Lo que quiero existe si me atrevo a buscarlo.
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Jeanette Winterson, ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?
Hemos comprobado que el planeta y todos los que vivimos en él nos aproximamos a una era de crisis sin precedentes. En respuesta a ello, individualmente y como sociedad, estamos buscando formas de sanar en lugar de extraer. Pero incluso si nuestro planeta se regenera, la factura que nos pasará el cambio climático significará que cada vez habrá más desastres naturales. Los efectos de estos desastres generarán nuevas tensiones entre nosotros.
Uno de nuestros mayores temores está vinculado con nuestra seguridad y la seguridad de aquellos que amamos. A medida que el individualismo se ha convertido en algo aspiracional, hemos comenzado a poner en duda que podamos ser felices sin ser egoístas. Con demasiada frecuencia, la consecución de lo que queremos se antepone a la construcción del bienestar colectivo. Por eso comienza a preocuparnos que nuestra seguridad dependa de nuestro egoísmo.
Pero esta versión del mundo no es nuestra única realidad. La verdadera seguridad llegará cuando podamos confiar en que hay comida, refugio, conexión y belleza ahora y en el futuro. Un mundo en el que no habrá que temer que la gente acumule cosas o no reparta de lo que tiene. Cuando las cosas escasean, lo más práctico es construir comunidades interdependientes y resilientes que no dejen a nadie atrás porque, si no, lo único que haremos será pelearnos.
En un mundo cada vez menos hospitalario, la única forma de sentirnos seguros y tener confianza es construir comunidades fuertes que se provean mutuamente. No tendremos una buena vida si sentimos miedo los unos de los otros y tratamos de superar las crisis en solitario. Nos sentiremos seguros cuando nuestras comunidades sean resilientes y prioricen el cuidado de los demás.
Independientemente de lo grande o pequeño que sea nuestro círculo de amistades, nuestra familia, comunidad local o red de trabajo, es hora de pensar detenidamente con quién pasamos nuestro tiempo y si ese tiempo contribuye a la resiliencia de la comunidad. No estamos acostumbrados a pensar de manera deliberada en nuestras relaciones. En su lugar, acumulamos amigos y familiares desde la infancia y a través de los años de educación hasta nuestra vida adulta. Pero para vivir bien en contextos difíciles, necesitamos estar más atentos a las conexiones que creamos. La comunidad es una promesa de que no nos abandonaremos los unos a los otros. ¿Hay personas en tu vida a las que les has hecho esta promesa?
Más allá de la familia inmediata
La mayoría de nosotros no tenemos una gran comunidad. Tal vez nuestra pareja sentimental, la familia más cercana y un par de amigos íntimos. Priorizamos un puñado de relaciones convencionales, como el romance de Hollywood que se convierte en una familia con 2,4 hijos (esta historia se ha amplificado tanto que puede parecer la única relación seria en la que vale la pena invertir). A consecuencia de esto no se han explicado otro tipo de relaciones que se extienden en la comunidad más allá de la familia.
Muchos de mis amigos queer no han tenido la oportunidad de desarrollar su comunidad. Rechazados por su familia inmediata, han tenido que construir relaciones de confianza y apoyo con otras personas, que se han convertido en su «familia elegida». Algunos de mis amigos son tan importantes para mí como mis parientes consanguíneos. Pase lo que pase en el futuro, estaremos ahí el uno para el otro. Mi familia elegida crece y crece, extendiéndose más allá de las personas con las que me crié, para acabar incluyendo a aquellos a quienes quiero dar mi amor y que me cuiden.
Necesitamos convertirnos en expertos en crear relaciones amorosas tanto dentro como fuera de nuestra familia inmediata. Estas relaciones nos ayudarán a salir adelante de maneras desconocidas en ese territorio inexplorado que es nuestro futuro colectivo. El amor práctico es el ingrediente esencial para superar los desafíos que se avecinan y los que ya están aquí.
Hacia una mayor resiliencia
A la hora de la verdad, cuando golpea la catástrofe, lo mejor de nuestra humanidad acude al rescate. Ya sea la comunidad que se organizó para llevar alimentos y agua a los más vulnerables después del huracán Sandy o los miles de grupos autogestionados de ayuda mutua que surgieron para cuidar a las personas cuando llegó la pandemia de COVID-19 en 2020, cuando estamos al borde del desastre, construimos comunidades vivas y resilientes. Nuestro reto es integrar esa resiliencia en la vida cotidiana que compartimos unos con otros, en lugar de cruzar los dedos esperando que surja en momentos de emergencia.
Los acontecimientos globales nos recuerdan cuán vulnerables somos y cuánto dependemos de reservas de resiliencia a menudo demasiado magras. La unidad social del yo aislado e independiente a la que aspiramos no nos sirve cuando necesitamos hacer frente colectivamente a cambios sin precedentes. Desafiar «lo individual» construyendo comunidad aporta muchos beneficios sociales y, no menos importante, nos ofrece una salida a la epidemia de soledad que nos está afectando.
La comunidad ofrece apoyo en tiempos difíciles y se alegra de los buenos. Anhelo esta solidaridad de los que me rodean y recibirla me enriquece. El apoyo y la buena opinión de otras personas hacen que todo mi ser resplandezca.
Analiza bien las comunidades a las que perteneces y lo que tu participación aporta. Ten cuidado con las dinámicas de tu familia, tu trabajo, tu comunidad local y deportiva, los grupos políticos, las redes y demás. Empieza a pensar en cómo tu participación podría hacer la dinámica de grupo más saludable y resiliente.
Crear comunidades que nos aporten lo que necesitamos
Algunas de las relaciones más enriquecedoras en mi vida surgieron porque tomé la decisión de dedicarles tiempo. En lugar de confiar en las relaciones familiares, laborales o derivadas de aficiones preexistentes, creé o participé en espacios donde la finalidad principal era cuidarnos los unos a los otros y amplificar el apoyo mutuo. Si las únicas relaciones en tu vida son familiares y laborales, te animo a buscar espacios de apoyo que prioricen la comunidad y el cuidado. Como ejemplo, dos en los que yo participo son el club de lectura y los grupos de ayuda mutua.
Hay muchas maneras de comenzar un club de lectura y, si los buscas, encontrarás cientos en línea. Al crear uno, el paso más importante que di fue decidir qué quería aprender y después buscar a las personas que quisieran hacerlo conmigo.
Todo comenzó porque un amigo y yo nos dimos cuenta de que necesitábamos una mejor comprensión de la teoría social. Buscamos listas de lectura en Google y elegimos una. Publicamos en redes sociales que íbamos a inaugurar un club de lectura y que todo el mundo era bienvenido. Acto seguido, creamos un grupo de WhatsApp para las personas interesadas. Finalmente, arrancamos.
Una vez revisada la árida lista de lectura de teóricos sociales que habíamos encontrado en internet, elaboramos una propia con libros de mujeres de color. Audre Lorde, bell hooks y Reni Eddo-Lodge se convirtieron en parte de nuestro entorno de aprendizaje. Nuestros mundos se enriquecían mientras nos deleitábamos con ese proceso educativo que habíamos decidido emprender juntos. Si todavía no sabes mucho sobre los efectos del clima, ¿por qué no inauguras un club de lectura con una lista de libros sobre cómo responder a la emergencia climática y medioambiental?
En los grupos de ayuda mutua aprendo que puedo sobrellevar la ansiedad que me provoca vivir en un mundo lleno de crisis. Son comunidades para la sanación colectiva y nada más, inspirados en los grupos de 12 pasos y otras formas de terapia grupal. Gobernados por reglas mutuamente acordadas (un límite de tres minutos para compartir, lo que se comparte en el grupo permanece en el grupo y no se dan consejos no solicitados una vez que se cierra el círculo), me siento con personas que he conocido en encuentros de una hora por semana y en los que nos escuchamos hablar.
Compartimos nuestros pensamientos sobre una lectura, un tema o simplemente decimos lo que necesitamos en ese momento, ese día. Escuchamos el dolor de otras personas y nos sentimos capaces de compartir las cosas que normalmente nos da miedo expresar. Toda esa honestidad nuestra crea un espacio aparentemente radical debido a la crudeza de las verdades personales que se verbalizan. Nos escuchamos unos a otros y cuando salimos del grupo nos sentimos conectados con las partes más delicadas de nuestra humanidad y de la de los otros miembros.
Si no tienes nada parecido a un club de lectura o un grupo de ayuda mutua en tu vida, y las redes de las que formas parte son más funcionales que sanadoras, entonces te animo a que busques uno de estos. Crea o encuentra uno ya establecido y comprueba si proporciona descanso a tu alma.
Nadie lo sabe todo, pero juntos sabemos mucho
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Simon Sinek
Si tratamos de abordar la emergencia climática y medioambiental solos y toda a la vez, es probable que acabemos «quemados». Como individuos no podemos cambiar el mundo entero, pero podemos unirnos para crear vecindarios que faciliten el vivir de manera respetuosa con la tierra.
Nuestro reto es rediseñar las comunidades humanas de manera que estemos en sintonía con el mundo que nos rodea, y tener una visión sólida de lo buenos y enriquecedores que podrían ser estos vecindarios. Imagínate si el reciclaje consistiera en una simple recolección semanal —de plástico, vidrio, metal, papel, telas, madera y todos los desechos de jardín y alimentos— en la puerta de casa. Si tus paseos locales hasta prados de flores silvestres discurrieran por calles arboladas, bordeadas de biodiversidad. Si el transporte público fuera barato y de propiedad pública, y se nos recompensara económicamente por dejar de usar el coche y nos desplazáramos a pie en su lugar.
Seguramente hay personas en tu zona que están escribiendo al ayuntamiento con iniciativas como estas. Es posible que necesiten un poco más de poder popular para ganar. Tal vez estén esperando que alguien como tú los ayude. Si te involucras en acciones comunitarias, espero que descubras (como lo hice yo) que ganar campañas es solo una pequeña parte de la historia. Mejor que las victorias son las relaciones que se crean.
Cuando nos relacionamos con las personas directamente, de tú a tú, y entablamos conversaciones, creamos un espacio que nos permite descubrir que compartimos objetivos comunes. Como estrategia de sanación, darnos cuenta de que podemos unir fuerzas con personas que anhelan las mismas cosas que nosotros nos nutre de manera muy profunda.
La comunidad está justo al otro lado de la puerta de tu casa. Localmente, cuando algo se pone en marcha, muchas personas quieren involucrarse. Todos hacemos falta para crear comunidades resilientes y, como con la mayoría de las cosas, el paso más importante es el primero.
Movilizarse por una causa
Hace unos diez años comencé a hacer tareas de movilización social en mi comunidad. Newham es uno de los distritos más desfavorecidos y diversos del Reino Unido. Me involucré en el barrio porque allí se ubica el Aeropuerto de la Ciudad de Londres que estaban intentando ampliar. Quería movilizar a la comunidad local contra su expansión.
Tengo una amiga tan preocupada por parar la ampliación del aeropuerto como yo. Se llama Alice y a lo largo de los años me ha enseñado mucho sobre coherencia. Cuando hace promesas, las cumple, lo que significa que tiene cuidado con lo que promete. Gracias a su ejemplo, finalmente me di cuenta: ya no prometo esa luna que no puedo conseguir, sino que soy cauta y solo ofrezco lo que sé que puedo dar.
En 2009, convencí a Alice para que fuera conmigo a llamar a las puertas de los vecinos de Newham. Preparamos un pequeño guión sobre los efectos negativos del aeropuerto y cartas de oposición que pedimos a los residentes que firmaran. También contábamos con una hoja de cálculo donde quienes quisieran involucrarse en la campaña podían apuntarse. Después de un fin de semana yendo puerta a puerta, teníamos más de cien firmas. En dos domicilios nos habían invitado a comer y beber algo. También nos dimos cuenta de que la expansión del aeropuerto no era una prioridad para esta comunidad. Querían servicios públicos, una mejor biblioteca, un parque donde sus hijos pudieran jugar, más trabajo y mayor capacitación.
Una maestra de escuela local nos puso en contacto con Amina, una exalumna suya que pensó que querría involucrarse. Conocimos a Julie, una madre soltera que vivía frente a la valla perimetral d...