Orlando furioso
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Orlando furioso

narrado en prosa del poema de Ludovico Ariosto

  1. 176 páginas
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Orlando furioso

narrado en prosa del poema de Ludovico Ariosto

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Italo Calvino declaró que Ariosto era su poeta, algo que la lectura de gran parte de su obra demuestra sin necesidad de más pruebas. Por ello, este libro es el resultado de un encuentro al que el autor ya nos tiene acostumbrados. Calvino no pretende reemplazar a Ariosto, sino contarnos, mediante su prosa, con entusiasmo y sin prisas, las vicisitudes de ninfas, paladines, guerreras y magos que pueblan tanto el poema de Ariosto como, por una milagrosa metamorfosis literaria, novelas como El barón rampante, El caballero inexistente o Las ciudades invisibles. Y cuando la narración de Calvino llega a puerto, como él mismo dice de Ariosto, «el poema sale de sí mismo, se define por medio de sus destinatarios; y a su vez es el poema mismo que sirve como definición o emblema de la sociedad de sus lectores presentes y futuros, de la totalidad de personas que participaron en su juego y que en él se reconocerán».

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Información

Editorial
Siruela
Año
2014
ISBN
9788416120093
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Poetry
ORLANDO FURIOSO
Presentación
1. Rotholandus, Roland, Orlando
En todo atlas histórico de la Edad Media hay un pequeño mapa en el que, generalmente coloreadas de violeta, se indican las conquistas de Carlomagno, rey de los francos y luego emperador. Una gran nube violeta se extiende sobre Europa, se expande más allá del Elba y el Danubio, pero se detiene a occidente en el confín de una España todavía sarracena. Solo el borde inferior de la nube salva los Pirineos y llega a cubrir Cataluña; es la Marca Hispánica, todo lo que Carlomagno logró arrancar, en los últimos años de su vida, al Emir de Córdoba. Entre las tantas guerras que Carlomagno libró y ganó contra bávaros, frisones, eslavos, ávaros, bretones, longobardos, las que libró contra los árabes, en la historia del emperador de los francos, ocupan relativamente poco lugar; en la literatura, en cambio, se agigantaron hasta alcanzar todo el orbe terráqueo, y llenaron las páginas de bibliotecas enteras. En la imaginación de los poetas –y aun antes en la imaginación popular– los hechos se disponen según una perspectiva que no es la histórica; la perspectiva del mito.
Para rastrear los orígenes de esta extraordinaria proliferación mitológica es habitual referirse a un episodio histórico oscuro y desgraciado: en el 778 Carlomagno intentó una expedición para expugnar Zaragoza, pero se vio obligado a volver rápidamente sobre sus pasos y cruzar los Pirineos. Durante la retirada la retaguardia del ejército franco fue atacada por las poblaciones vascas de la montaña, y destruida cerca de Roncesvalles. En las crónicas carolingias oficiales, entre los dignatarios francos muertos, figura el nombre de un tal Hruodlandus.
Hasta aquí, la historia; pero la verdad de los hechos poco tiene que ver con la epopeya. La Chanson de Roland, fue escrita unos tres siglos después de Roncesvalles. Estamos alrededor del 1100, en la época de la Primera Cruzada: esta es la referencia histórica más pertinente. Europa está impregnada por el espíritu de la guerra santa que contrapone el mundo cristiano al mundo musulmán. En ese clima nace en Francia un poema épico de autor desconocido (Turoldo es el nombre que aparece en el último verso), de versificación simple, conmovida y solemne: La Chanson de Roland. Carlomagno aparece como el que ha conquistado toda España, salvo Zaragoza, que aún está en manos sarracenas; el rey Marsilio pide la paz a condición de que el ejército franco abandone España; el valiente Roland querría proseguir la guerra, pero prevalece la opinión de Guenes (Gano di Maganza o Ganellone), que lo traiciona y se pone de acuerdo con Marsilio para que el ejército sarraceno viole la paz y Marsilio se descargue en Roncesvalles sobre la retaguardia franca conducida por Roland. El paladín hace proezas con la espada Durendal, regalo de un ángel, pero a su alrededor van cayendo uno tras otro sus guerreros. Solo una vez herido de muerte Roland se resigna a soplar el Olifante, el cuerno mágico, para llamar en su auxilio al rey Carlos.
No se sabe si Turoldo se ha limitado a infundir el aliento de la poesía a una tradición ya consolidada, es decir, si la leyenda de Roncesvalles ya formaba parte del repertorio de los juglares, poetas que iban de castillo en castillo cantando historias, repertorio oral que en cierto momento se fija en «cantares de gesta» escritos y rimados, o en narraciones en prosa que daban tema a los versificadores. A estas últimas pertenece la crónica latina atribuida al arzobispo Turpino (Historia Karoli Magni et Rotholandi) que pasaba por ser el testimonio directo de un contemporáneo y que los poetas y autores de novelas de caballería posteriores siempre sacaban a relucir como fuente autorizada, cuando en realidad también había sido escrita en la época de las Cruzadas.
Lo que podemos afirmar con certeza es que la Chanson de Roland, dio origen a una larga tradición, y que, habiendo pasado de la severa epopeya militar de Turoldo a la literatura de entretenimiento y aventuras, las gestas de los paladines de Carlomagno conocieron el éxito popular, más aún que en Francia, en España y en Italia. Roland se convierte en Don Roldán allende los Pirineos y, de este lado de los Alpes, en Orlando. Los centros de difusión de los «cantares de gesta» jalonaban las rutas de los peregrinos: el camino de Santiago de Compostela, que atravesaba Roncesvalles, donde se visitaba una presunta tumba de Roland-Roldán-Orlando; y el camino de Roma, que había recorrido Carlomagno en su larga guerra contra los longobardos y en sus visitas al Papa. En las escalas de las peregrinaciones los juglares cantaban las gestas de los paladines para un público que reconocía a esos personajes como familiares.
En Italia estos juglares no eran solo los que venían de Francia; los había vénetos, que manipulaban los versos franceses de los cantares con un lenguaje más cercano a los dialectos de la llanura del Po; entre los siglos XII, y XIV, nació una literatura «franco-véneta» que traducía los ciclos franceses y los enriquecía con nuevas gestas. Poco más tarde comenzaron las traducciones al toscano: los toscanos sustituyeron las monótonas estrofas de una sola rima por una estrofa narrativa de ritmo amplio y movido: la octava.
De Roland, lo único que cuenta la tradición francesa es la última batalla y la muerte. Todo el resto de su vida, nacimiento, árbol genealógico, infancia, juventud, aventuras anteriores a Roncesvalles, se encontrará en Italia bajo el nombre de Orlando. Queda así establecido que su padre es Milone de Clermont (o Chiaromonte), alférez del rey Carlos, y su madre Berta, hermana del soberano. Para huir de la cólera de su cuñado real, Milone, que ha seducido a la niña, la rapta y huye a Italia. Según algunas fuentes Orlando nace en Ímola Romaña; según otras en Sutri, en el Lacio: de que sea...

Índice

  1. Portadilla
  2. ORLANDO FURIOSO
  3. Nota del editor
  4. Créditos