Consumo crítico
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Consumo crítico

  1. 217 páginas
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Consumo crítico

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Información del libro

Este libro pretende dar cuenta de las reivindicaciones, pasadas y presentes, que han utilizado el consumo como una herramienta crítica y transformadora. Pero más allá de los movimientos centrados en los intereses o derechos de los consumidores, el consumo crítico abarca formas de activismo más amplias, que prestan atención a todas las estructuras y agentes involucrados en la producción, distribución e impacto socioambiental de los productos, muy comprometidas con las demandas de otros movimientos sociales, como el feminismo, el ecologismo o de defensa de los derechos humanos.Se aborda la historia del consumo y el boicot como una de las formas más características del activismo, y se analizan cuatro sectores: la alimentación, la moda, la energía y el big data.

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Información

Año
2022
ISBN
9788413523811
Categoría
Business

Introducción

El consumo como acto político:
movimientos y activismos


Más que crear productos, lo que el capitalismo de consumo hace es crear necesidades.

(Jesús Ibáñez)


Mientras escribimos estas líneas se cumplen diez años desde que comenzamos a pensar en Carro de Combate, un proyecto que saldría a la luz el 1 de mayo de 2012. Desde sus orígenes, nació con la convicción de trabajar en torno a una idea: consumir es un acto político. El discurso hegemónico nos anima a desentendernos de forma irresponsable de las consecuencias que la actividad económica genera, actividad de la que participamos cuando adquirimos productos y servicios. Nosotras nos propusimos desvelar los impactos socioambientales asociados a nuestro consumo y nuestros estilos de vida; desde esa aspiración, comenzamos a realizar informes monográficos e investigaciones en profundidad que desgranan los impactos del modelo de producción y consumo en diferentes sectores de la economía; así, llegamos al convencimiento de que los efectos negativos de la economía —externalizados y por tanto no incluidos en los balances contables de las empresas— afectan no solo al empeoramiento de las condiciones laborales y a la pérdida de valiosos ecosistemas, sino a todos los órdenes de la vida humana: la forma en que nos relacionamos, la salud, la posibilidad misma de una vida digna y de un futuro.
El consumo es un acto político en tanto que, detrás de cada acto de consumo, siempre hay productores, así como siempre hay ecosistemas afectados. Si esto es así, entonces la primera batalla que hay que lidiar es la de la información, para que, frente a las mentiras y medias verdades de la publicidad y a la opacidad de las empresas, podamos escoger las mejores opciones disponibles en nuestro día a día. Al fin y al cabo, esos gestos cotidianos de consumo nos hacen cómplices de estructuras que son profundamente desiguales, atravesadas por el sexismo, el racismo y el colonialismo, y sostenidas gracias a una violencia constante sobre cuerpos y territorios. Porque, como veremos en este libro, la ideología del consumismo ha sido fundamental para debilitar los procesos de resistencia al capitalismo1.
Parece evidente que es necesario un cuestionamiento de nuestros hábitos de consumo, visibilizando los impactos que tiene ese modelo económico que nos necesita consumiendo cosas que no necesitamos para seguir produciendo como si el planeta tuviese infinitos recursos. Creemos que tomar consciencia de los efectos indirectos y no deseados de nuestras acciones es un proceso que puede llevar a una toma de conciencia política, así como a ensayar diferentes formas de esquivar ese sistema injusto, inventando o recuperando formas alternativas de producir, distribuir y consumir. En definitiva, pensamos que un cuestionamiento crítico del consumo es una buena entrada para afrontar la batalla cultural contra las estructuras patriarcales y supremacistas que sostienen un orden mundial cada vez más desigual y violento. Pareciera que el capitalismo ganó por goleada la disputa ideológica. Sin embargo, su victoria no es tan aplastante ni está tan afianzada como a veces creemos; y en los convulsos y cambiantes tiempos que vivimos, no podemos afirmar que la enorme asimetría de fuerzas existente signifique que las estructuras no puedan cambiar. Antes bien: es muy probable que las cosas cambien.
Sin embargo, nos fuimos dando cuenta con el tiempo de que promover el consumo responsable, así enunciado, entrañaba un riesgo nada desdeñable: que la responsabilidad se deslice del lado del consumidor, en lugar de asumir que, aunque seamos responsables, lo son mucho más las empresas que deciden qué modelo de producción y distribución reproducen —que en gran medida determina las posibilidades reales del consumidor—, así como de los gobernantes que sucumben a su influencia —cuando no, directamente, a la corrupción— y sostienen marcos legislativos e institucionales que sistemáticamente favorecen a grandes corporaciones en detrimento de los pequeños y medianos productores y distribuidores, así como de la ciudadanía en su conjunto.
Por eso, terminamos abandonando la expresión consumo responsable, o al menos, la usamos cada vez menos y la vamos sustituyendo por consumo transformador, consciente, solidario y, sobre todo, consumo crítico. Somos responsables de nuestro consumo, sí, pero esa afirmación requiere de muchos matices. El término responsabilidad está vinculado etimológicamente a la capacidad de dar respuesta ante una determinada situación ante determinada situación. Una persona de clase trabajadora, agotada por los infernales horarios y expuesta a miles de impactos publicitarios cada día, ¿tiene realmente la capacidad de responder ante un sistema que nos impele a consumir frenéticamente? Lo cierto su margen de acción es limitado, y que las consecuencias de sus decisiones de consumo son infinitamente menores que, por ejemplo, las de un cargo político con el poder como para imponer los criterios de la compra pública verde en una institución, o las de un CEO de una empresa contaminante y su capacidad de respuesta para hacer frente a la contaminación o a la producción excesiva de plásticos ante una situación de contaminación o de exceso de embalajes. Hablar de consumo responsable Si bien el consumo responsable apela a la irresponsabilidad que promueve la publicidad, también de alguna forma iguala responsabilidades entre productores y cargos públicos y consumidores, lo que no hace sino reforzar la ideología liberal, que culpabiliza a los individuos de problemas que son sistémicos. Por eso optamos por hablar de un consumo que es crítico con el modelo de producción.
Puede que el propio apelativo de consumidor/a sea cuestionable, en el sentido de que contribuye a que interioricemos que somos aquello que pretende el sistema: gente “que consume”, que “adquiere productos”, según el diccionario de la RAE, y no ciudadanía. Por eso, como veremos, algunos movimientos en torno a la soberanía alimentaria apuestan por utilizar el término comensal, poniendo el acento en el propio acto de comer y de compartir la comida con otros en la mesa.
El consumo, al ser un acto tan cotidiano como necesario, ofrece posibilidades concretas de modificar la realidad a nuestro alrededor. Lo importante es entender que, si el consumo es un acto político, no podemos pensarlo fuera de su dimensión colectiva. No basta con modificar las pautas individuales de consumo, sino que debemos organizarnos, vincularnos, conocernos, intercambiar formas de acción y de ver la vida. Debemos mirar al Sur Global, debemos escuchar a quienes sufren opresiones más severas que las que sufrimos nosotras, y no solo porque es cuestión de justicia, sino porque es observando lo que ocurre con las personas más oprimidas como podemos entender realmente cómo funciona el sistema en el que estamos inmersas. Pongamos un ejemplo sobre el que volveremos en el capítulo 3: muchas personas con conciencia social, al conocer las condiciones laborales y los abusos de todo tipo que viven las temporeras de la fresa en Huelva —muchas de ellas, migrantes marroquíes, pero también trabajadoras autóctonas y personas migradas de diferentes procedencias—, deciden hacer boicot y dejar de comer fresas para no contribuir con su consumo al mantenimiento de estas condiciones deplorables. Sin embargo, al hablar con las temporeras, escuchamos que ellas no quieren que hagamos boicot: que si lo hacemos y disminuye la demanda de fresas y frutos rojos, ellas pueden perder sus empleos y quedar en condiciones mucho más precarias. Vale más la pena, entonces, apoyar a las temporeras que se están organizando como Jornaleras de Huelva en Lucha —con apoyo económico, visibilización o de la forma que cada cual encuentre—, al tiempo que nos informamos de dónde conseguir fresas producidas con un mayor respeto a por los derechos laborales y el entorno ambiental y del entorno ambiental.

¿Un movimiento de consumidoras?2

Este libro pretende dar cuenta de las luchas que, en el pasado y en el presente, han utilizado el consumo como herramienta para lograr cambios concretos. No hablamos aquí de los movimientos de consumidores, a veces llamados consumeristas, centrados en la defensa de los intereses o derechos de los consumidores —a los que también nos referiremos en estas páginas—, sino de formas de activismo m...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN. EL CONSUMO COMO ACTO POLÍTICO: MOVIMIENTOS Y ACTIVISMOS
  2. SOBRE LAS AUTORAS
  3. NOTAS