forma de vivir

  1. 148 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La meditación y el arte de cuidar abejas

Una forma de vivir

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Información del libro

En estos tiempos en los que la población de abejas mundial está sufriendo un descenso inexplicable, Mark Magill recomienda extraer lecciones de vida del arte de la apicultura.A partir de la observación del comportamiento de las abejas y de su experiencia como apicultor, el escritor y profesor de meditación Mark Magill nos ofrece una serie de lecciones espirituales y medioambientales que ayudarán a los lectores a experimentar la tranquilidad y el sencillo placer de observar e interactuar con la naturaleza.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2016
ISBN
9788416749690
Edición
1

CAPÍTULO 1

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PRIMAVERA

El hielo del estanque adelgaza. No durará mucho. Los últimos parches de nieve se conservan solo en las umbrías de la vertiente norte de las montañas. Los campos de cereales, salpicados de pardos penachos, se tiñen tímidamente de verde. Un solo día tibio bastará para que el invierno se bata por fin en retirada. En el interior de la colmena, las abejas ya están listas para salir veloces de su largo encierro. Desde que el frío empezó a mitigar, la reina ha ido añadiendo mil abejas más a sus filas día a día, en preparación para la llegada de la primavera. Pronto florecerán los campos y dará comienzo la dulce invasión de las abejas.
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Un panorama revuelto
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—¿Piensas traernos unos cuantos tarros este otoño?
Buddy Dial y su hermano Bill tenían cerca de mi finca un puesto de productos agrícolas donde hacían acopio de la miel de los alrededores, incluida la suya propia. Yo cosechaba todos los octubres cuando las heladas habían acabado con las flores. Le llevaba unos cuantos tarros a Buddy solo por tener un aliciente mayor. Además de miel, Buddy vendía calabazas, manzanas y árboles de Navidad en noviembre y diciembre.
—Demasiado pronto para saberlo —repuse.
Llevaba tres inviernos seguidos perdiendo colmenas. Cada primavera me tocaba empezar con abejas nuevas. Las cosas no eran fáciles. Había que contar con los parásitos y con la dureza de los inviernos. Y también con los osos. Pero aún faltaba mucho tiempo para que surgiera el extraño problema del colapso de colonias.
—He oído decir que Bill Blanchard ha tirado la toalla —me dijo Buddy.
Bill Blanchard se dedicaba a la apicultura comercial y tenía las colmenas en las tierras llanas junto al río. Surtía al supermercado local de una selección de tarros de tres cuartos de kilo.
—Los osos y los parásitos se lo han puesto imposible —prosiguió Buddy.
Año tras año, los osos se iban haciendo más atrevidos. En los viejos tiempos como mucho se divisaba alguno en las cumbres. Mi amigo Roy Kaiser llevaba cuarenta años trabajando el campo y aseguraba no haber visto un oso vivo jamás. Ahora se dedicaban a robar desperdicios de los porches de las casas. En una noche podían arrasar un apiario y por la mañana solo quedaba un rastro de destrucción.
¿Qué va a hacer Bill? —pregunté.
—Ha vendido sus trastos a una gente del sur. Y ha conseguido trabajo en la fábrica de piensos, donde está de capataz un cuñado suyo —dijo Buddy.
Mi oficio principal es escribir, las abejas nunca fueron más que un complemento y, sin embargo, pese a las dificultades, me resistía a abandonarlo.
La situación no siempre había sido tan mala. Los hermanos Dial tenían unas treinta colmenas. Yo solía trabajar más o menos con diez. Bill Blanchard manejaba cerca de trescientas cuando se dedicaba a ellas en exclusiva.
Por lo general, a principios del verano la colonia había alcanzado un tamaño tal que se la podía dividir en dos antes de que el hacinamiento fuera excesivo. La mayoría de las colmenas sobrevivían al invierno y estaban en plena forma cuando el sol ya fundía los últimos ventisqueros de finales de marzo. Las ganancias eran palpables. Casi podía hablarse de sobreabundancia de recursos.
Pero las cosas cambian, no puede ser de otra manera. La primera vez que mis abejas perecieron en masa, me sentí abrumado por la culpabilidad y por un sentimiento de fracaso. Era como si hubiese hecho algo espantoso y no pudiera redimirme. Pasé meses hundido en la miseria. Mi buen amigo Tom llevaba tanto tiempo como yo dedicándose a la apicultura. Cuando perdió sus abejas por primera vez, renunció a reponerlas durante todo un año. A quien no haya tratado con las abejas quizá le parezca extraño, pero el sentimiento de pérdida es devastador.
Ahora Blanchard estaba fuera de juego. Los hermanos Dial dejarían el negocio la primavera siguiente, después de que los ácaros asolaran sus colmenas. Todo se había puesto cuesta arriba desde hacía tiempo. El problema más reciente era el trastorno del colapso de colonias. Aún quedan abejas y apicultores, desde luego. Pero no cabe duda de que las cosas están cambiando.
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«AHORA TERMINA EL INVIERNO...»
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Los ventisqueros de los montes donde tengo las abejas resisten hasta finales de marzo. Entonces, el tiempo al fin se templa lo bastante como para que las abejas vuelen con entusiasmo. En invierno solo hacen incursiones ocasionales en los escasos días tibios.
Algunas nunca regresan. Aunque parezca extraño, la salud de una colmena puede calibrarse por las abejas que hay diseminadas sobre la nieve. Sus cuerpos, más oscuros que la tierra nevada, absorben el calor del sol invernal y los encuentras hundidos en pequeñas concavidades en los ventisqueros. Ese final se me antoja agridulce. Necesario según el plan de las cosas. Y, al mismo tiempo, demasiado duro.
Hasta ese momento de la estación, hay pocas señales indicativas de cómo se las están arreglando. Pueden padecer una enfermedad similar a la disentería llamada nosemosis. En tal caso, la parte delantera de la colmena estará cubierta de pequeñas manchas. La mejor forma de comprobar cómo está una colmena antes de que las abejas comiencen a volar de nuevo es pegar la oreja a un costado y golpearla con los nudillos. Oirás el saludable tumulto que provoca ese sobresalto. El silencio es una mala señal.
Signos de vida
Comprobé cómo estaban las abejas en pleno invierno. Me aproximé a un lado de una colmena. Me incliné para pegar el oído a la caja blanca de madera. Le di un golpecito con los nudillos y oí el zumbido susurrante de intensidad creciente que emitían las abejas alborotadas por el ruido. Me acerqué...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. INTRODUCCIÓN
  6. PRIMAVERA
  7. VERANO
  8. OTOÑO
  9. INVIERNO
  10. EPÍLOGO