En defensa del Optimismo
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En defensa del Optimismo

  1. 132 páginas
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En defensa del Optimismo

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Información del libro

La actual crisis sanitaria, medioambiental y social en que nos encontramos, nos despojó de lo que llamábamos "normalidad". De pronto, todo lo establecido comenzó a esfumarse y la incertidumbre, ante un devenir difuso, se instaló como una constante, provocando temor y angustia. Pero ¿qué podemos hacer para sobrellevar este proceso? Y sobre todo ¿cómo podemos contribuir con este cambio de paradigma? Para el autor la clave está en el optimismo.

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Información

Año
2021
ISBN
9789569986833
Capítulo 1
Una ola de suposiciones
Supongamos que en cierto momento del año 2018 o 2019, en un mercado de algún país del mundo, mientras una epidemia de influenza estacional asola dicha ciudad, los habituales comensales de este recinto local devoran sopas y guisos de murciélagos, cocodrilos pequeños, gatos, puercoespines, perros, ratas de bambú, crías de lobo, patos, carne de camello, marmotas, conejo y pollo.
Los pueblos que conocen lo que es la hambruna saben que todo lo que se mueve se come, y la nación en cuestión no es la excepción.
Supongamos que la fórmula influenza estacional, sumada al virus de la gripe animal presente en alguno de las preparaciones que se consumen, traspasan fronteras fisiológicas y, potenciándose, dan origen a una nueva cepa de virus el que comienza a contagiar a velocidad exponencial a los habitantes de la ciudad, de la región y del país.
Supongamos que las autoridades políticas de esa nación deciden ocultar lo que está ocurriendo, forzando a líderes locales y sanitarios a callar. Supongamos que una cadena de muertes «accidentales» ocurre en las siguientes semanas y meses, afectando al equipo médico que ha dado la alarma de la nueva enfermedad. Supongamos que el jefe de ellos—quien primero que dio cuenta de un virus que se parecía al SARS1, otro virus mortal—, aquel que la policía le dijo que «dejara de hacer comentarios falsos» y fue investigado por «propagar rumores», muere de la nueva enfermedad a pesar de su juventud.
Supongamos que una organización de salud internacional, que agrupa a ciento noventa y tres países, decide acoger las peticiones del Estado donde ha nacido el virus, ahora llamado Covid-19 o coloquialmente coronavirus, y evita declarar inconveniente viajar y salir de ese país, permitiendo que la infección se propague en aviones y barcos por todo el orbe.
Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la pandemia, guiados por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.
Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que solo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos tiempos. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.
Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.
Supongamos que se gastan miles de horas y millones de neuronas tratando de decidir si vale la pena o no implementar el uso de mascarillas. Supongamos que hay naciones latinoamericanas que declaran cuarentenas totales de más de nueve meses mientras que hay otras que nunca lo hacen.
Supongamos que hay jefes de Estado que «compiten» a través de masivas ruedas de prensa con otros primeros mandatarios para ver cuál de sus naciones tiene mayor o menor cantidad de fallecidos.
Supongamos que el Presidente que entonces lidera a la primera potencia del mundo decide abandonar la principal organización de salud internacional en plena pandemia y que, además, ridiculiza el gigantesco trabajo que hace el personal sanitario de su país y del planeta, exponiendo su salud a diario, por salvar a los millones que enferman, declarando que la pandemia es una exageración construida por la prensa. Supongamos que ese mismo sujeto cree y fomenta la creencia en teorías conspirativas.
Supongamos que se desata una monumental crisis económica, que millones de puestos de trabajo se pierden, y que la industria aeronáutica y del turismo se paraliza por al menos los siguientes dos años. Supongamos que los Estados, para paliar la crisis, generan la mayor deuda pública de la historia: en el caso de Latinoamérica dejando a sus principales economías con deudas en torno al 62 por ciento del PIB.
Supongamos que el verano del hemisferio norte del año 2020 transmite una falsa sensación de confianza y, por ello, la segunda ola es mucho peor que la primera en términos de tasa de contagios y letalidad. Supongamos que, además, durante el curso de la pandemia las muertes asociadas al Covid-19 son muchísimo más altas de lo que las cifras oficiales admiten.
Supongamos que creemos que por el hecho de contar con vacunas a fines de 2020 el problema está resuelto. Supongamos que el invierno de 2021 del norte del planeta y el verano del hemisferio sur resultan ser uno de los períodos más complejos, desde el punto de vista sanitario de los últimos cien años.
Supongamos que las fronteras se abren antes de tiempo, potenciando rebrotes y la aparición de nuevas cepas del virus por doquier. Supongamos que la producción y, en particular, la distribución de las vacunas, toma mucho más tiempo del imaginado. Supongamos, entonces, que muchos países viven una tercera, cuarta y hasta quinta ola de la enfermedad.
Supongamos que el orden mundial se transforma, que los históricos bloques del siglo XX, como placas tectónicas, comienzan a desplazarse, dividiéndose y transformándose, dando paso a una multipolaridad política y económica muy lejana a la que estábamos acostumbrados y entendíamos, más allá de nuestra adherencia, o discrepancia hacia estas.
Supongamos que debido a todo lo descrito, la tecnología se transforma en forma vertiginosa y nuestro modo de vida cambia como nunca antes. Supongamos que surgen diversos focos de conflicto de origen político, social y económico mientras se potencian los ya existentes, haciendo que los ejes del poder se alteren en forma dramática y que no estamos preparados para ello.
Supongamos que no existen teorías ni modelos políticos, económicos, sociológicos o psicológicos que puedan administrar y conducir la metamorfosis que se experimenta. Supongamos que nuevos códigos culturales dan inicio a una profunda transformación social. Supongamos que el siglo XXI ha llegado definitivamente y que nos espera una nueva era bajo todo punto de vista.
Supongamos que después de un largo período de confinamiento y medidas que han restringido dramáticamente nuestra vida cotidiana tenemos miedo, estamos desorientados, enojados y hastiados.
Supongamos que aprendemos y, sobre todo, que somos capaces de darle un sentido a este momento de la historia humana y logramos construir algo que haga que toda esta incertidumbre y dolor valgan la pena. ¿Será esto posible?
Creo que sí, pero no será tarea fácil, muy por el contrario. Necesitaremos creatividad, templanza, coraje, voluntad, sacrificio, esfuerzo, generosidad, reciprocidad, confianza y optimismo, muchísimo optimismo.
 
1 Síndrome respiratorio agudo grave. El SARS apareció en China en 2002, se propagó en todo el mundo en algunos meses, aunque fue rápidamente contenido. Es un virus que se transmite mediante las partículas de saliva que están presentes en el aire cuando una persona infectada tose, estornuda o habla.
Capítulo 2
Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI
¿Cuándo terminó el siglo XX y comenzó el nuevo milenio? Como sabemos, el tiempo es un concepto complejo que va desde la magnitud física que permite secuenciar hechos, hasta la noción gramatical que permite situar una acción en un momento determinado. Esto, a su vez, supone un saber cronológico del tiempo lineal que transcurre desde un punto inicial a otro siguiente, continuo o previo. Como se ve, el tiempo es algo más complejo que una fecha en el calendario.
A los seres humanos nos gustan los hitos, las conmemoraciones, los comienzos y los finales. Es posible que ello se deba a nuestra conciencia de muerte. El sabernos que, fisiológicamente, tenemos una «fecha de expiración» nos obliga a intentar atrapar, en una bocanada de tiempo cósmico, todo lo que nos sea posible. Sin duda, sin esa conciencia de límite, conceptos como la imaginación, creatividad, invención y evolución, como las entendemos, no tendrían ningún sentido.
Durante décadas, siglos y milenios la idea de tiempo cronológico se mantuvo estable en muchos sentidos. Años, meses, días y horas resultaban predecibles. Las estaciones climatológicas estaban claramente marcadas en dos o cuatro, dependiendo del lugar del planeta donde se habitaba. Las tareas y los hechos transcurrían en forma concatenada o al menos así parecía. La simultaneidad se entendía, al igual que la inmediatez, pero el concepto de «presentismo» no estaba en los registros psicológicos de prácticamente nadie. El aquí y el ahora, existían porque había un pasado y un futuro; lo que ocurría hoy era con consciencia de memoria histórica y el mañana estaba sujeto a la naturaleza y a la voluntad de los dioses.
Con la Revolución Industrial y la idea de modernidad, los fundamentos del tiempo cronológico y psíquico comenzaron a cambiar. Aunque la medida lineal de este se ha mantenido desde entonces, la forma en que se entiende y vive el presente se hace cada vez más amplia. De algún modo, el «ahora» comienza a engordar, se vuele obeso, apretujando el pasado contra sí mismo y, al mismo tiempo, se hace cada vez más voraz con relación al devenir. A partir de la segunda mitad del siglo XX la idea de que «el futuro es hoy» se instaló como un lema global. Así, la espera comienza a ser una experiencia cada vez más intolerable.
La aparición del internet instala el «presentismo» como motor, deseo y voluntad de existencia. La simultaneidad, el vértigo de creer contar con todas las posibilidades y la promesa de poder tenerlo todo, solo por el hecho de acceder al menú que los escaparates reales y virtuales nos ofrecen, hacen aumentar la gula hasta alturas inimaginables. La web nos permite suponer que se puede contar con todo el conocimiento disponible en el mismo instante de la pregunta, lo que hace estallar la idea de reflexión por los aires. La pausa, la contemplación, el ocio sagrado de la filosofía clásica y la espera, son posiciones psíquicas que, lejos de producir templanza y carácter, generan angustia y sensación de vacío.
Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores autoritarios, deslumbramiento científico, artístico e intelectual. Las primeras décadas del nuevo milenio nos dieron más impulso aún. El tiempo ya no solo volaba, prácticamente desaparecía en medio de nuevos logros sociales, económicos y tecnológicos. Las demandas de los más de siete mil millones de habitantes de este punto casi invisible del universo exigían respuestas concretas ahora.
Y entonces, llega el freno seco y brutal. Yéndonos casi de bruces, hemos pasado los últimos dos años llenándonos de fórmulas, hipótesis y teorías para acostumbrarnos y entender qué es todo esto. Mientras intentamos no enfermar y sobrevivir a la pandemia y con una crisis económica gigantesca que se levanta frente a nosotros, anhelamos salir lo antes posible de algo tan único como inasible: la incertidumbre. Entonces, como los astronautas del Apolo 132, le decimos a alguien esperando que nos escuche y nos de una solución: «Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI y no tenemos perspectiva temporal para comprenderlo».
Tal vez un esbozo de respuesta está en la última escena de Fanny y Alexander de Ingmar Bergman: «Todo puede suceder, todo es posible y probable, tiempo y espacio no existen. En el delgado marco de realidad la imaginación gira creando nuevos patrones»3, lee en voz alta la abuela Ekdahl a partir de un texto del autor August Strindberg, mientras Alexander permanece recostado en su regazo.
 
2 Apolo 13 fue la séptima misión tripulada del programa Apolo de la NASA y la tercera destinada a aterrizar en la Luna. La nave despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy el 11 de abril de 1970, pero tuvo que abortar su alunizaje debido a una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de servicio.
3 Fanny y Alexander. Dirigido por Ingmar Bergman, 1982.
Capítulo 3
El peso de las palabras
En el año 3100 a.C., el escriba sumerio Gar Ama4 redactó un documento y con ello, por primera vez en la historia del hombre, un autor firmó un texto. En otras palabras, alguien se hizo responsable de una idea. Con la aparición de la autoría, también surgió la noción de responsabilidad; el contrato oral se plasma en un documento, el compromiso queda estampado, la voluntad adquiere una significación distinta. Una nueva era comenzó en ese entonces, pues un texto tiene una identidad detrás de sí.
Tres mil doscientos años después, el «Evangelio de San Juan» sostiene: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». La palabra ya no solo tiene a un humano como autor; es mucho más que eso, es la creación misma. El lenguaje es un acto divino.
En el siglo XX, ya habían transcurrido cinco mil años desde que Gar Ama le puso identidad a un discurso. Freud primero y Lacan después, describen a la «palabra vacía» y la «palabra plena» como los polos de un continuum, en que la primera solamente circunscribe, casi al pasar, algo y la segunda significa, posee un peso específico. Describámoslo en forma sencilla. Ante la pregunta: «¿Tienes sueño?», la contestación «sí», opera de un modo muy distinto que la respuesta que un acusado responde frente a un juez: «¿Se declara usted inocente del delito del que se le acusa?». «Sí», contesta este. Las palabras poseen sustancia.
Desde la aparición de la firma, el lenguaje se hizo más poderoso que nunca. La rúbrica le otorga al autor fama, reconocimiento y distinción, pero también responsabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de ser inculpado por ya, no solo lo dicho en forma oral, sino lo declarado por escrito.
Las crisis como las que estamos viviendo obligan no solo a ser más resistentes emocionalmente, sino que impulsan a la exploración de nuevas fronteras científicas y sociales. Junto con eso, nuevas palabras y términos se nos hacen cada vez más familiares: cepas, variantes, respirador, cuarentena, mascarillas, sanitización, inmunidad, pandemia, endemia, dosis, aislamiento, vacuna, período de incubación, distanciamiento social, comorbilidad, prono, R0: un glosario de conceptos para explicar esta nueva realidad, que hace ya tiempo no tiene nada de nueva, y que se ha instalado a vivir entre nosotros como un huésped sorpresivo, pero que lentamente se nos ha ido haciendo cada vez más familiar.
Siempre se dice que el lenguaje crea realidad. Es cierto, somos palabras y símbolos, estamos hechos de ellos. Crear nuevas palabras implica habitar, de forma diferente, los cambios estructurales que personas y sociedades experimentan cíclicamente. En muchos sentidos se trata de una revolución. Y en toda revolución hay tiempos de expansión y tiempos de contracción. En la expansión las estructuras formales que se aspira a derribar o reconstruir son exigidas al máximo. El discurso —es decir, nosotros mismos—, se llena de significados y consignas que apelan a ideas colectivas de gran impacto emocional y enorme vocación libidinal. El sentido de pertenencia alinea y otorga una percepción de unidad y, por qué no d...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Portadilla
  5. Dedicación
  6. Índice
  7. Prólogo.: La fascinante jubilación del círculo
  8. Introducción
  9. Capítulo 1: Una ola de suposiciones
  10. Capítulo 2: Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI
  11. Capítulo 3: El peso de las palabras
  12. Capítulo 4: Ruido
  13. Capítulo 5: Vacío
  14. Capítulo 6: Un visitante cotidiano
  15. Capítulo 7: Un continente de malabarismos optimistas
  16. Capítulo 8: De la resignación a la aceptación
  17. Capítulo 9: Catarsis
  18. Capítulo 10: Hablando en futuro
  19. Capítulo 11: Construyendo una cartografía para la incertidumbre
  20. Capítulo 12: Los peligros del encantamiento
  21. Capítulo 13: El aire está en la creatividad
  22. Epílogo
  23. Agradecimientos