La baba del caracol
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La baba del caracol

  1. 120 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La baba del caracol

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Información del libro

Ahora más que nunca la reflexión sobre el arte se percibe inminente, y lo es porque el sentido mismo se ha evaporado, ha perdido su antigua pertinencia.«Hacer por hacer –nos dice Chantal Maillard– no produce más que insatisfacción.»La gran desventura de los tiempos actuales es esa insatisfacción: cuanto más se expande el mundo de la comunicación más crece el hueco interior. La propuesta de La baba del caracol se encamina hacia un concepto actualizado del poetizar que lo engloba todo: la voz, la música, el aliento, la vibración… Un armonioso hacer-se, crear-se, existir-se.

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Información

Año
2021
ISBN
9788412437492
Categoría
Literatura

MICHAUX-SANTÔKA

A TRAZOS

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Siempre me ha llamado la atención la facilidad con la que reducimos una persona a unos pocos datos. Una persona es una multitud de fragmentos, su vida no es una historia, sino un mapa o, mejor, una retícula o un rizoma que ofrece itinerarios diversos, cada uno de los cuales daría pie, si lo siguiésemos, a construir una historia distinta de las otras.
Pero cuando probamos a definirla, la persona se nos pierde. De repente «es» alguien, o de una cierta manera. El «ser»: la sustantivación del verbo copulativo fue una argucia de los teólogos con la que lograron sostener su relato. Una vez inventado el sustantivo le pusieron mayúscula y el «Ser» existió. De esta manera, auto-investidos vicariamente del poder supremo, pudieron controlar en la gente la medida del terror. Cuando las cosas, de por sí movientes, se nombran, adquieren límites, dejan de ser inabarcables y, «dentro de un orden», entonces, son manejables.
¿Qué somos, qué «seríamos» sin nuestros nombres?
–¿Quién es?
–Es Alberto Tal.
–¡Ah!
Ya está entendido. Todo en orden. O bien porque a Alberto lo «conocemos», o bien porque, puesto que tiene nombre, será conocido por otros.
Y si nos presentamos:
–Soy Tal…
No decimos «me llamo Tal»; decimos «soy Tal». Nos recogemos en el nombre. Nos reducimos. Perdemos fluidez y adquirimos «identidad». Y al parecer, eso es bueno. Es tranquilizador, al menos. La identificación como un bien social. Puede. Eso pensamos los occidentales. Otras civilizaciones no pensaron el ser, sino los cambios.
Voy a hablar de dos personas que conocemos por sus nombres y por algunos de sus escritos: «Henri Michaux» y «Taneda Santôka». ¿Son estos nombres compendio, resumen, síntesis? ¿Qué nos dice «Aristóteles» de Aristóteles?
Henri Michaux (1899-1984) tuvo una infancia un tanto desolada en internados de Flandes. Viajó, viajó, viajó. Empezó viajando por el mundo «real», luego por territorios imaginarios y, más tarde, por los espacios interiores. A los veinte años se enroló en un barco mercante rumbo a Río de Janeiro. En París estuvo en contacto con el grupo de los surrealistas (Klee, Ernst, Chirico, Dalí). Entre 1927 y 1929 viajó por Ecuador con un cuaderno de notas y un libro de zoología. En 1932-1933 quedó fascinado por India y atravesó el Extremo Oriente a mil por hora. En 1936 anduvo por Buenos Aires y en 1939 por Brasil. Entre tanto, aburrido y avergonzado de sus compatriotas («Los belgas son los primeros seres humanos de los que tuve ocasión de avergonzarme», dijo), adoptó la nacionalidad francesa. Después de la guerra se instaló en París. Pasó sus últimos años procurando no ser visto, escapando de lo público. ¿Qué habrá de Michaux en esa escapada? ¿No habrá acaso más de él en lo que no sabemos que en estas pocas referencias?
Shôichi Taneda (1882-1940), conocido como Taneda Santôka («Santôka» es un apodo que significa «fuego en la montaña»), sería lo que, según nuestros parámetros, y probablemente también según los japoneses, entendemos como «un fracasado». Tenía once años cuando su madre se arrojó al pozo de la casa familiar. No logró superarlo. Alcohólico desde joven, no terminó los estudios iniciados. Padecía crisis nerviosas. La quiebra de los negocios familiares, la huida de su padre con una de sus amantes y el suicidio del menor de sus hermanos agravaron su estado. Abandonó a su familia. Perdió su puesto de bibliotecario. Fue encarcelado «por actividades políticas». Vivió en la miseria. Intentó suicidarse dos veces. La primera, el tren frenó a tiempo. Los ferroviarios, malhumorados, lo arrojaron a un lado de la vía. Fue recogido por un monje que le llevó a su monasterio. Ocho años más tarde (tenía cuarenta y dos) fue ordenado monje. Peregrinó como monje mendicante. Fracasó en su segundo intento de suicidio. Emprendió viaje por la senda de Oku, sobre las huellas de Bashó, pero volvió a los ocho meses sin haberla completado. Durante los años siguientes recorrió las islas de Japón, viviendo en cabañas, enfermo, pobre y sosteniéndose gracias a la ayuda de unos amigos, algunos admiradores y el dinero que su hijo le enviaba. Murió ebrio a los cincuenta y ocho años.
Travesías
Lo que acabo de dar son tan sólo algunos elementos biográficos. Al oírlos tenemos la impresión de que sabemos algo de los personajes. Pero no es cierto. Sólo hemos enlazado algunos datos y hemos trazado con ellos una historia. De poco nos vale.
¿Cómo esbozar entonces algo con sentido? Pensé que la solución sería centrarnos en algo colateral, algo en cierto modo ajeno a los personajes de esta historia. Y elegí algo muy sencillo: el guion. Ese pequeño signo con el que he trazado un puente entre uno y otro nombre: Michaux [-] Santôka.
A la vez trazo y trayecto, el guion nos guía de una cosa nombrada a otra cosa nombrada. No pertenece a lo nombrado; apela a la tendencia esponjosa de las cosas, a su instinto de evasión, de per-versión: ¿Qué de «Michaux» hay en «Santôka»? ¿Qué de «Santôka» en «Michaux»? El - (guion).
Michaux nació en Namur (Bélgica) en 1899 y murió en París en 1984, a la edad de ochenta y tres años. Santôka nació en Japón, en la aldea de Nishisaware (actualmente Hofu), en 1882 y murió en 1940 en un pequeño monasterio cerca de la ciudad de Matsuyama a la edad de cincuenta y ocho años. Henri Michaux y Shôichi Taneda nunca se conocieron y probablemente ninguno de ellos supo de la existencia del otro. ¿Qué sentido tendrá pues enlazar sus nombres con aquel pequeño guion?
Ambos fueron viajeros, o caminantes. Como tantos. Ambos huyeron, de su entorno y de sí mismos. Ambos contaron su viaje; escribieron. Y también puede decirse de ambos que fueron inadaptados, como tantos.
Trazar coincidencias es siempre un acto arbitrario. La mano elige un punto, otro punto, corta la red aquí, allí. Y lo que luego pegamos resulta que de repente diríamos que existe, y lo más curioso es que parece que hubiese existido desde siempre. –Ah sí, Santôka, un escritor que se relacionó con Henri Michaux…–. Pues no. Entre Michaux y Santôka, lo único que hay por el momento es apenas un pequeño guion, un trazo, un trayecto que me empeño en considerar.
Tal vez me sobrecogiera, en ambos, la honestidad de su escritura. La proyección, en ella, de la persona. Como si el escribir fuese un gesto o, mejor, una caída. Tener la impresión de que quien escribe se ha arrojado al escrito y permanece en él la huella de su cuerpo. Tal vez fuese porque trataba de hallar, yo misma, la manera de caer. La manera justa de caer. Con lo preciso.
O tal vez fuese porque ambos se adelgazaron hasta quedar con lo preciso: no se trata de decir menos (con la escritura), sino de dejar poco (de lo escrito).
Ambos, ciertamente, escribían «a trazos». Trazos pequeños, los de Santôka, más largos, los de Michaux. Esto supone una libertad, un despojamiento, una caída o un dejar caer. En Michaux esto era necesidad:
No soy capaz de aceptar las ideas de los demás acerca de cualquier cosa. […]. Soy un imbécil. No comprendo nada de lo que dice la gente, los autores. He de rehacerlo todo en mi cabeza. Es trabajoso, aunque puede que en esto consista la invención, la originalidad.
Una libertad no exenta de historia, por supuesto, que en ambos casos se inicia con su temprana relación con grupos reformistas, de los que pronto también ambos se desvincularían: las vanguardias en el caso de Michaux, los renovadores del haiku en el de Santôka.
Nuestras vanguardias nos son de sobra conocidas, pero lo segundo quizá merezca alguna aclaración. Bien conocido entre nosotros como la mínima expresión del poema, el haiku tradicional, que consta de tres versos cortos, se originó a partir de formas populares, jocosas, que servían de entretenimiento en las reuniones, tales como el tanka o waka («canción japonesa») que estuvo de moda entre los siglos VIII-XII, o el renga, serie de tankas cortos encadenados, que tuvo su apogeo durante los períodos Heian y Muromachi (XII-XVI). Ambas fórmulas se remontan a su vez al antiguo katauta, que tenía una pauta rítmica de 5-7-7, o de 5-7-5, que también es la propia del haiku. El katauta era un juego de preguntas y respuestas entre dioses y mortales que se representaba en las fiestas de primavera (el gatha, que se utilizaba en los monasterios zen para dar respuesta a las preguntas del maestro, podría tener su origen igualmente en esta forma primitiva). Como en Europa en la corte de Luis XIV, hasta llegar a Bashó (1644-1694), en estos breves poemas cortesanos había primado el ingenio. Aquel gran viajero le imprimió un giro que convertiría al pequeño poema en una forma clásica. Matsuo Bashó era de estirpe samurái, y es bien conocida la relación del shogunato con la austeridad del budismo zen y con su estética. Si bien él no fue monje, su manera de atender a la realidad del instante y su capacidad de expresarlo convirtió la confección del poema en una vía para la comprensión inmediata a la que aspiraba el budismo zen. En esos ámbitos, el haiku llegaría a definirse como un pequeño satori, una súbita iluminación.
«No sigas las huellas de los antiguos. Busca lo que ellos buscaron», tal era la consigna de Bashó (algo que, por cierto, nos podría ser muy útil actualmente). Y no cabe duda de que Santôka la tuvo muy presente. Se ha dicho que la aportación de Santôka a la poesía nipona es comparable en Occidente a la de la vanguardia europea y estadounidense (Apollinaire, Pound, Eliot), sobre todo en lo que respecta al uso del verso libre. Su maestro Seisensui había pertenecido al grupo Shinkeikô, del que fuera artífice Hekigodô, fundador en 1911 de la polémica revista Sôun, en la que Santôka publicó regularmente. Hekigodô entendía q...

Índice

  1. Portada
  2. Sobre la autora
  3. Créditos
  4. Título
  5. Contenido
  6. EN LA TRAZA. PEQUEÑA ZOOLOGÍA POEMÁTICA
  7. EL PÁJARO. VARIACIONES SOBRE POESÍA Y PENSAMIENTO
  8. MICHAUX-SANTÔKA. A TRAZOS
  9. ORINAR EN LA NIEVE
  10. EN UN PRINCIPIO ERA EL HAMBRE