DE LA MONEDA ROMANA A LA MONEDA ANDALUSÍ. ARQUEOLOGÍA Y NUMISMÁTICA PARA UN PERIODO DE CAMBIOS
Urbano López Ruiz1
RESUMEN: Nuestra contribución intenta reflejar, en el campo numismático, las profundas transformaciones de los ámbitos políticos, sociales, económicos y religiosos que sacudieron a la población hispana en el contexto de la decadencia del Imperio romano al establecimiento del emirato independiente andalusí, es decir, entre los siglos IV y IX d. C. Estas transformaciones afectaron en distintas facetas a las monedas que se acuñaron o circularon en la península ibérica, en cuanto a la emisión, tipología, metrología, función y mensaje político que querían transmitir por parte de las autoridades emisoras, por lo que las usaremos como indicadores, tanto por sí mismas, como por su hallazgo en contextos arqueológicos, para acercarnos al uso que tuvieron en este periodo, más allá del puramente monetario y económico.
PALABRAS CLAVE: Antigüedad Tardía, moneda tardorromana, moneda bizantina, moneda visigoda, moneda andalusí, tesorillo.
ABSTRACT: Our contribution to this book tries to reflect, in the numismatic field, the deep transformations of the political, social, economic and religious fields that affected the Hispanic population among the decadence of the Roman Empire and the setting up of the independent Andalusi Emirate, that is, among 4th and 9th A. D. centuries. These transformations affected the coins used in the Iberian Peninsula in different aspects, related to their minting, typology, metrology, function and political message that was intended to be transmitted from different coining authorities. Thus, we will use coins to approach to the usage that they had in this period beyond the merely monetary and economic; we find necessary, for this purpose, to judge not just coins themselves, but archaeological contexts which these were found in.
KEY WORDS: Late Antiquity, Late Roman coin, Byzantine coin, Wisigothic coin, Andalusi coin, small hoard.
ESTO SÍ QUE ES UNA TRANSICIÓN. . . EL PASO DE LA EDAD ANTIGUA A LA EDAD MEDIA
El ámbito cronológico en el que nos vamos a centrar en este estudio, los inicios de la Edad Media, se presenta como una etapa histórica «oscura»,2 una visión negativa implantada por la historiografía tradicional, y que persiste hoy día en el imaginario popular, interpretando la época medieval como un periodo bisagra, un lapso de tiempo perdido entre la Edad Clásica y el Renacimiento. Por razones de espacio, no nos detendremos en las causas que motivaron la concepción tan tenebrosa de este periodo, ni en los detalles de un contexto histórico complejo, en el que se entremezclan múltiples factores, ya que la literatura sobre estos aspectos es tan antigua como abundante y accesible a cualquier interesado en el tema, por lo que a ella remitimos. Este periodo inicial de transición a la Edad Media tiene gran predicamento en los últimos años por parte de la investigación histórica y arqueológica. Se trata de la denominada Antigüedad Tardía o Tardoantigüedad, un periodo difícil de delimitar cronológicamente, ya que varía según los autores a los que se les pregunte, pero podríamos situarlo, en el caso de la península ibérica, entre los siglos V y VIII, es decir, entre las invasiones bárbaras y la caída del sistema imperial romano, y la conquista musulmana.3
Desde el punto de vista de la historiografía tradicional correspondería, en lo cronológico, a la Alta Edad Media, y en lo socio-político, comprendería la crisis y colapso del Imperio romano de Occidente, con las invasiones y asentamiento de pueblos germánicos en Hispania; el establecimiento del reino visigodo de Toledo; el episodio de la presencia bizantina en el sureste peninsular; y por último, la creación del emirato andalusí por los musulmanes llegados del norte de África. Como es lógico, estos acontecimientos provocaron una serie de cambios y transformaciones que dejaron una huella indeleble en la historia peninsular pero, también, en el campo de la numismática: en las monedas, su circulación y la función que tuvieron, con independencia del sistema monetario.
En este análisis no queremos utilizar la moneda en el sentido estricto de la pieza numismática como objeto de estudio individual, sino formando parte de un todo constituido por el registro de una intervención arqueológica. Independientemente del hallazgo casual o del conjunto monetal que supone un tesorillo, aquí nos interesa más la relación interdisciplinar que se establece en el hecho de que una moneda aparezca en un contexto arqueológico bien definido y documentado con una metodología científica. En este sentido, en arqueología, una moneda de oro y otra de bronce tienen el mismo valor, ya que sin el contexto arqueológico del que proceden, ambas piezas no tendrían más valor que el que representan por sí mismas para la investigación numismática, pero no nos servirían para interpretar las causas de su presencia, función y amortización. Afortunadamente, los estudios numismáticos han dejado de ser listados de las monedas halladas en una intervención arqueológica, meros catálogos de piezas sin más relación con su procedencia que la mención a la sigla de registro, convirtiéndose hoy en día en análisis científicos que unifican los datos extraídos de la completa catalogación de la moneda con su contexto arqueológico, en comparación con la cronología que aportan los restantes materiales con los que comparte estratigrafía.4
EL CAOS DEL SISTEMA MONETARIO TARDORROMANO
No creemos que sea este el lugar para tratar un tema tan complejo y discutido como fue la denominada crisis del Bajo Imperio romano, una crisis que va más allá del aspecto económico, y que habría que confirmar en algunos aspectos y rebatir en otros, tal y como está haciendo la historiografía actual, apoyándose para ello en la realidad que muestra la arqueología.5 Dicho esto, en el ámbito numismático6 los inicios del siglo IV se abren con las consecuencias de la reforma de la moneda por el emperador Diocleciano (284-305 d. C.) a fines de la centuria anterior, y que supuso un refortalecimiento momentáneo del sistema monetario romano, con un aureus fuerte, de 5,45 gramos, con múltiplos y submúltiplos; en la plata, nace el argenteus, con un peso aproximado de 3,2 gramos, más propio del denario de la época de Nerón que de fines del siglo III (fig. 1); mientras en el caso del bronce, se acuñan los denominados folles o nummi, piezas de gran tamaño —10 g de peso medio— en este metal para lo habitual del momento, que cuentan con una aleación de plata (fig. 2), y sus correspondientes divisores.
Figura 1: Argenteus de Maximiano. Heraclea. RIC VI, 7. Col. Particular. Imagen: U. López.
Figura 2: Follis de Diocleciano. Lugdunum. RIC VI, 177a. Col. Particular. Imagen: U. López.
Esta reforma fue solo una ilusión, y la grave situación económica provocó nuevas disposiciones y edictos que, en tiempos de Constantino I, supusieron una completa reforma del sistema monetario. En el año 310, el solidus aureus nació con la buena intención de sustituir con cierta dignidad al áureo. Con un peso de 4,54 gramos, contaba con divisores como el semissis (1/2 sólido) y el 1 1/2 scripulum (3/8 de sólido). A pesar de la devaluación que sufrió con el paso de los años, el sólido se consolidó como la moneda de oro más fuerte del Mediterráneo, al ser adoptada más tarde por el Imperio bizantino (fig. 3). A fines del siglo IV apareció un nuevo valor en sustitución del 1 1/2 scripulum: el tremissis o triente (1/3 de sólido), de gran repercusión en el futuro, como veremos más adelante. Las emisiones en plata, que se paralizaron hasta bien entrado el siglo IV, están representadas por el miliarense (1/18 de sólido), la siliqua (1/24 de sólido) (fig. 4) y un cada vez más devaluado argenteus. El volumen de estas acuñaciones descendió bruscamente, porque los usuarios preferían el oro para depositar en él su confianza para pagos y transacciones comerciales a gran o mediana escala pero, también, porque se convirtieron estas monedas en objeto de atesoramiento.
Figura 3: Solidus de Honorio. Constantinopolis. Col. Particular. Imagen: U. López.
Figura 4: Siliqua de Valente. Antioquia. RIC IX, 34b. Col. Particular. Imagen: U. López.
Por el contrario, las monedas de bronce incrementaron su número de forma exponencial, aunque muy devaluadas, consecuencia del fuerte proceso inflacionista, que no hizo sino aumentar con el paso de los años de la cuarta centuria. Salvo excepciones temporales, como el denominado centenionalis de Constancio II (337-361) y Constante (337-350), o la maiorina de Juliano II (360-363), piezas de gran módulo y que no son sino meros espejismos que respondían más a una voluntad ideológica de transmitir cierta «tranquilidad» al mercado sobre la situación económica real, el bronce devino en pequeñas piezas que en la actualidad se denominan genéricamente «pequeños bronces», por desconocer el nombre exacto del valor que se le otorgó en su momento de emisión, y los identificamos según su módulo aproximado, desde la más grande a la más pequeña: AE 1 (doble centenionalis o maiorina), AE 2 (centenionalis), AE 3 (1/2 centenionalis) y AE 4 (1/4 centenionalis) (fig. 5).
Figura 5: Diversos valores y tipos de AEs. 1º y 2º tercios del s. IV. Col. Particular. Imagen: U. López.
En el año 364 se inicia un nuevo periodo en las emisiones de monedas de bronce, que perdura hasta fines de siglo, y en el que destacan sobremanera los valores de AE 2 y AE 3 por el importante volumen de monedas que pusieron en circulación emperadores como Valentiniano I (364-375), Valente (364-378), Graciano (367-383), Valentiniano II (375-392), Teodosio I (379-395), Arcadio (383-408) y Honorio (393-423), o el usurpador Magno Máximo (383-388). El epílogo de este periodo de cierta recuperación en las emisiones de bronce tuvo lugar con el paso al siglo V, momento a partir del cual solo se emitieron regularmente, aunque en escaso volumen, piezas de AE 4, iniciándose la desmonetización del decargyrus nummus, los antiguos AE 2.7 Este sistema, con pequeñas reformas, se mantendría vigente hasta la caída de Roma en 476.
Destacar también la existencia de numerosas imita...