Esta historia
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  1. 320 páginas
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Índice
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Información del libro

Ultimo Parri tiene cinco años la primera vez que ve un automóvil y veinticinco cuando conoce al gran amor de su vida. No será hasta años más tarde que Ultimo logrará llevar a cabo su sueño, una genial tentativa de resumir y poseer el espacio: «Voy a construir una carretera, dijo. En algún lugar, no sé, pero la construiré... Una carretera que acaba donde empieza... y, ¿sabe qué le digo?, la haré lo suficientemente larga como para que quepa toda mi vida.» Diseñar y construir una pista de carreras perfecta, éste es el destino al que está ligado Parri, un individuo en búsqueda de sí mismo yde un amor imposible. Ésta es la bella y dramática historia de la difícil consecución de un sueño más allá de la razón.

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Información

Año
2007
ISBN
9788433943897
Categoría
Literatura

Elizaveta

2 de abril de 1923
Empiezo a escribir este diario el 2 de abril de 1923.
Nada de poético. Únicamente necesito dar fe de mi empresa. Como un índice. Para no olvidar. Un índice.
Quién soy. 21 años. Nombre: Elizaveta. Rusa. De San Petersburgo.
Nací en un palacio que tenía cincuenta y dos habitaciones. Ahora ya no existe, dicen, y en su lugar han construido un depósito de madera. Es tan sólo una de las transformaciones que en los últimos seis años
Esta decisión mía de no recordar nada de mi vida precedente, y en particular nada de mi tierra, que ya no me pertenece, y que es algo que quiero poner a cero. No por odio, sino por indeferencia. Me es indiferente. Rusia me es indiferente.
Mi nueva tierra: los Estados Unidos, por ahora.
No creo que crezca en los Estados Unidos.
Esto es lo quiero:
Mis padres murieron durante la Revolución de 1917. Se mataron, con una dosis de veneno, en su propiedad de Basterkiewitz. Indiferencia.
Yo, salvada por el embajador americano. El tren que en la noche se me llevaba de allí tenía dieciséis vagones. Nosotros en el primero. Mi hermana Alma, el embajador americano, yo, otros once fugitivos notables.
Es de mi hermana de quien cayó enamorado el embajador americano. Pero nunca me marcharé sin mi hermana Elizaveta, dijo.
Y aquí estoy.
Qué más decir.
Sin dinero. Pobreza de verdad. Vivo porque sé tocar. La música la aprendimos como bagaje necesario de nuestro estatus de mujeres casaderas. También el italiano, el francés, la pintura, la poesía, el ballet y la jardinería. Pero lo que ha quedado es la música.
Por ahora es suficiente.
Me voy a la cama a las 9 y 20 de la noche.
Mi cuerpo
Mi hermana era la hermana bonita. Yo: rasgos tristes. Boca grande. Ojos vulgares. Pelo demasiado fino. Color negro. Un bonito negro. Los hombres, sin embargo, se sienten atraídos por mi cuerpo. Soy delgada. El pecho. Las piernas. La tez perlada. Los tobillos. El escote. Los hombres se sienten atraídos por mi cuerpo. Dado que soy fea de cara, para ellos es más fácil descubrir directamente su apetito sexual, sin pasar por preliminares poéticos o amorosos. A mí me va ese juego. Me gusta enseñar mi cuerpo. Agacharme y dejar el pecho a la vista. Pasearme con los pies desnudos. Subirme las faldas hasta los muslos. Apoyarme con el pecho contra los hombres, mientras les hablo. Mantener la mano apretada entre los muslos mientras miro alrededor, silenciosa. Y otras cosas.
Los hombres son todos unos niños.
Volverlos locos.
Me he ido a la cama con once hombres. Todavía soy virgen. No me ha disgustado dejar que dos de ellos me poseyeran por detrás. Se diría que a ellos no les gustó, puesto que no los he vuelto a ver. Creo haberlos humillado. Esto me gusta. El sexo es una venganza. Por ahora es así. No siempre será así. Pero ahora lo es.
De qué tengo que vengarme.
De qué tengo que vengarme.
3 de abril de 1923
Pregúntame lo quieras saber, y yo te lo diré.
Entonces él dice No sé, no sé nada de ti.
Pregúntame.
Dónde está tu familia.
No tengo.
No es posible.
Hazme otra pregunta.
Eres una chica difícil.
Mi padre siempre me decía que era una chica difícil, y ahora sé que con esas palabras quería decirme –y quería decirse– que no habría forma de acercarnos, a nosotros dos, y él acabaría ateniéndose a un sentimiento de lejano afecto, añorando cada instante de su vida no poder nadie en realidad es difícil, sino simplemente
Enseño a los niños a tocar el piano. A veces también a los adultos. Me pagan los de Steinway & Sohns, fabricantes de pianos. Ésa es la historia. A principios de siglo.
Qué tontería, escribir un diario. A principios de siglo,
4 de abril de 1923
Vaya nombre: Ultimo. En italiano quiere decir the last one. Lo ponen las familias que no quieren tener más hijos. De manera que también llaman Primero al primogénito.
Nombres italianos:
Primero
Segundo
Cuarto
Quinto
Sexto
Séptimo.
¿Tercero?
Le he preguntado a Ultimo si, en efecto, en su familia no habían tenido más hijos. Más o menos, me ha dicho. Su padre y su madre lo tuvieron sólo a él. Luego su madre se enamoró de un conde italiano, era un amigo de ellos, un amigo de su padre. Murió durante una competición automovilística. Seis meses después la madre tuvo un niño, un varón. Era del conde. El padre lo reconoció, pero todos saben que es del conde.
Mi padre en cambio había tenido seis hijos con cuatro criadas de la casa. Cuando pasaba cerca de ellos, en el campo, los acariciaba con la palma de la mano en la cabeza. Pero sin mirarlos.
Este vicio de mirar el pasado.
Es del presente de lo que debo dar fe. Para eso sirve el diario.
Hoy, clase en casa de los Stevenson. Luego, trece millas en furgoneta, y otra clase en casa de los White. Dos pequeñas gemelas. Mozart. Quiero decir, que intento que ellas toquen a Mozart. No quiero decir que toquen como Mozart. Pero tienen la misma edad que Mozart. Cinco años. La paga de Steinway & Sohns es de medio dólar por cada hora de clase. Cuando conseguimos vender un piano, el porcentaje que nos corresponde es del 4,5%. Lo divido con Ultimo, 50 y 50. Quiero recordar esta miseria. Cuando sea nuevamente rica, me resultará fundamental recordar esta miseria.
Es seguro que seré nuevamente rica. Estoy dispuesta a todo para que eso suceda, y sucederá. Quiero sentir de nuevo la caricia de sábanas inmaculadas, perfumadas, y sentir otra vez la naturalidad del derroche. Deseo tirar cosas que apenas haya usado, y enviar de vuelta a la cocina platos cuyo fondo no se vea. Reconocer la devoción en los ojos de los demás, la servidumbre en sus manos, el miedo en sus palabras.
Lo recuerdo todo de cuando éramos ricos. No he desaprendido nada. En cualquier momento puedo empezar de nuevo. Empiezo a contar aquí los días en que me voy a dormir hambrienta. Uno, esta noche. Dos, mañana, ya lo sé. ¿Cuántos días como éstos necesita una princesa para aprender todo lo que hay que aprender y poder comer de nuevo? 500 días. Ni uno más. Es una promesa.
499 días, todavía.
No soy tan mala como parezco.
No soy tan mala como parezco.
No soy
Me voy a dormir a las 10 y 14 de la noche.
Una oración.
5 de abril de 1923
La primera pianola mecánica la vi en el campo, en casa del señor Brandisz. Era algo sorprendente, tengo que admitirlo. Cuando la hacía funcionar, el señor Brandisz se ponía de pie junto al mueble y sonreía. A veces se emocionaba y pequeñas lágrimas le caían por su rostro de viudo. Otras veces la hacía funcionar a escondidas, sin avisar a nadie, y haciendo como si tal cosa. Podía ocurrir que todos estuviéramos en el jardín y, de repente, desde las habitaciones de la casa nos llegaran las notas de una pieza de Chopin. Si algún joven, entonces, se hubiese lanzado hacia la casa para conocer a la muchacha que tocaba con tan luminosa tranquilidad, se habría encontrado con la fúnebre soledad de un salón donde teclas blancas y negras subían y bajaban por sí mismas, en la ausencia, discutible, de alma. Se abría quedado turbado por ello.
Es algo parecido a lo que yo siento, ocasionalmente, delante de los cuerpos masculinos que hacen el amor conmigo.
Cuando se perfeccionó la técnica de las pianolas, obteniendo resultados sorprendentes y, en el fondo, mágicos, los fabricantes de pianos dedujeron que su época se había terminado. Estaba claro que si la gente podía reproducir perfectamente a Chopin sin tener que tocarlo, someterse a largos estudios para asegurarle a la casa el privilegio distintivo de la música se convertiría, en breve, en un lujo inútil. Así que la mayoría empezó a tomar en consideración la posibilidad de fabricar pianolas mecánicas. No obstante, a todos les pareció obvio, casi de inmediato, que se trataba de un trabajo deprimente. Era mucho más fácil que construir un piano, y era generalizado el presentimiento de que en ese cambio se estaba perdiendo el corazón de la música, fuera lo que fuera lo que quisieran decir con «el corazón de la música». De manera que les quedó una especie de malestar sin soluciones.
Steinway & Sohns, uno de los mayores y más prestigiosos fabricantes del mundo, decidió entonces profundizar en el problema. Lo estudiaron largo tiempo. Lo pensaron largo tiempo. Al final llegaron a la convicción de que debería venderse el piano con, inserta en su interior, la capacidad de tocarlo. Téngase en cuenta que era una fase de estudio en la que la intuición todavía estaba apenas esbozada. El paso...

Índice

  1. Portada
  2. Ouverture
  3. La infancia de Ultimo
  4. Memorial de Caporetto
  5. Elizaveta
  6. 1947. Sinnington, Inglaterra
  7. 1950. Mil millas
  8. Epílogo
  9. Nota
  10. Agradecimientos
  11. Notas
  12. Créditos