Traficante de historias
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Traficante de historias

  1. 255 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Traficante de historias

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SINOPSIS: Tobías Arencibia, por una experiencia vital traumática, decide empezar de cero y renunciar a su puesto en un Instituto de Educación Secundaria, para ocupar una plaza como profesor de Lengua y Cultura española, en un Centro de Integración de Emigrantes en Gran Canaria. Conocer de primera mano, la trágica odisea de los africanos, que deciden jugarse la vida, viajando a España, soñando con salir adelante, le hace cambiar el modo de ver el mundo y embarcarse en una aventura que lo cambiará para siempre.Decisiones difíciles de entender que se toman sobre el frágil hilo del que depende nuestra existencia. Vallas que separan un mundo injusto y cruel, que cada vez son más altas. Atrévete a conocer la conmovedora historia de Seydú y su mágica amistad con Tobías de la mano de Juan R. Tramunt. Atrévete a descubrir la realidad del drama de las pateras embarcándote en una de ellas a través de estas páginas. ¿Estás preparado para algo así? #traficantedehistorias

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Información

Año
2022
ISBN
9788412353327
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
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1
Quizás no lo pensó bien; o tal vez prefirió no pensarlo demasiado. Nadie, entre sus allegados, entendía la razón que le impulsó a dejar su bien remunerada y estable profesión de docente en un Instituto de Educación Secundaria, para ocuparse de las clases de lengua y cultura española a los emigrantes en un centro dependiente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Había pasado de trabajar cerca de casa, privilegio logrado por haber obtenido un buen número en la oposición y ser de los primeros en elegir plaza, a hacerlo en otro municipio, a una hora de coche cada día, sin contar con las retenciones de las horas punta, y con peores condiciones económicas y laborales. Quizás no lo pensó bien. A esa conclusión llegaron familiares y amigos. Una cosa era donar ropa usada, algunos libros,… como había hecho anteriormente en más de una ocasión, o incluso donativos económicos; pero dejarlo todo, después de haberse fajado con unas exigentes oposiciones, en noches sin dormir y restricciones sociales, para luego abandonarlo y ofrecer sus servicios como colaborador a tiempo completo, era demasiado a decir de las personas más cercanas.
Sin embargo, cada día, después de la ducha matutina, cuando retiraba el vapor condensado sobre el espejo y se encaraba con su rostro entusiasmado por las actividades previstas para ese día, se confirmaba a sí mismo que hacía lo que realmente quería. Sabía que no necesitaba de ese juego de autoafirmación para seguir adelante, pero era algo más de aliento en su día a día.
Este tipo de decisiones no se toman a la ligera, aunque todos pensaran lo contrario. Suelen ir precedidas de una larga reflexión o, en no pocas ocasiones, de una crisis personal que nos ha revuelto el ser desde la médula. Muchas veces, como en el caso de Tobías, las dos circunstancias convergen, se repelen y se atraen en una danza dolorosa difícil de sortear por quien la padece, y a la postre el resultado es imposible de ubicar en la casilla del sentido común o en la de la desesperación.
Cuando su novia, Silvia, con sus padres y su hermano, de regreso de su último viaje de soltera en familia, embarcó en aquel fatídico vuelo de Madrid a Gran Canaria, de un plumazo la vida que Tobías veía enfilada cambió, y el esperado anuncio de boda coincidiendo con su treinta cumpleaños se trastocó en pedir la excedencia como funcionario y aceptar el puesto de docente en un centro de emigrantes, lejos de compañeros y alumnos condescendientes. Quizás efectivamente no lo pensó, o tal vez era hora de poner fin a las insidiosas cavilaciones que le atormentaban día y noche dedicándose a lo que sabía hacer, pero en otro lugar, entre otra gente.
Hacía un par de semanas que estaba a cargo de un nutrido grupo, entre veinticinco y treinta hombres y mujeres de edades dispares, diversas nacionalidades y etnias, llegados a la isla de las formas más insólitas, cuando no arriesgadas, y que le mostraban ávido interés en aprender la lengua que les permitiera rápidamente manejarse en el nuevo país.
Al principio, ninguno de los alumnos del centro sabía apenas leer o expresarse en español más allá de las cuatro palabras que hubieran aprendido los días anteriores. Era la tónica general. La mayoría se había impuesto como meta llegar a Francia o Reino Unido, según el idioma colonial del país del que procedieran, y con ese anhelo empezaban por alcanzar Canarias. En algún lugar, allá donde germinara esa ilusión, alguien les dijo que las autoridades españolas los llevarían a la frontera con Francia y ese sería el final de su viaje, o que en el país vecino los acercarían al canal de La Mancha para cruzar hasta las costas inglesas. Quizás tampoco lo pensaron bien, o simplemente tomaron sus decisiones en momentos de crisis, cuando tocaron fondo, y decidieron darle un giro completo a sus vidas.
En ese ambiente, le llamaba la atención uno de los residentes, bastante mayor que los demás aunque de edad imprecisa, que solía encontrárselo ensimismado en las páginas del libro que tuviera sobre la mesa. Ya lo había visto por allí en otras ocasiones. No parecía enterarse de lo que ocurría alrededor, el entrar y salir de personas, bultos, voces o ruidos, y recordaba que siempre abandonaba el aula cuando él se disponía a empezar su clase. Aquel día, Tobías lo saludó desde la puerta y consiguió que le prestara atención al segundo intento. Quiso aprovechar su mirada para interesarse por su lectura, pero volvió a clavar los ojos en las páginas que tenía delante.
—Disculpe… ¿Entiende mi lengua? ¿Habla español? —Aquel individuo asintió sin despegar la mirada del libro—. ¿Hace mucho que está por aquí? —Después de unos segundos, y cuando ya pensaba que no le iba a contestar, alzó levemente su mano izquierda mostrando los cinco dedos, sin mover ni un solo músculo más que los necesarios para aquel gesto. Tobías no sabía cómo interpretar aquello.
—¿Cinco? ¿Qué quiere decir cinco? ¿A qué se refiere? ¿Cinco días?... ¿Meses?... Disculpe, creo que lo estoy molestando… —concluyó antes de girarse para marcharse.
—Es la quinta vez que vengo —dijo en español con fuerte acento y sin despegar la mirada del libro.
Aquella respuesta desconcertó aún más a Tobías. ¡Cinco veces! La mayoría de los emigrantes ilegales arriesgan su vida en el intento. Desafiando toda lógica de la prudencia, dejándose llevar por la desesperación. Además, aquel individuo no estaba en los mejores años de su juventud. Las probabilidades de sobrevivir a las condiciones extremas en las que se embarcan se ven lógicamente disminuidas por la edad. Sin embargo aquel sujeto, que había vuelto a sumergirse en el libro, insinuaba que lo había hecho cinco veces. Le parecía imposible y se sintió mal porque intuía que lo había engañado.
—Sé lo que está pensando —le espetó justo cuando se giraba para marcharse y dejarlo allí con su aparente fingimiento—. Le gustaría saber lo que estoy leyendo.
Se expresaba de forma correcta. Aquel hombre tenía formación, y obviamente conocía el idioma. Ahora estaba seguro de que realmente leía aquellas páginas.
—Sí, claro… Es decir, no… Quiero decir… ¿¡Cinco veces!? ¿¡Ha dicho que es la quinta vez que le traen aquí!?
—¿Adónde, si no? ¿Preferiría que me encerraran en una cárcel? Algunos de mis paisanos están encerrados. Cometieron el error de resistirse a la Policía… a la Guardia Civil, o lo que sea.
Tobías no se esperaba aquella salida. Un gesto de cortesía y curiosidad por su parte lo había situado en la tesitura de tener que pronunciarse sobre las detenciones de muchos desgraciados que, después de pasar peligros y penurias, al desembarcar donde pudieron, se hubieran resistido por temor a ser deportados nuevamente.
—No, por supuesto que no. Este sitio existe para algo. Disculpe, lo que me ha sorprendido es que haya mencionado que por quinta vez… Es algo inusual, creo. A menos que… sea usted de los que patronean las embarcaciones. Va y viene ¿Es usted es de los que trae a toda esta gente…?
Seydú Mahamane Keita cerró con parsimonia el libro y miró fijamente a Tobías. —No. Si fuera un patrón sí estaría ahora en la cárcel. De todas formas, el trato a los emigrantes clandestinos siempre es una incógnita. Por suerte, ustedes están evolucionando —dijo con cierta sorna—. Vengo aquí, entre otros motivos, porque es donde encuentro lo que necesito. Usted haría lo mismo.
—Cuando dice “aquí”… no es este lugar —replicó Tobías sin salir de su sorpresa—. No se refiere usted a este centro de emigrantes… ¿Me equivoco?
—Hoy sí es aquí —contestó señalando el libro que tenía delante—. Puede ser que mañana tenga que buscar en otro lugar.
—Oiga, me temo que ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. Parte 1
  7. Parte 2
  8. Parte 3
  9. Epílogo
  10. Índice
  11. Otras novelas Editorial siete islas