Música y meditación
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Música y meditación

El arte de vivir en armonía

  1. 164 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Música y meditación

El arte de vivir en armonía

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Índice
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Información del libro

Mark Tanner nos muestra la espiritualidad de la música a través de una serie de ejercicios de meditación únicos, de reflexiones personales y de notas holísticas, aportando así una nueva perspectiva sobre el modo en que la música puede influir en nuestro estado de ánimo y nuestro bienestar.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2019
ISBN
9788417860721
Edición
1
Categoría
Medicine
CAPÍTULO 1
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LA MÚSICA COMO MEDITACIÓN

Las cualidades meditativas de la música
son impresionantes. Según cualquiera de las definiciones de la espiritualidad que uno se pueda imaginar, la música siempre ha desempeñado un papel intrínseco, quizá por medio de un culto colectivo en una iglesia,
un monasterio o una mezquita, o solos en casa, sentados en paz, desprovistos de cualquier connotación religiosa de ninguna clase. Para el oyente, la música
nos arrastra a ese espacio que nos hemos reservado para nuestra propia meditación personal, y para el músico,
la música termina convirtiéndose en una especie de meditación práctica. La música y la meditación nos ayudan a pasar del espacio físico al espacio mental;
nos vemos transportados a un tipo distinto
de realidad.
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CUANDO LOS ÁRBOLES
TE HACEN VER EL BOSQUE
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La conciencia plena en la música supone simplemente sentirla, empaparte de ella, sintonizar con sus impulsos y esperar a respirar en sus puntos naturales de reposo. Esto es importante: entender la música rara vez requiere un análisis. Si nos encanta una pieza, o si la detestamos, la entendemos lo suficiente como para saber si deberíamos volver a escucharla otra vez.
Nunca hay por qué tener la sensación de que carecemos de lo necesario para captar qué nos hace tilín de una pieza musical, ya que da igual lo extensa o lo impresionante que pueda ser la apariencia externa de la música, no hay nada que entender, a menos, claro está, que uno desarrolle después una fascinación por los intrincados mecanismos de una pieza concreta. Pero incluso entonces, yo sostengo que es nuestro vocabulario musical lo que se siente intrigado, o quizá nuestro sentido de la curiosidad histórica, pero no nuestra receptividad emocional, que ya estaba ahí, arraigada con confianza en nuestro interior. Con frecuencia se dice que un poco de conocimiento puede ser peligroso. Por extensión, en la música sí que puede haber ocasiones en que un exceso de conocimiento le pare los pies en seco a quien la escucha; el inocente encanto de la música se nos escapa de manera desesperante, fuera de nuestro alcance. La capacidad de escuchar con detenimiento pero sin emitir juicios tal vez sea una de las cosas más complicadas que nos podemos pedir a nosotros mismos.
La música intrincada tiene algo de reloj suizo: igual de bella por dentro como lo es por fuera. Y, aun así, muchos de nosotros jamás estaremos ni remotamente interesados en cómo funciona la música bajo la superficie. ¿Por qué un profundo amor por la música debería tener algo que ver con descifrar todas esas misteriosas marcas negras desperdigadas sobre un papel pautado con un pentagrama, o con saber qué inspiró a Dave Brubeck para que escribiese «Take Five»? Al fin y al cabo, la capacidad de hablar no presupone la capacidad de leer las palabras escritas, no más de lo que la capacidad de disfrutar de un menú preparado con mano experta presupone nuestra capacidad para cocinar como un chef. Para el ferviente músico o el entendido, los detalles de este cariz quizá acaben entreverándose de forma gradual en el tejido de una obra concreta, mientras que para el entusiasta melómano tales cosas podrían parecer tan fascinantes como el manual de instrucciones de una lavadora. Quizá no haya mejor ilustración del concepto de la inteligencia emocional frente a la inteligencia intelectual que la comparación de las reacciones de una docena de personas ante la misma pieza musical. Resulta lógico que todos busquemos algo distinto en la música que nos gusta; no podemos ver por tanto ningún planteamiento concreto como superior a cualquier otro. Solo somos capaces de oír realmente lo que nos sentimos inclinados a oír, aquello de lo que el oído y el corazón están preparados para empaparse en ese instante en particular. Bastará con eso, al menos de momento.
Los molinos de viento de la mente
El ejercicio diario de la conciencia plena se parece un poco a cuidar un jardín: nunca llegas a terminar del todo, sino que es algo continuo y gratamente pasajero. Es más, aunque la música se reduzca en ocasiones a los fragmentos más breves, también puede parecer que no se acaba nunca; podríamos perdernos en una canción pop de cuatro minutos igual que en una ópera de cuatro horas. En la música, igual que en la meditación, el objetivo no es conseguir terminarla, sino perdernos en el acto de estar haciéndolo; el propio paso del tiempo se vuelve irrelevante. Igual que un molino de viento, nos limitamos a dejar que la brisa impulse nuestras emociones.
Uno de los temas recurrentes en este libro es el potencial que tiene cualquier forma de sonido que sea bello —ya sea un intermezzo de Brahms, una remezcla de «Cry Me a River» o un trueno en la distancia— para reafirmar nuestra personalidad y nuestra humanidad de una forma en que ni siquiera nuestros amigos más cercanos podrían lograr nunca. Dejando a un lado el hecho de que nuestras palabras tienden a dejar muchas cosas en el aire, la música tiene la capacidad de recalibrar nuestras expectativas y, al mismo tiempo, ayudarnos a entender mejor nuestra compleja vida. No es importante saber por qué deseamos escuchar algo, aunque hay que reconocer que, cuanto mejor sabemos de qué va la música, mayor es su potencial para ayudar en la meditación; puede que nos sintamos menos inclinados a plantearle interrogantes y más dispuestos a dejar que nos sumerja. Además, nuestra elección musical podría no ser tan aleatoria como nos imaginamos, ya que una melodía conocida puede a veces realzar una emoción que ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que estábamos sintiendo en ese instante. Nos gusta nuestra música preferida por aquello que es capaz de revelarnos sobre sí misma, pero también por su capacidad para arrancarnos sensaciones que deseamos revivir.
Empápate de tu entorno
*
La próxima vez que te encuentres en un bosque con los auriculares bien colocados, permítete sentir que la música que estás escuchando es tuya y solo tuya, ya que en ese preciso instante es bien posible que ningún otro ser humano del mundo haya establecido semejante relación con ese estribillo, con ese riff o con ese clímax. Mientras te das un paseo por la hierba húmeda y comienzas lentamente a empaparte de tu entorno, no estás sintonizando de forma pasiva con la música, sino escuchando con atención y con la inteligencia emocional de un experimentado director de orquesta.
Mis sugerencias musicales son la sonata Spirit of Trees, de Alan Hovhaness; From Me Flows What You Call Time, de Toru Takemitsu, y el álbum Tales from Topographic Oceans, de Yes.
MÚSICA: PASADO, PRESENTE Y FUTURO
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La música nos conecta con nuestro pasado y sitúa bajo los focos nuestro presente. La nostalgia se encuentra entre las facetas de la música que son innegociables, puesto que es algo que se pone en marcha en el instante en que sentimos preferencia por una canción o una pieza de música en particular.
La música nostálgica es como esa cómoda mantita nuestra de toda la vida que nos envuelve cada vez de manera más ajustada conforme vamos envejeciendo y le proporciona orientación y concentración a la persona en que nos hemos convertido. Igual que con una fotografía de color sepia, esa con una esquina doblada que hemos desempolvado del interior de una caja que redescubrimos en el desván, al instante reconocemos el aroma de nuestro pasado musical. Los momentos de nostalgia no son la prueba de que estamos aflojando nuestro contacto con la realidad, sino un bienvenido espaldarazo para nuestro estado de ánimo y una reafirmación del espacio donde arraigaron nuestro coraje y nuestra fortaleza. Esa primera melodía que aprendimos con la trompeta, o el disco que sonaba cuando dimos nuestro primer beso a hurtadillas son los granitos que forman la arena de nuestro tiempo en este mundo. Por supuesto que podemos experimentar la nostalgia de manera indirecta, la sensación de algo históricamente significativo que en realidad nunca ha formado parte de nuestra vida, sino que podría haber desempeñado un papel importante en la de un ser querido. Los más jóvenes pueden sentir un cierto agrado al ver que Vera Lynn cumplió los cien años, conscientes de lo importante que debió de ser «We’ll Meet Again» para incontables veteranos de guerra.
Esos que se mantienen firmes en que la familiaridad genera desdén probablemente estén restando importancia a su propia necesidad de regresar sobre la música que una vez les conmovió el corazón. Por descontado, tener la piel un poco más gruesa nos puede ayudar en ocasiones, pero no me cabe duda de que no hay virtud ninguna en ser impenetrable. Tampoco tenemos por qué avergonzarnos de la música que tanto nos gustó antaño; no es ninguna acusación, tan solo un recuerdo. Además, no estar dispuesto a reconocer de dónde venimos sugiere una alarmante incapacidad para reflexionar, y no digamos ya para soñar despierto. Igual que de vez en cuando ansiamos esa comida que nos da una sensación de consuelo —para mí son unos huevos revueltos o un puré de patatas—, todos deberíamos estar orgullosos de contar con un privilegiado pase para asistir entre bastidores a nuestras historias musicales. El pasado es todo nuestro, a pesar de los inevitables círculos que se intersecan con los años de nuestra adolescencia. Y, aun así, nuestro pasado no define quiénes éramos entonces ni quiénes somos ahora. La nostalgia musical no es tanto la inocencia como un sentimiento de pertenecer y poseer nuestro pasado; la nostalgia también es permitirnos revivir momentos importantes, en los días de lluvia y también en los soleados.
El cajón de los recuerdos musicales
Estaba escuchando el progr...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. INTRODUCCIÓN
  6. CAPÍTULO 1
  7. CAPÍTULO 2
  8. CAPÍTULO 3
  9. CAPÍTULO 4
  10. CAPÍTULO 5
  11. CAPÍTULO 6
  12. BIBLIOGRAFÍA Y LECTURAS RECOMENDADAS
  13. PÁGINAS WEB